Ante nuestros ojos, el nuevo libro de Meyssan

Ante nuestros ojos, el nuevo libro de Meyssan

Las guerras que han devastado Oriente Medio –Afganistán, Irak, Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria– fueron planificadas en una misma estrategia y con un objetivo específico, asegura el periodista francés Thierry Meyssan. Ésta es la tesis central de su nuevo libro, que aborda en esta amplía entrevista concedida a la Red Voltaire

Red Voltaire: Thierry Meyssan, acaba de aparecer su nuevo libro Sous nos yeux 10 años después de la publicación del anterior. ¿De qué trata y por qué dejó pasar tanto tiempo?

Thierry Meyssan: Hace 16 años, yo denunciaba el golpe de Estado del 11 de septiembre. Lo que yo anticipaba en aquel momento efectivamente tuvo lugar: los responsables de aquella operación instauraron un estado de emergencia permanente en Estados Unidos e iniciaron una serie de guerras imperialistas. Mucha gente sólo retuvo de aquel libro el corto pasaje sobre el atentado del Pentágono, pero es un libro de ciencias políticas que debería tomarse muy en serio.

No entiendo por qué me preguntan si sigo “creyendo” todavía lo que escribí en 2002: estoy viéndolo, estoy viviéndolo diariamente. Las ciencias políticas son ciencias empíricas: entre las hipótesis, sólo es posible distinguir las que son ciertas de las que son falsas a través de sus consecuencias. Y el tiempo me ha dado la razón.

Hace más de 1 año que Francia se halla bajo un estado de emergencia, mientras que todas esas guerras han devastado el Oriente Medio Ampliado y dejado más de 3 millones de muertos. Incluso están extendiéndose a Europa con flujos migratorios y atentados terroristas.

En Sous nos yeux [en español Ante nuestros ojos] he querido pasar revista a la planificación de esas guerras y explicar quién las decidió, por qué y de qué manera. Los occidentales abordan ese fenómeno de manera secuencial. Para ellos, en general, no hay relación entre lo sucedido en Afganistán, en Irak, en Túnez, en Egipto, en Libia, en Yemen y en Siria. Dan por sentado que todos esos pueblos aspiran a la democracia pero que ninguno de ellos es capaz de establecerla.

Detrás de esas apariencias discontinuas hay un plan general que primero afectó el Oriente Medio Ampliado y que ahora se extiende a Occidente.

RV: Su libro aparece precisamente en momentos en que la expresión “post-verdad” está particularmente de moda en los medios masivos (para denunciar exclusivamente la supuesta propaganda de la Rusia de Vladimir Putin y las también supuestas mentiras de Donald Trump) y en que el “diario de reverencia atlantista” se autoproclama como una especie de Ministerio de la Verdad con su indescriptible Décodex… El libro que usted nos propone muestra hasta qué punto están invertidos los valores y que estamos viviendo en un mundo que se ha hecho más que nunca verdaderamente orwelliano. ¿Queda aún alguna esperanza?

TM: En Occidente, acabamos de entrar, con la campaña anti-Trump, en la primera fase de la propaganda propiamente dicha, porque es la primera vez que el sistema arremete contra la función que hasta ahora había presentado como suprema. Aparece, en este caso, una evidente contradicción entre las técnicas de “relaciones públicas” y las técnicas de la “propaganda”. En efecto, Donald Trump es un especialista en las primeras pero es una víctima de las segundas.

Una de las características de la propaganda es que sustituye al espíritu crítico. Cuando estábamos en la escuela, no pensábamos que un texto tenía más valor porque fuese de tal o mas cual autor, lo juzgábamos por su contenido. Aprendíamos a leer de manera crítica. La Democracia se basa en ese principio: tenemos que prestar atención a lo que dice cualquier ciudadano, mientras que la monarquía sólo concedía la palabra a la nobleza y a la iglesia –hoy diríamos a los políticos y los periodistas.

Décodex hace exactamente lo contrario. Califica a priori un artículo de cierto o falso según su procedencia. Eso es intelectualmente estúpido y profundamente antidemocrático.

