Las razones oficiales de la reforma educativa chocan con la realidad. ¿Cómo decir que se buscan alumnos participativos capaces de resolver conflictos privilegiando “el diálogo, la razón y la negociación”, cuando el Estado busca imponer esa norma por medio de la fuerza y la represión? Por ningún lado se asoman los valores humanistas que dice enarbolar y sólo dominan los del empresariado neoliberal
Un Estado no puede ser ajeno a los principios educativos en su vida orgánica, formas de gobernar, legislar e impartir justicia; tampoco lo puede ser quien lo representa públicamente; por el contrario, los principios educativos deberían estar presentes en su constante interacción con la sociedad, en el ámbito político que lo dinamiza, en el proyecto nacional que lo orienta, en su desarrollo económico y cultural.
Cuando estos principios están ausentes, no podemos hablar de un Estado educador, sino de otro corrompido, en descomposición, porque en él imperan los intereses de grupo sobre el bien común. En estas condiciones, de un Estado corrompido y no educador, cualquier propuesta que se presente como opción de transformación educativa emanada desde el seno de su descomposición orgánica, no puede ser sino parte de sus mecanismos de imposición, sometimiento y de reproducción de intereses de grupo.
En ocasiones, estos mecanismos de dominación son explícitos y también tangibles, como lo es el Servicio Profesional Docente, que no deja duda de su carácter punitivo en la letra y en los hechos; otras veces no son tan explícitos, sino que dejan un cierto margen de libertades e interpretaciones para legitimarse, pero de facto se llevan a cabo con la misma verticalidad de siempre, como lo pretenden hacer Aurelio Nuño y sus aliados empresariales y sindicales, con el nuevo modelo educativo 2016.
Partimos de la premisa de que en México no hay un Estado educador. Todo lo contrario, el que nos rige está sumergido en una condición tan crítica, que carece de principios éticos y valores cívicos que se puedan ampliar al conjunto de la sociedad desde una propuesta pedagógica que nutra la vida democrática por las venas de nuestro sistema nacional de educación.
En este sentido, los documentos Modelo Educativo 2016. El replanteamiento pedagógico de la Reforma Educativa; Los fines de la educación en el siglo XXI y la Propuesta curricular para la educación obligatoria 2016, son parte de esta condición crítica; más que alternativas para dar contenido a las ausencias pedagógicas y superar los conflictos magisteriales, son un deslinde que intenta alargar la ruta de discusiones hasta el 2018, cuando el presente gobierno se haya ido y con él, toda responsabilidad sobre el caos que generó.
Se trata de una propuesta de nueva cuenta unilateral, llena de inconsistencias e incongruencias, unas producto de las mismas tesis fracasadas de la actual reforma y otras que auguran su inaplicabilidad porque son contrarias a su ADN político fascista, pero que aparecen como elemento de distensión del descontento magisterial, popular y académico.
Resulta de lo más dudoso que los mismos operadores y autores intelectuales de la reforma educativa, cuyas consecuencias son decenas de muertos, encarcelados y miles de despedidos, hoy digan que “el propósito de la educación básica y media superior es contribuir a formar ciudadanos libres, participativos, responsables e informados, capaces de defender y ejercer sus derechos, que participen activamente en la vida social, económica y política de México”.
¿Y para qué iban a querer eso? Valdría la pena preguntárnoslo, si no existen en este país garantías para el ejercicio de la libre ciudadanía, para exigir dignidad laboral sin que seas hostigado o víctima de la represión administrativa, sin ser despedido o perder tu libertad y hasta la vida. Así nos lo ha enseñado la Secretaría de Educación Pública (SEP) en los hechos, pero más crudamente durante este gobierno en turno.
Me parece que, desde las esferas de la burocracia estatal, no se puede recomendar sin atisbos de hipocresía que el sistema educativo deba formar personas capaces de resolver conflictos, privilegiando “el diálogo, la razón y la negociación” cuando se ha priorizado la vía judicial, la criminalización de la protesta, así como la intervención de los órganos represivos para dirimir diferencias de orden pedagógico y laboral.
