Es indudable que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional transformó radicalmente las coordenadas de la política mundial. Ya no basta con definirse de “izquierda” o de “derecha”. Hoy sabemos que los partidos políticos suelen ubicarse “arriba” y bastante lejos de los más de 50 millones de mexicanos que viven en la pobreza (según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social). Entre esos partidos de “arriba” hay una izquierda política que podríamos definir como socialdemócrata, que busca un capitalismo con “rostro humano” y se preocupa especialmente por “tomar el poder”.
Por otro lado hay una izquierda que protesta, que defiende los ejidos, que lucha por la autonomía de los pueblos indígenas y defiende sus tierras ancestrales, que se opone a los megaproyectos que destruyen el equilibrio ecológico, que demanda más educación pública y gratuita, que arriesga la vida defendiendo a los migrantes y los derechos de las mujeres. Una izquierda de “abajo”. Esta izquierda es claramente anticapitalista y se preocupa por repartir el poder, no por concentrarlo en manos de un líder bondadoso.
Las opciones electorales de izquierda, hoy en día, son todos partidos de “arriba”. Para ellos es un tabú decir o pensar que el capitalismo está podrido y en decadencia; que llegó el tiempo de modificar el modelo económico basado en la especulación financiera y en la desregulación.
Morena (Movimiento Regeneración Nacional) es un partido político en construcción y tiene ante sí el enorme reto de definirse. Andrés Manuel López Obrador señaló en alguna ocasión que ser de izquierda significa simplemente ser bueno. Tal vez pueda aceptarse su idea si se atiende a la explicación y contexto en el que se encontraba. Pero si Morena va a encontrarse “abajo y a la izquierda” hace falta mucho más que ser bueno y honesto. Debe comenzarse mínimamente por ser anticapitalista y construir relaciones sociales, de pareja, escolares, amistosas, familiares, políticas y productivas que ya no se basen en el consumismo, en la gerontocracia, en el machismo, en la ganancia y en el fetichismo de las mercancías.
Quienes somos de izquierda ¿deberíamos ocuparnos de que los gobernantes cuenten con calidad moral? Tal vez eso sea suficiente para la izquierda de “arriba”. Pero para quienes aspiramos a ubicarnos abajo y a la izquierda es necesario transformar la dicotomía gobernante/gobernado y asumir el reto de rechazar el fetichismo del poder que denunció Adolfo Sánchez Vázquez (http://bit.ly/14qNFaT). Es indispensable, por lo tanto, que los ciudadanos se autogobiernen. Jürgen Habermas ha planteado que la imposición de una ley implica un paternalismo al que solamente puede hacerse frente con la producción políticamente autónoma del derecho (Habermas, Facticidad y validez, 2005).
Morena y Andrés Manuel López Obrador han asumido como su primera gran batalla oponerse a la privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex). Es una decisión inteligente porque permitirá distinguir ideológicamente a las fuerzas políticas en el país. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), comprometido con el Pacto por México no podrá expresar una oposición terminante a la reforma constitucional. La derecha (el Partido Acción Nacional y el Partido Revolucionario Institucional) plantea que la generación de productos y servicios resulta mucho más eficiente si la controlan los capitales privados. La derecha en el mundo ha logrado la privatización de hospitales, de casi toda la economía e incluso de servicios básicos como el de abastecimiento de agua (otro tema en el que el PRD y particularmente Marcelo Ebrard se encuentran en realidad dentro de la derecha) o los bomberos.
En el reciente accidente en Santiago de Compostela, España –que conmovió al mundo–, los bomberos privados fueron obligados a retirarse antes de acabar el rescate de víctimas. Todo con tal de salvaguardar la rentabilidad de las empresas (http://bit.ly/164kCIY). Ésa es la alternativa que nos ofrece la derecha para toda la actividad económica: la privatización.
Existe una vía legal que permitirá a Morena mostrar voluntad de actuar propositivamente y dentro de los marcos institucionales, además de atender a Habermas y luchar por la creación políticamente autónoma del derecho. Con fundamento en el Artículo 35, fracción VIII, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos puede solicitarse una consulta popular vinculante, figura que ya se encuentra vigente.
Diversas resoluciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación han señalado que el contenido de la Constitución debe ser exigible, y que para justificar la inobservancia del texto constitucional no es posible alegar la ausencia de leyes reglamentarias (recientemente en materia de juicio de amparo, pues la reforma legal se retrasó durante varios años).
Solamente una organización como Morena cuenta con la capacidad y la voluntad necesarias para recabar las 1.6 millones de firmas que harían falta para convocar a dicho ejercicio.
Hoy lograr una profunda transformación de izquierda consiste en distribuir el poder, a semejanza de lo que hacían los antiguos en la democracia griega. Los movimientos sociales de todo el mundo rechazan la mera democracia representativa y levantan la voz diciendo: “No nos representan”. Una organización de izquierda no puede actuar con la actitud paternalista del caudillismo que caracterizó al México de los siglos XIX, XX y al PRI desde su fundación. Morena debe admitir que la decisión de privatizar o no Petróleos Mexicanos corresponde a la población. Debe plantear sus argumentos y dejar la decisión en manos de todos los mexicanos. Hay que convencer, antes que vencer. Es mucho más revolucionario plantear que sea la población –en una consulta vinculante– la que defina el futuro de Pemex, que simplemente oponerse con pocas expectativas de éxito.
*Abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México; posgraduado en administración de justicia
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