A ustedes no se les ha escapado el hecho que el Décodex está vinculado simultáneamente a la Entente de medios creada por una misteriosa organización no gubernamental, First Draft, y al estado mayor militar de la Unión Europea. De hecho, [el diario francés] Le Monde, al hacer suya esa iniciativa, está muy lejos de poder reivindicar el estatus de simple órgano de prensa. Y, en respuesta a su pregunta, la esperanza no reside en los medios en general sino en que seamos capaces de resistir.

RV: El uso intensivo de la propaganda para vender una guerra no es ciertamente una novedad. Pero con Libia y Siria tenemos la impresión de que se han alcanzado niveles altísimos, raramente vistos anteriormente, exceptuando quizás el momento culminante de la Primera Guerra Mundial, como señalaba últimamente, entre otros, Patrick Cockburn en CounterPunch.

TM: Sí, pero esa comparación es válida sólo para el Reino Unido –o más exactamente para su metrópolis– y Estados Unidos, cuyo territorio no se vio afectado por la guerra y que dominaban la propaganda moderna. En aquella época, Rusia, Alemania y Francia ni siquiera sabían en qué consistían esas técnicas.

La primera novedad es la importancia que tiene actualmente la actividad audiovisual y el uso, más frecuente de lo que parece, de imágenes de ficción que se presentan en los noticieros como si fuesen reportajes auténticos. Me refiero, por ejemplo, a secuencias de imágenes sobre la falsa “revolución verde” en Irán y las imágenes de la supuesta entrada de los rebeldes en la Plaza Verde de Trípoli, en Libia. Esa mezcla de ficción y realidad acaba de triunfar con la entrega, por parte de Hollywood, de un premio en la categoría de documental a al-Qaeda por su puesta en escena de los Cascos Blancos (White Helmets) en Alepo.

La segunda novedad es la creación de una coordinación internacional entre gobiernos aliados para acreditar su propia propaganda. Eso comenzó con el Buró Conjunto de Comunicaciones Globales de la Casa Blanca y de Downing Street [residencia oficial del primer ministro británico]. Hoy en día, esa coordinación la realizan la StratCom Task Force de la Unión Europea y el Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN.

RV: Todo el mundo sabe que “en tiempo de guerra, la verdad es la primera víctima”; todos recordamos algunas manipulaciones y mentiras que la prensa repitió unánimemente en el pasado. Pero, ¡todos siguen cayendo en la trampa una y otra vez! A veces tenemos la impresión de que, como se dice, “mientras más increíble, más fácilmente se lo tragan”. Basta con que lo digan la mayor parte de los medios. A pesar de todo, no todos los periodistas –ni los políticos– son vendidos ni estúpidos. ¿Cómo explicar entonces esta ceguera colectiva, este trance consensual de los medios y los políticos?

TM: La prensa ha cambiado profundamente en los últimos años. En Estados Unidos el número de periodistas disminuyó en dos tercios desde los hechos del 11 de septiembre. En realidad, ya casi no hay periodistas sino muchos redactores que adaptan los despachos de agencias a diferentes públicos. Eso es completamente distinto.

Además, la lógica comercial ha prevalecido ampliamente sobre la preocupación por informar. Violar la Carta de Munich, documento que establece los derechos y deberes de los periodistas, se ha hecho algo cotidiano para la mayoría de ellos sin suscitar la menor condena, ni de parte de la profesión, ni de parte del público. Por ejemplo, nadie protesta cuando la prensa publica la contabilidad de un banco o de un gabinete de abogados, supuestamente en busca de gente que defrauda el fisco; ni cuando un diario publica un acta que debería permanecer secreta en el marco de un proceso de instrucción, supuestamente con intenciones de revelar las ilegalidades cometidas por un acusado. ¿Qué pasa entonces con la debida confidencialidad de esas profesiones? ¿Realmente quiere usted que la prensa pueda divulgar todas las operaciones bancarias que usted hace y el expediente de su divorcio? ¿Quiere usted ser designado como culpable sólo por haber sido interrogado por un magistrado? Entonces, ¿por qué acepta usted eso cuando se trata de personas conocidas?

