Urge un nuevo presidencialismo para enfrentar la crisis general

Publicado por
Álvaro Cepeda Neri *

Durante los 90 minutos de charla que tuvo el historiador Enrique Krauze en la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara (Reforma, 3 de diciembre de 2015), declaró que no quiere “que haya una revolución violenta, pero sí quiero que haya cambios pacíficos y rápidos para México”. Y es que negar la crisis general de la nación en todos sus frentes y no atenderla cuanto antes es casi un suicidio; pues no hay tiempo, o apenas lo hay para implantar lo que en otros países se llama instalar un “gabinete de crisis” (Bernard Schwartz, Los poderes del gobierno; volumen II: Los poderes del presidente, editado por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México; y de Harold Zink, Los sistemas temporáneos de gobierno, Libreros Mexicanos Unidos).

En el sistema presidencial mexicano no tenemos lo que se llame un gabinete, sino secretarios del despacho presidencial, luego entonces urge constituir… ¡pero no con los mismos encargados de esos despachos!, un nuevo presidencialismo para enfrentar las crisis económica, social, política, de seguridad y del amplio espectro, incluyendo el internacional con la caída del precio del petróleo y la merma de las divisas que han atrapado, no al 1 por ciento que encabeza Carlos Slim, sino al 99 por ciento de los mexicanos en la más vil de las pobrezas, el desamparo del desempleo y las 1 mil y una criminalidades: secuestros, feminicidios, desapariciones forzadas (encabezadas por los 43 normalistas de Ayotzinapa) y, otra vez en este sexenio, cientos de miles de homicidios.

Ha pasado desapercibida la advertencia-deseo del historiador, por cierto de ideología política y cultural de derecha, para que nadie se equivoque acusando al resto del espectro político, de que lo que tenemos enfrente “no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas, cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen” (Max Weber en su ensayo vigente El político). El 1 por ciento de los 130 millones de mexicanos están a salvo, como magníficamente puntualiza Joseph E Stiglitz: La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales (Taurus, editores). Es el resto: el 99 por ciento; es decir, son casi 120 millones de mexicanos que ya en el límite del mal gobierno por la incompetencia, ineficacia e ineficiencia de Enrique Peña y sus secretarios del despacho presidencial, necesitan respuestas a la acumulación de problemas a donde voltee uno, en situación explosiva entre un estallido revolucionario o auténticas reformas sociales para resolver en verdad el empobrecimiento y las tremendas desigualdades, mientras se enriquecen los Slim y compañía (¡como el de la medalla Belisario Domínguez, que anda cacaraqueando el Senado!) y el pueblo-nación ya cayó al fondo de la desesperación donde las delincuencias se aprovechan de la crisis general.

La causa grave para la renuncia del presidente está dada, después de 3 años con la nave estatal dirigiéndose al naufragio, mientras los desgobernadores –los que acaban de irse como los que están– tienen los dineros del pueblo como botín, para por la libre o la constitucional apuntarse para la sucesión presidencial. Se han hecho “indignos de gobernar”, como escribió Tocqueville a unos días de la Revolución de 1848. La nuestra, la de 1910, inconclusa (Orlando Fals Borda, Las revoluciones inconclusas de América latina: 1809-1968, editorial Siglo XXI) por la contrarrevolución del presidencialismo (con sus excepciones: Lázaro Cárdenas, quizá antes Plutarco Elías Calles) y, ahora mismo, por la implantación hasta sus últimas consecuencias del neoliberalismo económico y el autoritarismo político investido de un militarismo peligrosamente golpista si no hay un nuevo presidencialismo para resolver la crisis general del país. Lo único que hay son medidas recentralizadoras hechas sobre las rodillas para ir mermando al Estado federal, con mandos únicos y manos libres a los desgobernadores apadrinados por partidos usureros de votos para repartirse el botín de las urnas.

Urge, pues, un renovarse o el estallamiento de una revolución. Hay ya muchos focos, incendios y hechos que anuncian un levantamiento social dirigido por las minorías (varios autores, Estado, protesta y movimientos sociales; varios autores, Los límites de la cohesión social). Están dadas las condiciones para el enfrentamiento, a pesar de lo expresado por el fanfarrón y multimillonario Warren Buffett, acerca de que la lucha de clases la van ganando los ricos; están ya las condiciones sociales para la guerra entre los pobres y los ricos-millonarios-multimillonarios que dirige Slim. Hay hambre, enfermedades, pobreza, desempleo y bajísimo consumo –por lo cual la inflación está a la baja–; injusticias y homicidios (Tanalís Padilla, Después de Zapata); y el servilismo de la Suprema Corte de en una pavorosa corrupción de los sistemas judiciales que sólo organizan un debate por la mariguana, y no consultas populares para los consensos que respondan a la crisis.

Aunado a esto están las componendas del Congreso de la Unión, donde los legisladores ya no representan a la Nación, sino a los intereses del presidencialismo peñista que no tiene otra alternativa que renunciar por causa grave: incompetencia, ineficacia e ineficiencia; o construir un presidencialismo para enfrentar y resolver la crisis. No puede esperar la nación 3 años de más de lo mismo, pues entonces sí que los estallidos ahora aislados cerrarán el circuito para la explosión revolucionaria por hambre y pobreza. “Los cambios pacíficos y rápidos para México”, como advierte y recomienda la derecha mexicana aliada del 1 por ciento, pero que vislumbra lo que quiere el 99 por ciento de la población, para quienes no es suficiente el circo futbolero, el obsequio de las televisoras ni las mentiras del peñismo que parece no entender que hay una crisis general encima.

Alvaro Cepeda Neri

[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]

Contralínea 474 / del 08 al 13 de Febrero 2016

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