La independencia no permitió a Argelia salir de la violencia. No se devolvió el poder al pueblo, sino que un grupo inicialmente elegido por Francia para proteger sus intereses lo acaparó. Para mantenerse, este grupo no dudó en manipular a unos islamistas y en sumir al país en un nuevo ciclo de violencia. En entrevista, el autor de Argelia, colonia francesa. 200 años de algo inconfesable, Lounis Aggoun, denuncia un sistema de represión de Francia, después apoyado por Estados Unidos
Silvia Cattori / Red Voltaire
Silvia Cattori (SC): Su obra La colonie française en Algérie. 200 ans d’inavouable (Argelia, colonia francesa. 200 años de algo inconfesable) es impresionante. Seiscientas páginas densas y cautivantes que se basan en una amplia documentación y que hablan con empatía de un pueblo maltratado, al que se le ha puesto de rodillas. Se comprende que es el relato de un hombre herido por el sufrimiento de su pueblo y decidido a enfrentarse a esta realidad brutal, a la realidad. ¿Es así como lo vive usted?
Lounis Aggoun (LA): No quiero mezclar mis escritos con el desbordante raudal de contrasentidos y controversias en los que consisten las obras sobre Argelia. ¿Cómo no sentirse herido cuando se es testigo permanente del espectáculo de su pueblo martirizado? ¿Cómo no sentirse indignado después de ver al tirano investirse de virtud y presentarse como el garante de la libertad; de ver al violador, al ladrón, al canalla, en suma, todo lo que hace el Estado argelino, venir cotidianamente a asestarnos lecciones de moral? En el drama argelino, no hay término medio. Por una parte, está el territorio de los colonos (los nuevos, se entiende) y, por otro, el de los colonizados, que viven una realidad espantosa. ¿Podemos dedicarnos simplemente a nuestras obligaciones una vez que se ha tomado conciencia de esto? Por más que lo intento, no lo logro.
SC: Usted afirma en el libro que la historia reciente de Argelia, de sus relaciones con Francia, es muestra de una permanente mentira. Al querer preservar a cualquier precio sus intereses estratégicos en Argelia, ¿verdaderamente obró Francia de manera que después de 1962 Argelia no pudiera acceder a la plena posesión de su soberanía? ¿Para Francia, Argelia valía más que otras excolonias?
LA: Las cosas no se presentan de una manera tan maniquea. Dicho esto, es conocida la obra falsamente liberadora del general De Gaulle en África. ¿Cómo creer que haya concebido en Argelia el proyecto contrario al que era el suyo en el resto del continente? Esto no quiere decir que les deseara el mal a los argelinos. Entre su proyecto de una Argelia independiente, pero en manos de un poder garante de los intereses franceses (sus propias palabras dan testimonio de ello), y la concretización de ello (una abominable dictadura que exacerbó todas las ignominias de la excolonia), hay un margen y un río de sangre. Los argelinos son responsables de los abusos del gobierno tras el alto al fuego del 19 de marzo de 1962 (sean cuales sean las influencias externas, que son reales). Pero la mentira original (que difunden los mismos que pretenden militar por la verdad y la historia) consiste, medio siglo después, en negar que en el punto de partida está la voluntad del poder francés de infiltrarse en la administración argelina. Después es trivial afirmar que el aprendiz de brujo perdió el control de su diabólica criatura.
Todo esto es lo que he querido documentar en mi obra, basándome no en chismes, sino en las declaraciones de los más altos responsables concernidos en el seno del Estado francés y del poder argelino. La verdad está ahí, escrita en fragmentos. Lo único que he hecho es reunir los fragmentos y la verdad ha emergido, irrefutable. Basta con querer mirarla de frente para tratar de reconstruir el futuro sobre unas bases sanas o mirar para otro lado y seguir basando las relaciones entre ambos países en arenas movedizas. Los creadores de opinión podrán seguir pretendiendo (no me hago ilusiones) que Francia no tiene nada que ver en el desastre argelino tras la independencia y que quienes afirman lo contrario no son sino unos excitados inmaduros; los hechos son abrumadores y prevalecerá la demostración.
