El 8 de marzo no es un día para regalar flores a las mujeres ni felicitarlas ni que todo se pinte de rosa. En esta fecha se pretende que se reconozca la discriminación histórica que han vivido y viven las mujeres en el mundo entero. El objetivo no es colocarlas en la categoría de víctimas ni condenarlas a generar pena, lástima o empatía.
La incapacidad social de reconocer la desigualdad entre hombres y mujeres, aunada a la ineficiencia de las autoridades estatales, coloca a las mujeres en una situación compleja pues, en efecto, se han ganado batallas, pero los retos siguen siendo muchos.
Los altos índices de pobreza, la inequidad en la distribución de la riqueza, las disparidades en el acceso a la educación y la salud son algunos de los factores, que afectan de manera diferenciada a las mujeres. De ahí la importancia de hacer un alto este 8 de marzo y analizar la situación en que viven las mujeres.
Hay quienes sugieren que los retos y obstáculos ya han sido superados, que el panorama no es tan malo y las mujeres exageran. Pero el panorama es devastador. Sí, hemos avanzado, sobre todo en el reconocimiento de los derechos en las leyes, pero la instrumentación de dicha legislación (que intenta no ser abiertamente discriminatoria como antes) en contextos opresores y misóginos no afecta en la realidad de las mujeres de carne y hueso.
Se han creado instituciones, pero no sabemos si los resultados son favorables: se ha sofisticado la discriminación para que no sea tan evidente. El impacto de las leyes y políticas debe analizarse de manera urgente para no detener el diseño de burocracia que no ha eliminado la brecha entre mujeres y hombres. Este tema no debe verse desde una posición de privilegio, sino desde la de la mayoría de la población que no tiene acceso a información ni recursos, una mayoría con la cual el Estado está en deuda.
La situación de discriminación no será superada si no se hacen los cruces entre la discriminación por motivos de género o sexo, sumada a otras como las que provienen de orígenes étnicos o nacionales, por condición socioeconómica, edad o preferencia sexual. Esta doble o triple discriminación afecta de manera distinta a las mujeres indígenas, lesbianas, jóvenes, migrantes o pertenecientes a otros sectores socialmente marginados, colocándolas en una posición de mayor vulneración.
Quisiera invitar a la reflexión sobre un tema puntual que afecta a todas las mujeres que tienen hijos (por elección o no), y que hoy en día aún afecta la posibilidad de que las mujeres ejerzan sus derechos de la misma manera que los hombres.
Hoy persisten los estereotipos y roles de género en la sociedad, siendo los más fuertes los que son asignados a las mujeres como responsables del hogar y como cuidadoras y responsables de las hijas e hijos.
Este trabajo no remunerado, sumado al trabajo en el mercado laboral, hace que las mujeres tengan dobles o triples jornadas. Incluso en los hogares en donde otros miembros de la familia participan en estas tareas, existe una carga desequilibrada hacia las mujeres.
Pero la realidad es que esta desigualdad afecta a todas las personas. Las estadísticas indican que, en México, por cada 10 horas que trabaja una mujer, un hombre trabaja 8.6 (Instituto Nacional de las Mujeres). Es decir que la entrada de las mujeres al mundo laboral remunerado no ha significado una reducción en las tareas que le han sido tradicionalmente asignadas. Esto afecta sin duda sus posibilidades de crecimiento profesional así como la diferencia salarial que aún existe en el país.
Las jornadas laborales de sol a sol discriminan a todas las personas, pero afectan prioritariamente a las mujeres. Se piensa que el cambio de estructuras y dinámicas laborales puede ser difícil y muy costoso, pero lo cierto es que estos cambios radican principalmente en la voluntad del empleador.
Ejemplo de esto son la adopción de horarios flexibles o escalonados que permitan la convivencia de los tiempos personales, familiares y laborales sin reducir la productividad en el trabajo; horarios cortos de oficina (jornadas de 6 horas) o trabajo desde casa, entre otras. Estas modificaciones deben ser para todo el personal –hombres y mujeres, con o sin hijos– enfatizando la necesidad de una corresponsabilidad entre la vida personal y laboral, reconociendo la decisión de reproducirse o no por igual.
Más allá de la responsabilidad de la o el empleador, el Estado debe tomar medidas para fomentar esta corresponsabilidad. En México, la legislación laboral así como la de seguridad social están lejos de cumplir con los estándares internacionales respecto a las licencias de maternidad y paternidad. Tampoco cubren la demanda de estancias infantiles, y las reglas para permitir el acceso a hijos e hijas de padres derechohabientes son discriminatorias.
Lo positivo hoy en día es que los derechos de las mujeres tienen más presencia en la sociedad gracias a la suma de voces de mujeres, como Emma Watson y Beyoncé. Es una pena que en México las mujeres sigan temiendo declararse feministas. ¡Qué ganas de que mujeres con influencia en las y los jóvenes comprendieran que ser feminista también significa estar consciente de que existe discriminación contra las mujeres y debemos actuar en consecuencia!
Los retos para un mayor reconocimiento y respeto de los derechos de las mujeres no sólo competen al Estado mexicano, sino a todas y todos desde nuestros diferentes espacios.
Todos tenemos un compromiso con la erradicación de la discriminación hacia las mujeres para lograr una sociedad igualitaria en donde tanto hombres como mujeres gocen plenamente de sus derechos. Esta importante tarea deberá involucrar a diversos sectores gubernamentales y no gubernamentales, incluyendo los medios de comunicación, las familias y las escuelas.
El reto es grande y, aunque hemos avanzado mucho, aún queda un enorme camino por recorrer.
Regina Tamés*/Inter Press Service
*Directora del Grupo de Información en Reproducción Elegida
[OPINIÓN]
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