Para terminar sobre este punto, la prensa y sus lectores ya no buscan entender el mundo y se han vuelto crueles. Hace 20 años, mis lectores me escribían reprochándome que criticaba a tal o más cual individuo sin mencionar sus méritos. Hoy sucede lo contrario, me reprochan rendir homenaje a tal o más cual personalidad sin mencionar que se le acusa de esto o de aquello.

Es porque hemos aceptado esta deriva que nos hemos hecho crédulos, no lo contrario. Los responsables políticos han adoptado nuestro comportamiento colectivo. Y cuando se le pregunta al presidente [francés Francois] Hollande por qué tomó tal o mas cual decisión en política exterior, lo que responde es que tenía que reaccionar a las expectativas de la prensa. Es decir, él no decide su política exterior después de recibir los informes de su administración y de haber conversado con sus consejeros sino leyendo el periódico.

Hemos llegado a un sistema circular: los periodistas siguen a los políticos, que a su vez siguen a los periodistas. Ya nadie está en contacto con la realidad.

RV: Numerosos libros han abordado el tema de las “Primaveras Árabes”, casi todos proponiendo una lectura simplista de hechos que se desarrollan de forma espontanea –el famoso “viento de libertad” que barre a los dictadores establecidos– conforme a la visión romántica, incluso ingenua, parisina, de la Revolución Francesa. En ese contexto, el libro de usted es una nota discordante, ¡es lo menos que se puede decir! ¿Cómo se justifica el análisis que usted hace? O, para plantear la pregunta de otra manera, ¿por qué no es pura y simplemente “conspiracionista”?

TM: En primer lugar, durante la Revolución Francesa, el rey traicionó al buscar la ayuda de los ejércitos extranjeros para reprimir a su pueblo. Así que fue destituido. Pero el jefe de Estado no fue destituido por su pueblo en ninguno de los siete países donde se desarrollaron esas “Primaveras Árabes”. ¿No le parece extraño?

Disponemos además de numerosos testimonios y de varios documentos que demuestran que los anglosajones prepararon esos acontecimientos desde el año 2004. Como siempre existe un periodo de tiempo entre el momento en que se toma la decisión, el despliegue de los elementos necesarios y la concretización del proyecto, y como no tenemos nada de memoria, nos sorprendimos ante algo que ya se nos había anunciado.

No malinterprete lo que acabo de decir. Es cierto que hubo movimientos de protesta en cada uno de esos países, pero ninguno fue una revolución tendiente a derrocar al jefe de Estado y a democratizar la sociedad. Estamos proyectando nuestra propia fantasía en acontecimientos que son de otra naturaleza.

Las “Primaveras Árabes” no son más que la reedición de la “Gran Rebelión Árabe de 1916”: un movimiento que en aquel momento todos creyeron espontáneo. Pero todos los historiadores coinciden actualmente en describirlo como enteramente concebido y manipulado por los británicos. La diferencia es que esta vez no hubo una figura romántica como Lawrence de Arabia, quien llegó a creer en las promesas de sus superiores de Londres. Todo eso se dirigió con un perfecto cinismo.

RV: Thierry Meyssan, quienes le siguen y leen regularmente lo que escribe saben que es usted un hombre de paz. Desde hace más de 6 años está presente en el terreno donde se desarrollan estos conflictos y por eso su mirada y sus análisis tienen un valor extraordinario y merecen como mínimo ser escuchados. Sin embargo, usted cuenta como ha sido en ocasiones actor de los acontecimientos –tanto en Siria como en Libia, en Irán y en Rusia. Se impone entonces la siguiente pregunta. Sin acusarlo a usted de ser “el amigo de los mollahs y de los peores dictadores” –lo cual sería una acusación completamente estúpida– ¿no podríamos pensar que su lucha contra el imperialismo le ciega? ¿O que está usted bajo la influencia de la propaganda del otro bando? ¡O incluso que usted mismo es un vector de esa propaganda!

