La antigua práctica de violencia social en las escuelas hoy es más intensa y visible al valerse de medios electrónicos que llegan a más víctimas. Políticos, docentes, progenitores y analistas admiten que el bullying sólo se “administra”, pues no hay políticas públicas que erradiquen el malestar social que nutre al fenómeno. Es previsible que, ya adultos, los abusadores perpetúen la violencia en todos sus ámbitos de acción
Carlos vivía al límite de la angustia. Día tras día, intentaba pasar desapercibido frente a su agresor. Su frágil cuerpo se tensaba esperando la tanda de zapes que siempre le propinaba condiscípulo. El chico sabía que a la golpiza le seguían el tironeo por la mochila, el tachoneo en sus cuadernos y la escritura de ofensas, así como las risotadas de los secuaces del acosador. Recuerda el menor: “Era como el dueño de la escuela, ya que es alto, fuerte, fastidioso y con una pandilla”. Esto lo llevó a rogar ayuda a la directora y la subdirectora de su secundaria, pero le espetaron: “Ven al rato y lo vemos”. No insistió.
Al salir de la secundaria, Carlos corría a su casa para atrincherarse en su cuarto, de donde sólo salía para comer y luego volvía apurado a su refugio. Este adolescente de 13 años, que se define como “tímido aunque amiguero”, sufría tanto en su escuela que decidió no volver a hablar con nadie, sin plantearse siquiera la posibilidad de dialogar con el hostigador. Carlos temía recibir más golpes.
A pesar de que algunos amigos lo consolaban, su desamparo no se aliviaba. El menor sabía que sus camaradas temían que el abusador arremetiera en contra suya y no querían llamar su atención. La amenaza era latente: “Era raro ir a la escuela y saber que él estaba a tres filas detrás de mí”, describe con una leve voz temblorosa.
El hostigamiento escolar no se limita a los planteles públicos. En el exclusivo plantel en el que cursa el tercer grado de secundaria, Jesús ha pasado los peores momentos de su vida escolar. Sueña con el fin de cursos, no quiere volver a sufrir daños e insultos: sin motivo lo golpeaba, luego le destruyó el teléfono celular y, en el último episodio, su computadora portátil fue arrojada y pisoteada por el abusador, nomás porque Jesús le caía mal.
Ante los aterrados padres de Jesús, las autoridades del plantel admitieron que el agresor “es problemático, pero no podemos hacer nada, pues es hijo de un funcionario muy influyente”. No se atrevieron a presentar una denuncia, por lo que Jesús y su hermano siguen en ese plantel junto con el acosador y con la esperanza de que en este ciclo no ocurra un nuevo episodio de violencia en su contra.
Las niñas y adolescentes cada vez más practican el bullying o maltrato verbal, físico o sicológico contra sus congéneres en las escuelas, admiten organismos nacionales e internacionales. Así le ocurrió a Karen. Durante largos meses, sufrió el escarnio diario de otra joven, cuyas amigas la alentaban a agredir constantemente a la menor; todo ocurrió en el interior de una secundaria pública de Naucalpan, Estado de México.
La indiferencia de los profesores ante los repetidos casos de hostigamiento en ese plantel llevó a esta niña a la que, consideró, era su única salida viable. Karen buscó y obtuvo la protección de Elisa (la Ely), que comanda a un grupo de mujeres que “mantiene el orden” en el aula, el patio y pasillos de ese centro escolar.
Aunque el problema del maltrato escolar o bullying asume nuevas expresiones –exclusión social, sicológica, física, sexual y cibernética– y abarca mayor rango de edades y número de víctimas, en México no hay estadísticas oficiales que arrojen datos sobre la incidencia y territorialidad del fenómeno.
Se sabe que los jaloneos, insultos, difamaciones o amenazas ya no están acotados al patio o calles vecinas a la escuela, sino que se practican en el aula, por teléfono e internet. En cambio, se ignora cuántos niños desertan por ese hostigamiento o cuántos son empujados al suicidio.
