A pesar de que Estados Unidos explotó la imagen de la mujer reprimida para justificar su invasión a Afganistán, nada ha cambiado para millones de afganas. La mayoría carece de los más elementales derechos a pesar de las leyes de equidad que se promulgaron desde 2004. El uso de la burka, que tanto escandaliza a Occidente, es lo que menos les preocupa a las mujeres, que pueden morir a manos de sus esposos, familiares o funcionarios por no complacerlos sexualmente o por reclamar equidad
Damy A Vales Vilamajó / Prensa Latina
Tras una década de ocupación militar, las mujeres de Afganistán reclaman justicia y esperan abrazar la libertad más allá de eliminar el tradicional uso de la burka.
Desde enero de 2004, la constitución del país admitió la igualdad de género en lo referente a derechos y deberes, según reza en el artículo 22 de la carta magna afgana.
Sin embargo, la realidad es muy diferente en esta nación donde los matrimonios arreglados son todo un drama; un 60 por ciento de las mujeres es obligada a casarse cuando es menor, contrario a una ley nacional vigente que prohíbe el casamiento antes de los 16 años.
En la práctica, apenas desde sus nueve años, las niñas son forzadas a establecer una relación conyugal. Esto ha impulsado a muchas mujeres a luchar por sus derechos en esa sociedad plagada de tradiciones machistas.
La administración afgana, presidida por Hamid Karzai, y financiada por la comunidad internacional, aprobó hace más de un año la Ley de la Familia Chii, que regula las obligaciones de los hombres y mujeres de esta confesión islámica.
Arbitrariamente, esa legislación da facultades a los maridos chiíes para privar de la alimentación a sus esposas si éstas no los satisfacen sexualmente.
Especialistas consideran que la decisión no fue más que una estrategia para ganar adeptos de la minoría chiíta en los comicios y resultó denunciada por la organización no gubernamental Human Rights Watch, la cual instó a revocar esa ley contraria a la constitución.
Otros expertos coinciden en la necesidad de aunar esfuerzos para defender los derechos humanos de la sociedad civil que vive sumida en una situación de atraso y extrema pobreza.
Respecto de las mujeres, muchos se preocupan por el uso de la burka como un signo de violación o discriminación, mientras para ellas representa sólo una tradicional pieza de vestir, un velo islámico que cubre el rostro a excepción de los ojos.
El uso de esa prenda como medida para evitar dejar ver el rostro a la luz pública pareciera ser la mayor preocupación de muchos en cuanto a la mujer afgana.
Muchas han perecido en protestas por ser utilizadas como moneda de cambio en los casamientos arreglados, situación acrecentada por la extrema pobreza en que vive la mayoría en el país, debido a la interminable guerra iniciada en 2001 por Estados Unidos.
Otras optan por el suicidio como fin a su agonía y una vida llena de maltratos, que comienzan por los miembros de la familia.
La moda del sacrificio va en ascenso como un escape a la pobreza, el abuso, los casamientos obligados y hasta para enajenarse de las horribles consecuencias de la ocupación extranjera.
En Afganistán, es usual que los hombres con posición adinerada violen a adolescentes y mujeres con total impunidad, y sólo unas pocas sobreviven a las agresiones o logran el divorcio.
Bajo la voluntad irremediable de hombres ofuscados por más de 30 años de conflictos armados que usan la violencia en el nombre de dios, las afganas están desprovistas de leyes que las defiendan de esa mentalidad.
Según Manizha Naderi, directora ejecutiva de una organización no gubernamental defensora de los derechos humanos en esa nación, los refugios que actualmente protegen a las mujeres de este país de homicidios y matrimonios a la fuerza podrían convertirse en prisiones virtuales.
Declaró la existencia de 14 centros de amparo de este tipo, distribuidos por las 34 provincias afganas, y aseguró que las activistas pidieron al gobierno de Kabul abrir más en lugar de interferir en los que ya funcionan.
Entre las tantas estrategias ideadas por las mujeres afganas desesperadas para frenar el creciente maltrato, se encuentra rapar el pelo a las niñas de muchas zonas rurales durante la celebración de las bodas para afearlas y salvarlas de una violación.
Datos de Naciones Unidas y de la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán revelan que ocho de cada 10 mujeres sufren violencia doméstica, y un 60 por ciento es obligado a contraer nupcias antes de cumplir los 18 años.
Asimismo, el 95 por ciento de las niñas que comienza la primaria no logra terminar la secundaria, lo cual provoca que un 85 por ciento de las afganas sea hoy analfabeto.
Es por ello que, para las mujeres de esta nación, el problema no radica en usar la tradicional burka, la cual resulta calurosa y cual prisión para muchas, pero prefieren salir del inhumano trato en que viven sumidas e indefensas, sin apenas acceso a la educación y en condiciones de extrema pobreza.
Reportes oficiales indican que sólo en Kabul se registran más de 60 mil viudas, quienes deben llevar el peso de la casa y carecen de derechos por ser mujeres solitarias, mientras deben cumplir con la cultura de la impunidad, muy distante de la sharia o ley islámica.
Excluidas del mundo de la política, ellas apenas tienen derecho a votar en las elecciones y, en regiones del Sur, la participación de las mujeres llega a ser nula.
Aunque el Parlamento cuenta con 64 diputadas, lo que significa un 24 por ciento de representación, las delegadas apenas gozan de permiso para expresarse y no se les concede el derecho a intervenir en la redacción y promulgación de las leyes.