TM: Yo mismo me planteo esa interrogante cada día y espero que ustedes, los que viven del otro lado de la frontera, se hacen también esa pregunta en relación con ustedes mismos. Donde quiera que uno viva siempre se halla bajo la influencia de su medio. La situación de ustedes en Europa no es mejor que la mía aquí.

Cada uno de nosotros tiene que hacer un esfuerzo para ser objetivo. Eso no es espontáneo. En un conflicto, tenemos que tratar de entender cómo analizan las situaciones nuestros adversarios. No para combatirlos mejor sino para tener la posibilidad de acercarnos a ellos.

Ya establecida esa premisa y sabiendo que la responsabilidad política reside en el hecho optar siempre por la menos mala de las soluciones, no pretendo haber servido a santos ni a los mejores. Es por eso que no he estado al servicio de George W Bush ni de Barack Obama, que destruyeron el Oriente Medio Ampliado; ni de Nicolas Sarkozy, que destruyó Libia; ni de Francois Hollande, que destruyó Siria. He estado al servicio de Hugo Chávez, que sacó a su pueblo del analfabetismo; de Mahmud Ahmadineyad, que industrializó Irán; de Muammar el-Kadhafi, que había eliminado la esclavitud en Libia; y de Bashar al-Assad, que ha salvado la República Árabe Siria de las hordas yihadistas. Nunca me pidieron hacer nada de lo que tuviese que avergonzarme y si me lo hubiesen pedido, yo no lo habría hecho.

RV: Al leer su libro uno siente una especie de vértigo porque lo que usted escribe es radicalmente diferente de la narración que se hace en Occidente. ¿Cómo es eso posible?

TM: En Occidente no hay regímenes autoritarios pero allí la propaganda es cotidiana. Eso sucede porque esa propaganda no es impuesta desde arriba sino esperada abajo. La propaganda no triunfa porque no queramos saber la verdad sino porque no queremos conocer los crímenes que se cometen en nuestro nombre. Somos como los avestruces que meten la cabeza en la arena para no ver.

La mejor prueba de lo que digo es la campaña electoral por la presidencia de Francia. Hasta este momento, prácticamente ninguno de los candidatos ha dicho lo que haría como presidente. Todos explican lo que tendría que hacer su primer ministro en el plano económico, pero ninguno se atreve a hablar de la responsabilidad presidencial a la que aspiran, que son la política exterior y la defensa de la Patria. Sin embargo, en tiempos de globalización, es simplemente imposible obtener resultados económicos sin comenzar por reposicionar el país en la escena internacional. Pero son pocos los que aún se atreven a analizar las relaciones internacionales. Eso se ha convertido en tabú.

RV: Los atentados terroristas de Daesh y Al-Qaeda en Francia en los 2 últimos años modificaron un poco el discurso mediático, sobre todo después de las matanzas del 13 de noviembre en París. Los medios dieron repentinamente cierto eco a las voces disonantes –hasta entonces inaudibles– que cuestionaban la política francesa hacia Libia y Siria y también las relaciones especiales y privilegiadas que mantienen nuestros dirigentes con Qatar y Arabia Saudita. Pero después volvimos rápidamente al statu quo ante según el cual “Bashar” el verdugo tiene que irse…

TM: Una vez más, ustedes toman las cosas al revés. El director general de la Seguridad Interior [francesa], Patrick Calvar, declaró ante una comisión parlamentaria que sabía quién ordenó los atentados pero que no lo diría. En efecto, no es él quien tendría que decirlo sino el presidente de la República, Francois Hollande.

Pero, como explico en mi libro, Alain Juppé y Francois Hollande contrajeron compromisos internacionales secretos que no pudieron cumplir. Sintiéndose engañado, Recep Tayyip Erdogan ordenó los atentados de París y el de Bruselas e incluso se felicitó por ellos de antemano. Esas dos operaciones fueron realizadas por dos comandos diferentes, aunque Mohamed Abrini, del MI6 británico, participó en los dos.

