El gobierno francés moviliza todos sus medios de prensa para concentrar la atención en los atentados del 13 de noviembre. Al mismo tiempo, inicia una nueva guerra en Irak y en Siria que favorece el expansionismo israelí
Thierry Meyssan/Red Voltaire
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Skopie, Macedonia. La cumbre del Grupo de los 20 (G20) en Antalya, Turquía, ciertamente se preocupó por la economía, pero de lo que más se habló fue de la situación en Oriente Medio. Numerosas negociaciones bilaterales tuvieron lugar durante esa cumbre y todavía se ignoran los detalles de lo que allí se habló y de las decisiones tomadas en varios encuentros cara a cara.
Sin embargo, el presidente ruso, Vladimir Putin, denunció, sin nombrarlos, a los Estados participantes en la conferencia que apadrinan el Emirato Islámico. Mostró a sus colegas fotos satelitales de los convoyes de camiones-cisterna que atraviesan Turquía para vender el petróleo que la organización terrorista roba en Irak y en Siria. Públicamente señalado como violador de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y por financiar el Emirato Islámico, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se mostró afectado. Según la oposición turca, Bilal Erdogan (el hijo del presidente) dirige personalmente ese tráfico.
Los presidentes Putin y Obama se pusieron de acuerdo para destruir los camiones-cisterna de la familia Erdogan y poner así punto final al tráfico de petróleo. Ese mismo día, el Comando Central de Estados Unidos bombardeaba –por primera vez en 1 año y medio– dichos camiones-cisterna en Irak, mientras que la aviación rusa destruía gran cantidad de ellos en Siria.
Rusia y Estados Unidos han obligado a Francia a unirse a esa operación. Fingiendo una reacción ante los atentados perpetrados en París, el presidente Hollande anunció, sin sonrojarse, que estaba ordenando a las Fuerzas Armadas de Francia que procedieran a bombardear objetivos del Emirato Islámico en Siria, mientras que el presidente Putin daba públicamente instrucciones a las Fuerzas Armadas rusas para que coordinaran sus acciones con Francia y trataran a las Fuerzas Armadas francesas como un aliado.
Parece, en efecto, que se han tomado medidas reales para aislar los 24 establecimientos bancarios que el Emirato Islámico utiliza desde Irak para transferir dinero –disposiciones que el subsecretario de Estado estadunidense, David S Cohen, trataba inútilmente de imponer desde hace meses.
Francia y los halcones liberales organizan nueva guerra
Tomando nota de que iba a tener que retirar el Emirato Islámico de Siria, el grupo de países, transnacionales y personalidades estadunidenses que organizan la guerra decidió entonces iniciar un tercer conflicto armado.
La Primavera Árabe (desde febrero de 2011 hasta enero de 2013) fue iniciada por el Departamento de Estado estadunidense. El objetivo era derrocar los regímenes laicos árabes, fuesen o no aliados de Estados Unidos, y reemplazarlos por dictaduras de la Hermandad Musulmana. Después de derrocar a los presidentes de Túnez y Egipto mediante las revoluciones de jazmín y de loto, se declaró la guerra contra Libia y Siria –como estaba previsto en el Tratado de Lancaster House, firmado en noviembre de 2010–, pero las potencias coloniales no lograron atacar Argelia (incidente de la toma de rehenes de In Amenas).
La segunda guerra contra Siria (desde julio de 2012 hasta octubre de 2015) fue iniciada por Francia, los halcones liberales estadunidenses (Hillary Clinton, Jeffrey Feltman, David Petraeus, etcétera) e Israel, y financiada por un grupo de países (Turquía, Catar, Arabia Saudita, etcétera) y transnacionales (ExxonMobil, Kohlgber Kravis Roberts, Academi, etcétera). El objetivo no era tanto cambiar el régimen sino más bien “desangrar” el país y destruir su Ejército (hasta ahora más de 100 mil soldados sirios han muerto luchando contra el terrorismo). Esta etapa terminó con la intervención militar rusa.