Para validar sus programas y campañas actuales, las autoridades federales y locales recurren a cifras oficiales que reciclan datos de estudios e informes elaborados por organismos internacionales. Así ocurre con el comunicado 144 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), que advierte que la intolerancia, la soledad y la falta de respeto han penetrado centros escolares, y afirma que uno de cada cuatro jóvenes enfrenta agresiones verbales y físicas.
El documento cita “fuentes oficiales” –que no define– para afirmar que uno de cada cuatro jóvenes enfrenta agresiones verbales y físicas. Añade que el 44.6 por ciento de los estudiantes hombres y 26.2 por ciento de las alumnas mujeres admitieron que “al menos en una ocasión” insultaron a alguien. Según la CNDH, 6.6 por ciento de las mujeres y 14.9 por ciento de los hombres admitieron que “han golpeado a sus compañeros en alguna ocasión”.
El boletín 144, del 30 de mayo de 2010, refiere que, “el año pasado, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos señaló que de sus 23 países miembros, México era el que registraba el índice más alto de violencia entre jóvenes de secundaria”. Carolina Ziehl, de la oficina en México de ese organismo, indica a Contralínea que ese dato es “una apreciación” que se desprende del Estudio internacional sobre docencia y aprendizaje.
Ese diagnóstico se difundió en julio de 2009. En un apartado, habla de la percepción de los maestros sobre la violencia en los salones de clase. Explica que casi la mitad de maestros trabajan en escuelas cuyos directores reportaron la falta de preparación de esos docentes: 53 por ciento, en Italia, y 70 por ciento, en México.
De acuercdo con sus propias cifras, el diputado Giovanni Gutiérrez, de la Asamblea Legislativa, afirmó que sólo en el Distrito Federal se habían registrado 190 suicidios de menores por maltrato escolar. El 27 de enero de 2010, el legislador del Partido Acción Nacional (PAN) aseguró que se recibieron 50 denuncias sobre la materia, que se turnaron a la Fundación en Movimiento.
Triángulo vicioso
El ciclo de la violencia, maltrato o abuso escolar necesita de tres actores: la víctima, el agresor y los testigos u observadores. En general, el menor recibe amenazas e insultos constantes de sus compañeros, a los que le sigue el maltrato físico o sicológico –cuando se le denuesta o se le excluye de su entorno–. Además, el ciberbullying lo denigra entre su comunidad cuando se muestran imágenes o emiten mensajes ofensivos por internet (blogs, correos o páginas web).
El menor que sufre este acoso experimenta baja autoestima, angustia y ansiedad permanentes, que puede somatizar en insomnio, úlceras, náuseas. Su rendimiento escolar comienza a bajar y puede desertar o recurre a evasivas para no asistir a la escuela. Si en el presente apenas establece relaciones personales, en el futuro le será más complicado construir vínculos laborales y sociales con base en la confianza.
En otro ángulo, está el agresor que practica el matonaje (como se le llama en Chile, o el bulero, en Argentina). Se trata de jóvenes o niños que proceden de un núcleo familiar de violencia, abandono o abuso propensos a imitar esas conductas agresivas con niños a los que consideran más débiles. Su necesidad de reafirmarse se expresa mediante el uso de sobrenombres o abusos y suelen ser violentos con sus profesores; usualmente, exhiben esa actitud de poder ante un grupo.
Para comprender mejor la conducta del agresor, algunos estudiosos los dividen en activo –el que molesta al compañero directamente: le pega o intimida– y pasivo –que, a través de otros compañeros, difunde rumores e imágenes que demeritan públicamente a su víctima–. El Instituto para la Prevención del Delito del Estado de México recomienda a los padres que si comprueban que su hijo es un acosador, no ignoren la situación porque seguramente se agravará.
