En el marco del 27 aniversario del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional –y con autorización del autor–, Contralínea publica un extracto del libro Movimiento zapatista, democracia radical y sujeto democrático-político, de próxima publicación. La obra destaca que el concepto de democracia para ese movimiento “no busca imponer un poder o hegemonía, sino la construcción plural de un proyecto colectivo, incluyente, democrático de emancipación y liberación, sin dominación, con justicia y dignidad”
Fue nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el corazón de los hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino en el que debía andar el paso del que mandaba. Si se apartaba su andar de lo que era razón de la gente, el corazón que mandaba debía cambiar por otro que lo obedeciera. Así nació nuestra fuerza en la montaña, el que manda obedece si es verdadero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres verdaderos. Otra palabra vino de lejos para que ese gobierno se nombrara, y esa palabra nombró “democracia” es este camino nuestro que andaba desde antes que caminaran las palabras.
(CCRI-CG, EZLN, 27 de febrero, 1994).
El neozapatismo dota de nuevas significaciones sociopolíticas e históricas las reivindicaciones democráticas; asume la globalización económica-tecnológica desde el Aleph en que se ha convertido la red global; establece una descentralización y horizontalidad democráticas, dejando en manos comunitarias los consensos, asumiéndose como asamblea y/o red según las condiciones concretas. Sustenta principios libertarios, democráticos, cristianos, republicanos, neo-socialistas y liberales revolucionarios, así como reivindica lo nacional-revolucionario que viene de la Revolución de 1910 [1].
Plantea demandas básicas en lo social, pero irreductibles y no negociables en lo político, que sólo pueden resolverse con una democracia efectiva y radical, no sólo en lo nacional sino a nivel global, en tanto que la globalización del autoritarismo y la exclusión-marginación que representa el neoliberalismo, permea todos los ámbitos en que se reproduce la propia sociedad mundial y su crisis [2].
El redimensionamiento y la resignificación de la democracia, se plantean a la luz de los procesos globalizadores excluyentes y autoritarios del neoliberalismo, que socava al Estado-nación y a la democracia parlamentaria-representativa-burguesa, en crisis de legitimidad. Es decir, desde la facticidad concreta del neoliberalismo, de sus procesos de crisis, hegemonía y neofascismo (Saxe-Fernández, 2000).
Esta democracia efectiva-comunitaria-local-nacional-global, sólo puede realizarse con la construcción de espacios sociopolíticos autónomos para la constitución de consensos, en los que participen la totalidad de grupos y sectores que se ven afectados por el proceso de globalización excluyente y neofascista.
La globalización de la dominación que representa el neoliberalismo es también su contrario dialéctico: la globalización de la praxis y ética de liberación; la globalización de la resistencia (Dussel, 1998). Y el neozapatismo ha articulado redes de resistencia y solidaridad de pueblos autónomos con autogobiernos, desde una horizontalidad democrática, para deconstruir el poder global-nacional-regional-local de las oligarquías.
La democracia para los zapatistas, es la condición fundamental necesaria como medio para llegar a los fines libertarios y de justicia; pero también es un fin que se reclama como forma de vida y que se resignifica en una praxis política-histórica de liberación permanente. El reconocimiento y la resignificación de la sociedad civil a su vez, como referente fundamental de legitimación e interlocutor plural que abarca todos los sectores excluidos y polarizados frente a la crisis nacional y global del neoliberalismo. Un interlocutor en el que se representa tanto a la clase trabajadora como aun ejército de marginal es cada vez mayor y prescindible para la acumulación de capital.
Resignifica la democracia, al concebirla tanto representativa como participativa-directa, en función de las condiciones fácticas yde una legitimidad
comunitaria-consensual dialógica; no plantea teleológicamente el cambio revolucionario, sino lo considera permanente y posible. Tradición y modernidad, facticidad contra facticidad histórica, ética-política, liberación-emancipación, concurren dialécticamente en un proceso de praxis de liberación.
Resignifica lo político, y con ello la concepción de la democracia, hacia una socialidad democrática que parte del reconocimiento ético e intersubjetivo recíproco del Otro, que asume la dignidad del Otro, desde la alteridad y unidad de un Nosotros trascendental colectivo-comunitario. El zapatismo asume la razón diferencial, la razón dialógica, la intersubjetividad que sólo puede partir de una subjetividad siempre renovada y referida a un sujeto social constituido, en su ser comunitario y libre, en comunión-comunidad.