La tercera guerra contra Siria (desde el 20 de noviembre de 2015) ha sido iniciada por varios miembros del grupo anteriormente mencionado, ahora con intenciones de crear un nuevo Estado en el Norte de Siria y de Irak, para atrapar en una tenaza a los pueblos árabes que se resisten al expansionismo israelí.
Los organizadores de la guerra se han dado cuenta de que ya no tienen posibilidades de seguir actuando contra Siria. Y por eso se han puesto de acuerdo para retomar y continuar el programa que ya condujo, en 2012, a la creación de Sudán del Sur. Ese proyecto corresponde al plan de Alain Juppé (marzo de 2011) y al que publicó Robin Wright (septiembre de 2013). Estos planes preveían que, después de haber utilizado el Emirato Islámico para crear un Sunistán, sería conveniente crear un Kurdistán.
Ya no se trata ni de una guerra supuestamente ideológica (la Primavera Árabe), ni supuestamente religiosa –como la segunda guerra contra Siria– sino de un conflicto supuestamente étnico.
Las operaciones secretas en el terreno
Para lograrlo, manipularon al partido kurdo sirio marxista-leninista Unidades de Protección Popular (YPG, por su sigla en kurdo, ahora rebautizado como Fuerzas Democráticas de Siria) y lo aliaron con el clan Barzani de Irak. Ambos grupos son kurdos, pero no hablan la misma lengua, se mataron entre sí durante toda la Guerra Fría y se identifican con ideologías diametralmente opuestas.
Hay que recordar, de paso, que en este momento el gobierno regional kurdo de Irak es una dictadura. Su presidente, Masud Barzani, agente del Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel (Mosad), instalado en el poder por el Reino Unido y Estados Unidos, se aferra a ese poder a pesar de que su mandato terminó en junio de 2013.
Los padrinos de esta nueva guerra han empujado las “Fuerzas Democráticas” (sic) a iniciar un proceso de kurdización forzosa de las poblaciones no kurdas del Norte de Siria (desde octubre de 2015), lo cual ha provocado la sublevación de los árabes y los cristianos asirios, así como la cólera de Damasco, pero sin que se haya visto ni las más mínima reacción internacional, como tampoco hubo reacción internacional cuando el gobierno regional kurdo de Irak anexó –en el verano de 2014– los campos petrolíferos de Kirkuk, anexión realizada mientras la atención de la opinión pública internacional se desviaba hacia la limpieza étnica perpetrada por el Emirato Islámico. En aquella época, no sólo las grandes potencias no condenaron la guerra de conquista del gobierno regional kurdo de Irak sino que incluso propusieron entregar armas directamente a ese régimen, sin pasar por el gobierno central de Bagdad, supuestamente para favorecer la lucha contra el Emirato Islámico.
Por supuesto, los iniciadores de este nuevo conflicto no dirán que están inventando una nueva guerra para crear un Estado colonial israelí y apresar a los estados árabes en una tenaza, pero en cuanto sea necesario afirmarán que están luchando por un Kurdistán independiente, posición absurda, ya que el territorio en cuestión nunca fue parte del Kurdistán histórico y los kurdos son allí ampliamente minoritarios (menos del 30 por ciento de la población).
El 5 de noviembre, Francia anunciaba el envío del portaaviones Charles de Gaulle a la región, supuestamente para luchar contra el Emirato Islámico. El verdadero objetivo es posicionarlo para el inicio de la tercera guerra contra Siria. El portaaviones salió el 18 de noviembre del puerto francés de Toulon.
