Irene Casado Sánchez*/Centro de Colaboraciones Solidarias
Guerras, violencia, sequías y catástrofes naturales obligan a millones de personas a abandonar sus hogares. En 2014, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) constató más de 59 millones de desplazamientos: hombres, mujeres y niños que huyen de los conflictos armados. En 2013, según el Centro de Supervisión de Desplazados Internos, 22 millones de personas se convirtieron en refugiados ambientales, víctimas directas de las sucesivas catástrofes naturales. Europa se ha convertido en la “tierra prometida” para muchas de ellas; sin embargo, este destino tiene poco o nada de idílico.
Según el ACNUR, más de 292 mil inmigrantes han atravesado el Mar Mediterráneo en lo que va del año; de éstos, 181 mil llegaron a las costas griegas, 109 mil a las italianas y alrededor de 2 mil a las españolas. Tras un viaje agotador, donde la trata de personas y las mafias han encontrado la gallina de los huevos de oro, aparece un nuevo desafío: Europa.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 2 mil 273 refugiados han perdido la vida en las aguas del Mediterráneo en lo que va del año. Exhaustos y deshidratados tras días de travesía, cientos de ellos perecen en el mar ante la mirada impasible de los responsables europeos. El destino de los que sobreviven a este viaje no es más esperanzador. Ante ellos aparece una Europa amurallada donde las vallas y barreras de seguridad se multiplican, donde las políticas de inmigración y asilo no les dan tregua.
Hablamos de cifras, de estadísticas, de políticas, de tratados y convenciones, pero olvidamos lo más importante: las personas. Los sirios, afganos, eritreos o somalíes que aparecen una y otra vez en los noticieros, en las portadas de los diarios, cuyas frágiles voces se retransmiten en la radio, son refugiados. Son hombres, mujeres y niños que lo han dejado todo con la esperanza de vivir. Huyen de guerras, de torturas, de la violencia y la represión. Cruzar el Mediterráneo es apostar todo al rojo, no hay posibilidad de volver atrás, su única carta es Europa, la “tierra prometida”.
Una tierra soñada, conocida por su sentimiento democrático, por su defensa de los derechos humanos… Sin embargo, desembarcan en una Europa enferma. Los síntomas son tan evidentes como preocupantes: vallas, barreras de seguridad, discursos egoístas y muerte. Doce refugiados sirios perdieron la vida la primera semana de septiembre en las costas griegas, entre ellos tres niños; las imágenes de sus cuerpos en las orillas griegas dieron la vuelta al mundo. El pasado 28 de agosto, más de 71 refugiados aparecieron asfixiados en un camión frigorífico en Hungría. Miles de inmigrantes se hacinan en Calais (Francia) para tratar de llegar a Reino Unido. En el mismo centro de París, cientos de refugiados viven a la intemperie ante la mirada impasiva de los responsables europeos. ¿Dónde se ha escondido la humanidad europea? ¿Qué queda de la “tierra prometida”?
Nuestros portavoces europeos han olvidado que el derecho al asilo es, exactamente, un derecho. Pero ya no se trata de convenios o cuestiones legales, sino de humanidad. No pueden olvidar que el pueblo sirio, palestino, afgano o somalí, todos huyen de la violencia y la inestabilidad que engullen a sus países. En Siria, cerca de 250 mil civiles viven en estado de sitio. En Somalia o en Nigeria se violan, a diario, los derechos humanos más elementales.
Ante esta situación, la OIM instó a la Unión Europea a poner en marcha medidas efectivas, capaces de frenar el drama que asola las costas y el corazón de sus países miembros. “A la vista de su territorio y sus medios económicos, el número de inmigrantes que llegan a Europa puede ser gestionado sin ningún problema por los Estados europeos”, subrayó Eugenio Ambrosio, director regional de la OIM para la Unión Europea, Noruega y Suiza. Entonces, no hay excusas posibles.
Mientras los medios de comunicación retransmiten imágenes de cadáveres en las orillas de Europa, la humanidad de las instituciones parece extinguida. Más vallas, más seguridad, más fronteras es su respuesta a esta catástrofe. Todo para evitar que estos hombres, mujeres y niños, movidos por la más pura desesperación, alcancen el “sueño europeo”, un sueño teñido de vergüenza, ensombrecido por discursos donde no hay cabida a la esperanza. Europa, fuente de democracia y solidaridad, prefiere cerrar sus fronteras ante la “amenaza” de una “oleada” de inmigrantes.
Irene Casado Sánchez*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Periodista
[BLOQUE: OPINIÓN] [SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 454 / del 14 al 20 de Septiembre 2015