La nueva doctrina de la OTAN no se refiere sólo a los objetivos, sino también a los métodos. En el “imperio del caos”, los costos de muerte y miseria los paga principalmente la población civil. La violación masiva de los derechos humanos contra niños, mujeres ancianos y hombres es un castigo “natural” por permitir que su régimen desafíe el dominio absoluto de Estados Unidos
“El nuevo modelo defensivo” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se desarrolló desde la agresión de Estados Unidos-OTAN contra la antigua Federación Socialista Yugoslava. Entre las hipótesis que están emergiendo en el presente trabajo se encuentra la necesidad imperialista de una expansión hacia Oriente.
Sin embargo, es importante intentar comprender la totalidad de esta estrategia estadunidense de expansión de la OTAN, que es mundial. Algunos elementos útiles para una interpretación exacta son, por cierto, los contenidos en un artículo publicado en el periódico Al-Ahram Weekly en agosto del 1999. Dicho texto vio la luz pública luego de que en Egipto el almirante estadunidense David Stone anunciara públicamente que “siguen las reuniones entre no pocos países del frente sur del Mediterráneo, incluido Egipto, donde el Comando General de la OTAN está trabajando sin tregua por un ampliación de los Estados miembros hacia el sur”.
Hay que subrayar que, por cierto, en el contexto de las así llamadas “actividades atlánticas en el Mediterráneo”, las reuniones por la ampliación de la OTAN hacia sur había comenzado desde hace unos 5 años antes. Y habían interesado a Egipto, Mauritania, Tunisia e Israel.
La influencia de la OTAN dentro de esta nueva visión alcanza, por ende, más allá del área euro-asiática. Esto implica la construcción de una red más amplia de bases y un incremento de las innovaciones tecnológicas en el campo de las armas.
Hasta este momento se destaca el papel de la OTAN, que ya no es únicamente defensivo. Ahora determina los conflictos, los niveles de cooperación y selecciona –de hecho– a nuevos miembros.
En el pasado, antes de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del bloque socialista, frente a la imposibilidad de aventurarse en una guerra de agresión directa, la OTAN y Estados Unidos intervenían en el Mediterráneo del sur, y en particular en Oriente Medio, de manera oculta, desde la sombra, a través Israel, con el objetivo de bloquear la influencia soviética en esta región.
Pero luego de la crisis en la URSS, el mundo árabe, es decir, los regímenes árabes, comparten con la Alianza Atlántica del Norte muchos intereses económicos y políticos: petróleo y seguridad, principalmente. Un punto de inicio fue el control de las organizaciones islamistas, la prevención y represión del así llamado “terrorismo”, hasta el control de los flujos migratorios hacia Europa.
Al mismo tiempo, vemos que la OTAN ya formalmente ha ampliado su concepto de “objetivos de seguridad” hasta integrar abiertamente la posibilidad de intervenir en las cuestiones internas de algunos Estados, como en Kosovo, Croacia y Bosnia, por ejemplo. Estados Unidos, a través de la OTAN y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), ha intervenido en los asuntos internos de cada nación, en este caso la Federación Yugoslava. Luego fue D’Alema, al darle una definición que en el derecho internacional no tiene algún precedente: la de “injerencia humanitaria”.
Bajo este mismo cínico “concepto” se generaron las condiciones para la agresión contra Irak.
Bush, la guerra en Iraq y el “imperio del caos”
El plan estadunidense de atacar e invadir Irak se vuelve realidad luego de la ocupación militar de Afganistán, en noviembre de 2001. El presidente George W Bush colocó a Irak, en 2002, en el primer lugar entre los países que hacen parte del así mal llamado “eje del mal”. Además de ubicar a Afganistán e Irak, el entonces presidente colocó también a Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Siria, Libia e Irán.
Se trata, de hecho, del comienzo de una nueva estrategia en la Casa Blanca, la que muchos analistas han definido como la del “imperio del caos”, donde Estados Unidos y la OTAN tenían como plan una guerra relámpago, con una duración aproximada de entre 5 y 30 días. Creían que era el tiempo necesario para aniquilar los Estados y gobiernos enemigos a su política, y el tiempo en lo cual, según los analistas militares del Pentágono, Estados Unidos era capaz de proseguir una guerra con sus recursos humanos y tecnológicos-militares.
Luego de la Primera Guerra del Golfo, en 1991, Irak fue puesto bajo un terrible bloqueo económico, financiero, político y militar que en sólo 10 años provocaba casi 1 millón de muertos, entre estos, unos 500 mil niños: un genocidio provocado no sólo por la desnutrición y la falta de medicamentos, sino también por la carencia de agua potable y por las enfermedades.
