Esta es la historia de 15 perros que viven entre gallos, gallinas y sembradíos y de cómo su dueño, Javier Ibarra Mendoza, se ha visto afectado por el cambio climático, pues sus tierras otrora fértiles, ahora apenas pueden dar una que otra mata. Es la historia no solo de él, sino también de Verónica Flores Cristóbal y sus plantíos de jitomates. La historia de cómo los agricultores de San Francisco Tlalnepantla, Xochimilco, no logran recuperar lo invertido en sus cultivos porque el suelo se ha erosionado tanto que ya casi no da vida
Cuarta y última parte. En San Francisco Tlalnepantla, Xochimilco, existe un paraíso para perros: un lugar sin muros ni murallas; un campo abierto cubierto de pasto, flores y árboles de diferentes tipos; un sitio donde apenas se halla una pequeña casa, un gallinero y un establo. Allí, habita un hombre llamado Javier Ibarra Mendoza, cuyo sueño es ser autosuficiente y vivir de aquello que siembra: maíz, haba, frijol, árboles frutales, nopales, espinacas, cilantro, limón, epazote, entre otros.
No obstante, tal ilusión se ha ido abajo tras los efectos negativos del cambio climático. Así lo dice él: “ya no llueve. Llueve poco si llueve. Y cuando llueve ya es tarde, ya cuando los cultivos ya se echaron a perder”. En entrevista, el agricultor expone que, “desde que empieza uno a trabajar, la tierra ya está muy seca”.
Esto sucede, cuenta Gustavo Mercado Mancera, ingeniero agrícola, ya que la falta de agua lleva como consecuencia la muerte de ciertos microorganismos que, además de cumplir una función de degradación y formación de materia orgánica, permiten que la planta asimile los nutrientes del suelo. “Entonces, vamos perdiendo fertilidad. El suelo se va haciendo estéril”.
Aquello ha provocado que Javier Ibarra no coseche lo mismo que antes: “hubo en este año una pérdida total, bueno, casi total. Por ejemplo, de los árboles de mis huertos, yo sacaba unas 10, hasta 15 cajas cada tercer día (era surtido de pera, manzana, ciruelo y durazno); hoy sacaba una, dos, tres cajas”.
El agricultor cuenta que, en muchas ocasiones, ha tenido que volver a invertir para resembrar. Sin embargo, la condición de la tierra ocasiona que la semilla tenga dificultad para nacer. Por tal razón, expresa que tiene diferentes tipos de cultivos; por lo que, a pesar de que no se tuvo producción de maíz, frijol y haba, sí la tuvo de sus gallinas. “Yo me valgo de varias cosas y, aunque venga poco, va uno recolectando”.
Todos estos factores hacen que Javier Ibarra desee la tecnificación del campo. “He recibido apoyos de varias dependencias [gubernamentales], tanto como semilla como económico, pero lo que no me han apoyado es técnico. Yo ya no puedo, por ejemplo, trabajar lo que es el campo con caballos o con un burro. Yo ya quiero mecanizarme. Es más rápido, más sencillo y tú solo o con dos, tres personas puedes salir adelante, pero, si no te mecanizas, nomás te la llevas pasando así poco”.
Sobre esto, refiere que, a causa de su situación económica, no podría hacerse de esa tecnificación. “Es ilógico. Aquí no hay recursos para sobresalir. Si tuviera el apoyo de un tractor, pues yo trabajaría mis terrenos lo que es el tiempo posible. Ahorita, por ejemplo, para que se te dé la cosecha del año siguiente, ya tienes que tener trabajado los terrenos para esperar a la siembra”.
Los jitomates de Verónica
En el suelo, como serpientes, se enredan las columnas vertebrales de los jitomates que cultiva Verónica Flores Cristóbal. Son varios óvalos alargados que rodean las ramas más jóvenes, las cuales se levantan del suelo gracias a un cable que las sostiene. En lo alto, cuelgan varios frutos, cuyo color verde hace que se confundan con las propias hojas.
La planta está protegida por una estructura blanca que encierra el calor dentro de sus paredes, como si de un preso se tratase. La razón: es para que el ambiente de afuera no lo contamine. “Nuestros campos, lamentablemente, ocupan muchos pesticidas, tanto como para el maíz y ciertas producciones. Ocupan mucho mata-hierba; y eso, más que nada, está acabando nuestra fauna en esta parte de aquí. Y pues ya no puedes sembrar a campo abierto, porque ya hay muchas afectaciones en esa parte. La única opción que a veces nos queda a nosotros es el invernadero”, revela Verónica Flores.