SC: La afirmación de que la independencia vino seguida “de una primera década de eliminación de las elites y de infiltración” deja en mal lugar la visión romántica, vigente durante las décadas de 1960 y 1970, de una Argelia socialista triunfante, admirable, completamente comprometida con los movimientos de liberación, dotada de brillantes diplomáticos, avalada por una destacable política exterior, ¿era una visión completamente equivocada? ¿Puede explicitarlo?
LA: Entre las venas líricas de Huari Bumédiène [presidente de la República argelina de 1965 a 1978], en la escena internacional y la realidad que se imponía al pueblo argelino, hay una diferencia como de la noche al día. Y como en toda ilusión, la desilusión es tanto más dolorosa cuanto más hermoso es el sueño. Por lo que se refiere a los brillantes diplomáticos (y no se trata de decir que no los hubo), sólo sirvieron de apoyo a unos políticos que estarían implicados en crímenes contra la humanidad si la justicia internacional pudiera estudiar la cuestión. Por lo demás, la respuesta a su pregunta es simple: se puede medir fácilmente la calidad de esta administración con el hecho de que uno de sus miembros más eminentes, Abdelaziz Buteflika, se convirtió en presidente en 1999, casi 40 años después de abonar el terreno para la dictadura argelina y que en este mismo momento prosigue su obra devastadora. Siempre hay que desconfiar de las historias románticas. La vocación de la elite es no sumirse en ellas. Ahora bien, observadores y comentaristas de todo tipo siguen propalando las sandeces que justifican el mantenimiento en el poder del que pretende ser la oposición.
SC: Sin duda, usted tiene razones que le permiten asociar a Ahmed Ben Bella con Bumédiène y Bouteflika. Ben Bella, invitado a la tribuna principal y muy aplaudido, como pude constatar en el Foro Social Europeo en Florencia, Italia, en noviembre de 2002, sigue siendo muy apreciado. ¿Qué tiene en común con ellos?
LA: Ben Bella es el hombre que confiscó a los argelinos la libertad. A ese título, asume la mayor responsabilidad en la desgracia de su pueblo. No recuerdo haber oído de su boca un inicio de autocrítica desde que fue destituido; al contrario, cada vez que interviene es para agobiar a los mejores cuadros políticos de la revolución y para justificar la suerte que les ha sido reservada (con frecuencia, sus asesinatos). Que dé el pego en los foros mundiales muestra la eficacia del trabajo de los historiadores y de los periodistas. Por lo que se refiere a los organizadores de estos foros, con frecuencia son las mismas personas que han sido acunadas por la aventura romántica que usted mencionaba. Son muchos en la esfera de influencia comunista quienes, tras haber sido engañados en 1938 apoyando a Stalin (antes de resituarse en la resistencia), después en 1956 votando a favor de otorgar poderes especiales al ejército para actuar en Argelia (de la misma manera apoyarán otra guerra sucia en 1992, pretendiendo querer salvar a los argelinos de sí mismos y tomando el relevo de una política completamente genocida, llamada sin complejos “erradicación”), creyeron rehacerse una virginidad apoyando al poder totalitario que se instalaba en Argelia. Convirtieron este apoyo en la obra positiva de sus vidas. Por mucho que ahora se les ponga en evidencia, prefieren mirar a otra parte.
