En los últimos 20 años se ha observado mortalidad de grandes superficies de bosques de coníferas en varias regiones del planeta. Este fenómeno se ha ligado al estrés causado por el calentamiento global y que ha favorecido la formación de poblaciones considerables y nunca vistas de herbívoros especializados, como son los descortezadores.
Los descortezadores de coníferas son insectos nativos que están directamente relacionados con la dinámica de poblaciones de los bosques, y viceversa. Es decir, los unos dependen de los otros. Tan es así que los sistemas de comunicación química de estos insectos –que sirven para agregarse en los árboles y generar los bien conocidos brotes– se derivan de los compuestos de defensa que las coníferas secretan en su resina. Lo que da una idea de la larga historia coevolutiva de ambos grupos de organismos. El papel ecológico de los descortezadores es renovar el bosque y promover espacios y recursos para que se regenere. Esto ha sido constatado recientemente en el oeste de Canadá, donde durante el periodo de 1990 a 2000, un total de 18 millones de hectáreas de una especie de pino fueron atacadas por una especie de descortezador nativo. A la fecha, si bien la industria maderera sufrió un gran impacto por carecer de árboles de dimensiones adecuadas para aserrar, el ecosistema de pino no desapareció. A lo largo de las superficies muertas, el bosque generó al menos cuatro estructuras-legado en varios estados de sucesión, en donde el bosqu e de pino con varias estructuras y composiciones se está desarrollando. Este episodio promovió el desarrollo de investigaciones que ligaron directa e indirectamente el cambio climático, la estructura y composición de los bosques con la erupción de poblaciones gigantescas de descortezadores.
De tal suerte que la sociedad tiene una ambivalencia respecto a los descortezadores debido a que causan la muerte de árboles. Sin embargo, sin importar qué se piense, los descortezadores son parte del ecosistema y éste, gracias a su resiliencia, tiene los mecanismos para confrontarlos y mantener su composición y funcionalidad, es decir su salud. También es importante estresar que el cambio climático también afecta a todos los organismos, no solo a los árboles. Los descortezadores son afectados por las condiciones climáticas y a través de los árboles mismos. Los insectos son directamente afectados por las altas temperaturas que favorecen ciclos de vida más rápidos, al tiempo que limita su vuelo para encontrar alimento y reproducción, llegando a causar mortalidad de parte de sus poblaciones. Por otra parte, los árboles adultos remanentes después de las infestaciones han demostrado ser resistente a su colonización, y los árboles jóvenes que constituyen la regeneración en desarrollo, no solo tienen defensas formidables para los insectos, sino que no cuentan con el grosor de floema necesario para poder nutrir o ser un sitio de reproducción adecuado. Lo que en conjunto genera condiciones para una alta mortalidad del insecto.
En México, si bien han existido mortalidades de arbolado de pino consideradas no comunes, como es el caso de los pinos piñoneros en el centro norte del país, también han ocurrido en otras especies de pino quizás no de manera tan extensa. En general las diferencias entre las extensiones de mortalidad de coníferas en Estados Unidos o Canadá, con respecto a México, pueden explicarse en buena parte, por la mayor diversidad existente de especies, incluidas la de pino en un mismo sitio, y por la estructura en general incoetánea de los bosques que confiere una mayor plasticidad de defensa a los árboles. A pesar de que las especies de descortezadores en México tienen más generaciones al año que las de esos países, la estructura y composición de los bosques de pino generan condiciones que evitan la formación de poblaciones muy altas de ellos. Siendo estas relaciones un buen ejemplo de la interrelación evolutiva entre los bosques y sus descortezadores.
En México existe una preocupación y normatividad oficial por “controlar” las poblaciones de estos herbívoros nativos por el simple hecho de matar arbolado y bajo la premisa de que están acabando los bosques. Y esto se ha exacerbado por pensar unilateralmente que esta mortalidad ha aumentado debido al cambio climático. Estos controles o saneamientos no ocurren en el resto del mundo en los países mencionados quizás desde la década de 1970. Y ellos buscan prevenir la formación de condiciones que generen poblaciones altas del herbívoro, algo así como hacer rodales “a prueba de descortezadores” y lo logran a través de regular estructura y composición de los bosques. Y no nos referimos al manejo u ordenación forestal para la obtener de manera regular el volumen de producción de madera como se hace en México, sino al efecto que tiene el generar rodales heterogéneos (en especies y edades) que generen condiciones tendientes a producir poblaciones reducidas de descortezadores.
Los saneamientos se centran en el insecto –visión agronómica– y no en el ecosistema que los genera y del cual forman parte y es ahí, con una visión ecosistémica que debemos de buscar la prevención de las poblaciones. Son procesos reactivos, a nivel rodal –no de paisaje– y representan una solución a corto plazo. Ellos tienden a remover material vegetal, y luego entonces la biodiversidad, además de afectar la dinámica del suelo que es primordial para la salud de los bosques. Incluso en muchos casos se aplican insecticidas o fuego para lograr sus objetivos, llevando el impacto negativo del ecosistema a otros niveles. Como es bien sabido, ese bosque será “saneado” nuevamente en un futuro cercano, por lo cual no existe realmente una protección del recurso y si, desafortunadamente, los saneamientos hacen más daño al ecosistema que el que irónicamente quieren prevenir. Incluso, se cree que las condiciones generadas en los rodales saneados aumentan la posibilidad de infestaciones futuras.
Mientras se genera más información de cómo realmente el calentamiento global afecta los distintos niveles tróficos en el ecosistema bosque, es impostergable el ejercicio técnico-científico de revisar los fundamentos del manejo de bosques para que tengan un visión ecosistémica y no agronómica de únicamente producción de madera. De igual manera, se haga una revisión de las leyes y normas que, igualmente con visión de sanidad – no de salud -, definen a los descortezadores como plagas y determinan medidas de control y no de prevención del impacto de estos insectos en los bosques. Ambos organismos llevan millones de años co-evolucionando y nosotros, los humanos, ilusamente creemos que por que hay más estrés los unos terminaran con los otros. Y aún peor, queremos controlar los impactos con medidas simplista que desafortunadamente no evaluamos y conocemos cómo afectan en realidad al ecosistema. La crisis ambiental nos debe de hacer más críticos y reflexivos de lo que hacemos para no contribuir negativamente a lo que suponemos estamos tratando de enmendar.
Jorge E Macías Sámano*
*Con más de 35 años de experiencia en los campos de la salud forestal y el uso de semioquímicos. Ha tenido una extensa experiencia en el campo en Norte y Centroamérica y el Caribe. Biólogo por la ENCB-IPN, México, completó una maestría en Manejo de Plagas y un PhD en Ecología Química por la Simon Fraser University, Canadá, y pasó 8 años trabajando en entomología forestal en Columbia Británica, Canadá, e Idaho y Washington, Estados Unidos. Después de completar su PhD regresó a México y se desarrolló como profesor investigador en ECOSUR, campus Tapachula, Chiapas. Retornó a Canadá con su familia en 2011 y desde entonces trabaja como consultor privado en el área de salud forestal y manejo de plagas forestales en el norte, sur y centro de América. A partir de 2020 comparte su experiencia y conocimiento con Synergy Semiochemicals Corp. Canadá, donde actualmente es el director de investigación.
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