Más que síntomas, lo que tenemos en el contexto mundial del capitalismo (y los capitalismos de los “siete”, el grupo de los 20, el europeo y su diversidad… el de los países periféricamente casi siempre dependientes, etcétera) son hechos consumados de la enésima crisis al interior de sus medios y fines, como al exterior del libre comercio más que por la competencia entre sus potencias mundiales, por las exportaciones masivas (legales y echando mano de la piratería o contrabando aduanero previos sobornos) de la producción capitalista de China que, como en los capitalismos tempranos y tardíos, mantiene en sobrexplotación a su mano de obra y la pobreza. Ésta, al estilo del empobrecimiento masivo latinoamericano y las capas de pobreza, despidos, desempleo, que permea a todos los capitalismos asidos al salvavidas del monetarismo en su versión financiera de préstamos bancarios, cuyas quiebras se resarcen con la intervención gubernamental al utilizar el dinero de los contribuyentes.
Por todo el mundo capitalista hace agua el barco que lo transporta y donde “el capitalista moderno es un marino de buen tiempo, por lo que en cuanto estalla la tormenta, abandona los deberes de la navegación, e incluso hunde los barcos que podrían llevarlo a mantenerse seguro en su prisa por echar a los vecinos y entrar en él”, dijo Keynes (en su curso sobre Halley-Stewart, citado en el ensayo de Robert Campbell, La revolución keynesiana: 1920-1970).
Desempleo y pobreza en todos los capitalismos ponen las condiciones para las revueltas obreras, las protestas de los empleados despedidos, de los jóvenes salidos de las escuelas de estudios superiores sin posibilidad de una plaza laboral y el malestar del resto de las poblaciones, cuyas individualidades clasemedieras, degradadas económicamente por los bajos salarios, están reviviendo a Marx, al Marx de las críticas al capitalismo que empollan el fantasma, por hambre, desmantelamiento total hasta los mínimos de bienestar y aumento de enfermedades, que recorre el mundo con visos de materializarse y que son los levantamientos civiles, las protestas callejeras y revueltas políticas, antesalas del estallido revolucionario con la proclama de ¡Pobres, desempleados… uníos!
La alternativa es ¿Marx o Keynes? Esto como en el célebre y vigente ensayo de Hans Kelsen “¿Marx o Lassalle? Cambios en la teoría política del marxismo” (en su libro Socialismo y Estado). Si no hay más camino que la violencia social, entonces Marx, a menos que los capitalistas y sus capitalismos, asidos al clavo ardiente de las concesiones reimplanten el Estado de bienestar, el máximo o pleno empleo, la escolaridad gratuita y laica, el acatamiento de los derechos humanos, las elecciones democráticas y gobernar en beneficio también del pueblo para revitalizar el republicanismo. De otra manera, los hechos de violencia social continuarán y se multiplicarán hasta hacer conexión y en una de esas prende la revolución como violencia para demandar el cumplimiento de las conquistas revertidas por las oligarquías y plutocracias. Las reformas keynesianas han apuntalado la vía pacífica para el estira y afloja entre los dueños de su fuerza de trabajo y los dueños del capital, donde los gobiernos intervienen los mercados para disminuir sus causas y efectos represivos con mediaciones de leyes favorables a los pobres, los desempleados y clases marginadas, en el esquema del imperio de la ley con fines republicanos y democráticos (Kurt L Axell, “Marxismo”, ensayo en el Diccionario de ciencia política, dirigido por Axel Görlitz).
Habrá que cerrar la brecha del capitalismo salvaje y el libre comercio para implantar el final, otra vez, del “dejad hacer, dejad pasar” (Keynes, “El final del laissez-faire”, de 1926, en su libro Ensayos de persuasión). Con todo y los peros de un Douglas A Irwin, ¿Se aproxima el final del libre comercio? (ensayo publicado en Reforma, 14 de mayo de 2010). Si no quieren al profeta armado de Marx y las rebeliones sociales violentas, buscando precipitar las actuales crisis del capitalismo y sus capitalismos, entonces un neokeynesianismo con el Keynes histórico, el estado de derecho democrático-republicano, el impulso a un mercado regulado (no autorregulado por la mano invisible), desmantelamiento de los monopolios, control de la elite del dinero y creación de una economía nacional (Braudel: “En razón de las necesidades e innovaciones de la vida material, como espacio económico coherente, unificado y cuyas actividades puedan dirigirse juntas en una misma dirección”).
Entre Marx y Keynes oscila la solución a la enésima crisis del capitalismo y sus interpretaciones-ejecuciones en los Estados, cuyos gobiernos se han ido derechizando mientras los pueblos están en el umbral de irse más allá de las revueltas y protestas, tal vez a nuevas cuasirrevoluciones motivadas por el creciente desempleo, hambre, concentración de la riqueza, administración de injusticias y corrupción cada vez más descarada y cínica de las elites en los órganos de los tres poderes… existe una desesperación social que solamente espera volver a domesticar al capitalismo, limarle lo salvaje del neoliberalismo económico, con medidas actualizadas del Keynes reformista, con más democracia y republicanismo, para gobernar en beneficio de las sociedades sin discriminaciones, o no hay más que Marx y el marxismo que convoca a continuar las revoluciones nacionales que, de conectarse mundialmente, convertirán a la humanidad en la tea de la violencia para reconquistar el Estado de Bienestar, el imperio de la ley y los gobiernos sometidos a la rendición de cuentas al máximo para combatir corrupción, desempleo, bajísimos salarios e injusticias de los tribunales. No hay más alternativa: ¿Keynes o Marx? ¿O una combinación de ambos?
*Periodista
cepedaneri@prodigy.net.mx
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