La Casa Blanca ha comenzado a reconocer que en Siria ya no hay grupos armados “moderados”. Desde 2012, Moscú viene alertando a Occidente que es necesaria una nueva coalición como la que derrotó al nazismo. El siguiente paso del Kremlin es aislar a Turquía
Thierry Meyssan/Red Voltaire
Damasco, Siria. Se equivocan quienes analizan la política rusa desde un punto de vista árabe u occidental. Rusia tiene su propia visión sobre los yihadistas, a los que conoce desde 1978, cuando éstos acudieron en ayuda de los pashtunes contra el gobierno comunista de Kabul.
Vladimir Putin luchó personalmente contra los yihadistas del Cáucaso, principalmente contra el Emirato Islámico de Itchkeria, durante la segunda guerra de Chechenia (1999-2000), donde fueron vencidos. En aquella época, los árabes proclamaban su solidaridad con los musulmanes rusos y no entendían lo que sucedía en el Cáucaso, mientras que los occidentales, después de la disolución de la Unión Soviética, aplaudían a todo el que trataba de proseguir el proceso de desintegración de Rusia. En el terreno, sin embargo, no existía ninguna diferencia entre el Emirato de aquella época y el Califato actual. En Grozni, se aplicaba la sharia y se cortaban cabezas exactamente igual que en Raqqa.
Hoy en día, a pesar de la propaganda que presenta la guerra en Siria como una guerra contra el islam, o que presenta la República Árabe Siria como una “dictadura alauita” que masacra a los sunitas, los hechos demuestran lo contrario: el Ejército Árabe Sirio que lucha contra los yihadistas se compone en un 70 por ciento de sunitas.
En 2012, o sea casi al inicio de la guerra, en el momento en que la DIA (la agencia de inteligencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos) advertía a la Casa Blanca del peligro que representaba el grupo terrorista que se convertiría en el actual Emirato Islámico, Vladimir Putin declaraba que el tema sirio se había convertido en una “cuestión interna rusa”. Desde entonces, el presidente ruso ha venido tratando de crear una coalición internacional contra los yihadistas con los occidentales.
Rusia recuerda lo sucedido en el mundo durante la década de 1930. En aquella época, el rey de Inglaterra, Eduardo VIII, era públicamente nazi. Montagu Norman, el gobernador del Banco de Inglaterra, financió el ascenso de Hitler al poder con el dinero de la Corona británica. El objetivo de los británicos era respaldar un Estado capaz de acabar con la Unión Soviética que, después de sacar del poder al zar Nicolás II, amenazaba sus intereses capitalistas. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial, acabaron aliándose con Stalin y Mao en contra de Hitler.
Vladimir Putin espera ahora modificar las actuales alianzas, como sucedió en el periodo que va de 1936 a 1939. Es por eso que, durante los últimos años, se ha esforzado por seguir aplicando a los estadunidenses el calificativo de “socios”, a pesar de que Washington no cesaba de asestarle puñaladas por la espalda, organizaba en Moscú manifestaciones contra su gobierno (2011-2012) y orquestaba un golpe de Estado en Ucrania (2013-2014).
El 10 de febrero de 2016, el embajador ruso ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Vitaly Churkin, distribuyó a los miembros del Consejo de Seguridad un informe de la inteligencia rusa sobre las actividades de Turquía en apoyo a los yihadistas. Este documento de dos páginas presenta una serie de hechos irrefutables. Demuestra que Turquía es un Estado-renegado que viola deliberadamente, y desde hace mucho años, numerosas resoluciones de las Naciones Unidas.
Pero lo interesante es que cada uno de esos hechos remite a redes y agentes que en el pasado ya habían respaldado a los yihadistas chechenos. En aquel momento, no hubo implicación del Estado turco como tal sino del Partido del Bienestar (Refah). Hoy en día, el Refah ha dejado de existir para dejar su lugar al AKP. Como los hombres del AKP hoy están en el poder, el Estado turco está ahora implicado.
Dando muestra de su perseverancia, el oso ruso trata ahora de disociar a Turquía de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). De esta operación depende el futuro de la humanidad. Si Turquía sigue siendo miembro de la alianza atlántica, seguirá apoyando a los yihadistas, no sólo en Siria sino también en Irak, en Libia y, en definitiva, en el mundo entero. La otra posibilidad es que la OTAN se distancie de Turquía y, en ese caso, Estados Unidos y Rusia podrían aliarse para luchar eficazmente contra los yihadistas en cualquier rincón del mundo.
Parece que el 12 de febrero los rusos finalmente lograron disociar a la Casa Blanca de los neoconservadores y de los halcones liberales que respaldan a Turquía y a los yihadistas. Serguei Lavrov y John Kerry acordaron la creación de dos grupos de trabajo que ellos mismos copresiden, relegando así a la ONU a un papel de simple escribano.
