Ante la actual crisis de la civilización, cobra vigencia la teoría de Marx. Necesario, tejer en un destino común a todos los pueblos de nuestra América, y a la humanidad entera
(Para Harry Vanden, al Sur del Norte)
En 1859, a 11 años del Manifiesto comunista, Carlos Marx dio a conocer su Contribución a la crítica de la economía política, en cuyo prólogo sintetiza en 525 palabras el estado de desarrollo de la filosofía de la praxis, cuando aún faltaban ocho para la publicación del primer tomo de El Capital.[1] Allí se refiere al resultado de sus estudios preliminares, que serviría de “hilo conductor” a su labor investigativa. Ese hilo tiene, al menos, siete hebras.
La primera de ellas puntualiza que “en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales”. La segunda agrega que el conjunto de estas relaciones “forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
La tercera añade un postulado que es hoy, quizás, más importante que nunca: el modo de producción de la vida material define, condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Las tres hebras siguientes se refieren a los procesos de formación y transformación de la estructura general así definida.
Por su parte, la cuarta advierte que, al llegar a una fase determinada de desarrollo, “las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes”, con lo cual “se abre así una época de revolución social”. Y la quinta nos dice que el cambio de la base económica acarrea que “toda la inmensa superestructura erigida sobre ella” se transforme “más o menos rápidamente”.
Dada la complejidad de ese proceso, Marx advierte que en esas transformaciones “hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas”, esto es, “las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo”.
Desde esa advertencia, plantea la sexta y penúltima hebra del hilo: ninguna formación social “desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua”.
De ahí que la humanidad se proponga “únicamente los objetivos que puede alcanzar,” en cuanto “estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
La séptima, por último, refiere el hilo conductor a las grandes “épocas de progreso”: en primer término, “el modo de producción asiático”, seguido por “el antiguo, el feudal y el moderno burgués.” A este último le atribuye constituir “la última forma antagónica del proceso social de producción […] que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos”.
Y asigna a ese modo de producción un significado histórico de primera magnitud: “las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa”, apunta, “brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana”.
Todo ello ha tenido una importancia relevante en el debate en torno a la filosofía de la praxis en nuestra América. La afirmación de que ninguna formación social desaparece antes de que se hayan madurado en ella las condiciones materiales necesarias, y de que por eso la humanidad se proponga tan solo los objetivos que puede alcanzar, en la medida en que ya existen o al menos se están gestando las condiciones materiales para su realización, ha tenido especial importancia en este debate.
Esas condiciones materiales, por ejemplo, ¿incluyen la capacidad de las ideas para transformarse en una fuerza material capaz de alterar el curso de la historia en la medida en que se arraigan en la conciencia de las mayorías sociales y orientan sus conductas más allá de la mera reproducción del orden existente?
En países como Panamá es difícil plantear esta pregunta en la medida en que lo que sabemos de nuestra historia no va mucho más allá de su dimensión política. Y esto es tanto más grave cuando atravesamos desde hace un cuarto de siglo por un complejo proceso de transición gestado a partir de la integración del Canal a nuestra economía interna, pero no contamos con los elementos de juicio necesarios siquiera para imaginar, con un sustento adecuado, las opciones que esa transición nos presenta.
En este terreno, las simplificaciones pueden ser tan estériles como peligrosas. Así, por ejemplo, la noción abstracta de modo de producción sólo puede ser tornada en realidad concreta “historizando” su origen y sus modalidades de desarrollo. Así, en nuestra sociedad confluyen tanto legados de formaciones sociales anteriores a la Conquista europea, como de las implantadas a partir de esa Conquista.
Por lo mismo, es muy importante entender cómo esos legados se articulan en torno a –y para– la formación dominante en nuestro tiempo, si deseamos preguntarnos en qué sentido cabe afirmar que nuestra sociedad es parte de “la prehistoria de la sociedad humana”, y en qué y cómo puede contribuir a la superación de ese carácter en todas y cada una de sus dimensiones.
En la América nuestra, el debate en torno a este hilo y sus hebras fue planteado ya en la década de 1920 en la obra de José Carlos Mariátegui, quien supo ver cómo en nuestro origen se enfrentan y articulan algunas de las formas más complejas de aquel modo de producción asiático –como lo que llamara el “comunismo incaico” [2]– y otras, ya decadentes, entonces, de un feudalismo que en su descomposición abría camino para hacer de la península ibérica una semiperiferia del capitalismo naciente en la Europa Noratlántica.
Fue desde allí que planteó en 1928 que el socialismo no era en su origen “una doctrina indoamericana” –ni por otra parte “ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo–, pues se trataba de un “movimiento mundial” del cual no se sustraía “ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental.”
Lo realmente importante era, aquí, que esa civilización conducía “con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica, en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Y a esto añadió su colofón famoso: que el socialismo en la América nuestra no podía ser “calco y copia”, sino que, por el contrario:
Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva.[3]
Y, tras confesar “sin escrúpulo” que “nos sentimos en los dominios de lo temporal, de lo histórico, y que no tenemos ninguna intención de abandonarlos”, agregó:
El materialismo socialista encierra todas las posibilidades de ascensión espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos más rabiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y los pies en la materia.
Tal el hilo, tal el destino al que nos conduce en el laberinto de la crisis de la civilización que conocemos. Tal la tarea, también: tejer en un destino común a todos los pueblos de nuestra América, y a la humanidad entera, con la idea y los pies bien asentados en la materia de nuestro quehacer.
Referencias:
[1] Marx, Carlos; Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[2] “El socialismo[…] está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica”.
[3] Mariátegui, José Carlos: “Aniversario y balance”. Amauta Año III, No 17. Lima, setiembre de 1928. Y agregó además: “La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “antiimperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.” https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1928/sep/aniv.htm
Guillermo Castro H*/Prensa Latina
*Investigador, ambientalista y ensayista panameño.
[ANÁLISIS HISTÓRICO]