¿Cómo se llegó a este punto en el que la población civil sufrió toda la furia? Estados Unidos desarrolló un plan bien determinado: ante todo, bombardearon las plantas de depuración y los acueductos para provocar una crisis hídrica. Desde luego, el bloqueo se reactivó para que Iraq no pudiera importar los sistemas de depuración. Las consecuencias sanitarias fueron espantosas y fueron planeadas desde el comienzo con el objetivo de crear las condiciones por un colapso de este país. Otras víctimas fueron provocadas en los años sucesivos a la primera guerra por medio de los proyectiles con uranio empobrecido, utilizados en forma masiva y criminal por las Fuerzas Armadas estadunidenses y de la OTAN.
La Segunda Guerra contra Irak resultó aún más difícil de hacerla, pues había ya el precedente que se dio en los años 1990 y 1991. La diferencia desde ese entonces es bien sencilla: el Irak de Sadam Hussein no estaba cometiendo ningún tipo de agresión en la región y estaba respetando la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, permitiendo a los inspectores de esta institución internacional de monitorear todos los sitios y verificar si existían armas de destrucción masiva (inspecciones que siempre resultaron negativas). Por ende, es más difícil para Estados Unidos fabricar las justificaciones “legales” de una guerra y, sobre estas condiciones, obtener un convalidación internacional similar a la del 1991.
La administración de Bush de todas maneras decidea ir hasta la fin, sin pensar en las reacciones. Crea una serie de “pruebas” que, con el devenir del tiempo, resultaran falsas sobre la supuesta existencia de un enorme arsenal de armas químicas y bacteriológicas, que según ellos están bajo control iraquí, además de una supuesta capacidad para construir en un breve tiempo unas armas nucleares. Al momento en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no autoriza la guerra, la administración Bush lo ignora y unilateralmente opta por un ataque militar.
La guerra comienza el 20 de marzo de 2003 con el bombardeo de Bagdad y los demás grandes centros urbanos, entre éstos Faluya. Estados Unidos utilizan armas químicas, en específico, fósforo blanco sobre civiles. Los muertos se contarán en 1 millón, entre estos, decenas de miles de niños.
Luego del bombardeo por parte de las aviación anglo-estadunidenses, los marines entran en la antigua Babilonia desde Kuwait y el 9 de abril ocupan militarmente Bagdad. La “guerra relámpago” concluye en pocas semanas, el plan de los analistas militares estadunidenses parece realizado de manera quirúrgica. Del ejército leal a Hussein y de su Partido Baaz no hay signos. La operación “Iraqi Freedom” es presentada como una “guerra preventiva” hacia la “exportación de la democracia”. Fue propio con esta guerra que se puso en arma el principio enunciado por el Pentágono (recogido por Quadrennial Defense Review Report, el 30 de septiembre 2001): “Las Fuerzas de Armadas estadunidenses deben ser capaces, bajo directiva del presidente, de imponer la voluntad de Estados Unidos a cualquier adversario, incluido a Estados y entidades paraestatales, cambiar el régimen de un Estado adversario u ocupar un territorio extranjero hasta que todos los objetivos estratégicos estadunidenses sean realizados”.
Ahora bien, además de la “voluntad de Estados Unidos”, hay también la voluntad de los pueblos a resistir y la imposibilidad de Estados Unidos de mutar su propios intereses imperialistas en un imperio abierto como los que históricamente conocemos, como los imperios romano, otomano, español, que controlaban –de hecho– el territorio y las poblaciones. Aquí el imperialismo estadunidense nunca podrá repetir la dinámica de dichos imperios. Los ocupantes estadunidenses, con todos sus aliados y los mercenarios de compañías privadas, enfrentan una resistencia que jamás habían pensado encontrar. La resistencia es del tamaño de la terrible represión que en la fase inicial de la guerra había provocado en las poblaciones civiles centenares de miles de muertos.
En el momento en que la Resistencia iraquí frena la máquina bélica estadunidense y su “guerra reámpago”, Washington es obligado a actuar a la vieja, pero siempre muy eficaz, política del “divide et impera” haciendo unos acuerdos con unos grupos de chiítas y kurdos para aislar a los sunitas. Y mientras tal política se realiza, Estados Unidos tiene un plan B: “balcanizar” Irak, para poder controlar las zonas petrolíferas y las demás área de interés estratégico. Y esto, mediante acuerdos con unas tribus locales.
Es en ese momento en que entra en acción la OTAN que, hasta ahora ha participado en la guerra con sus propias fuerzas y estructuras. En 2004 se da comienzo a la “Misión OTAN de entrenamiento” con el fin oficial de “apoyar y crear unas fuerzas armadas iraquíes eficientes”. De 2004 a 2011 son entrenados, en más de 2 mil cursos especiales que se realizaron en países de la Alianza, a miles de militares y policías iraquíes, además de que se les entregó armas.
Casi en el mismo periodo, la OTAN envía a Irak instructores y consejeros, para “ayudar el país a crear un sector de seguridad propio y de mando democrático y duradero”; y para “establecer una alianza de larga duración entre la OTAN e Irak”.
Alessandro Pagani*/Quinta de 10 partes
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]