Cuentan que harto de estar en Los Pinos, acariciando la silla de montar que puso en lugar de la pintura de Benito Juárez, Fox pedía a su secretario particular, Alfonso Durazo (primero priísta, luego fanático panista y hoy furibundo morenista): “¡Dile a Castañeda que me consiga viajes fuera del país!”. Lo mismo le pasa a Peña, quien solicita a su amigo Videgaray (su precandidato presidencial, como as bajo la manga), llevarlo de viaje porque está en su año de hartazgo. Por eso va y viene a lugares donde nada tiene que hacer, ni lo invitan, como en la pasada reunión del Grupo de los 20 (países más ricos). Se fue a parís para conocer a Macron. Antes estuvo en Sudamérica. Y se ha quedado con las ganar de ir a Washington, porque sabe que Trump no lo puede ver ni en pintura.
En nuestro país inaugura reuniones y devela placas, como hizo cuando Javier Duarte era desgobernador. Y es que sabía que éste era corruptísimo, pero le financió su campaña presidencial. No para de viajar el inquilino de Los Pinos como lo hizo en vísperas de las “elecciones” para imponer a su primo hermano Del Mazo, júnior del júnior. Pero su pésimo gobierno ha creado más pobreza, más desempleo, más inseguridad que contabiliza 180 mil homicidios; más los miles de feminicidios ocurridos en el Estado de México desde su sexenio a la fecha. A lo que se suma la impunidad y la corrupción, donde sólo nos falta saber si participó en los sobornos de las empresas Odebrecht y OHL.
Ya no sabe cómo terminar su maldito sexenio, que empeoró las ruinas que dejaron Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. Pero no deja de pedir acarreados a sus reuniones para aturdirse con aplausos. Tan necesita de ese clamor, que su vocero Eduardo Sánchez citó a casi 500 reporteros a una reunión sobre cuestiones irrelevantes. Llegó Peña sin corbata, con la clásica palidez en su rostro –que ha provocado rumores sobre su deteriorada salud, desde que le extirparon la tiroides cancerosa–, y se apoderó del micrófono. Y ya molesto reclamó a los periodistas: “ya sé que ustedes no aplauden…”. Acto seguido se retiró. Pues parece que suponía que eran acarreados como también sucede en sus reuniones con empresarios; o con sus empleados que tienen orden de aplaudir y hasta ponerse de pie para caravanearlo.
El señor Peña se molestó con los periodistas por no aplaudirle, como lo hizo con quienes reclamaron ser espiados por funcionarios peñistas. Igual se les fue encima con la amenaza de que si no probaban su denuncia, él los acusaría ante la PGR (con su amigo-cómplice Raúl Cervantes); vomitando a los reporteros de la “fuente” que: “sin son tan machos, presenten pruebas”. Está claro que en lugar de aplausos, los mexicanos le lanzarán reclamos, como le acaba de suceder a Fox (La Jornada y El Universal, 6 de julio de 2017); especialmente los periodistas, quienes debido a su trabajo sufren las embestidas de las élites del poder público y privado, así como de la delincuencia, para evitar que se conozcan sus triquiñuelas.
Y es que en las últimas 3 décadas: 1984-2017, al amparo de la creciente inseguridad cada vez más perversa y en el contexto de una guerra militar para enfrentar a los paramilitares del narcotráfico, se han multiplicado los asesinatos de periodistas por casi todo el país. Y de Manuel Buendía a Javier Valdez nada hacen los desgobernadores de las 32 entidades ni los indeseables inquilinos de Los Pinos, de Miguel de la Madrid a Enrique Peña, con sus miles de funcionarios encabezados por Javier Duarte, el hampón de Veracruz –que al parecer ya se arregló con Peña en el viaje de éste a Guatemala–, donde hubo más de 16 periodistas asesinados. Y cuya cronología está en los libros de Miguel Ángel Granados Chapa: Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México. Y de Carlos Moncada Ochoa: Oficio de muerte. Periodistas asesinados en el país de la impunidad. Ambos de editorial Grijalbo.
No pocos de esos asesinatos se deben a la mano negra (alias usado desde el homicidio de Belisario Domínguez, en el libro De cómo vino Huerta y de cómo se fue. Apuntes para la historia de un régimen militar; ediciones El Caballito) de funcionarios municipales, estatales y federales que con la participación empresarial, tratan de silenciar a los medios de comunicación especialmente en la prensa escrita; y para lo que ya se contrata a sicarios. Esa barbarie se inició en 1968 y 1971, durante la embestida policiaca y militar contra estudiantes, mientras se consentía el auge del narcotráfico que dejaba dividendos a empresarios, banqueros y funcionarios, apareciendo la narcopolítica. Y en lo que va del agonizante sexenio peñista, continuación del calderonista por el más de medio millón de asesinatos, es cuando más crímenes de periodistas se han cometido con total impunidad, particularmente de reporteros.
Así que para sembrar el miedo y cosecharlo como terrorismo para someter a los mexicanos, es que el peñismo ha dejado vía libre a los homicidios de periodistas como parte del resto de los asesinatos; donde las balas de las supuestas fuerzas del orden asesinan a mexicanos que nada tienen que ver con las delincuencias. Pues al no cumplir con sus obligaciones: gobernadores, presidentes municipales y el presidente Peña, ocupados en la rapiña a la luz pública de la descarada corrupción, va en aumento esa criminalidad por todo el territorio.
Así que el choque de la violencia gubernamental y la violencia delincuencial nos hace víctimas de una violencia colectiva, como concluye el Foro Nacional de Salud Mental, según informó el reportero Fernando Camacho Servín (La Jornada, 16 de junio de 2017). Pero para detener los homicidios de periodistas, no se les puede separar del resto de los crímenes que cometen tanto políticos como delincuentes. Ha de impedirse el terror general y combatir eficazmente a los delincuentes. De lo contrario, la nación estará a merced de esta sanguinaria mafia.
Álvaro Cepeda Neri
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: DEFENSOR DEL PERIODISTA]
Contralínea 551 / del 07 al 13 de Agosto de 2017
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