A comienzos del Siglo XVIII se agudiza la lucha. En 1701 se sublevan los indios de Nuevo León por la explotación sufrida en las congregas. Los misioneros culparon a los españoles de provocar el levantamiento por sus maltratos. Lo que hicieron fue expulsar a los misioneros de la región, sustituyéndolos por clérigos seculares que cobraban obvenciones parroquiales a los indios, quienes mejor huían de las misiones para ir a luchar. La rebelión se extendió hasta San Luis Potosí. Además, se integraron los pueblos de las huastecas. Y Querétaro, Toliman y Cadenita fueron amenazados por los rebeldes. La guerra se prolongó, y amplios territorios fueron dominados por los indígenas.
El mismo año fray Juan de la Cueva encabezó la protesta en el pueblo de Taretán, Michoacán; atacaron una hacienda y se pertrecharon para resistir en las montañas. Perseguidos, fueron sorprendidos mientras el sacerdote ofrecía una misa, castigando al líder con la muerte y a sus seguidores con la cárcel.
En 1706 atacan los indios de Acaponeta. Los tzetzales se insurreccionaron en Chiapas, en 1712; también los indios de Nuevo León, desde 1709 hasta 1715. A los cinco años, se rebelaron los conchas. Nunca sometidos a los invasores, los seris se vuelven a rebelar en 1724, también los indios de Nayarit. En Baja California sur se insurreccionan en las misiones.
En el centro del país, el otomí Nicolás Martín encabezó una rebelión campesina en San Felipe y San Miguel el Grande en 1735. Ese año protestaron los yaquis contra los mayordomos de las misiones jesuitas en Ostímuri, Sonora, y también los esclavos de Cordoba, Veracruz. A los 2 años se insurreccionaron otra vez los yaquis y los mayos. En 1740 atacan el presidio de Sinaloa.
Para impedir la unión del pueblo explotado, los opresores fomentaron la división entre el pueblo trabajador y entre los pueblos originarios. Se impedía que los indígenas vivieran en los mismos pueblos con otros grupos. Los indios vivían aparte de los mestizos y mulatos, los españoles vivían en ciudades y villas, los negros vivían separados. Así fomentaron el racismo.
Pero también hubo españoles como Gonzalo Guerrero padre del mestizaje como expresión de amor y no de abuso que se unieron a los pueblos y murieron con ellos.
Los mayas tenían una gran tradición de resistencia y surge Jacinto Canek. Décadas antes en 1639, Diego “El Mulato” se había rebelado en Chetumal junto con 50 mil indígenas indignados por los impuestos y el maltrato, los azotes y del pago de tributos. Siendo virrey Joaquín de Montserrat, Canek el 20 de noviembre de 1761 aprovechó una fiesta que se celebró en Cistel, tierra de los cocomes y en la Asamblea le dijo su pueblo:
Hijos míos muy amados, no sé que esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción de los españoles, yo he caminado por toda la provincia y registrado todos sus pueblos y, considerando con atención qué utilidad o beneficio nos trae la sujeción a España, no hallo otra que una penosa e inviolable servidumbre.
Los mayas padecían tributos y trabajos forzados. Según un mandato de 1552, ningún indio podía irse a vivir a otro pueblo sin licencia de los españoles. Eran concentrados en aldeas para vigilarlos, no podían reunirse o salir de noche. Si se ausentaban más de 30 días del pueblo eran castigados con 100 azotes y 100 días de prisión. Tenían prohibido celebrar sus fiestas y seguir sus costumbres tradicionales, no podían casarse sin permiso del cura, a quien se casaba dos veces se le marcaba la frente con un hierro al rojo vivo, y se le quitaba la mitad de sus bienes para el rey. Se les prohibía organizar comidas con invitados, sólo permitían hacerla con una docena de personas en la boda de uno de sus hijos. Se les mandó quemar sus arcos y flechas.