Pero su pregunta merece ser ampliada. Cuando se descubren los horrores del actual poder, los crímenes del anterior parecen veniales (los 200 mil muertos de la década de 1990 son un crimen de masas imborrable, pero las vías destructivas en funcionamiento en aquel momento tendrán, a largo plazo, graves consecuencias). A fin de cuentas, viendo la década de 1990, considerada en perspectiva la de 1980 con Chadli, parece bastante suave. Y si se tienen en cuenta los horrores de la década de 1980 de Chadli, el reino de Bumédiène parece ser muestra de la edad de oro de la independencia argelina. Por lo tanto, conociendo las abominaciones del régimen de Bumédiène, la era de Ben Bella (en la que, sin embargo, se fundó la dictadura) parece ser muestra de una época de ensueño. Además de que el tiempo calma los horrores engendrados por los sucesivos poderes; esto traduce el inexorable descenso a los infiernos de los argelinos. Es también esta realidad la que he querido repasar en el libro. Por lo que se refiere a los organizadores de foros sociales, nunca es demasiado tarde para salir del universo onírico en el que se encuentran y es de esperar que dejen de mezclar sus energías con las de los extremos que pretenden combatir…
SC: Todos los capítulos de su libro son apasionantes y merecen ser debatidos. En particular, me gustaría hablar con usted de estos acontecimientos que describe con precisión y que desde 1988 preparan lo peor. Creo que pocas personas saben lo que ocurrió verdaderamente durante estos “años de sangre”. Todo esto es extremadamente abrumador. ¿Hasta qué punto el rostro de Argelia ha quedado trastornado para siempre? ¿Cuándo se podrá decir que todo esto pertenece al pasado?
LA: Un pueblo enjaulado, eso es lo que son los argelinos hoy. Para escapar, hombres y mujeres liquidan todos sus bienes para poder comprar un hipotético pasaje a Europa en barcos destartalados que se hunden en alta mar o en los que corren el riesgo de ser arrojados por la borda por unas tripulaciones que no desean tener problemas con los servicios de inmigración de los países en los que atracan. Si el alma del pueblo argelino se desvive por escapar de la furia, el paisaje en el que evoluciona la población ha sido totalmente destruido.
Los argelinos que deseaban la libertad han sido sumidos en la dictadura. Quisieron imponer la democracia en 1988 y se les sumió en el horror. Hoy sólo conocen enemigos: quienes se pelean a las puertas de su casa para acaparar las riquezas (petróleo, gas, minerales, etcétera) que oculta su subsuelo. Hay también quienes venden armas al régimen que los asesina; quienes querrían salvarles de su supuesta propensión a la barbarie y que experimentan con ellos el arsenal del terror; quienes les acusan de todas las desgracias del mundo y que en nombre de ello se arrogan el derecho a machacarlos. No olvidemos a los medios de comunicación y a las elites occidentales que desinforman al respecto cuando hablan sobre ellos y que se volatilizan cuando se vuelve imperativo defenderles.
En 10 años se descubrirá que las operaciones que se llevan a cabo hoy por parte de un gobierno, al que se recibe con gran pompa en los salones occidentales, son muestra de crímenes contra la humanidad. Y entonces se asistirá no a la condena de estos crímenes, sino a la elaboración de nuevos crímenes aún más abominables que impedirán a la opinión pública occidental abordar en detalle los de hoy. Y, por consiguiente, hoy en día, naturalmente, para evitar que se traten los crímenes de la década de 1990, el poder está tratando de corromper a la población en lo que ésta tiene de más íntimo, sus engranajes sociales. Y en las columnas de los medios de comunicación franceses se retrata a este país como El Dorado económico, un ejemplo de democracia.
SC: Hoy ha quedado claro que el Grupo Islámico Armado era una emanación de los servicios de seguridad argelinos, una “organización tapadera”. ¿Estaba claro para usted en la década de 1990?