Nuestros sucesivos gobiernos han tomado decisiones tan abyectas que no se atreven a confesarlas. Yo he abordado esa situación en mis artículos, pero sólo a medias. Esa situación no puede mantenerse. No puedo soportar ver morir a nuestros compatriotas en el teatro Bataclan y en las terrazas de los cafés. Escribí este libro para sacar a la luz la ropa sucia y para que logremos un cambio.

RV: Con este libro usted vuelve a sumergirnos en el pasado que, aunque reciente, parecía haber quedado atrás: me refiero en específico al brillante discurso de paz de Dominique de Villepin ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en 2003, y a la intervención militar ilegal contra Libia, en 2011. ¿Cómo ha podido verse en Francia, en tan poco tiempo –sólo 8 años– el triunfo total entre nuestras “élites” de las tesis de los neoconservadores estadounidenses y de su profecía auto-realizada del “choque de civilizaciones” y la “guerra sin fin contra el terrorismo”?

TM: En primer lugar, en mi opinión, no hay tal profecía: el “choque de civilizaciones” y la “guerra contra el terrorismo” nunca existieron. Lo que estamos viendo sólo es una guerra de un Imperio y sus aliados contra los pueblos del Oriente Medio Ampliado y contra el pueblo del Donbass. La novedad es que la Casa Blanca ya no gobierna el Imperio, quien lo gobierna es el Estado Profundo, algunos de cuyos dirigentes hemos podido identificar.

Luego, el alineamiento de las élites europeas tras la administración Obama es un fenómeno clásico de colaboración con el más fuerte, fenómeno que hoy se prolonga en contra de la administración Trump. Así que los europeos se han puesto al servicio de la oposición estadounidense.

RV: Sobre ese tema, usted establece una diferencia notable entre las presidencias de Sarkozy y de Hollande, este último reactivó la guerra en Siria mientras que Sarkozy –que la había iniciado– se disponía, por pragmatismo, a salir de ella…

TM: Aunque hay que decir que si Sarkozy se retiró sabiamente del conflicto sirio, anteriormente había proseguido la lucha contra Costa de Marfil y contra Libia hasta el último momento. Pero lo más importante no es eso. Los gobiernos de Sarkozy se dividieron en cuanto a la participación de Francia en el plan británico de las “Primaveras Árabes”.

Tendríamos que rendir homenaje a quienes convencieron a Sarkozy de que hiciera la paz. Pero ahí se complican las cosas porque el Sistema los castigó a casi todos. Mientras que los medios cantaban loas a Alain Juppé, el prefecto Edouard Lacroix fue físicamente eliminado, Claude Guéant fue condenado a ir a la cárcel, Bernard Squarcini y Francois Fillon son ahora objeto de acciones judiciales. Hay que entender que esos ejemplos desestimulan a todos los que hoy pudieran poner fin a la guerra.

RV: Su libro comienza citando la siguiente resolución de la ONU: “Todos los Estados deben abstenerse de organizar, ayudar, fomentar, financiar, estimular o tolerar actividades armadas subversivas o terroristas destinadas a cambiar por la fuerza el régimen de otro Estado, así como de intervenir en las luchas internas de otro Estado.” Ese pertinente recordatorio de la base del derecho internacional parece ser perfectamente ignorado por la mayoría de nuestros responsables políticos, y también por los periodistas y los medios de difusión que se hacen eco de lo que dicen sin cuestionarlos nunca.

TM: Esa citación está sacada de la resolución que detalla la significación de la Carta de las Naciones Unidas. Es un texto de referencia que, por supuesto, han estudiado todos los diplomáticos y periodistas especializados.

Olvidar eso significa que uno no tiene ya intenciones defender los principios del Derecho Internacional. Hoy estamos viviendo en un mundo hipócrita donde los responsables políticos y los funcionarios de la ONU dicen seguir la Carta pero la violan constantemente. Como muestro detalladamente en este libro, las actuales guerras en el Oriente Medio y el Donbass están siendo dirigidas política y logísticamente desde la sede de la ONU por el segundo responsable de mayor nivel de esa organización: el estadounidense Jeffrey Feltman.

