Ciudad de Panamá, Panamá. Ante el actual conflicto ucraniano-ruso, el mundo está dividido así: Estados Unidos, Unión Europea (UE) y la alianza atlantista (OTAN) acusan falsamente a Rusia como estado agresor, sin aportar evidencias de ninguna clase que estén basadas en la Carta de la Oergaización de las Naciones Unidas (ONU), y atizan el fuego de una confrontación que amaine al país euroasiático, el más grande del mundo.
El debilitamiento de Rusia vía sanciones ilegales e improductivas es el paso intermedio para destruir a la China, que es el verdadero enemigo a batir según Estados Unidos.
América Latina sigue en su mayoría los lineamientos de Occidente, en tanto que África observa con estupor cómo dicho conflicto dificulta sus vidas en medio de la pandemia y sus necesidades apremiantes.
¿Y China? China es objetivamente la única potencia sensata que pide negociaciones de paz con un alto al fuego para garantizar la seguridad de todas las naciones. Las ha pedido a la UE y a Estados Unidos, sin éxito hasta ahora.
China, aliada de Rusia en la construcción de un nuevo orden multipolar, se ha abstenido de condenar a Rusia como agresora y la ha ayudado a soportar las miles de sanciones ilegales de sus enemigos occidentales. China, junto a Rusia, es la única potencia que enarbola abiertamente la Carta de la ONU y el Derecho Internacional para salvar a la humanidad de una catástrofe terminal.
Como respuesta, Washington directamente (y no con hackers imaginarios) ha emprendido recientemente una nueva oleada de ataques cibernéticos que han robado millones de documentos ultrasensitivos en guerras híbridas tendientes a ralentizar el avance de China en todos los aspectos. Sueño tan inútil como tonto.
Pero preguntemos cómo empezaron las actuales hostilidades, cómo y por qué.
En Berlín Oeste, el 12 de junio de 1987, el presidente Reagan le espetó el siguiente reto al presidente Mijaíl Gorbachov: “Presidente Gorbachov, si busca la paz; si busca la prosperidad para la Unión Soviética, Europa Central y Sudoriental; si busca la liberalización, venga a esta puerta, señor Gorbachov, abra esta puerta. ¡Señor Gorbachov, derribe este muro!” Sin embargo, la demolición del muro empezó espontáneamente al anochecer del 9 de noviembre de 1989 y en ello participaron diversos personajes de Alemania pero ninguno de la Unión Soviética.
Reagan y Margaret Thatcher le prometieron a Gorbachov que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada hacia el Este, hacia Rusia”. Mintieron, como siempre, descaradamente.
La verdad es que, desde su fundación en 1949, la OTAN se ha extendido a varias decenas de países hacia el Este, veinte de ellos en los últimos 30 años, sin excluir a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, exaliados de la Unión Soviética.
Rusia protestó ante la OTAN y la Unión Europea reiterada e infructuosamente contra estas amenazas a su territorio. La última fue Ucrania, la cual, bajo un régimen nazi apoyado por Occidente, atacó la región del Donbass, poblada por habitantes rusos y prorrusos, e intentó militarizar la frontera con Rusia, en clara amenaza a este país, que decidió hacerle frente a eso y al quebrantamiento de la paz a tenor de los Artículos 51 y 37 de la Carta de la ONU.
Rusia reconoció la independencia nacional de Donetsk y Lugansk, regiones separatistas de Ucrania, para evitar que se siguieran masacrando a sus habitantes por parte de militares abiertamente nazis, que asesinaron, violaron y torturaron en pocos años a decenas de miles de sus pobladores. Defenderlos era para Rusia un deber a fin de evitar tal genocidio, una obligación conforme al legado de los Tribunales de Nuremberg que condenaron al nazismo al finalizar la segunda Guerra.
Los citados artículos de la Carta de la ONU llaman a resolver pacíficamente las amenazas a la paz y facultan al Consejo de Seguridad para coadyuvar en su solución.
Pero ello no ocurrió, y el Consejo de Seguridad y una mal llamada “comunidad internacional” que no reúne a la mayoría de los pueblos, se abstuvieron de promover una salida pacífica de la controversia entonces apenas incipiente.
Por lo contrario, hicieron lo que no debían: la Asamblea General aprobó una resolución de condena a Rusia por “agresión” a Ucrania. Pero la “operación militar especial” en Ucrania –que no constituía agresión, sino legítima defensa– tenía solo el propósito de desmilitarizar y desnazificar al régimen de Kiev y no de agredir ni ocupar a Ucrania, mucho menos negar su soberanía. El presidente Vladimir Putin y su canciller, Sergei Lavrov lo proclamaron hasta el cansancio.
A tal efecto, Moscú se concentró en atacar instalaciones militares y no áreas residenciales, sin afectar el suministro de agua y electricidad, cosa que sí practica Estados Unidos cada vez como rutina en los países que ataca. De haberlo deseado, según expertos militares de la UE y Estados Unidos, Rusia hubiese arrasado fácilmente a Ucrania desde el principio.
A pesar de recurrentes llamados a negociaciones de paz, ni Ucrania ni la OTAN ni la UE, y menos Estados Unidos, han contestado a los llamados de paz. El llamado Occidente rompió todos los acuerdos, como el Tratado de Minsk, que hubiesen evitado el conflicto.
La responsabilidad por la extensión de los conflictos no recae en Rusia, sino en Ucrania, Estados Unidos, la UE y la OTAN, y en aquéllos que le echan más leña al fuego y rechazan toda negociación.
Ucrania se enorgullece de su actual contraofensiva, pero Rusia, que no usó antes sus fuerzas especiales y armamento más moderno, ahora está devolviendo los “golpes ojo por ojo, diente por diente”.
Lo que debió atenderse en la ONU en base a los capítulos VI y VII sobre amenazas a la paz, se ha convertido, gracias al paquidermo imperialista que controla y momifica a la ONU, en una interminable llamarada capaz de borrarnos del mapa.
Por estas razones es necesario crear más aceleradamente un nuevo orden internacional no manipulado por los representantes de la guerra e instaurar un sistema internacional más afín con las necesidades urgentes de salvar a la humanidad.
Julio Yao/Prensa Latina