Los castigos sobre los mayas eran terribles. Las campañas de fray Diego de Landa causaron más de 500 muertos. El obispo Toral informó al rey, en 1563, que Landa y sus huestes: sin más averiguación ni probanzas, comenzaron a atormentar indios, colgándolos en sogas altas del suelo y poniéndoles grandes piedras en los pies, y a otros echando cera ardiente en las barrigas y azotándolos bravamente. Viéndose tan afligidos los indios confesaron hechos que no habían cometido y para apaciguar la furia de estos curas, sacaban cadáveres de los panteones para entregarlas a los religiosos… Con estos cadáveres los curas demostrarían la existencia de muchos sacrificios humanos.
Otro informante escribió al virrey …colgando en alto, con piedras de dos o tres arrobas a los pies… azotes hasta que les corría sangre por la espalda y piernas… le arrojaban cera encendida como acostumbraban hacer con los negros esclavos… los indios confesaban desatinos y ser idolatras y que habían sacrificado muchas personas humanas, siendo todo mentira y falsedad y dicho de miedo.
Jacinto se rebeló. En Cistel dijo: Los blancos tienen que decir si Dios les dio permiso para acabar a todos los indios. Está escrito en el libro de Chilam Balam y así lo dijo también Jesucristo que, si los blancos se volvían pacíficos, los indios serían pacíficos. Pero si volvéis vuestra consideración al empeño que parecen tomar los españoles en agobiarnos con continuos trabajos y tiranizarnos con castigos, hallaréis materia para el llanto… El juez de tributos no se sacia ni con los trabajos que cercan en las cárceles a nuestros compañeros, ni satisface su sed de sangre de los continuos azotes con que despedazan nuestros cuerpos… No teman el valor de los españoles, tomaremos por sorpresa a Yaxcabá y pasaremos a tomar la ciudad sin que dificulte la empresa lo fuerte del castillo, ni atemorice nuestros ánimos el fuego de sus cañones… Vendrán en nuestra ayuda una multitud de combatientes mayas y millares de ingleses.
Se levantó en armas. Se hizo llamar Re Jacinto Uc Canek Chichén Moktezuma (Rey Jacinto Uc Lucero Pequeño Moktezuma). El capitán Tiburcio Cosgaya salió a combatirlos, pero fue muerto derrotando a su ejército de 114 hombres. El gobierno principal envió a Cristóbal Calderón de Helguera a vencer a Canek, quien logra juntar a 300 hombres y enfrenta a los españoles en la hacienda de Huntulachae.
El 27 de noviembre, los soldados de Manuel Rejón lo capturan con 112 de sus hombres, lo envían a Mérida, y es condenado a la muerte más cruel: a ser atenaceado, fracturado y quemado; sus cenizas fueron dispersadas.
El 14 de diciembre murió Canek en el Potro de Castigo después de ser golpeado con una barra en la cabeza, destrozándole luego el cuerpo para exhibirlo y con eso lograr amedrentar al pueblo; finalmente lo quemaron.
A fines del siglo XVIII, las rebeliones continuaban, madurando condiciones para la revolución de Independencia. En 1740 estalló una nueva insurrección de yaquis y mayos en Ostimuri, dirigida por Calixto que concluyó en 1745 siendo asesinado su jefe en el presidio de Buenavista. En 1748 se volvieron a alzar los seris en Sonora.
En aquella época las tierras comunales sufrieron el asalto de haciendas y ranchos, proliferando los grupos sin tierra y los indígenas desplazados, se consolidaba el sistema de grandes latifundios; los ingenios y los ganaderos convertían a los campesinos en peones, también las castas sufrían falta de tierra.
A fines de noviembre de 1751 se rebelaron los pimas altos, sobas y pápagos que atacaron las misiones y reales de minas del noroeste de Sonora dirigidas por Luis de Saric. Para desarticular la lucha e inhibir la combatividad de las tribus rebeldes, las autoridades separan a las mujeres y las desperdigan por toda la Nueva España.
