Panismo: saqueo y deterioro del patrimonio artístico de México

Panismo: saqueo y deterioro del patrimonio artístico de México

En 12 años, al menos 1 mil 40 piezas de arte sacro fueron robadas en todo el país y 22 recintos religiosos fueron dañados o destruidos. Debido al alto número de incidentes, México es el país en América Latina de donde se sustrae más arte colonial. Puebla, la entidad en territorio nacional donde se registran más robos, seguido por el Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala y Guanajuato

 
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) guarda registro de, al menos, 307 incidentes que implican robo o daño de piezas e inmuebles religiosos. La cifra abarca 11 años de gestiones panistas e involucra el robo de 1 mil 40 piezas de arte, entre las que se encuentran retablos, óleos, pinturas, esculturas, imágenes de bulto, altos relieves y maderas talladas.
 
De acuerdo con el expediente del INAH –solicitado por Contralínea a través de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental– en la lista de bienes robados de los recintos religiosos de todo el país se inscriben 370 esculturas, sean éstas de madera o yeso; 351 pinturas; 205 objetos, donde se incluyen coronas, joyas, limosnas, prendas e incluso pilas de bautismo, y 114 artículos que no entran en dichas categorías como los altos y bajos relieves.
 
De la suma de bienes, más del 60 por ciento fueron sustraídos de iglesias, capillas, templos y conventos poblanos, de donde salieron 282 esculturas, 227 pinturas y 151 objetos.
 
Con 162 robos reportados de 2000 a 2011, y un total de 660 piezas de arte eclesiástico involucradas, Puebla es la entidad más saqueada en el rubro (Contralínea 307). Atrás se encuentran Estado de México con 31 robos en el mismo periodo, Hidalgo con 29, Tlaxcala con 21, Guanajuato con 19, Jalisco con 14, Morelos con 11, Zacatecas con nueve y Oaxaca con ocho robos.
 
Pablo Amador Marrero, investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIE-UNAM), hojea, con tristeza, el expediente de objetos robados. “Se me rompe el alma”, dice mientras repasa con avidez las páginas.
 
El también historiador de arte habla de la importancia de las piezas: “son eslabones de la historia de todas estas localidades y en general de la historia del arte de México. Son señas de identidad de estas localidades que se quedan huérfanas de pasado”; cuando se sustraen, se convierten en objetos descontextualizados y reducen su valor histórico, explica.
 
Sorprendido por la cantidad de robos, el experto sentencia: “Esto es impensable para cualquier país desarrollado o que pretenda serlo”.
  
 
La evaluación de la investigadora Clara Bargellini, también del Instituto de Investigaciones Estéticas, no dista de la de su colega. “Es espeluznante”, expresa, sorprendida ante el expediente.
 
Como especialista en arte colonial y virreinal, Bargellini ha visto de cerca el estado de emergencia en el que se encuentra el patrimonio artístico de México.
 
“Cuando uno va a una iglesia espera encontrar lo que vio ahí la última vez, porque no hay garantías”.
 
Bargellini fue convocada por el Mandato Antiguo Colegio de San Ildefonso para colaborar con la exposición Cicatrices de la fe. El arte de las misiones del Norte de la Nueva España, 1600-1821. La muestra, que permaneció abierta al público durante cuatro meses en 2009, reunió 137 obras de arte, entre pinturas, esculturas, platería, textiles, muebles, mapas y libros, pertenecientes a colecciones mexicanas, europeas y estadunidenses.
 
Relata la experta que cuando fueron en la búsqueda de piezas de arte para montarlas en las salas del Museo de San Ildefonso hallaron reacciones de apoyo y rechazo de las comunidades y el clero. “En Chihuahua el obispo nos apoyó mucho. Les parecía un proyecto importante y les interesaba apoyarlo, eso ayuda mucho; pero también hubo pueblos que nos dijeron: ‘nada sale de aquí’”.
 