Los neo-zapatistas enarbolan demandas pluriclasistas, culturales y universales que representan, en su satisfacción, la desaparición de la esencia del neoliberalismo y su razón instrumental-fascista. La universalidad de los derechos colectivos-humanos implica el reconocimiento del Sujeto como Razón en Libertad, en su propio proceso constitutivo de sujeto autónomo-comunitario-dialógico-interdependiente (Lenkersdorf, 2002, 1996).
La democracia zapatista no busca imponer un poder o hegemonía, sino la construcción plural de un proyecto colectivo, incluyente, democrático de emancipación y liberación, sin dominación, con justicia y dignidad: “Que no queremos luchar por el poder del Estado sino construir el poder de la sociedad civil para que ésta sea democrática, plural, participativa, libre, justa, digna, y así construya de una manera cada vez más precisa un Estado pluriétnico, plurinacional, democrático y justo”. (González, 1996).
La radicalidad de esta democracia no la dan las armas ni su vía sino la concepción de lo político y su praxis, desde la cultura de la intersubjetividad y reconocimiento del Otro como Sujeto en-comunión comunidad (Lenkersdorf, 2002 b); en lanzar y recoger la palabra, en la interpelación a la palabra del Otro, pues la democracia radical más que una respuesta, es una permanente interpelación dialógica en colectivo, desde la libertad y la justicia, hacia la consecución de la utopía concreta: No son las armas las que nos dan radicalidad; es la nueva práctica política que proponemos y en la que estamos empeñados con miles de hombres y mujeres en México y en el mundo: la construcción de una práctica política que no busque la toma del poder sino la organización de la sociedad (Marcos, Subcomandante, 3 septiembre de 1996).
Resignificación de la ciudadanía, de lo político, de la democracia, de una praxis política liberadora; de un contrapoder que busca dialécticamente desaparecer junto con su contrario, desde la densidad histórica en la que se resuelve la solución y superación de la contradicción.
La autoreflexión y autoreferencialidad del Sujeto colectivo democrático, que resignifica su praxis sociopolítica, que se ubica y objetiviza y al mismo tiempo se niega [3], representa un proceso de de-construcción del poder y de su contrario; en cuanto negación del mismo, que a su vez se supera para no ser lo que es como alteridad, pero para seguir siendo lo que es en su esencia y singularidad cultural-histórica de identidad: en su historicidad libertaria [4].
La negación para no convertirse en su Otro-contrario, la negación de la negación, debe superarse como tal, no ser lo que es; es decir, el neozapatismo debe desaparecer como tal en el proceso histórico que representa (en correlación al neoliberalismo). Lo cual implicaría vislumbrar el germen de algo nuevo en su propio seno, en su sustancia histórica: la nueva socialidad democrática y dialógica: la libertad siempre renovada, no sólo como satisfacción de la necesidad, ni un estado libre de coerción, sino la contrafacticidad permanente como histórico posible, como realización del ser que puede ser; de lo real a lo posible; la utopía concreta siempre renovada en el horizonte de la historia: la comunidad ideal de comunicación.
La negación del poder y su razón fascista, no implica negar una praxis contrahegemónica, que se realiza principalmente en el ámbito del consenso y consentimiento; es decir, en la dirigencia moral de la lucha, que sólo puede ser viable consolidando la identidad política del alter-ego del poder: la organización de la sociedad civil y las clases subalternas. Identidad constituida, como proceso identitario, en la praxis socio-política dialógica-comunitaria y en la historicidad de un sujeto político que se constituye y renueva permanentemente, en su identidad colectiva-cultural-política.
La democracia debe concebirse tanto representativa como participativa-directa, social y política, sustantiva y formal, es decir, integral; separar algunas de sus dimensiones es una falacia ideológica; una de las reglas de oro de la misma es la constitución de consensos y no el de la mayoría [5], y la legitimidad de estos consensos sólo puede darse con una participación-deliberación-sin dominación de todos los afectados por la norma: Un concepto de legitimación que no ignore las normas éticas básicas de convivencia, debe tener necesariamente en cuenta los principios fundamentales de imparcialidad, de reciprocidad, de justicia y de universalidad, característicos de la ética discursivo-consensual. Además, su obligatoriedad no puede residir ya en una conciencia individual, sino que debe estar fundada en la comunidad de argumentación, y en la argumentación discursivo-consensual como modo procedimental de resolver los conflictos y de legitimar con validez intersubjetiva las normas ético-políticas de convivencia humana (Micheline, 1991: 337).
Estas dimensiones de participación y representación, se asumen de acuerdo a las condiciones fácticas para la realización de los consensos, en los que se considera la más amplia inclusión posible de todos y sus derechos, pues a pesar de que hay obstáculos operativos para tal participación general, como lo señala Bobbio se pueden complementar: la democracia de los modernos es el Estado en el que la lucha contra el abuso de poder se desarrolla en dos frentes, contra el poder desde arriba en nombre del poder desde abajo y contra el poder concentrado en nombre del poder distribuido. (…) Donde es posible la democracia directa, el Estado puede perfectamente ser gobernado por un solo centro de poder, la asamblea de los ciudadanos.
