En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, conmemorado cada 25 de noviembre, es importante analizar cómo opera la “política sexual” de las Big Tech, las grandes tecnológicas, y la expansión imparable de la misoginia digital, una de las amenazas más urgentes del entorno en línea.
La paradoja es evidente: estos espacios, diseñados inicialmente para democratizar el diálogo y fomentar la comunidad, se han convertido en canales para una toxicidad contra las mujeres cada vez más sofisticada.
Grandes titanes tecnológicos operan bajo modelos que maximizan las interacciones y las ganancias. Colisionan con conceptos, principios, valores y procedimientos democráticos.
Como resultado, el ecosistema virtual se ha transformado en un espacio marcado por una semiótica sexista y misógina omnipresente, la cual permea la cultura globalizada y dominante. De igual manera, facilita la reproducción de estereotipos sexistas, con efectos perjudiciales para las mujeres.
Varias investigaciones han documentado la magnitud del problema: un estudio reciente, en el que se analizaron 349 mil 500 fotos de Google View, reveló cómo estos prejuicios se reflejan en las imágenes mostradas en este espacio virtual, que reflejan un importante sesgo de género.
En cuanto al ciberacoso y la objetivación femenina, estudios indican que 60 por ciento de las jóvenes en el mundo han sufrido ciberacoso, y en España esta cifra asciende a 80 por ciento.
Plataformas como OnlyFans han reforzado un sistema de objetivación de las mujeres, con 97 por ciento de cuerpos femeninos mostrados. Asimismo, el 97 por ciento de las creadoras son femeninas.
Un estudio realizado por Sensity AI en 2020 encontró que 97 por ciento de las imágenes deepfake (manipuladas) eran de mujeres y niñas. Hay 700 millones de páginas web porno; 3500 millones de visitas al mes en Pornhub, y el 99 por ciento de las víctimas de vídeos pornográficos deepfake son mujeres.
Recientemente, en el 70 por ciento de las escuelas de Corea del Sur se detectaron grupos de alumnos de Telegram que realizaban deepfakes sexuales con fotos de sus compañeras. En Portugal, se ha detectado un chat de Telegram donde 70 mil hombres intercambian fotos de carácter sexual de mujeres de su entorno.
En efecto, el uso de la inteligencia artificial ha abierto una nueva frontera para el abuso digital. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha alertado sobre el incremento de imágenes generadas por IA que simulan abusos sexuales infantiles.
Esta realidad es parte de una desigualdad estructural más amplia en el ámbito tecnológico, donde las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Asimismo, sólo tienen un 22 por ciento de presencia en IA, y un 29 por ciento en investigación y desarrollo. Esto impacta en la cultura resultante.
La misoginia digital se está convirtiendo en un arma de desestabilización social. La normalización de discursos hostiles hacia las mujeres es una amenaza tangible para la seguridad global. Y en la medida en que los gigantes tecnológicos continúen beneficiándose económicamente de la viralidad de estos mensajes, la situación parece lejos de mejorar.
Este “capitalismo de desastre” está erosionando la cohesión social y la calidad de las democracias.
El fenómeno de la enshittification (mierdificación) como lo llama el periodista canadiense Cory Doctorow, es un ciclo en el que los servicios en línea, en lugar de mejorar, experimentan una degradación progresiva de su calidad. En este caso, se puede concluir que asistimos a una imparable enshittification misógina del ecosistema digital.
El daño es profundo y duradero. En términos de bienestar, se ha encontrado que las personas con acceso a internet están 8 por ciento más satisfechas con sus vidas que aquellas que no lo tienen, salvo en el caso de las mujeres de entre 15 y 24 años, quienes experimentan una situación diferente.
Paralelamente, estamos siendo testigos de un fenómeno de fanatismo pospolítico, donde la viralidad de la misoginia se ve amplificada por la alianza entre las administraciones políticas autoritarias y antidemocráticas, además de los líderes de grandes corporaciones tecnológicas, que utilizan su poder para erosionar los derechos de las mujeres a nivel global.
La pregunta que surge es: ¿Qué medidas podemos tomar para frenar esta amenaza en expansión? Es urgente que tanto gobiernos como ciudadanía tomen conciencia de esta situación y actúen para proteger los derechos humanos, al expropiar el espacio digital de utilidad pública.
Las plataformas digitales deben asumir su responsabilidad en la creación de espacios seguros y respetuosos. Sin embargo, el problema va más allá de la tecnología: requiere de políticas globales y un compromiso colectivo para erradicar la misoginia y construir un futuro digital más compasivo, humano y justo.
Águeda Gómez Suárez, Área de Sociología Departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía, Universidade de Vigo
Águeda Gómez Suárez/Inter Press Service (IPS)*
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