Recuerda también que en una de sus visitas a la iglesia de Huaquechula, Puebla, la gente se mostró agresiva. Le preguntaban qué era lo que hacía ahí y le decían que se fuera. Pese a ello, la historiadora de arte les concede la razón: les habían robado una escultura de la iglesia. “Una pieza extraordinaria, bellísima, un San José traído de Guatemala, donde hacían esculturas muy bellas y ya no está”.
 

Recuperación de piezas

 
La tasa de recuperación de piezas es mínima. Pocas veces regresan al lugar del que fueron sustraídas. Ya sea porque no se denuncia el robo o porque se denuncia, pero no se lleva a cabo la investigación.
 
Elisa Ávila cuestiona el papel de las instancias de justicia: “habría que ver qué tanto seguimiento les dan las procuradurías a las averiguaciones previas. Hasta donde llegan las investigaciones de los agentes, generalmente son carpetazos. Quedan las averiguaciones abiertas por años. No hay continuidad. Hay lugares donde venden patrimonio histórico y no hay quién investigue si esos objetos proceden de algún templo de otro estado [de la República]”.
 
Para Pablo Amador Marrero, el sistema es ineficaz. “Hay que atrapar al ladrón y ejercer la ley”. De lo contrario el robo es “verdaderamente fácil. No los atrapan y si no los atrapan siguen robando”.
 
A decir de Clara Bargellini, falta interés por conservar el patrimonio. “Yo creo que no les interesa tanto a los que les debería de interesar. No puede ser que se roben tantas cosas y nunca dan con nadie; qué se puede decir de eso”.
 
Aunque pocos, la investigadora menciona casos de obras recuperadas. Entre ellos una pintura del estado de Hidalgo que fue hallada en el Museo de San Diego, y un relieve de San Francisco perteneciente a una iglesia de Puebla, “una pieza muy conocida”. Compara: “es como cuando roban a La Mona Lisa, todo el mundo sabe lo que es, pero la roban de todos modos”.
 
Elisa Ávila trae a la memoria otro caso, se trató de un cuadro de Tochimilco, Puebla, recuperado porque se ofrecía en venta por internet.
 

Falta de registro

 
Amador Marrero plantea que la dificultad en la recuperación de obra robada radica en la falta de registro. La Auditoría Superior de la Federación ha señalado repetidamente que el Instituto Nacional de Antropología e Historia carece de una base de datos que cuantifique y cualifique el patrimonio artístico nacional.
 
La Iglesia tampoco cuenta con los datos: “Todavía no”, responde el padre José Raúl Hernández, titular del Departamento de Arte Sacro de la Arquidiócesis de México, a la pregunta de si cuentan con el censo. Agrega que el INAH y el Instituto de Investigaciones Estéticas trabajan en ello.
 
“No sabemos lo que tenemos, no tenemos descripciones bien realizadas de ese patrimonio, descripciones pormenorizadas para protegerlo o para tener evidencia a la hora de recuperarlo y de eso somos conscientes los investigadores. ¿Cómo vas a recuperar una pieza si no sabes ni cómo es? ¿Cómo le vas a decir al juez: esta pieza viene de tal lugar, si no sabemos? ¿Cómo vamos a reclamar esa pieza?”, increpa Amador Marrero.
 
El experto pertenece al proyecto Uniarte del IIE-UNAM. El objetivo: registrar, inventariar y catalogar el patrimonio artístico de México para su estudio, enseñanza, conservación y protección. En la iniciativa de Renato González Mello, titular de la dependencia universitaria, participan expertos en cómputo, historia del arte y restauración.
 
Dice Marrero que hacen inventarios por necesidad, porque en parte no se están haciendo y porque les es vital para la investigación. “Se necesita saber qué hay y estudiarlo, conocer el patrimonio”. Precisa que saber lo que se tiene es un elemento de disuasión. Documentar la obra conlleva a que cuando aparece la pieza se tienen argumentos para decir que fue robada.
 