Los testigos u observadores son los otros actores en el ciclo de bullying. Así los definió Paulo Sérgio Pinheiro, autor del Informe de Naciones Unidas para el estudio de la violencia contra los niños 2006. El consultor hizo ver que “la exposición prolongada a la violencia, inclusive como testigo, puede provocar mayor predisposición a sufrir limitaciones sociales, emocionales y cognitivas”. Además, puede adoptar comportamientos de riesgos para la salud.
Contención legal
Alertados ante el auge del fenómeno, los órganos legislativos de algunas entidades levantan barreras legales para contener esta dinámica. En enero pasado, la Asamblea Legislativa propuso reformas a la Ley de Salud. La diputada Marisela Contreras explica que, con esa medida, se busca incorporar la violencia escolar en la agenda de salud para desarrollar programas de prevención y difusión entre alumnos, maestros y las comunidades.
“También se pretende atender al generador de violencia, a las víctimas y a los observadores, para ver de forma integral este fenómeno que ya presenta consecuencias de salud pública entre la población escolar”, señala la legisladora del Partido de la Revolución Democrática.
Como nunca antes, en México y el mundo se vive con gran violencia. Explica la legisladora que “los asesinatos cotidianos constituyen una normalidad contra la cual debemos luchar; pues si el niño o niña viven en un ambiente de violencia social, escolar, familiar e institucional, obviamente no les parecerá extraño recurrir a la fuerza para dominar a otros”.
Contreras Julián señala que, en términos de la violencia emocional, se sabe que ha habido, incluso, suicidios: “La presión es a tal grado que los niños llegan a atentar contra su propia vida”. Por ello, es necesario visibilizar el fenómeno y atenderlo como un problema de salud pública. Recuerda que el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por su acrónimo en inglés) planteó que tres de cada 10 niños son víctimas de acoso y maltrato por sus propios compañeros.
Jalisco ya promovió que las conclusiones del Foro de Discusión sobre la Violencia y el Acoso Escolar (realizado el 18 de enero de 2011) se integren en la iniciativa para regular el maltrato entre iguales, presentada por la diputada Rocío Corona Nakamura. Esa propuesta incluye 57 artículos que reivindican el derecho de niños y adolescentes a vivir en un ambiente libre de violencia.
La ley incluye cinco medidas disciplinarias para erradicar el abuso entre pares en las escuelas: desde la amonestación en privado para el agresor, la suspensión de su recreo, hasta la expulsión o reubicación en otro plantel. También solicita que se incorporen a cada escuela cuando menos un sicólogo y una trabajadora social para atender a la víctima, al agresor y a los familiares de ambas partes.
Contra la violencia
El gran cómplice del bullying es el silencio y el desconocimiento de padres, maestros y autoridades, señala Mario Delgado, secretario de Educación del Gobierno del Distrito Federal. Conocer la naturaleza del fenómeno es fundamental cuando el país vive una situación de gran violencia. “Así lo refleja la vida cotidiana, y se trata de evitar que esa violencia externa entre a las escuelas”, describe el funcionario.
Ante el ayuno de estadísticas confiables sobre acoso y maltrato escolar en las escuelas del Distrito Federal, esa dependencia realizó una investigación. Sus resultados permitieron tener un diagnóstico que derivó en un manual para promover la cultura de no violencia entre la comunidad educativa. Para 2011, el objetivo es “mostrar que no podemos acostumbrarnos a la violencia” en 400 escuelas. El desafío es que padres, maestros y autoridades se sumen a los talleres que se imparten para fomentar la solución pacífica de los conflictos, dice Delgado.
Otra instancia capitalina que atiende el maltrato escolar desde el interior de las familias es la Dirección de Igualdad y Diversidad Social de la Secretaría de Desarrollo Social. Su titular, María Elena Ortega Hernández, describe que la violencia que viven los menores dentro de sus familias y comunidades se reproduce en el ámbito escolar.
