Sin el contrapeso soviético, y con el sometimiento de Alemania y toda Europa, Estados Unidos impone su ley, la del viejo oeste. Su primera intervención armada bajo las siglas de la OTAN fue para destruir Yugoslavia, generar odio y propiciar masacres de civiles inocentes. Fue el primer ensayo para lo que vendría después, sobre todo para Oriente Medio
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) delineó un “nuevo concepto estratégico” que, sin ambages, ya no es únicamente defensivo si no ofensivo. Frente a nuevos escenarios geopolíticos –debido a la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del Pacto de Varsovia que obligaban Estados Unidos y a la propia Alianza Atlántica a limitar sus guerras de saqueo en el mundo– la OTAN pone en práctica en los Balcanes una política de guerra sin precedentes. La crisis política en la Federación Yugoslava, a causa de los conflictos entre grupos de poder y las presiones de las Repúblicas, alcanzó un nivel de guerra civil.
En noviembre del 1990, el Congreso de Estados Unidos vota por la financiación directa de todas las nuevas formaciones “democráticas” de Yugoslavia, dando fuerza, así, a las nuevas tendencias secesionistas en Croacia, donde el parlamento de la República, controlado por el partido de Franjo Tudjman, presenta y aprueba una nueva Constitución donde se desconoce a los serbios como pueblo constituyente y se decreta la independencia de la Federación Yugoslava. La política secesionista del partido de Tudjman desencadenó lo que muchos analistas definen como “balcanización de la región”.
Seis meses después, en junio de 1991, no sólo Croacia sino también Eslovenia proclama su propia independencia. Casi sucesivamente explota la guerra entre el Ejército federal y los independentistas. En octubre, en Croacia, el gobierno de Tudjman expulsa más de 25 mil serbios de Eslovenia, mientras sus milicias ocupan Vukovar. El Ejército federal no se queda con los brazos cruzados, bombardeando y ocupando la ciudad. La guerra civil comienza a extenderse, aunque hubiera podido detenerse.
No sólo Estados Unidos desde mucho tiempo trabaja por encender la región. También Alemania está trabajando con esmero en este sentido, con el objetivo de extender su influencia económica y política en la región balcánica. Se trata de una guerra secreta contra el mismo Estados Unidos. Alemania no acepta el papel que Estados Unidos quiere dar a Europa y comprende que en esta competencia geopolítica entre imperialismos (alemán y estadunidense) no puede quedarse sin tomar fuertes medidas.
¿Puede aceptar Alemania una OTAN bajo mando militar estadunidense? Alemania responde a esta pregunta en diciembre de 1991, cuando reconoce unilateralmente Croacia y Slovenia como Estados independientes. La consecuencia es letal. Sólo un día después los serbios de Croacia proclaman a su propia autodeterminación, constituyendo ipso facto la República Serbia de Krajina.
En el enero de 1992 Europa reconoce Croacia y Eslovenia. Con estas acciones también Bosnia y Herzegovina, que de hecho representa la más heterogénea y grande red étnica y religiosa de la Federación Yugoslava, se encienden. Hasta este momento parece una victoria política de Alemania sobre Estados Unidos, que a pesar del financiamiento del propio Congreso a los grupos independentistas, no pueden detener este aparente suceso.
Llegan los cascos azules de las Naciones Unidas, enviados en Bosnia como fuerza de interposición entre los grupos en lucha, pero intencionalmente quedan atados de brazos: con un número insuficiente, sin medios adecuados y sin precisas directivas, volviéndose rehenes en medio de los combates. En realidad es un montaje: se quiere demostrar la “incapacidad” por parte de las Naciones Unidas de controlar la situación y, por ende, la necesidad que sea la OTAN la que tome en mano las medidas necesarias, es decir, Estados Unidos. En julio de 1992 la OTAN lanza su primera operación como “respuesta a la crisis”, imponiendo un tremendo bloqueo económico, financiero, político y militar a Yugoslavia.
En febrero de 1994, aviones de combate de la OTAN derrumban aviones de las Fuerza Armadas serbo-bosnias que vuelan la zona de excepción de Bosnia. De hecho, se trata de la primera acción militar de guerra desde la fundación de la Alianza. La OTAN, con dicha acción y sin contrapeso alguno, impone sus planes.
Rusia tiene a Boris Yeltzin, hay desestabilidad y vacío poder. La URSS se debilita, y en estos años reaparecen conflictos étnicos-regionalistas, por ejemplo en Chechenia. China no tiene la fuerza político-militar para hacer frente a esta situación. Y el bombardeo de la embajada china en Belgrado lo evidencia. Alemania es incapaz de cambiar el mando de la OTAN. Mientras, estalla la guerra en la región.