LA: Estaba claro para quienes habían escapado de las masacres desde el mismo momento en que enterraban a sus allegados. Pero ¿qué vale la palabra de un torturado cuando nadie consiente en escucharlo, ni siquiera en entenderlo? Basta con no perder lo que es propio del ser humano, la facultad de razonar, para saber que si ciertos atentados eran, efectivamente, obra de islamistas radicales, los más emblemáticos, los que tuvieron mayor repercusión en Occidente; eran demasiado beneficiosos para el régimen y sólo para él como para no ser sospechosos: era esencial que no se hicieran preguntas sobre la identidad de quienes verdaderamente los habían ordenado. Pero ¿para qué sirve saber, para qué sirve incluso que todo el mundo lo sepa si las únicas palabras que se oyen en los medios de comunicación franceses, 10 o 20 años después de los hechos, repiten la misma cantinela falsa? Quienes hace 15 años afirmaban que los emires más sanguinarios, por ejemplo, Djamel Zitouni y Ali Touchent, eran agentes del DRS (Departamento de Información y de Seguridad) son algunos de los grandes responsables de los servicios de seguridad franceses. Es un secreto a voces. Esto no impide a los medios de comunicación hacer como si nadie lo supiera y soltar contrasentidos en todo el periódico.
SC: Quienes están al corriente de estas prácticas secretas, que son muestra de la “estrategia de la tensión” que utilizan los Estados a espaldas de sus ciudadanos, saben o pueden comprender inmediatamente que todo lo que usted describe, y que parece pertenecer a lo inimaginable, por desgracia es muy real, a saber, que un puñado de generales argelinos sumieron deliberadamente a su propio país en el caos, con el objetivo de acusar al Frente Islámico de Salvación (FIS) y que la “guerra de erradicación” contra los islamistas tenía unos móviles ocultos. Pero ¿cómo podría imaginar el gran público, que está desinformado e ignora todo de estas maquiavélicas estrategias, que los culpables no son islamistas, sino los generales que los manipulan? ¿Sabe el pueblo argelino lo que verdaderamente se trama?
LA: Para que una gran mentira sea viable, debe basarse en una parte de verdad. En Argelia siempre ha habido y hay islamistas radicales. Hay islamistas que desean sumir al país en el terror. Hay islamistas que desearían reeditar las “hazañas” de la generación de 1954 contra el colono interior. Pero, como en toda sociedad, son una ínfima minoría a la que los resortes democráticos existentes habrían podido confinar en esta dimensión marginal. El poder, cuyas detestables intenciones se han confirmado, planificó (se trata de una premeditación y no de algo descontrolado) injertarse en esta minoría, a la que hizo crecer con sus propios efectivos, para empujar a los islamistas no a la moderación, sino al radicalismo. A título de ejemplo, el majliss echoura del FIS, su instancia dirigente, pasó a estar en un momento dado bajo el control absoluto del DRS; algunos de sus dirigentes son hoy ministros de Buteflika o diputados y ofrecen el país al saqueo internacional. De todos los dirigentes de primera fila, sólo Ali Benhadj era, sin lugar a dudas, un hombre sincero.
¿Cómo escapar a esta desinformación? Los argelinos lo saben y no se dejan engañar. Evidentemente, no hablo de los argelinos que frecuentan los periodistas u hombres de negocios franceses en los bares de Alleti o Aurassi y para los que la vida es bella. Hablo de la Argelia profunda, de la Argelia de tercera fila. Por lo que se refiere a los europeos que desean librarse de la ceguera, saben que hay que leer y escuchar. Yo añadiría que “los franceses de la Francia profunda” padecen hoy los mismos ataques por parte del Estado francés y son víctimas al mismo título que los argelinos. Por ello, decir la verdad, toda la verdad, cuando se conoce y siempre que se presente la ocasión, es una operación de higiene pública que supera el marco de Argelia. Porque el mundo entero sigue un camino muy malo y lo que se ha convertido en la vida cotidiana de los argelinos corre un grave riesgo de “globalizarse”. Y a continuación se acusará a los franceses de no haber sido lo bastante valientes para esquivar las ofensivas contra las que entonces se habrán vuelto impotentes…
Pero hay que examinar su pregunta con más perspectiva. En una manipulación, no hay que confundir manipulador y manipulado(s), lo mismo que hay que distinguir al desinformador de las personas a las que engaña. No hay que caer en este defecto argelino que consiste en acusar a la víctima de ser víctima. Una sociedad sigue siendo compleja. Y si la gran mayoría dedica la poca energía de la que dispone para salir de ella, para librarse de la trampa en la que se le ha atrapado, no se le puede acusar de estar mal informada, de que le haya advertido mal. El daño se vuelve sobre aquellos cuya vocación es informarlo, advertirlo. No creo que al pueblo le guste que le mientan. De todos modos, todas las personas con las que me he cruzado después de las presentaciones del libro me han pedido en cuanto han acabado de leerlo que les dijera más, e incluso me han sermoneado por haber atenuado la amargura de una información. Ninguna de estas personas me ha acusado nunca de haber dicho demasiado. En cambio, la mayoría de los “guardianes de las líneas editoriales” que me ha llamado para escribir se ha apresurado a ponerme salvaguardas. Me ha reprochado decir demasiado, describir una verdad demasiado cruda. En definitiva, me piden maquillar la verdad para, según creen ellos, no asustar al lector. ¿Acaso ignoran que la menor brecha en una verdad la envenena y mata?
