Los trabajadores mexicanos llegan a la conmemoración de otro Día Internacional del Trabajo con demandas más básicas que las que enarbolaron los mártires de Chicago, Estados Unidos, en 1886. Si entonces la exigencia que llevó a la horca a los obreros estadunidenses era la de la jornada laboral de 8 horas, los trabajadores mexicanos contemporáneos parecen situarse en una época todavía anterior: la del surgimiento de los primeros trabajos asalariados.
Hoy, el obrero mexicano demanda un empleo digno y que el pago por su trabajo sea suficiente para alimentar a su familia.
De acuerdo con datos del Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Universidad Nacional Autónoma de México –que se hacen públicos con el presente número de Contralínea– el déficit de empleo en México asciende a 34 millones de plazas. Por ello, 26 millones de mexicanos y mexicanas de la población económicamente activa deben emplearse en la economía informal, donde no hay seguridad laboral ni horarios establecidos y donde ni siquiera se tiene garantizado el pago. Otros 8 millones deambulan por las calles y navegan horas en internet en busca de un trabajo que nunca encuentran. La educación formal dejó de ser una garantía para la movilidad social: millones de estos desempleados son jóvenes con formación técnica o universitaria.
El sexenio pasado, el del “presidente del empleo”, sumó 3 millones 411 mil personas a la informalidad y 2 millones 137 mil al desempleo abierto. Ninguna mejora en este rubro se advierte en los primeros meses del nuevo sexenio. El señuelo de la generación de empleos con que políticos y empresarios justificaron la reciente reforma a la Ley Federal del Trabajo resultó una quimera. Lo que sí se confirmó fue la reducción de las responsabilidades patronales y estatales para con los trabajadores.
Por si fuera poco, los salarios han perdido el 79.14 por ciento de su valor de 1987 a la fecha, revelan estudios del mismo CAM. Durante los primeros meses de la presente administración se calcula que la pérdida alcanza casi los 6 puntos porcentuales, como consecuencia del incremento del precio de la Canasta Alimentaria Recomendable. El coro de peticionarios por “¡que se aplique la ley!”, cuando los inconformes se manifiestan, nada dice de la abierta y permanente violación a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que señala que el salario mínimo debe cubrir las necesidades de vestido, alimentación, techo y recreación del trabajador y de su familia. Tan sólo por los incrementos en los alimentos, en los últimos 3 meses, 26 mil mexicanos más quedaron por debajo del umbral de la pobreza, de acuerdo con investigadores de la Universidad Iberoamericana.
Con este número, Contralínea presenta un panorama documentado del México laboral de hoy, donde los trabajadores deben, además, enfrentar solos o con el “apoyo” de sindicatos charros, blancos o de protección patronal a sus patrones.
El escarnio de los corporativos mediáticos de entonces contra los mártires de Chicago es comparable al que ejercen los grandes medios de comunicación actualmente… Tal vez por eso también resuenan como dichas ayer las palabras del trabajador Aldoph Fisher:
“Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado […] ¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria […] ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”.
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Fuente: Contralínea 332 / abril 2013