La guerra contra Yugoslavia
El conflicto en Bosnia es intermitente. Los conflictos étnicos son fomentados por Estados Unidos por medio de la OTAN, la cual inocula el odio en Kosovo, donde desde muchos años arden en llamas unas reivindicaciones de independencia por parte de la mayoría albanesa.
Es tiempo también de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés). Ésta opera enviando, entre finales de 1998 y principios de 1999, armas y financiamientos para alimentar al Ejército de Liberación del Kosovo (UCK, por su sigla en albanés), brazo armado del movimiento separatista kosovar y albanés. Oficiales de la inteligencia estadunidense entran en Kosovo entre 1998 y 1999, bajo la falsa mascara de observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) para verificar el efectivo “alto al fuego”, pero en realidad para entregar al UCK armas, dinero y tecnología militar y satelital, para que los altos mandos de su ejército secreto pudieran estar en contacto directo con la OTAN en Washington y recibir asistencia sobre las ubicaciones del enemigo y aniquilarlo.
Así fue posible que una banda terrorista adepta a tráficos ilícitos (trata de mujeres, narcotráfico, lavado de dinero) pudo lanzar una terrible y contundente ofensiva militar contra las Fuerzas Armadas federales y los civiles serbios, y todo esto, de hecho, mediante atentados y secuestros, violaciones de mujeres y asesinados de civiles.
¿Por qué nunca hubo juicio, ni condena por estos crímenes de lesa humanidad? ¿Por qué nunca se llevó a la Corte Penal Internacional a los del UCK? La respuesta es sencilla. La Corte responde a los intereses del imperialismo estadunidense y europeo y, por consecuencia, no puede juzgar a sus monstruos.
Se dice que la guerra entre las fuerzas yugoslavas y las del UCK provocaban víctimas por ambos partes. Sin embargo, el patriota ejército yugoslavo es el agredido. Y los caídos son defensores e invasores de una tierra que quiere ser conquistada. Hay una poderosa campaña mediática y política que enciende y prepara a la opinión pública internacional para justificar la intervención de la OTAN, presentándola como la única capaz de terminar con “la limpieza étnica” de los Serbios en Kosovo. Los medios de comunicación ya no sólo hacen “propaganda”, sino que toman un nuevo papel estratégico a favor de la OTAN: la de vanguardia de fuego.
En esta estrategia el objetivo principal es el presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, acusado de “crímenes contra la humanidad” por sus supuestas operaciones de “limpieza étnicas” y, según los medios, es la cara del monstruo, una especie de Hitler. Así se quiere justificar la guerra contra Yugoslavia, mediante una intervención humanitaria que pueda ocultar al mundo el verdadero objetivo, la agresión de Estados Unidos y la OTAN para la conquistas de nuevos espacios vitales.
La guerra denominada Operación Fuerzas Aliadas, comienza el 24 de marzo del 1999. Los aviones de combate de Estados Unidos y de los demás países de la OTAN lanzan sus primeras bombas sobre Serbia y Kosovo, y el presidente estadunidense Bill Clinton se pronuncia textualmente: “al final del siglo XX, luego de dos guerras mundiales y una Guerra Fría, nosotros junto a nuestros aliados tenemos la posibilidad de dejar en las manos de nuestros hijos una Europa por fin libre, pacífica y estable”.
Determinante en esta guerra fue el papel de Italia con su supuesto gobierno de “centro-izquierda”. El gobierno Massimo d’Alema (exsecretario de la federación juvenil del disuelto Partido Comunista italiano) no sólo pone el territorio italiano con su 115 bases y aeropuertos militares a disposición de la OTAN y de Estados Unidos. También los propios aeropuertos civiles quedaron bajo el control de las Fuerzas de Armadas de Estados Unidos. El presidente del consejo, D’Alema, define como “el derecho de injerencia humanitaria” a las acciones de la OTAN.
Son 78 días consecutivos, 24 horas sobre 24, no hay tregua ni descanso. Desde Italia, en papel de portaaviones estadunidense y de la OTAN, despegan las aeronaves para bombardear Belgrado, ciudad que fue medalla de oro al valor militar en la guerra partisana contra el nazi-fascismo. El 75 por ciento de los aviones y el 90 por ciento de las bombas y misiles son de Estados Unidos. Estadounidense es también la red de comunicación, de comando, control y de inteligencia a través de la cual, con directas las operaciones: “De los 2000 objetivos centrados en Serbia por medio de los aviones de la OTAN [documenta sucesivamente el Pentágono] 1999 fueron orquestados por parte de la inteligencia estadunidense y sólo uno por parte de los europeos”.