“Hay una creciente violencia social que impacta en la forma como se relacionan entre sí los menores; hay más violencia entre los varones y de ellos hacia las niñas, aunque en éstas van al alza”. Esto es producto de la forma cultural de dominación masculina y que se reproduce en las escuelas. Por ello, los talleres buscan acercar a los padres y madres con sus hijos, maestros y autoridades para hablar sobre la violencia, además de que se fomenta la denuncia entre compañeros.
En 2010, la Secretaría de Desarrollo Social impartió talleres de prevención de la violencia familiar en secundarias y preparatorias del Distrito Federal. Se formaron 550 grupos de padres y adolescentes, que sumaron 30 mil personas –54 por ciento fue mujer y 46 por ciento, hombre.
Otra vía para conocer la evolución del maltrato escolar es por las Unidades de Atención situadas en cada delegación. Esas instancias contactan con las escuelas de su zona cuando se presentan casos graves. Coyoacán, Cuauhtémoc, Gustavo A Madero, Iztacalco y Venustiano Carranza “son las demarcaciones más complejas, las más pobladas y donde los padres de familia solicitan la intervención en las escuelas”.
La alerta contra el hostigamiento escolar a menores cunde en todo el país. En Querétaro, ya se detectan conductas violentas en las secundarias, admitió Eleuterio Zamanillo Noriega, delegado de la Secretaría de Educación Pública, en septiembre de 2010. En Veracruz, la violencia entre alumnos menores oscila entre el acoso y los golpes. Herminio Núñez Espinoza, jefe del Sector 4 de la región Córdoba-Orizaba, afirmó que el problema supera a las rencillas juveniles y debe analizarse más a fondo.
En Tamaulipas, el maltrato se asocia con las precarias condiciones económicas, según el diputado Trinidad Padilla López, presidente de la Comisión de Educación Pública y Servicios Educativos. Aunque no existen estadísticas del impacto de la violencia dentro y fuera de las escuelas, “el acoso en niños tiene raíces en el deterioro del entorno social en esa entidad”, reconoció el legislador.
Para prevenir actitudes de acoso en los centros escolares, que comienzan como un juego y evolucionan en severas agresiones verbales y físicas, la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México emprendió su segunda campaña contra la violencia en enero de 2011. Esta edición cubrirá más municipios que la primera edición (en 2009).
Accidente o golpiza
Los casos de maltrato escolar son un problema médico-social-legal. Luego de años de tratar estos casos, los médicos de la Clínica de Atención Integral al Niño Maltratado del Instituto Nacional de Pediatría (CAINM-INP) son capaces de identificar cuáles son víctimas de ese abuso físico, aunque los adultos (padres o maestros) aseguren que el menor se cayó o lo atropelló un auto.
“Lo importante es precisar si las lesiones son producto de una intención, y ahí entra la habilidad de nuestro equipo”. Este fenómeno tiene cuatro modalidades: abuso físico, sexual, sicológico y negligencia, explica el doctor Arturo Loredo Abdalá, fundador de la CAINM.
Hace tres años, la Clínica hizo una encuesta a estudiantes de Coyoacán y confirmó que ahí existía el maltrato entre el 4 y 16 por ciento de los entrevistados. Además, que el bullying ocurre igual en hombres que en mujeres; que más hombres son víctimas de abuso físico en secundaria y que el acoso sucede más en el salón de clase. Otro resultado fue que el último en darse cuenta es el profesor. “Él está en otro rollo”, afirma Arturo Loredo.
Ante esos primeros resultados, el coordinador de la CAIM propuso que se estimule la investigación en México y se prepare a más médicos; que exista un semillero de investigadores clínicos que den respuestas a problemas cotidianos de los mexicanos. De lo contrario, “seguiremos dependiendo de lo que hacen los estadunidenses o europeos; aunque nuestra idiosincrasia es diferente”.