SC: Durante estos años de represión salvaje, François Mitterrand estaba en el poder en Francia. No parece que usted haya apreciado las implicaciones de su gobierno en este asunto. ¿Favoreció este gobierno la política de estos generales argelinos que multiplicaban las operaciones sangrientas contra su pueblo? ¿Las consideró realmente “la muralla defensiva contra el islamismo radical del FIS”?
LA: La coartada de la “muralla defensiva contra el terrorismo” es cómoda. Es una burda artimaña para enmascarar secuestros a gran escala. La responsabilidad de François Mitterrand es monumental. Lo he demostrado. Pero Mitterrand es un hombre y la política es obra colegiada. Presidió gobiernos de izquierda y de derecha: de todos los políticos que le han rodeado, no son muchos los que pueden jactarse de haber mostrado un sentido del honor concerniente a las relaciones con Argelia. Si la responsabilidad es compartida, la de François Mitterrand rebasa todos los límites, en el sentido de que él tenía el poder de actuar noblemente, pero actuó de forma detestable. Se podrían escribir libros y libros sobre este asunto.
Dicho esto, no hay que minimizar los peligros del islamismo radical. Y muchos de los exdirigentes del FIS (aquellos que aspiraban a devolver al pueblo argelino su dignidad, incluso a costa de discutibles contorsiones culturales) tienen una enorme responsabilidad por haber contribuido, por descuido, a sumir al país en el caos. Pero 20 años después de los hechos, se siguen parapetando en el silencio y se niegan a aportar el testimonio que podría ayudar a los observadores a comprender mejor la historia reciente de su país. En otras palabras, se niegan deliberadamente a ayudar a su pueblo a conocer la verdad que les permitiría librarse de los tiranos que padece. Ejemplo, entre otros, es más que evidente que su jefe, Abassi Madani, trabajaba hombro con hombro con el DRS. Hay muchas personas que pueden aportar su testimonio. No lo hacen. Esta falta es aún más mortal que las consecuencias de su amateurismo de hace 20 años.
SC: El Eliseo no podía ignorar que los atentados que causaban miles de muertos estaban controlados por los servicios secretos argelinos. ¿Qué interés tenía Francia en acabar con el proceso de democratización en Argelia y en utilizar la instrumentalización de la amenaza islamista?
LA: El interés de Francia y de François Mitterrand no es algo a lo que se pueda responder puntualmente por medio de una afirmación o una negación. Es cuestión de dinámicas, de engranajes, de realpolitik, de depredaciones económicas, de chantajes, de prejuicios, de un espíritu de revancha mal consumido, a veces de miedo, etcétera. Además, no hay que confundir el interés de Francia con el de sus gobernantes. Cada día que pasa, se demuestra que son, incluso, antinómicos.
