Obregón: el que vio la Presidencia desde Sonora

Obregón: el que vio la Presidencia desde Sonora

I. Álvaro Obregón (1880-1928) vio la Presidencia dos veces. Una desde Huatabampo, para sentarse en la “silla embrujada”; y otra para ya no levantarse de esa “silla ensangrentada”. De los animales del zoológico político descrito por Blasco Ibáñez, era un jabalí. Aristotélicamente, un animal político: inteligentísimo, pragmático, astuto. La atracción por el poder lo hechizó, armado de la fortuna a la Maquiavelo, que le fue dramáticamente redituable desde que se dejó llevar a la Revolución. Fue un Julio César que también cruzó el Rubicón para trucar esa fortuna en una suerte trágica. Y es que la fortuna es “un río arrollador que, cuando se desborda, anega las llanuras, arranca los árboles, derrumba los edificios y arrastra tierra de unos lugares depositándola en otros”. Zorro y león, Obregón fue una encarnación de El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, con sus virtudes y miserias… Querido y temido hasta que la misma fortuna lo arruinó, confiado en su buena estrella.

II. “Poseía una inteligencia sobresaliente y una capacidad para advertir, a golpe de mirada, las envidias, los celos, las mentiras, las traiciones […] Actuó como un hombre de mundo, dueño de un arsenal de recursos sicológicos para manipular las miserias morales ajenas […] individuo de superlativos, imperativo, de fino cálculo en sus movimientos políticos y militares; generoso con sus amigos y terrible con sus enemigos”. Así lo describe Pedro Castro en la recreación de la biografía política de quien entró de lleno a la Revolución contra el golpe de Estado de Victoriano Huerta. Álvaro Obregón. Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana es un trabajo de investigación extraordinario, concienzudo en sus reflexiones que ofrece la recreación del estadista, casi siempre autoritario, de mano dura… ¡Como que solamente tenía una! Vaya que sí conoce este autor la Revolución de 1910; su orto y su ocaso con el amigo-enemigo de Obregón, el también sonorense Plutarco Elías Calles (1877-1945). Son 11 capítulos sustentados en una fuente documental llevada hasta sus últimas consecuencias, con un utilísimo índice onomástico en sus más de 400 páginas.

III. “Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder”. Y así lo hizo Obregón. Hay que leer esta penetrante biografía para encontrarle sentido al juicio de Max Weber. Muestra un Obregón que puso su misión por “encima de la salvación de su alma”. ¡Qué manera de contarnos la vida y obra de este singular personaje, sin más teoría que la del pensar como relámpago ante los hechos, y así armar la voluntad de quien se autodescubrió para la política con su genio militar y como estratega. Investigador y maestro, Pedro Castro es autor también de los libros: Adolfo de la Huerta: la integridad como arma de la Revolución; Antonio Díaz Soto y Gama. Historia del agrarismo en México; A la sombra del caudillo: vida y muerte del general Francisco R Serrano; y, Soto y Gama: genio y figura. Y nos brinda este texto rigurosamente fundamentado y tan bien logrado de quien cerró la Revolución con su homicidio, que nos pone frente a un político del poder absoluto… El Príncipe mexicano que irrumpió en la escena de 1912 a 1928.

Ficha bibliográfica:

Autor: Pedro Castro

Título: Álvaro Obregón. Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana

Editorial: Era, 2010

*Periodista

 

 

 Contralínea 393 / 06 de Junio al 13 de Julio