Donde no es posible la democracia directa, a causa de la extensión del territorio, del número de habitantes y de la multiplicidad de los problemas que deben resolverse, es necesario recurrir a la democracia representativa (Bobbio, 1986: 47).
El mandar obedeciendo que practican los neozapatistas como poder ascendente distribuido-compartido, en el que la representación no es suplantación, se realiza en una dinámica comunitaria colectiva de consulta, referendo, plebiscito, revocación y rotación del mandato, que implica la legitimidad comunitaria de los consensos: “Somos asamblea cuando estamos juntos y una red cuando estamos separados”:
Una sociedad construida sobre la base del consenso en que no sea calle la voz de las minorías, sino que forme parte de la voluntad colectiva, es correlativa a la propia concepción de sus estructuras y dinámicas de representación. Los encargados de ejecutar los consensos, los que la comunidad ha designado como sus gobernantes, se han comprometido a servir al colectivo que los justifica como tales (Ceceña, 1999:11).
Este sujeto colectivo-comunitario-democrático, se constituye como tal en la permanente interpelación, renovación o consolidación, en su caso, de los consensos que no son sólo fácticos-contingentes, sino que parten de metacriterios ético-políticos como es la tríada libertaria de: Libertad, democracia, justicia.
El neozapatismo ha señalado permanentemente, que no es posible una sociedad
justa, digna, plural, incluyente y democrática sin uno de los elementos de la tríada libertaria en que se concibe su filosofía política, pues sería un falso dilema asumir uno de sus elementos sin concebir al otro y su propia significación histórica para la sociedad humana, principalmente en cuanto al ámbito de opresión y exclusión en que se desarrolla el capitalismo neoliberal actual: El tríptico Democracia-Libertad Justicia es la base de las demandas del EZLN, incluso dentro de su fundamento mayoritariamente indígena. No es posible uno sin otro. Tampoco se trata de cuál primero (trampa de la ideología que nos susurra al oído: “Pospongamos la democracia, primero la justicia”). Más bien de los énfasis, o de las jerarquías de articulación, de las dominancias de uno de los elementos en los distintos tiempos históricos (algo precipitado en el año de 1994 y en lo que va de este 1995). (La historia de los espejos, 9, 10, y 11 de junio, 1995).
Referencias:
[1] El zapatismo pone de relieve la validez de postulados enarbolados por la tradición socialista, libertaria, cristiana y liberal. Por ello, en este espacio y fin de milenio, el zapatismo representa el entronque y el esfuerzo de recuperación histórica de distintas luchas que se han dado, no sólo a nombre de la democracia, sino incluso pretendiendo superarla (Machuca,1998:28)
[2] En el discurso y la práctica zapatista, la lucha contra el neoliberalismo sólo es posible mediante una acción mundial, compartida por todos los excluidos, discriminados o explotados, puesto que nos encontramos ante el fenómeno de “explotación total de la totalidad del mundo”. Es decir, la explotación abarca no sólo todo el espacio mundial sino también todos sus ámbitos (Ceceña, 1998: 45).
[3] El pensamiento, que en los zapatistas es un resultado de la expresión colectiva, intersubjetiva, cotidiana y viva de su lucha, ha sido uno de los terrenos más subversivos de su quehacer. Es un pensamiento (o una praxis) que no se detiene, que incorpora, que resignifica, que crea, propone y confronta para recoger, para enriquecerse y caminar, que se repiensa a cada paso (Ceceña, 2002: 142).
[4] Es la: “capacidad para encontrar y subvertir en sus condiciones inmediatas los elementos generales de opresión, y para dibujar los puentes de identificación colectiva correspondiente a la dimensión y carácter de esa opresión, determina su pertinencia y las condiciones reales de su acercamiento a la utopía. Es decir, su capacidad para simbolizar la alternativa y la esperanza, para ofrecer caminos de construcción libertaria de significación universal y para instaurar una nueva ética social y política, reconocida y respetada por los demás”. (Ceceña, 1998).
[5] La ley de la mayoría es lo contrario al poder popular y al recurso a la voluntad del pueblo que creó regímenes autoritarios y destruyó las democracias en lugar de fundarlas (Touraine, 1995: 46).
Hugo Santamaría Vázquez*
*Maestro en Estudios Políticos y Sociales. Especialista en el estudio del movimiento zapatista.