Toda atención al menor maltratado debe ser interdisciplinaria (pediatras, sicólogos, trabajadores sociales, abogados, nutriólogos), interinstitucional (procuradurías, secretarías de Educación y Desarrollo Social, entre otras) e internacional (para promover el intercambio de experiencias), propone el también profesor titular del Posgrado para Médicos Especialistas en Atención Integral al Niño Maltratado, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Aunque la CAINM opera en la capital del país desde hace varios años y es líder en México y América Latina en el manejo interdisciplinario del menor, su ejemplo apenas ha sido imitado. Hace sólo cuatro años que el Hospital Infantil lanzó su propio programa; Jalisco también. Si no se previene el maltrato infantil, “seguramente habrá más chicos susceptibles de ser capturados por los cárteles o las mafias”, concluye el doctor.
América Latina, región insegura
El Informe de Naciones Unidas sobre violencia contra los niños, de Paulo Sérgio Pinheiro (2006), reveló que sólo una pequeña parte de los actos de violencia contra los niños se reporta e investiga a nivel mundial. Encontró que en América Latina no hay sistemas operativos responsables de registrar esos incidentes.
Ese diagnóstico sustenta lo dicho por Iñaki Piñuel, sicólogo y académico de la Universidad de Alcalá. Anticipó que de no enfrentar a tiempo esa violencia en las aulas, muchos niños pueden convertirse en seres “anticipadamente derrotados”, convencidos de que nacieron en un mundo que es una selva. Ahí, los más violentos y poderosos “depredan a los más vulnerables ante la indiferencia de la mayoría”. El panorama regional es preocupante:
En Chile, uno de cada cuatro estudiantes se siente infeliz en el colegio. El aula es el principal sitio de agresión en la secundaria, y en los colegios privados se practica más bullying que en los públicos. Éstas son algunas conclusiones del estudio Relación entre intimidación y el clima en la sala de clases y su influencia sobre el rendimiento de los estudiantes, que realizó el Ministerio de Educación de ese país en abril de 2010.
También, que uno de cada tres niños de quinto de primaria es intimidado verbalmente –el triple que en Suecia y el doble que en Canadá–. Los autores advirtieron que el acoso existe en todos los colegios y lo practican hombres y mujeres. Aunque persiste la figura del matón del curso, ahora son varios los agresores que atacan en grupo a una sola víctima.
En Valle del Cauca, Colombia, el acoso escolar era tan grave que se creó la Fundación SOS Bullying para reducir los riesgos de la víctima y las consecuencias para el victimario. Cuenta con el estudio Relación entre las conductas de intimidación, depresión e ideación suicida en adolescentes (Francisco Díaz-Atienza, et al)
En Guatemala, cada día son más violentadas las niñas en la escuela, según Action Aid International. Ahí, los índices de agresiones físicas, emocionales, sexuales y de exclusión son mayores en las mujeres. En Argentina, el 52 por ciento de los alumnos sufre o ejerce violencia, indica el estudio que realizó en 21 provincias el Instituto Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
En Brasil, la violencia comunitaria incide en el abandono y la exclusión escolar, según la investigación en 15 capitales de estados brasileños sobre la percepción de los estudiantes, sus padres, docentes y autoridades de escuelas públicas y privadas. Este diagnóstico lo hizo la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
En Bolivia, el Informe de educación de junio de 2010 reveló que el 80 por ciento de los niños, niñas y adolescentes sufre de algún tipo de violencia en las escuelas. Roberto Aguilar, ministro de Educación, calificó como “serio” ese problema. A partir de ese diagnóstico, se lanzó la campaña “La violencia se puede borrar”, que apoyan el Observatorio de la Educación, la Agencia de Cooperación Técnica Alemana y el Unicef, entre otras.
Bullying: un nombre para el dolor
Se atribuye al sicólogo sueco Dan Olweus la paternidad del término bullying. Realizó el estudio pionero sobre el acoso o maltrato escolar Bullying at school: what we know and what we can do (Blackwell Publishing, 1993). Describió el fenómeno como una “conducta de persecución física o sicológica que realiza el alumno o alumna contra otro, al que elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a la víctima en una posición de la que difícilmente puede salir por sus propios medios”.