RV: En este libro, al contrario de los anteriores, usted ha optado por no citar las fuentes ni utilizar notas. ¿Cómo explica esa decisión, que puede dar pie a todas las acusaciones que no dejarán de oírse en su contra? ¿Apuesta usted por la inteligencia de los lectores?

TM: En 2002, en La gran impostura 1 –sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001, yo citaba fuentes oficiales que aparecían en internet. En aquella época todavía era poca la gente con acceso a internet y me reprocharon que no me apoyaba en la única fuente seria: las que existían en papel. En 2007, en La Gran Impostura 2 –sobre la agresión que acababa de tener lugar contra el Líbano– cité cientos de despachos de agencias de prensas e informes oficiales. Al ser imposible reprocharme algo, la prensa ignoró el libro. Esta vez no ofrezco referencias. Los personajes que cuestiono probablemente desmentirán y me acusarán de inventar cosas. Si quieren que saquemos los trapos al sol, estoy dispuesto a contestarles.

¿Sabe usted?, entre 2002, 2007 y 2017 he vivido muchas cosas, he aprendido mucho y madurado mucho. Nadie en Francia ha participado en los acontecimientos como yo lo he hecho.

RV: Hace 10 años, su libro L’Effroyable imposture 2. Manipulations et désinformations no fue objeto de ningún comentario en los medios. De hecho, la imagen de usted había sido tan denigrada que los libreros –que también son víctimas de la propaganda– recibieron su libro con reticencia, evitando darle visibilidad en sus establecimientos –como habitualmente se hace con un autor exitoso–, poniéndolo más bien lejos de las miradas, en los estantes, y llegando incluso a esconderlo hasta poniéndolo fuera del alcance del público, en el almacén. A pesar de eso aquel libro se vendió mucho. Dado el ambiente casi histérico alrededor de “Bashar”, Putin y Trump, es evidente que este nuevo libro no contará con una acogida mejor que aquella. ¿Es posible ser optimista en cuanto a su difusión?

TM: Estamos en una época diferente. Hace unos años casi todos creíamos cualquier cosa, si aparecía publicada en Le Monde. Hoy en día, la mayoría se interroga sobre las contradicciones de la retórica del pensamiento correcto.

Por ejemplo, supongamos que al-Qaeda sea un grupo de antioccidentales rabiosos que cometieron los atentados del 11 de septiembre. ¿Cómo es posible entonces que alguien haya exigido al general Carter Ham, comandante del AfriCom, que colaborara con al-Qaeda en Libia? Exigencia que, por cierto, lo llevó a protestar y puso fin a su misión. ¿Por qué Laurent Fabius apoyó [como ministro francés de Exteriores] a los Estados árabes según los cuales al-Qaeda “está haciendo un buen trabajo” en Siria? ¿Por qué Francia envió municiones a al-Qaeda en Siria?

Por eso podemos esperar que individualmente, uno tras otro, los franceses en general –y por tanto también los libreros– revisarán lo que creían saber desde el inicio de los acontecimientos. Si los hechos parecen incoherentes, ¿dónde está su lógica?

RV: Thierry Meyssan, gracias por su tiempo y, sobre todo, por este libro extraordinario cuya lectura recomendamos a todos, además de recomendar también que lo den a conocer lo más ampliamente posible a su alrededor. ¿Quiere decir algo más, a modo de conclusión?

TM: Cada cual debe ahora posicionarse ante algo que comenzó en el Oriente Medio Ampliado. Es un proceso que se inició en países lejanos, pero que ahora llega a nuestros países. Los atentados, por un lado, y la propaganda por el otro, ya están aquí. Si nos negamos a mirar la verdad de frente, nos aplastarán las fuerzas de las queremos a toda costa ser aliados. Mientras más esperemos, más difícil será defender la libertad en nuestro propio suelo.

Thierry Meyssan/Red Voltaire

[ESPECIALES] [ENTREVISTA]

Contralínea 532 / del 27 de Marzo al 02 de Abril 2017