Los desastres naturales asociados al clima se incrementan vertiginosamente. Los fenómenos climatológicos emergentes dejan de ocupar los anecdotarios y engrosan los listados de las amenazas a la seguridad mundial. En duda, la capacidad de la humanidad para revertir el cambio climático en los próximos decenios
Stephen Leahy/Tierramérica/IPS-Voces de la Tierra
Cairns, Australia. Las condiciones meteorológicas extremas se vuelven norma a gran velocidad. Así lo confirman las dos semanas de calor estival que cayeron sobre Canadá y Estados Unidos, cuando el hielo y la nieve del invierno aún no se habían marchado.
En marzo de 2012 buena parte de América del Norte se “cocinó” a temperaturas extraordinariamente altas, que derritieron toda la nieve y el hielo invernales y batieron por amplio margen los récords térmicos de los últimos 150 años.
El año pasado, Estados Unidos soportó 14 desastres naturales –inundaciones, huracanes y tornados– que causaron pérdidas por varios miles de millones de dólares.
Un nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés), divulgado el 28 de marzo, abunda en evidencias de que esos eventos meteorológicos sin precedentes, están aumentando en cantidad y severidad, y si se mantiene el actual ritmo de contaminación de gases de efecto invernadero alcanzarán grados preocupantes a lo largo de este siglo.
A partir de 1950 se registraron muchas más olas de calor y temperaturas extraordinariamente elevadas que en décadas anteriores.
Esas manifestaciones seguirán en aumento en los próximos decenios, tal como la frecuencia de precipitaciones intensas en regiones tropicales y en latitudes alejadas del Ecuador, sostiene el Special report on managing the risks of extreme events and disasters to advance climate change adaptation (informe especial sobre el manejo de riesgos de eventos extremos y desastres para promover la adaptación al cambio climático).
Esa jornada especialmente calurosa que se presenta una vez cada 20 años, a fines del siglo XXI ocurrirá cada dos años en la mayoría de las regiones, excepto en las situadas en el Hemisferio Norte y en latitudes lejanas al Ecuador, donde el fenómeno se produciría una vez por lustro.
También es probable que aumente la velocidad máxima de los vientos de los ciclones tropicales, mientras cae o sigue igual la frecuencia de estos eventos en todo el mundo.
Las sequías serán más intensas en el Sur y centro de Europa, en la región del Mediterráneo, el centro de América del Norte, América Central y México, Noreste de Brasil y en el África austral.
“El aumento del nivel del mar, sumado a una meteorología extrema, harán inhabitables muchos lugares para fines de este siglo”, dijo Christopher Field, copresidente del Grupo de Trabajo II del IPCC, que elaboró el informe junto con el Grupo de Trabajo I.
“Sitios que ya soportan estos problemas, como los pequeños Estados insulares y ciudades costeras, como Mumbai [Maharastra, India], podrían ser abandonados en las próximas décadas si no se efectúan importantes reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero”, explicó Field en una conferencia de prensa.
Ya no se discute que el drástico aumento de los eventos meteorológicos extremos es una de las señales más claras de que quemar miles de millones de toneladas de combustibles fósiles ha alterado el clima mundial de forma permanente.
“Todas las manifestaciones meteorológicas se ven afectadas por el cambio climático, porque el ambiente en el que ocurren es más cálido y más húmedo que antes”, expuso a Tierramérica el científico Kevin Trenberth, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.
Esas enormes cantidades de calor y humedad atrapadas en la atmósfera son un potente combustible para los eventos extremos: “Tiene poco sentido debatir si esta o aquella tormenta fue causada por el cambio climático cuando todo el sistema meteorológico mundial está alterado”, señaló Trenberth, uno de los autores de los informes del IPCC.
“El principal mensaje del informe es que ahora sabemos lo suficiente para tomar buenas decisiones sobre el manejo de riesgos de desastres relacionados con el cambio climático. Algunas veces aprovechamos ese conocimiento, pero muchas veces no”, dijo Field.
En 2010, Guatemala y Colombia fueron entre los más perjudicados por eventos extremos, según el Índice Mundial de Riesgo Climático, elaborado por la organización no gubernamental alemana Germanwatch. De hecho, esos países sufrieron más que Rusia, cuya publicitada ola de calor mató a unas 50 mil personas.
El reporte analiza los impactos que tuvieron los fenómenos extremos en la economía y la sociedad en los últimos 20 años.
Entre 1991 y 2010, los 10 países más afectados en daños materiales y muertes fueron todos del Sur en desarrollo: Bangladesh, Birmania y Honduras lideran la lista.
“No hay duda de que las manifestaciones extremas y los daños han ido en aumento –dice a Tierramérica Sven Harmeling, de Germanwatch– y no es porque simplemente ahora haya más infraestructura qué destruir.
“Los países están adquiriendo conciencia sobre los riesgos, pero pocos adoptan medidas para abordarlos pese a que es mucho más barato prepararse que recuperarse de un desastre.
“Es difícil asignar fondos públicos o de donantes para un fenómeno que quizá no ocurra dentro de muchos años. Sin embargo, un país como Honduras, que en 1998 fue demolido por el huracán Mitch y otras tormentas y lluvias intensas posteriores, nunca se recuperó”, señala Harmeling. Y luego comparó: “Bangladesh pudo realizar inversiones importantes en la prevención, por lo cual sufrió menos daños en los últimos tiempos”.
El nuevo informe del IPCC es un “aporte significativo pero tiene lagunas y carece de los últimos hallazgos científicos que especifican mejor los vínculos entre eventos meteorológicos extremos y el cambio climático”, según Harmeling.
El estudio recomienda a países y regiones tomar medidas de adaptación de “arrepentimiento bajo o nulo”, que son aquellas que requieren inversiones modestas o moderadas para elevar la capacidad de soportar los riesgos climáticos.
Por ejemplo: poner en funciones sistemas de alerta a la población sobre desastres inminentes; modificar la planificación del uso de la tierra y del manejo de ecosistemas; perfeccionar la vigilancia sanitaria, el suministro de agua y los métodos de drenaje y saneamiento; así como desarrollar y aplicar nuevas normas de construcción.
Las conclusiones del Índice Mundial de Riesgo Climático y las recomendaciones del estudio del IPCC “deben verse como una señal de alerta –señala Harmeling– y hay que estar mejor preparados”.