Criminales “expertos”

 
Para robar arte sacro se necesita una alta especialización, conocimientos sobre técnicas, autores, historia y equipo. Elisa Ávila, restauradora del INAH, sostiene que los autores intelectuales del robo son gente muy capacitada, con equipo, que estudia la pieza, el lugar, cómo van a ingresar, a qué hora.
 
Relata la también perito que en Tochimilco, Puebla, se llevaron un retablo que necesitaba ser cargado por, al menos, seis personas. “Es muy grande, muy pesada, un pedazote de madera”.
 
Aunque no precisa el lugar o la fecha, recuerda haber acudido a hacer peritajes a iglesias donde era evidente que los responsables del robo manipularon piezas y descartaron las que carecían de valor estético, artístico, histórico o económico.
 
 

Responsabilidad del Estado

 
Para conservar el patrimonio se requiere de la cooperación de las instituciones y de la sociedad, coinciden los expertos. No obstante, tanto Bargellini como Pablo Amador y Elisa Ávila sostienen que la responsabilidad le corresponde al Estado y a la Iglesia.
 
Fortalecer el trabajo institucional, legislar eficientemente al respecto, ejecutar estrictamente la ley, establecer vínculos estrechos con los involucrados, las procuradurías de justicia, las agencias del Ministerio Público y la Iglesia, son algunas de las acciones que enumeran.
 
 “El patrimonio artístico, la herencia cultural de un país, no puede estar en una situación de simpatías personales, tiene que haber un régimen preciso, informado y activo”, refiere Bargellini.
 
Contrario a México, España, Francia e Italia, naciones que cuentan también con elevados índices de patrimonio, han logrado reducir su número de robos con base en políticas precisas de salvaguarda, especifica Amador Marrera.
 

Problema mundial, sin importancia

 
El robo y tráfico ilícito de bienes culturales ocupa el tercer sitio en el ranking mundial de los mercados ilegales, sólo después del tráfico de drogas y de armas, según estimaciones del gobierno Argentino.
 
En 2008, Diego Marquis, entonces director de Comunicación de la Secretaría de Cultura de Argentina, aseguró que el delito genera 6 mil millones de dólares por año en el mundo.
 
Aunque la International Criminal Police Organization (Interpol) se abstiene de otorgarle un lugar al robo de bienes culturales por la falta de información sustantiva, el delito ocupa un sitio en su portal de internet junto con el tráfico de armas, drogas y personas.
 
Al respecto, la investigadora Clara Bargellini refiere que, en reuniones con la Interpol, los agentes argumentan que para ellos el robo de arte es un asunto relativamente menor; si se piensa que también abordan casos de trata de personas, la historiadora les da la razón. No obstante, aclara que no hay suficiente interés en parar o por lo menos atajar el fenómeno.
 

Restauraciones erróneas

 
En agosto de 2012, los medios internacionales sacaron a la luz la “restauración” ejecutada por una mujer a una pintura del Ecce Homo. El óleo, realizado en 1930 por el artista Elías García Martínez, fue pintado en uno de los muros del Santuario de Misericordia de la localidad de Borja, Zaragoza, al Este de España.
 
La mujer restauró sin autorización ni conocimientos la obra, misma que fue, prácticamente, “destrozada”. Los hechos se dieron a conocer por el Centro de Estudios Borjanos, que en su blog mostró fotografías del antes y después de la pintura, y expresó su “profundo pesar”.
 
Aunque el ayuntamiento de Borja no descartó la posibilidad de emprender acciones legales contra la mujer, su concejal sostuvo que no se puede dar una imagen de impunidad, porque “independientemente del valor de la obra” el hecho es que una persona ha entrado en una iglesia y ha actuado sin permiso, y eso es “una agresión al patrimonio artístico”.
 
Señala Bargellini que en el caso de Cicatrices de la fe, prácticamente todas las piezas que trajeron del Norte necesitaban restauración. Y agrega que aunque el robo es algo terrible, las restauraciones equívocas son igualmente dañinas, en el sentido de que una obra mal restaurada muchas veces es una obra perdida, porque utilizan sustancias que no se pueden quitar, como pintura para automóviles.
 
