El golpe ha sido devastador. Tardaremos varios meses o quizás años en levantarnos. Los reclamos están a la vista: inconformidad de los empresarios, desconcierto en los inversores extranjeros, rechazo de países considerados amigos durante lustros, enigmas de la organizaciones internacionales de salud, críticas feroces en la prensa internacional, molestia desmedida y razonable de los encargados de ciencia y tecnología y mayor desconfianza de la población, ya que jamás se le informó correcta y adecuadamente. Hay decenas de fallecidos y nunca sabremos qué pasó con ellos.
Aunque hay varias certezas. Sólo un muerto expiró en un hospital privado. Los 600 millones de pesos para vacunas de gripe aviar que se erogaron el último año del sexenio de Vicente Fox desaparecieron y el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública no dice nada. México invierte el 2.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en salud, mientras que la recomendación es el 6 por ciento, y los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico llegan al 9 por ciento.
Felipe Calderón afirmó en 2006 que destinaría 70 mil millones de pesos a la Secretaría de Salud; sólo dio 42 mil, y en 2008 la cifra se elevó a 69 mil millones, siendo que había prometido 113 mil. Este año hay un subejercicio en dicho sector de 575 millones de pesos. Y para no abrumar, antes del virus humano, Felipe Calderón anunció que los hospitales mejoraron, la cobertura sería universal y las medicinas se les otorgarían gratuitamente a los pacientes.
Se debe realizar un análisis detallado de los engaños que padecimos en el foxismo y esperamos una autocrítica de Felipe.
El panorama es todavía difícil. La prueba son las medidas en el transporte público, supermercados, lugares de entretenimiento, restaurantes, hospitales, escuelas. El asunto de la influenza no ha concluido y la segunda ola, más peligrosa que la inicial, puede desencadenar una mortandad inimaginable. Así pues, se debe apoyar a los que sufrieron pérdidas de todo calibre, pero a la vez replantearse una serie de cuestiones para que la sociedad mexicana funcione mejor que hasta ahora.
Obama, el jefe del imperio, ante infectados y los dos muertos en Estados Unidos, lejos de espantarse, ha tomado medidas adecuadas: fortalecer la investigación en ciencia y tecnología, gravar los paraísos fiscales y perseguir a los evasores de impuestos, obtener un mayor presupuesto para fines sociales y desarrollar al máximo las nuevas tecnologías para que todo sea menos efímero e insalubre.
En México, ni siquiera hay una investigación exhaustiva a granjas Carroll. El charlatán de Fidel Herrera se burla de los pobladores de La Gloria, acusa a los cotidianos de que por su culpa se descubran sus trapacerías y justifica a los empresarios ligados a un consorcio yanqui. Mientras, el góber precioso, Mario Marín, ni siquiera se da por enterado.
El imperturbable Agustín Carstens dice, nuevamente, que no debemos siquiera ponernos nerviosos, ya que las pérdidas económicas serán únicamente del 0.3 por ciento del PIB (dato que no le explica nada a la población) y que habrá apoyos fiscales para varios de los inversionistas que se truenan los dedos y se arrancan los pelos.
Para la gente común, nada de ayudas, que se atengan a su suerte: en el periodo de encierro hubo más asesinados por el narcotráfico que por la gripe maligna. Para el común, empero, las declaraciones del secretario de Hacienda serán algo catastróficas, pues ese personaje va del catarrito al tsunami sin escalas.
Y así todos los que se presentaron en estos días. Juan Molinar no ve problemas en Comunicaciones y Transportes; a Gerardo Ruiz le parece que la economía va en la ruta correcta, y al señor del Trabajo, Javier Lozano, el desempleo, el cese de ocupaciones y la falta de pago a quienes no laboraron por la suspensión no le importan, lo relevante es atacar a Marcelo Ebrard.
Estamos, pues, en el reino de la simulación. No pasa nada –recordando a Pompín Iglesias–, a pesar de que la situación es difícil y va para largo. Mientras las encuestas no digan que hay inconformidad, los políticos seguirán despachando sin problemas y elevarán sus anuncios en televisión diciendo que resolvieron el problema debido a su previsión y sapiencia, aunque los diarios internacionales y una buena cantidad de gobiernos extranjeros los exhiban como incapaces.
Lo que se necesita es un nuevo pacto social. Apoyo a la ciencia y la técnica, mayor presupuesto a las universidades públicas –demostraron ser las únicas que investigan los problemas de la nación–, inversión real en salud, educación básica, vivienda digna, alimentación; reforma fiscal para que paguen impuestos a quienes se les exenta o luego de juicios amañados se les regresan miles de millones; cuidado del medio ambiente; inspección de las empresas que realizan actividades de alto riesgo; reforma a la ley de medios –el esfuerzo de TV y Radio UNAM y Radio Educación fue notable, sin menospreciar a las estaciones oficiales–, y un largo etcétera.
El país está en riesgo. No entenderlo es insistir que fuera del círculo íntimo todos son enemigos, algo que asustaría al mismísimo Karl Popper.