Los más recientes errores y omisiones del Servicio Secreto estadunidense –los cuales habrían puesto en riesgo la seguridad del presidente Obama– ponen al descubierto la profunda crisis que atraviesa esa centenaria institución. En discusión, el futuro del organismo. Todas las opciones están sobre la mesa
Miguel Fernández Martínez/Prensa Latina
Una de las mayores preocupaciones que se plantean hoy en Estados Unidos es la seguridad personal del presidente y su familia, después de que el Servicio Secreto se viera involucrado en un sinnúmero de pifias que ponen en duda su credibilidad.
Intrusos invadiendo la mansión presidencial en Washington, fallas en los sistemas de alarma, uso inadecuado de la técnica canina, escándalos con prostitutas durante viajes del mandatario al exterior, son parte de los principales errores de seguridad en los últimos tiempos.
En los primeros días de octubre pasado, la directora del Servicio Secreto, Julia Pierson, tuvo que renunciar a su cargo ante la avalancha de críticas recibidas en la Cámara de Representantes, al no poder explicar la ineficacia de los encargados de proteger la vida del gobernante y su familia.
El escándalo comenzó el 19 de septiembre pasado, cuando el exsoldado
Omar J González logró burlar la seguridad de la Casa Blanca y llegar hasta el Salón Este, justo donde el presidente Barack Obama hace importantes anuncios.
González logró sortear las barreras de seguridad con un cuchillo en la mano, atravesar los jardines de la mansión presidencial, entrar al edificio principal y subir hasta los salones protocolares, sin que se dispararan las alarmas.
Como si esto no bastara, durante una visita de Obama a una oficina de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, en Atlanta, un hombre armado y con antecedentes penales entró al ascensor donde este se trasladaba y trató de tomarse fotos con su teléfono celular.
Un mes después, Dominic Adesanya, un joven de 23 años y con problemas mentales, saltó las verjas de la casa presidencial y fue detenido por agentes y los perros que custodian la mansión.
Sin embargo, estos hechos no fueron nuevos, ni únicos. En junio de 2013, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) arrestó a dos hombres que planeaban asesinar a Obama.
Uno de los dos sospechosos, Glendon Scott Crawford, de 49 años, de Galway, estado de Nueva York, había construido un sistema para emitir radiaciones letales que podía ser comandado a distancia.
Crawford fue arrestado junto a Eric Feight, de 54 años, de Hudson, Nueva York, reclutado para unirse al proyecto que buscaba castigar a Obama por sus políticas consideradas responsables del atentado a la carrera maratón de Boston, ocurrido el 15 de abril de 2013.
Historias fatales del Servicio Secreto
Creado el 5 de julio de 1865 en Washington, el Servicio Secreto surgió originalmente para reprimir la falsificación de dinero.
En ese momento no existía suficiente personal para investigar todos los delitos federales, por lo que fue utilizado para investigar desde los asesinatos hasta los juegos de azar ilegales, y fue el primer organismo en Estados Unidos encargado de los servicios de inteligencia y contrainteligencia nacional hasta que surgió el FBI.
Tras el asesinato del presidente William McKinley en 1901, el Congreso pidió al Servicio Secreto que brindara protección presidencial.
Un año más tarde, este cuerpo de seguridad asumió a tiempo completo la responsabilidad de salvaguardar la vida del jefe de la Casa Blanca.
Hasta ese momento, Estados Unidos se había estremecido con tres magnicidios. En abril de 1865, el presidente Abraham Lincoln fue asesinado después de que le dispararon en el palco donde disfrutaba una función teatral; y 16 años más tarde, otro mandatario, James A Garfield, falleció a los 2 meses de ser herido (el 2 de julio de 1881), en la estación de trenes de Washington.
Otro presidente asesinado fue William McKinley, quien fue baleado el 6 de septiembre de 1901 por el anarquista Leon Czolgosz, y poco tiempo después pereció.
Luego del trágico incidente se decidió poner en manos del Servicio Secreto el cuidado de la vida de los mandatarios estadunidenses. Pero ahí no pararon los intentos.
La noche del 14 de octubre 1912, mientras se preparaba para dar un discurso en Milwaukee, el presidente Theodore Roosevelt fue víctima de un atentado en el cual recibió un disparo en el pecho.
El 15 de febrero de 1933, el mandatario Franklin D Roosevelt se hallaba improvisando un discurso en Miami, cuando Giuseppe Zangara disparó contra él sin que los agentes del Servicio Secreto pudieran impedirlo. El arma, desviada por una mujer, acabó con la vida del alcalde de Chicago.
Y el viernes 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas, el presidente John F Kennedy fue mortalmente herido por disparos ante la mirada de sus guardaespaldas, mientras circulaba en el coche presidencial, en la Plaza Dealey.
Recientemente, el Comité de Seguridad Nacional de la Cámara de Representantes solicitó revisar exhaustivamente el quehacer del Servicio Secreto y sus pobres respuestas a varios incidentes.
El legislador Michael McCaul, presidente de la comisión legislativa encargada de supervisar las responsabilidades de esta agencia de seguridad, pidió que una comisión independiente haga una revisión de arriba abajo.
“Estoy profundamente preocupado por la falta de transparencia del Servicio Secreto, dadas las recientes fallas de seguridad en la Casa Blanca”, dijo McCaul.
Ahora la discusión ronda en torno a quién se ocupará de administrar las funciones del Servicio Secreto. Unos defienden la tesis de que debe regresar a la jurisdicción del Departamento del Tesoro –su origen–, y otros que debe mantenerse en el Departamento de Seguridad.
Pero entre tantos vaivenes, agentes y exagentes del Servicio Secreto se quejan de la baja moral y la escasa efectividad en la que ha caído, lo cual atribuyen al cambio de seguridad nacional, donde la burocracia es enorme y los recursos son compartidos por un sinnúmero de otras agencias, destacan los expertos.
¿Qué pasará con los encargados de proteger al presidente de Estados Unidos y su familia en el futuro? Nadie sabe, ni ellos mismos.
Miguel Fernández Martínez/Prensa Latina
Contralínea 412 / del 16 al 22 Noviembre de 2014