Desde que se dieron a conocer los resultados de las elecciones del 2 de junio, diversos “intelectuales” de los medios de comunicación –como Denisse Dresser, Carlos Alazraki, Pedro Ferriz, Ricardo Alemán, entre muchos otros– quedaron perplejos. Unos se preguntaban: ¿en qué país vivimos? Otros se lamentaban y decían: “siento que me robaron mi país”. Otras personas decían: los mexicanos “se volvieron a poner las cadenas que nosotros les quitamos”. Y así, la comentocracia no hacía sino mostrar prejuicios, sorpresa e incredulidad ante los resultados electorales.
Es interesante analizar el por qué la comentocracia mostró una tremenda incapacidad epistemológica para entender lo que está pasando en México. Y es que el problema de fondo es que ellos han ninguneado, durante décadas, a los habitantes de colonias populares y periféricas, a la clase trabajadora precarizada, a las amas de casa, a los indígenas, a los campesinos, a los autoempleados, a los adultos mayores que vivían en el abandono, a los jóvenes sin oportunidades educativas y laborales, e incluso a los inmigrantes que viven y trabajan en los Estados Unidos. A toda esa diversidad social la han llamado, así, sin más: los pobres, a quienes suelen referirse con desprecio.
Y es que se ha reproducido en las élites de México, durante décadas, una visión mistificada de los pobres, en el sentido de que se ocultan las causas de la reproducción de la pobreza. Se ha invisibilizado lo que este sector muy diverso –como ya hemos dicho arriba– piensa y siente sobre la política, y también se ha sub–representado en prácticamente todos los programas que generan opinión pública en los medios de comunicación. Con ello, también se les ha negado agencia, y ahora que se manifiestan políticamente hablando, vemos a toda la comentocracia completamente descolocada.
Para un estrato social que se autopercibe de clase media alta y alta, a los cuales pertenecen los comentócratas, los pobres son una masa homogénea y sin forma, sin pluralidad interna, a la que tratan con desprecio y condescendencia. Para ese estrato, los pobres son “poquiteros” (que se conforman con poco) y están cooptados por los programas sociales. Claramente, con estas expresiones clasistas lo único que hacen es contribuir a la mistificación de la pobreza. No entienden que en realidad los programas sociales le cambian la vida a las personas que los reciben, porque ahora pueden tener acceso a una vida más digna.
A estos “intelectuales”, la mistificación de los pobres les impide entender lo que está pasando. Este sector de la población no logra entender que todo el amplio y complejo sector de la sociedad que ellos caracterizan simplemente como pobres, para su sorpresa, también piensa críticamente.
Y todo este complejo sector de la sociedad está muy enojado con las élites que se formaron durante el neoliberalismo, con las oligarquías, con el sistema capitalista y neoliberal que, desde hace décadas, les ha empobrecido, invisibilizado, marginado y excluido. Los “pobres” están enojados con un sistema “democrático” de “pesos y contrapesos” que les ha excluido de la vida pública y que ha acrecentado la riqueza en unas cuantas manos. Donde a la corrupción y poder de las élites empresariales-rentistas no se les generaba ningún contrapeso. La dictadura de los poderes fácticos, de los dueños del dinero y de los medios hegemónicos de comunicación se imponía en México sin contrapesos. Pero todo esto está llegando a su fin.
La novedad ahora es que este sector de “pobres” –que preferimos llamar pueblo– ya está empoderado, ideológicamente cohesionado, organizado y movilizado en torno al obradorismo, que ahora ya tiene un nombre más elaborado, porque este movimiento histórico y social ha madurado tanto a nivel teórico como práctico: el humanismo mexicano. Y este sector, que los “intelectuales” catalogan de manera despectiva de pejezombies, le dio a todo el mundo un tremendo baño de realidad al salir masivamente el pasado 2 de junio a las urnas. Y con ello generaron un tsunami de votos todavía mayor que el de 2018, donde el mensaje de fondo fue ratificar, ni más ni menos, el proyecto de nación de la 4T, en donde sí se les incluye. Y con este acto masivo de participación, sorprendieron a todo el mundo. Se mostró que el nivel de rechazo a la 4T no era tan extendido como pensaban los comentócratas, y que el nivel apoyo a la 4T es mucho mayor de lo que se esperaba, sorprendiendo a los propios partidarios de Morena. Toda esta energía y subjetividad social empoderó ahora a un proyecto nacional, encabezado por Claudia Sheinbaum, la presidenta que tendrá el mayor poder político y legitimidad social en la historia reciente de México, para, ni más ni menos, profundizar y radicalizar los cambios ya en curso en la 4T. La posibilidad de hacer reformas constitucionales es una realidad y lo primero que se tiene que hacer es el Plan C: la democratización del poder judicial, de las instituciones electorales y del sector energético.
El mensaje de fondo es éste: el pueblo está empoderado y movilizado, y busca la transformación de todo el sistema económico, político, social y cultural que constituye México. Y con ello, lo que se expresa es un deseo ampliamente popular por mantener el rumbo de la 4T y profundizar las transformaciones históricas en curso. México ya cambió y ahora no hay punto de retorno. Avanzamos ya de manera imparable hacia una economía, una política y una sociedad posneoliberal.
Josafat Hernández*
*DEM-CIDE
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