Los rebeldes luchaban por conservar sus tierras y su libertad, por seguir cazando y pescando, y no aceptaban congregarse en misiones o presidios. Demandaban que regresaran las mujeres, devolvieran la tierra y quitaran el presidio que habían establecido los españoles.
En 1750 los pápagos atacaron la misión de San Marcel, y por otro lado se sublevaron los indios californianos, se insurreccionaron los apaches y comanches, diestros jinetes que manejaban con maestría tanto las armas de fuego como el arco y la flecha. Los pimas de Tecoripa, Suaqui y pueblos vecinos se unen a la rebelión de 1755 a 1759. Los combatió el gobernador Juan de Mendoza quien murió en una batalla en 1760. En 1762 el capitán Vildósola dirigió la campaña contra los seris.
En el centro del país estallaron en 1762 sucesivas rebeliones en Yautepec, dirigidas por Pascual Santa María, y en Guanajuato, Puebla. En 1766 se vuelven a alzar los seris, pimas y sububapas en el pueblo de Suaqui, Sonora, provocado porque al gobernador del pueblo lo azotaron por orden del padre jesuita de Suaqui.
Las luchas se generalizaron, pero aisladas, inconexas. Hacía falta una acción generalizada para expulsar a los invasores. A fines del siglo XVIII, la rebeldía crecía. En 1774 los apaches atacaron al presidio de Tubac, luego estalló la rebelión en la misión de San Diego de Alcalá, California.
Los mineros sufrían mientras la exportación de oro y plata crecía beneficiando a Europa. De 1761 a 1780 el 56 por ciento de la plata del mercado mundial venía de la Nueva España; de 1781 a 1800, la participación de la plata mexicana subió al 67%. Mientras los pueblos se hundían en la miseria, de 1704 a 1803 se triplicó la exportación de oro y plata.
Mientras que la explotación de los trabajadores se agudizaba, el salario del minero era de dos reales y medio, que en la tienda de raya apenas alcanzaba para cuatro bizcochos, un poco de leña y maíz, y de ahí les descontaban para la limosna de la misa y la que destinaban a los muertos.
Maltrataban a los mineros e iban a traerlos a sus casas para forzarlos a trabajar. Los cargadores eran obligados a llevar más de 100 kilos sobre sus espaldas y subir escaleras altísimas durante horas. Formaban brigadas de “recogedores” y “lazadores” que atrapaban a los “ociosos y vagabundos, mal entendidos y jugadores públicos” para traerlos a las minas.
En Pachuca, en 1776, los patrones bajaron el pago de “partidos”, con lo que los mineros complementaban su salario, causando un motín. También se rebelaron en Izúcar, Puebla. Posteriormente, en 1794, se descubrió la conspiración de Juan Guerrero para derrocar al gobierno y dejar de pagar tributos y abrir el puerto de Veracruz a los barcos de todos los países.
En 1799, siendo virrey Miguel José de Azanza descubrió la “conspiración de los machetes”, dirigida por Pedro de la Portilla, que intentaba comenzar una revolución. Se unían en la Convención Nacional Americana.
El indio Mariano, en Tepic, se rebeló en 1801. Al descubrirse la conspiración se aprehendió a tantos que no cupieron en la cárcel, y hubo de ocuparse un convento. De todos modos, Mariano logró levantar al pueblo de Santa Fe, y al mismo tiempo, no se sabe si de forma coordinada, hubo otra sublevación en Nayarit.
Ocho años después, en 1809, se descubrió la conspiración de Valladolid y en 1810 la conspiración de Querétaro.
Por fin en 1810, en Dolores, Guanajuato, encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla, estalló la poderosa insurrección indígena y popular, en la que participaron también campesinos, mineros, artesanos, trabajadores de los obrajes y sacerdotes del bajo clero para dar fin al cruel dominio español en nuestras tierras. Esta es la historia, pero aún hay quien niegan que sufrimos una invasión o “conquista” española.
Pablo Moctezuma Barragán*/Tercera parte y última