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El presidente del pueblo

El presidente del pueblo

Aún no despuntaba el amanecer de este 27 de noviembre cuando ya arribaban al Zócalo capitalino familias completas, parejas y hasta algunos solitarios. Poco a poco se llenaba la plancha de pancartas donde se leía desde la clásica frase “amor con amor se paga”, hasta otras más creativas: “ni por acarreo ni por desmemoria, el pueblo está aquí por el llamado de la historia”; “México te AMLO sin jueces ni senadores corruptos”; “larga vida al caudillo de la revolución de las conciencias, larga vida presidente AMLO”; “me canso ganso, y no transo”.

Adultos mayores, indígenas, campesinos, adultos, jóvenes, niños, bebés. La marcha de los humillados, de los históricamente despojados comenzó horas antes, días antes de la cita que propuso el presidente Andrés Manuel López Obrador (a las nueve de la mañana en el Ángel de la Independencia). Para quienes vinieron de más lejos, inició en sus pueblos, en sus comunidades, organizando su viaje a la Ciudad de México. Para otros, empezó hoy muy temprano en sus colonias y barrios.

Mientras en la avenida Reforma la marea humana trataba de acercarse al primer mandatario, hablarle, tocarle; ríos de personas desbordaban ya todas las calles que desembocan en la plancha del Zócalo para hacerse de un lugar y escuchar su mensaje a 4 años de haber asumido el máximo cargo público de elección popular. En el templete, mariachis de las secretarías de la Defensa Nacional y la Marina amenizaban la espera, que de minutos pasó a horas.

Bien entrado el día, el sol caía a plomo sobre las cabezas grises, castañas, negras, güeras. Las personas hacían sombra con banderas, suéteres, sombrillas, sus propias pancartas. Por momentos se refugiaban en los arcos, luego regresaban a recuperar su lugar. Inclementes, los rayos invernales provocaban insolaciones. Rostros surcados por la edad sucumbían ante el calor seco, los ojos se desvanecían y las personas a su alrededor pedían auxilio a los paramédicos presentes. Para entonces, los adultos mayores ya habían pasado más de cinco horas de espera a pleno sol.

Las canciones de los mariachis seguían animando a la gente. Vendedores ofrecían agua mineral preparada con limón y sal para reanimar pronto a los más sofocados al tiempo que hacían su agosto: 50 pesos el vaso; también estaban los que ofrecían nieves, lo que comerciaban helados, tlayudas, dulces, algodones de azúcar. La verbena parecía eterna. Algunos se tomaban fotografías al lado de quienes portaban ingeniosas pancartas o disfraces.

Pasaban de las dos de la tarde cuando, de pronto, una voz de mujer interrumpió para avisar que el presidente apenas transitaba por la Alameda y pedía a los presentes comprensión, al tiempo que agradecía la espera. Para entonces el Zócalo ya estaba lleno. Contingentes aislados empezaban con un coreo que pronto se esparcía: “¡es un honor marchar con Obrador!”; “¡Andrés, amigo, el pueblo está contigo!”; “¡no estás solo, no estás solo!”

Cada vez que las consignas provenían de la calle Madero, la gente se asomaba. De inmediato corrían rumores: “ya va entrando, ya va entrando”. De las orillas se desprendían grupos de personas, se adentraban a la masa viva cercana al asta bandera. Se sofocaban, volvían al refugio de las sombras. Algunos ya no aguantaban más y se retiraban del Zócalo con destino a sus casas. Otros, estoicos ante las penurias, aguardaban con paciencia, pero sobre todo con alegría y con esperanza.   

Aquí estaba el pueblo gritándole a su presidente que la transformación se construye con todos, con los de abajo, los morenos, los descalzos, los de huaraches, los pobres, los que guardan lo poco que tienen en morrales, los que vienen cargando sus cobijas porque sólo se puede pernoctar en la calle. A ese pueblo también se sumaron algunos que tienen un poquito más, los “chairos pudientes” con sus tenis, sus botas, sus zapatos.

Nadie se siente superior a nadie. A todos por igual se les enchina la piel cuando, en las bocinas resuena la voz de mujer: el presidente está a punto de arribar al Zócalo.

El aplauso es instantáneo. Luego vienen los canticos, los gritos. Algunos derraman lágrimas de felicidad. La voz de la mujer anuncia quienes acompañan al presidente. Siguen los gritos, los aplausos. Todo se desborda cuando por fin se anuncia que López Obrador tomará la palabra. Las banderas de México, de las organizaciones sociales, de los partidos políticos ondean furiosas.

Como si no hubiera caminado por horas y como si no se tratara de un adulto mayor con varias dolencias, desde el templete se escucha la vigorosa voz del presidente: “son las tres en punto. Bueno, me da mucho gusto estar con ustedes. Ya saben lo que decía Martí: ‘amor con amor se paga’”.

Las voces del pueblo

Armando Ruiz López: “quiero demostrarle a mi señor presidente que el pueblo está con él, y sin el pueblo –como dice él– no somos nada. Y demostrarle a esta bola de ratas que están aquí [se refiere a su pancarta donde figuran los expresidentes de la República y el consejero presidente del INE] que vamos por ellos, porque lo que han robado lo tienen que regresar porque es del pueblo. Estoy muy contento apoyando a mi señor presidente. Aquí estoy y aquí estaré”.

Guadalupe Martínez Rubio: “un apoyo total a López Obrador, que es nuestro presidente que vino a renovar lo que antes ya estaba hecho un caos. Con él estamos saliendo adelante y ojalá que viva muchos años”. Agrega: “que lo dejen trabajar porque todos aquellos que quieren seguir robándose el dinero del pueblo, basta ya. Nosotros como pueblo apoyamos a López Obrador porque está haciendo lo que ningún otro presidente ha venido a hacer. Todos nada más lo único que quieren es harina para su costal, y al pueblo lo ven como nada”.

Francisco Hernández López: “es un cambio de régimen. La verdad estamos muy contentos los que estamos con López Obrador porque es un cambio sin violencia, sin armas, y eso cuenta mucho porque se está manejando con inteligencia. Se está manejando el país con mucho corazón, hay amor, no hay dolencias. Por eso yo vengo a participar y a mí nadie me invito, yo vengo porque necesito ese cambio, porque necesitamos ese cambio todos los mexicanos”.

Teresa Barrón: la transformación es “un adelanto grandísimo para todo México, más que nada”. La señora dice estar mucho muy contenta de estar en el Zócalo y señala que desde hace años ha apoyado al presidente López Obrador.

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