En otras palabras, Jeffrey Feltman, quien desde hace 3 años utiliza sus funciones como número dos de la ONU para sabotear todo esfuerzo de paz, ha sido relegado. Resultado: en sólo 10 días Rusia y Estados Unidos lograron fijar las condiciones para un cese de hostilidades que estaba pendiente desde 2012.
Este cese de las hostilidades ha sido claramente rechazado por la “Coalición Nacional de Fuerzas de la Revolución y de la Oposición Sirias”, cuyo presidente –el turco-sirio Khaled Khoja– comentó: “Es absolutamente escandaloso concluir con Rusia acuerdos bilaterales sobre el ‘cese de hostilidades’ cuando esos acuerdos no conciernen a uno de los principales asesinos de civiles en Siria, que es la Federación Rusa. Ya es hora de que Rusia salga de Siria y ponga fin a la guerra brutal que libra contra nuestros conciudadanos”.
Este acuerdo es en realidad una trampa tendiente a destruir todo el sistema de los neoconservadores y de los halcones liberales estadunidenses. Durante las negociaciones de Ginebra 3, ya Rusia había puesto pacientemente en evidencia la mala fe de la “oposición” apoyada por Arabia Saudita y Turquía. Esa oposición se desacreditó a sí misma con sus incesantes cambios de postura. No era ni siquiera cuestión de poner en duda su representatividad sino solamente de demostrar que su objetivo no es mejorar las condiciones de vida de la población siria sino únicamente derrocar a cualquier precio la República Árabe Siria. Prueba de ello es la citada declaración del señor Khoja ya que, al contrario de lo que él afirma, Rusia sí se somete al cese de hostilidades, del cual se excluyen en cambio los grupos catalogados como terroristas en la lista de la ONU.
Este cese de las hostilidades apunta a poner a los grupos armados frente a sus propias responsabilidades. Sólo tenían que inscribirse –ante Washington o Moscú– para no seguir siendo blanco de los bombardeos rusos o sirios, pero en ese caso renunciaban a derrocar la República Árabe Siria y aceptaban participar en un proceso político a favor de una Siria laica y democrática, abandonando por tanto el sueño de un Estado Islámico. Del millar de katibas existentes, sólo 97 se atrevieron a optar por un proceso que las convierte en “traidores” a la causa turca y las designa como próximas víctimas de sus excolegas yihadistas.
En todo caso, los occidentales no podían esperar nada mejor. El 15 de diciembre de 2015, el general Didier Castres, responsable de las operaciones militares de Francia en el extranjero, aseguraba en audiencia ante el Senado que el número total de combatientes que pudieran ser considerados moderados no pasaba de 20 mil. Sólo días después, en enero de 2016, un informe de la inteligencia alemana afirmaba que la proporción de sirios en el seno de los grupos armados que operan en Siria no pasa de un 5 por ciento.
Eso es precisamente lo que querían demostrar Kerry y Lavrov al hablar de un cese de hostilidades, en vez de un alto al fuego –ya que esta segunda expresión tiene implicaciones jurídicas que no tiene la primera.
La respuesta de John Kerry a la pregunta de un senador, durante una audiencia parlamentaria en Washington, sobre un eventual “plan B” como escapatoria, adquiere así otra dimensión. Si fracasa el cese de hostilidades, no podrá haber una partición de Siria, y será así simplemente porque el plan de cese de hostilidades habrá demostrado que la opción que se plantea no es entre Damasco y “rebeldes” sino entre Damasco y los yihadistas.
Siguiendo esa misma lógica, el ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn, declaró al diario alemán Der Spiegel que la OTAN no se dejaría embarcar en una guerra contra Rusia provocada por Turquía. El artículo 5 de la Carta de la alianza atlántica sólo estipula el respaldo a un Estado miembro directamente atacado, pero no cuando ese Estado provoca un conflicto. Al día siguiente, Alemania confirmaba al Daily Mail las declaraciones de Asselborn.
La Casa Blanca se dispone ahora a sacrificar a Recep Tayyip Erdogan, a quien se atribuirían entonces todos los males que asolan la región. El presidente turco podría acabar asesinado –como su predecesor Turgut Ozal, en 1993– o derrocado por sus propios colaboradores. De no ser así, la guerra se desplazará de Siria hacia Turquía. Vladimir Putin habrá logrado su objetivo: modificar las líneas del frente de manera que los occidentales luchen a su lado contra los yihadistas que ellos mismos crearon.
Elementos fundamentales:
-Rusia no se implicó en el conflicto sirio para defender intereses económicos ni resucitar una alianza de los tiempos de la Guerra Fría sino para luchar contra los yihadistas.
-Al concluir el acuerdo de Munich, el secretario de Estado John Kerry aceptó relegar a Jeffrey Feltman, el líder de los neoconservadores y de los halcones liberales en la ONU, a un papel subalterno. Al proponer el cese de hostilidades, permite separar a los combatientes sirios razonables de los yihadistas.
Thierry Meyssan/Red Voltaire
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: INTERNACIONAL]
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Contralínea 481 / del 28 de Marzo al 02 de Abril, 2016