Además de haber abusado sexualmente de seminaristas a quienes tuvo a su cargo, Marcial Maciel (1920-2008), fundador de la poderosa orden de los Legionarios de Cristo, tuvo varias amantes, con quienes procreó hijos que podrían tener derechos sobre la inmensa fortuna amasada por ese personaje también adicto a las drogas.
Dentro de la Legión, del Vaticano, y de las élites donde Maciel causó estragos, mucha gente sabía de sus desmanes, especialmente desde la década de 1990, pero por conveniencia prefirieron respaldar a ese personaje al que sus seguidores han querido llevar a los altares, con lo que pederastas y seductores tendrían en los cielos a quien encomendarse.
Maciel es espejo de una iglesia hipócrita y poderosa, que desde los tiempos del emperador Constantino, que instituyó el cristianismo como religión del imperio romano, ha crecido al amparo del poder, ha reprimido a sus críticos, ha cultivado la doble moral, y ha acumulado riquezas en forma desmedida.
Queriendo disculpar a Maciel, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, de Santiago de Chile, ha propalado la versión de que el fundador de los Legionarios “… tenía dos personalidades distintas. No solamente un tema de doble vida. En un momento era el fundador y en otro era un pobre hombre”.
Mediante ese truco, el prelado presenta a Maciel como una “pobre víctima” de una enfermedad de la que no era consciente, a la vez que intenta salvar su pretendida autoridad moral como creador de una influyente orden religiosa.
En realidad, Maciel fue un gran hipócrita, pues al frente de su Legión satanizaba el ejercicio libre de una sexualidad que él era el primero en practicar sin reconocer límites, incluso abusando de menores.
Asimismo, abundan los testimonios de que Maciel no sólo sabía lo que hacía en los diferentes aspectos de su vida –como supuesto místico y como abusador sexual–, sino que procuró neutralizar a quien podía denunciarlo.
En la década de 1980, es decir, 10 años antes del escándalo en torno a los abusos de Maciel, que se inició en 1997 con las denuncias públicas de exseminaristas, varios de ellos tenían muy buenos cargos y salarios en instituciones de esa orden, como la Universidad Anáhuac.
Maciel era venerado también por algunos hijos de millonarios que estudiaban en esa escuela, y hasta se enorgullecían de poder visitarlo en Roma para pedirle consejo acerca de sus “problemas de conciencia”. A buen árbol se arrimaban.
En 1963, Maciel había amenazado de muerte al exlegionario Alejandro Espinosa, para evitar que escribiera un libro donde denunciaría sus abusos. Le dijo: “Tengo tantos amigos en los máximos niveles políticos… que podrían matarte, aunque yo no lo pidiera, simplemente por quedar bien conmigo”.
Parecería que se trataba de un caso cerrado, dado el poder y la influencia de Maciel, pero 40 años después, en 2003, Espinosa publicó el libro El legionario, donde ofreció pormenores sobre los abusos de Maciel y sobre sus relaciones con mujeres de la alta sociedad, acusación que se ha visto confirmada ahora que salen a la luz los hijos del creador de la Legión.
Como ha ocurrido desde hace siglos, Maciel usó la religión para acumular dinero y poder, que le permitieron satisfacer sus deseos a costa de los demás.
Baste recordar, además de las fuertes críticas de la reforma protestante a la inmoralidad clerical, testimonios como los que difundió en el siglo XVIII el enciclopedista Denis Diderot, quien hizo ver los abusos sexuales y de otros tipos que se practicaban en conventos de Francia, donde postulantes y novicias se encontraban con madres superioras que las seducían o abusaban de ellas, muy al estilo de Maciel.
Actualmente, muchos curas y jerarcas siguen el mismo camino de usar la religión para abusar de los demás, sea en el ámbito sexual, político o económico. Por mencionar algunos, Onésimo Cepeda, Norberto Rivera y Juan Sandoval son prelados involucrados en el juego del dinero y del poder, sin que se pueda decir que tienen una doble personalidad; por ejemplo, que hay dos Onésimos: el prelado sin mácula, por un lado, y, por otro, el empresario y político sin escrúpulos, fiestero y gran bebedor.
Maciel tuvo muchos cómplices, y los sigue teniendo; pero en su momento el mayor de todos fue el pontífice Juan Pablo II, quien apoyó a Maciel, y a otras figuras y grupos muy polémicos, pero ante todo muy activos para promover una moral conservadora y sexofóbica, cuya defensa fue la prioridad de su pontificado, por lo que consideraba a Maciel un “ejemplo para la juventud”.
*Maestro en filosofía con especialidad en estudios acerca de la derecha política en México