La agresión puede ser directa –física, verbal o por gestos– y también indirecta. Esa actitud siempre busca dañar la relación social de la víctima mediante la exclusión, y para lograrlo “esparce rumores difamatorios o, también, presiona a otros para que intimiden a la víctima”. Olweus enfatizó en la relación asimétrica el desequilibrio de poder o de fuerza entre el victimario y la víctima.
Para algunas fuentes, esta agresión toma su nombre del vocablo inglés bull (toro o embestir); mientras que en Argentina bulear es recurrir a los insultos, golpes y humillaciones sistemáticas. Otros más llaman a este fenómeno “violencia escolar”, aunque el doctor Arturo Loredo prefiere “maltrato escolar”.
Ahora predomina la intimidación virtual –el acto de agresión por internet–. Cuando éste se extiende a través de las comunidades de la red, se denomina flaming.
Síntomas de un agravio
Cuando niños y niñas presentan huellas de golpes en su cuerpo u ocultan cara y extremidades
Si manifiestan cambios bruscos de estado de ánimo (se deprimen, irritan, angustian o se retraen)
Si sus objetos personales (mochilas, chamarras, equipo deportivo o de cómputo) están dañados o rotos
Si cambian sus hábitos de estudio (bajas calificaciones) o alimenticios (no comen o comen demasiado)
Si esgrime pretextos para no asistir a la escuela o para cambiar de plantel
Si constantemente se siente cansado, enfermo, somnoliento
Cuando orinan en la cama, se muerden las uñas o presentan caída de cabello
¡Auxilio, me acosan!
En uno de días más tormentosos, Carlos encontró en la biblioteca de su escuela un folleto del bullying que decía “no estás sólo”, y ofrecía un número de ayuda telefónica. “A ver qué pueden hacer por mí –dijo mientras marcaba, nervioso–. Y escuché una voz que preguntó cuál era mi problema.
“Les dije que necesitaba que me ayudaran porque me molestaban en mi escuela, que me acosaban, y me dijeron que me iban a dar una cita. Luego fui con mi mamá y los sicólogos nos dijeron qué hacer”. Cecilia sonríe al ver a su hijo; lo siente más seguro. Confiesa que antes, cuando el niño salía de la escuela, “tenía que enviar a alguien a cuidarlo para que no le hicieran algo. Ahora ya está mejor”.
Carlos sabe ahora que “no soy el único, y que así como me sentí se sienten los demás, y como decía el papelito, no estoy solo. Esto me sirvió para enfrentar este problema y tratar de ponerle fin”.
Los números de la campaña Escuelas sin Violencia son 5080 5705, 5080 5706 y 5080 5721. Además, la página web www.educación.df.gob.df y el correo [email protected].
La Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, a través del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública, dispone del teléfono 5533 5533 para quejas por abuso escolar. Se pueden enviar mensajes de texto al número 5533. Otro portal para orientación es www.yodenuncio.org
Nuevo espacio del abuso
El hostigamiento laboral es el nuevo fantasma que recorre el mundo. El doctor en derecho Gustavo Fondevila hace tiempo que explora las formas de este fenómeno. Su estudio El hostigamiento laboral como forma de discriminación: un estudio cualitativo de percepción describe que el mobbing es un comportamiento negativo entre superiores e inferiores jerárquicos que se relacionan en una organización laboral.
A causa de esta conducta, el afectado es sometido a ataques sistemáticos, directos o indirectos, durante largo tiempo y de manera continua. El mobbing se percibe de distinta forma según la posición socioeconómica del afectado: en los sectores de escasos recursos, se percibe como una forma de discriminación social, sostiene el especialista en administración de justicia.
Aunque este fenómeno tiene patrones similares a nivel internacional, también se le percibe de forma diferente según las culturas. Por ejemplo, sostiene el profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, en México el tipo de acoso laboral más extendido es el congelamiento: ignorar y “hacerle el vacío” a la víctima o víctimas.