Ante la falta de registro y una política de conservación e investigación, las piezas de arte sacro y los bienes inmuebles, además de quedar a merced de los traficantes de arte, se enfrentan al paso del tiempo, incendios e inundaciones que desgastan y destruyen el patrimonio artístico.
 
Según el expediente del Instituto Nacional de Antropología e Historia –del que Contralínea posee copia–, de 2000 a 2011, 22 inmuebles sufrieron alguna clase de daño.
 

El caso Chihuahua

 
Baja California, Quintana Roo, Chihuahua y Oaxaca –aunque este último en un grado menor– son los únicos estados que registran además de robos, daños y destrucción por inundaciones e incendios. En 11 años, tres incendios y cuatro precipitaciones pluviales afectaron inmuebles religiosos de las entidades.
 
El 9 de noviembre de 2005 un incendio acabó con cinco pinturas del siglo XVIII: San José con el niño, San Vicente Ferrer, Inmaculada concepción, Nuestra señora del Refugio, y San Francisco de Asís. Los óleos Virgen flanqueada por ángeles, Sagrada familia, Nuestra señora de Guadalupe, Nuestra aeñora del Carmen y La dolorosa, también del siglo XVIII, quedaron dañados por el fuego.
 
Los cuadros permanecían en la Misión de San Francisco Javier de Jicamurachi, municipio de Uruachi, en Chihuahua. La cubierta y pintura interior del inmueble también se vieron afectadas por el fuego.
 
Tres años después, en marzo de 2008, un incendio dañó la pintura interior y cubierta de la Misión de Nuestro Padre San Ignacio de Papajichi, Guachochi,  Chihuahua. La pintura del siglo XVIII Virgen de Guadalupe y la escultura de Santa Ana quedaron totalmente destruidas, mientras que el retablo del siglo XVIII, de pino tallado con rosetón y ornamentos botánicos Sagrario se dañó en un 30 por ciento, y la escultura Virgen inmaculada recibió daños en el 60 por ciento de su estructura.
 
El 1 de julio de 2007, una inundación afectó la cubierta del baptisterio y derrumbó la sacristía de la Misión de Santiago y San Felipe de Janos, en el municipio de Janos, Chihuahua. Al año siguiente, en julio de 2008, la lluvia causó el colapso del 80 por ciento de la antigua Misión de San José, en Ciudad Juárez.
 
En 2010, un incendio en el templo católico de San Andrés Zabache, municipio de Ejutla de Crespo, Oaxaca, dañó monumentos históricos muebles e inmuebles que no fueron especificados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
 

Las irreparables pérdidas patrimoniales

 
Ante la pregunta de qué se pierde cuando se roba o se destruye el patrimonio artístico de una nación, Clara Bargellini habla de la memoria, de las características que le dan personalidad propia a cada obra. “Son como individuos, no son producidas en serie: es una, si se pierde, se pierde para siempre”.
 
También habla de la obra de Miguel de Cervantes: “Si el texto del Quijote se hubiera perdido, quizá digan: no lo hubiéramos sabido, pero de todos modos es una pérdida enorme, en términos de lo que nos da. No estoy diciendo que una figurita de un Niño Dios en una iglesita de Puebla sea igual al Quijote pero en cierto sentido sí: es una pieza única que tuvo una historia en ese lugar, es parte del pasado de la gente, aunque no sean católicos. Se trata de una parte del legado de la humanidad que no se debe perder”, concluye la investigadora.
Para la realización de este trabajo se solicitó entrevista con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a través de Cecil Silva; además se le hizo llegar la petición vía correo electrónico a Alfonso de Maria y Campos, titular; Paloma Sáenz de Miera, directora de Medios; Francisco de Anda Corral, director de Información y Prensa; y Arturo Méndez, subdirector de Atención a Medios. También se solicitó entrevista con la Interpol y la Procuraduría General de la República, al cierre de edición, no se obtuvo respuesta.
 
 
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Fuente: Contralínea 308 / Octubre de 2012