Desafortunadamente, menciona que esto representa un gasto importante. “No es muy rentable, porque tienes que llevar muchos controles aquí. Lo que en el aire libre ocupas, que son las abejas y las mariposas, nosotros tenemos que comprarlos para que pueda tener el producto una mejor polinización y no pierda los frutos”.
Otro problema que padece es la carencia de lluvias: “aquí lo que nos hace muchísima falta es el agua, y pues el cultivo necesita bastante. Todo este tipo de cosas requiere muchísima muchísima agua”. Asimismo, explica que las precipitaciones sirven tanto para el riego de los sembradíos, como para llenar una olla de captación pluvial que tiene.
A pesar de ello, expone que, debido a la necesidad hídrica del jitomate, también tiene que comprar agua. “No nos abaste, más que nada, porque ya no llueve cuando tiene que llover. Ya no nos llueve, como [en] este año, [en el que] hubo mucha pérdida en muchos productos aquí de nuestro campo, como fue la calabaza; literal este año no se dio. El maíz se jilotió muy pequeñito [es decir que los granos no lograron crecer lo suficiente]”.
Además de la sequía, Verónica Flores debe enfrentarse al cambio abrupto de los climas. “Ahorita nos puede hacer muchísimo calor; mañana nos hace mucho frío, y empiezan las plagas”. A causa de esto, la mujer comenta que, el año pasado, la mitad de sus sembradíos de jitomate se perdieron. “Como la temperatura es la que nos ayuda a que el plantío crezca y florezca, nos entró plaga. Y, como es orgánico, no podemos meter pesticidas fuertes. Entonces, ¿qué pasó? Nos ganó la pudrición”.
Entrevistado por Contralínea, el ingeniero agrícola Gustavo Mercado Mancera recomienda que los agricultores tengan a su disposición los datos meteorológicos de la estación más cercana, para que, de esta forma, evalúen las condiciones climáticas para el siguiente ciclo.
Otro problema es el de los precios. Verónica Flores lamenta que, aunque sus cultivos son orgánicos y representan mucha inversión económica, no se le paga bien por ellos. “A veces, nuestro trabajo siempre sale más barato para nosotros que al mediador”.
De las unidades de producción agropecuarias capitalinas, el 77.2 por ciento de reportó tener problemas con los altos costos de insumos y servicios; 26.6 por ciento, con la pérdida de fertilidad del suelo; y 22 por ciento, con la dificultad para la comercialización debido a la existencia de intermediarios, de acuerdo con el Censo Agropecuario de la Ciudad de México 2022, realizado por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi).
Al no obtener las suficientes ganancias, Verónica Flores comenta que se vuelve más duro empezar a sembrar de nuevo: “es difícil, porque, tan sólo el costo de esta planta [de jitomate] viene siendo entre 15 a 20 pesos antes de trasplantarla. Ya al trasplantarla en el piso, su manutención a la semana viene siendo, a veces, entre 1 mil, 1 mil 500, porque como la tierra ya no está muy nutrida como debería de estar, la planta necesita mucha ayuda”.
Para fertilizar la tierra, el experto Gustavo Mercado Mancera manifiesta que se suelen utilizar sales sintéticas, como la urea, el sulfato de amonio, el cloruro de potasio, el sulfato de potasio, etcétera. Sin embargo, advierte, éstas necesitan agua para disolverse y, al no tenerla, las plantas aprovechan muy poco.
En su caso, Verónica Flores utiliza productos orgánicos. “Por ejemplo, hay partes en que usamos el ajo (nosotros molemos el ajo, compramos bolsas grandes de ajo) para matar ciertas plagas En el piso, a veces, no podemos abonar con químicos muy fuertes y sólo se abona con calcio; pero, para que no haya pérdida en el sistema de riego, tiene que ser una por una”.
No obstante, Gustavo Mercado declara que tales residuos o prácticas orgánicas necesitan humedad en el suelo y, al no haberla, los sembradíos disminuyen su rendimiento. “Entonces, las sequías no sólo lo veamos como un efecto de falta de lluvia, sino que lo veamos como un efecto de falta de humedad en el suelo que va a repercutir sobre la productividad de los cultivos y de los ecosistemas en general, tanto de la flora y de la fauna”.
Todos estos factores perjudican la economía de Verónica Flores, quien ha encontrado en la agricultura no sólo una forma para subsistir junto a su esposo económicamente. “Es muy difícil encontrar un trabajo para nosotras como madres, y, en esta parte de aquí del invernadero, pues tenemos un poco más de espacio para poder otras atender otras cosas”.
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