Por otra parte, la supuesta “nueva cultura” organizativa que pone “la escuela al centro” y sienta las “bases para construir centros escolares que fomenten el trabajo colaborativo y colegiado”, no se puede edificar sobre los cimientos de un sistema vertical y centralizado, en cuyos órganos horizontales de participación social y los que a partir de su autonomía diseñan las evaluaciones para generar propuestas de política educativa, están los Empresarios Primero y las necesidades educativas después.
Hablar de autonomía de gestión para la rendición de cuentas es una de las mayores inconsistencias que podemos encontrar, si la corrupción ha penetrado hasta las altas esferas del poder político, incluso en la presidencia de la república; si los niveles de endeudamiento han sido tan irresponsables que hoy se podrían financiar el 95 por ciento de los programas culturales, educativos y deportivos de la SEP tan sólo con lo que el Estado paga de intereses anuales por concepto de deuda pública. Sin embargo, el Modelo Educativo 2016 sigue proponiendo la colocación de certificados de endeudamiento en la bolsa de valores, a través de Escuelas al CIEN (Certificados de Infraestructura Educativa Nacional), como si fuese un mecanismo exitoso y los datos no fueran desalentadores.
En su caso, los Consejos Técnicos Escolares y la Ruta de Mejora Continua que se presentan como los instrumentos para la planeación contextualizada de la escuela, poco han contribuido al diseño de alternativas pedagógicas, no por falta de capacidad de los docentes claro está, en realidad su objetivo no ha sido la autogestión curricular, sino la aplicación de una reforma educativa que viene desde arriba con todo su peso administrativo, burocrático, antilaboral y privatizador hasta los centros escolares.
En cuanto a las evaluaciones internas, según las condiciones específicas, como parte de la autorregulación de los aprendizajes, la formación intrínseca de los docentes y las orientaciones autogestivas de los procesos pedagógicos escolares, podríamos decir que carecen de pertinencia y significatividad para los actores educativos, toda vez que el eje rector para los informes oficiales, la mediatización comunicativa de los resultados del sistema educativo, la opinión pública, las decisiones políticas y los impactos laborales de los profesores, son las evaluaciones externas y además estandarizadas.
A decir del modelo curricular que aparece como continuidad del marco constitucional inspirado en las recomendaciones derivadas de los acuerdos de cooperación con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), para la integración del mercado mundial, y no en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), es decir, para el desarrollo cultural de la humanidad, no se puede nombrar a sí mismo como humanista. No hay humanismo posible ni centralidad de lo pedagógico para quien ha esclavizado el destino de las nuevas generaciones a la globalización económica.
Pretender “encontrar un equilibrio entre las exigencias propias de un proyecto humanista, fundamentado en la educación integral, y un proyecto que persigue la eficacia y la vinculación de la educación con las necesidades de desarrollo del país”, se vuelve búsqueda paradójica en la medida en que la “calidad” y no las cualidades humanísticas son el objetivo superior de la educación, como estigma que ha dejado heridas en la Constitución mexicana, sacrificada en favor de los intereses empresariales.
No hay coherencia lógica cuando se propone, por un lado, incorporar “los avances que se han producido en el campo del desarrollo cognitivo, la inteligencia y el aprendizaje” y, por otro, supeditar toda la teoría pedagógica avanzada que apunta a la diversidad humana y de sus formas de aprendizaje, al modelo único por competencias, el cual no concibe a la persona en su complejidad (homo complexus), sino en la simplicidad de su unidimensionalidad económica (homo economicus).
En suma, un Estado totalitario, como el nuestro, no educa para la autonomía, sino que refuerza la obediencia y la sumisión, transgrede la diversidad cultural y cosifica la integralidad humana, ahí está la esencia del modelo educativo que presenta la SEP, revuelta entre marañas conceptuales que se contradicen con su tradición neoliberal.
Una verdadera propuesta educativa sólo podrá venir de las oposiciones críticas al proyecto empresarial, de las diferencias políticas a la dictadura pro fascista, de la cultura democrática y popular que se reconstruye en la renovación constante de los movimientos sociales, de las autonomías indígenas y su proyecto decolonial, del diálogo de saberes entre la raíz pedagógica latinoamericana y las epistemologías para atender la diversidad cognitiva.
Lev Moujahid Velázquez Barriga
*Doctor en pedagogía crítica y educación popular; integrante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación en Michoacán
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: EDUCATIVO]
Contralínea 499 / del 01 al 06 de Agosto 2016