SC: Por consiguiente, ¿las potencias occidentales permitieron a los generales argelinos abrir las puertas del infierno por no haber aceptado que prosiguiera el proceso democrático en Argelia y haber aprobado la irrupción por la fuerza del acceso al poder del FIS?
LA: Una vez más, las dinámicas y los engranajes en funcionamiento se extienden durante años, durante décadas. Si se hubiera explicado a los dirigentes franceses que la interrupción de la democracia en Argelia, en 1991, engendraría la década mórbida que se produjo después, sin lugar a dudas lo habrían pensado dos veces. Pero el arte de un manipulador es hacer que las decisiones y los actos que pide ratificar o apoyar oculten las consecuencias que se desprenderían de ellos. Una vez que se revelan las consecuencias, es demasiado tarde; hay que arreglárselas con la realidad y evitar que las cosas empeoren y, por consiguiente, apoyar a una dictadura, a la que basta con presentar como una muralla defensiva contra lo peor.
Pero antes de ir más lejos, quisiera restablecer un hecho: desde hace 20 años, se pretende que la democracia en Argelia va a llevar a los islamistas al poder. Nada es más falso. Cuando su movilización era más fuerte, es decir, en el momento en que el régimen neutralizó a todas las fuerzas democráticas y ayudó al FIS a estructurarse, la popularidad que gozaban los islamistas no superaba el 30 por ciento. En junio de 1991, unas elecciones legislativas debieron haber llevado al poder a una coalición democrática. Los generales argelinos simularon una guerra civil, que duró una noche, para acabar con el proceso democrático y eliminar al único gobierno que había actuado en interés del pueblo argelino, el gobierno de Hamrouche. En cuanto se interrumpió el proceso democrático (con la aprobación del poder francés), el DRS designó un gobierno que tenía el objetivo de lanzar otro proceso electoral con el fin de que ganara el FIS y justificar el final de la democracia que no merecía el pueblo. Después de seis meses de una manipulación gigantesca, el general Larbi Belkheir, artífice de esta operación, anuncia esta victoria cuidadosamente planificada de los islamistas. Sabemos lo que ocurrió después.
SC: Tras la desaparición de Larbi Belkheir y Smaïn Lamari, ¿qué ocurrió con las relaciones entre el régimen de Buteflika y el Eliseo? ¿Y con las actas que se han atribuido a Al Qaeda en el Magreb islámico (Aqmi)? ¿Qué se oculta tras este nombre?
LA: El Aqmi y el DRS son una misma organización; todo lo demás es literatura. Los sinsabores de Francia con el poder argelino provienen de que sus agentes más fieles (Larbi Belkheir y Smaïn Lamari) murieran en 2010 y en 2007, respectivamente. Por lo tanto, Francia se encuentra con un interlocutor que no tiene la misma disposición respecto de ella. El actual amo del régimen, Tufik Mediene, prefiere jugar otras bazas: estadunidense, china, etcétera. Esta guerra subterránea es lo que en el terreno se traduce en secuestros y en las continuas humillaciones infligidas por el Aqmi (el DRS) a Francia. Lo peor es que ni los políticos ni los periodistas, que han practicado permanentemente la mentira, pueden explicar los verdaderos entresijos. Y lo que encontramos en todos los programas de televisión es a los expertos-impostores de siempre, manipuladores para los que la vida de los rehenes tiene un valor ínfimo.
SC: En muchas ocasiones, usted vuelve sobre el papel de Jack Lang, Hubert Védrine, Jean-Louis Bianco, Jacques Attali. ¿Por qué son particularmente censurables estos personajes, tan presentes todavía hoy en los medios de comunicación?
LA: Algunos de estos hombres son buenos consejeros del poder en la sombra en Argelia, en torno a Larbi Belkheir. Por lo tanto, en diferentes grados son los arquitectos de la obra de este hombre: la destrucción de Argelia, y de que se haya devuelto a su pueblo a los tormentos de una colonización peor de la que no osa decir lo que es.