Entre el 13 y el 15 de noviembre, el gobierno regional del Kurdistán iraquí, con el apoyo de las ahora llamadas Fuerzas Democráticas de Siria, expulsó al Emirato Islámico del monte Sinjar, en Irak. En realidad, los yihadistas del Emirato Islámico se habían retirado, dejando allí sólo 300 hombres frente a una coalición de varias decenas de miles de soldados. La zona liberada no ha sido devuelta al gobierno central iraquí, sino anexada por el gobierno regional kurdo.
Aunque hoy aparenta no respaldar esta operación e incluso condenarla, Turquía la aprobó en 2011, cuando se concluyó el Tratado secreto Juppé-Davutoglu. Si el seudokurdistán llegara a crearse, Turquía se las arreglaría para empujar hacia allí al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por su sigla en kurdo).
La resolución 2249 autoriza de facto la nueva guerra
El 20 de noviembre, Rusia trataba nuevamente de obtener la aprobación del proyecto de resolución que había redactado para la reunión del 30 de septiembre, y que había tenido que retirar. Las únicas modificaciones del texto inicial eran la inclusión de varias referencias a los atentados del Sinaí, de Beirut y de París, así como la mención del artículo 51 de la Carta de la ONU sobre el derecho de legítima defensa. Y, por segunda vez, Rusia tuvo que renunciar a ese texto y aceptar la adopción de un proyecto de resolución francés que legaliza toda intervención militar contra el Emirato Islámico en Siria y en Irak, proyecto que el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad (resolucion 2249). Aunque puede interpretarse de varias maneras, esa resolución pisotea de facto la soberanía nacional de Irak y de Siria, ya que autoriza la injerencia de las grandes potencias a condición de que aparenten luchar contra el Emirato Islámico. En realidad se trata, evidentemente, de liberar el Norte de Siria del Emirato Islámico, pero no para restituir ese territorio a la República Árabe Siria, sino para proclamar allí un Estado independiente bajo control kurdo.
Rusia no se opuso a esa resolución y votó a favor. Al parecer, Moscú prefiere, por el momento, aprovechar el plan franco-israelí para expulsar de Siria el Emirato Islámico, sin aceptar por ello el principio de un seudokurdistán. La creación de un Estado así no tendría ninguna legitimidad a la luz del derecho internacional, ya que los kurdos de Siria no están oprimidos, sino que gozan de los mismos derechos que los demás sirios. La creación de ese Estado reabriría además la cuestión de los derechos de las minorías, ya planteada cuando la Organización del Tratado del Atlántico Norte convirtió a Kosovo en Estado. Ello autoriza de facto a cualquier grupo étnico, independientemente de su situación política, a reclamar la creación de un Estado independiente, lo cual implica –por consiguiente– la posible disolución de la mayoría de los estados del mundo –incluyendo Francia– y el triunfo de la “globalización”.
Elementos fundamentales:
El Kremlin y la Casa Blanca se han puesto de acuerdo para cortar los medios de financiamiento del Emirato Islámico. Para ello bombardearon los camiones-cisterna de la empresa de Bilal Erdogan en Irak y en Siria y aislaron los bancos utilizados por el Emirato Islámico.
Luego de la anexión de los campos petrolíferos de Kirkuk, en junio de 2014, Israel y Francia han logrado proseguir la expansión del territorio del gobierno regional kurdo de Irak –mediante la anexión de la región de Sinjar– y emprender la conquista del territorio no kurdo del Norte de Siria, utilizando para ello el YPG, ahora rebautizado como Fuerzas Democráticas de Siria. Lo que pretenden en definitiva es fusionar el territorio sirio conquistado por esas Fuerzas kurdas con la entidad regional kurda de Irak y proclamar la independencia de un Estado supuestamente kurdo.
A la luz del derecho internacional, la creación de un seudokurdistán en territorios no kurdos no tiene ninguna legalidad. Su único objetivo, al igual que la creación de Sudán del Sur, es atrapar a los principales Estados árabes (Egipto, Siria e Irak) en una tenaza para realizar el sueño israelí de expansión desde el Nilo hasta el Éufrates.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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