Los bombardeos aniquilan las estructuras y la infraestructura de Serbia, provocando miles de víctimas entre los civiles. Los así mal y cínicamente llamados por Estados Unidos “daños colaterales” provocados en la salud y en el ambiente son imposibles que cuantificar. Otros daños también se deben al empleo masivo de la OTAN, en Serbia y en Kosovo, de proyectiles que contenían uranio empobrecido, ya probados en la guerra del Golfo sobre civiles.
En dichos bombardeos participan también 54 aviones italianos, que cumplen 1 mil 378 operaciones. El bombardeo no es sólo contra los objetivos indicados por el comando estadunidense, sino también (metafóricamente) contra la propia Carta constitucional de Italia que, en su Artículo 11 se afirma que “Italia rechaza la guerra como instrumento que ofende la libertad de otros pueblos”, una buena e hipócrita declaración de intenciones que choca con los intereses de Estado de una nación, Italia, que, desde su nacimiento en 1861, se ha destacado por sus políticas colonialistas e imperialistas.
Por supuesto, Italia no se estrenaba en una agresión militar con propósitos imperialistas. Anteriormente fue contra las humildes poblaciones campesinas del meridione –aquí el nacimiento de la llamada cuestión meridional en Italia, que tanto explicaba Antonio Gramsci en sus escritos– colonizadas por los Saboyas; sucesivamente con las agresiones de Mussolini en los Balcanes, Libia, Grecia y Eritrea.
Italia nunca ha dejado sus políticas de agresiones contra los pueblos Mediterráneos. Pero se necesitaba un gobierno de “centro-izquierda” y un “excomunista” como presidente del consejo de los Ministros, para justificar la guerra de rapiña contra Yugoslavia. “Por número de aviones, estuvimos segundos sólo detrás de Estados Unidos. Italia es un gran país; que nadie se sorprenda sobre el compromiso que ha demostrado en esta guerra”, declaraba el presidente del consejo de los ministros D’Alema durante su visita cumplida el 10 de junio de 1999, subrayando que, para los pilotos que han participado, fue una “gran experiencia humana y profesional”.
Así que D’Alema, que en su juventud –cuando era miembro del Partido comunista italiano– lanzaba cohetes molotov contra la fuerzas antimotines de reacción inmediata italianas durante las protestas estudiantiles de 1968, ahora como presidente de un gobierno supuestamente de centro-izquierda y de un país sirviente de la OTAN y Estados Unidos, reivindicaba como “una gran experiencia humana” lanzar misiles y bombas sobre mujeres, niños y ancianos; derrumbando escuelas, puentes y hospitales.
Precisamente ese 10 de junio de 1999, las Fuerzas Armadas de la Federación Yugoslava comienzan a retirarse del Kosovo y la OTAN pone fin a sus bombardeos. La resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dispone la presencia internacional que debe tener una “participación sustancial de la OTAN” y tiene que ser desplegada “bajo el atento control y comando unificado”.
¿Quién está bajo dicho “control y comando unificado”?
Terminada la guerra, Estados Unidos envía a Kosovo más de 60 agentes de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por su sigla en inlés). A pesar de que no se encontraran las pruebas de las masacres de limpieza étnica para justificar la acusación contra los Serbios, Slobodan Milosevic será condenado a 40 años de cárcel por parte de la imparcial Corte Penal Internacional contra la Antigua Yugoslavia.
Cinco años tras de las rejas después, muere Slobodan Milosevic sin dejar de luchar por su patria y su pueblo. Sus protestas durante su proceso deberían estudiarse en todas las universidades por su valor e importancia política. La misma Corte Penal Internacional lo absolverá en 2016 de la infame acusación de “limpieza étnica”; pero Estados Unidos logra el objetivo de liberarse de un patriota que nunca se arrodilló bajo el imperio más cruel que la historia de la humanidad haya conocido.
Kosovo, donde Estados Unidos concentra una de sus bases militares más grandes en la región, la de Camp Bondsteel, se vuelve como un protectorado de la OTAN. Al mismo tiempo, bajo la protección de las así mal llamadas “Fuerzas de Paz” (Peace Keeping), el UCK en el poder aterroriza y desplaza a más de 250 mil serbios, latinos, hebreos y albaneses “colaboracionistas”.
En el 2008, con la autoproclamación de Kosovo como Estado independiente, se da por terminada la demolición de la Federación Yugoslava. Kosovo se transformará en un Estado de “mafias” y canal para la trata de mujeres y trasiego de droga hacia Europa.
Alessandro Pagani*/Segunda de 10 partes
*Historiador y escritor; maestro en historia contemporánea; diplomado en historia de México por la Universidad Nacional Autónoma de México y en geopolítica y defensa latinoamericana por la Universidad de Buenos Aires
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]