Fernando Palomares: masonería y magonismo en el valle de El Fuerte

Fernando Palomares: masonería y magonismo en el valle de El Fuerte

Fernando Palomares –dice Claudio Lomnitz en su libro El regreso del camarada Ricardo Flores Magón– se unió desde joven a los francmasones en su nativa Sinaloa (hay que tener en cuenta que otros autores afirman que nació en Sonora), donde éstos habían fundado una colonia utópica socialista en Topolobampo inspirados por su líder Albert Kimsey Owen, quien creía en el socialismo utópico de su pariente: el inglés Robert Owen.

Palomares creció en la comunidad de La Logia, por el rumbo de Ahome y la Higuera de los Natoches. Hay que tener en cuenta que Logia se le llama al templo de los masones donde trabajan; también se le conoce como “taller”.

Durante el Porfiriato se fomentó la inmigración extranjera a México: francesa, italiana, cubana, rusa, entre otras, predominando la estadunidense. Llegaron al norte de Sinaloa 1 mil 245 colonos, según el libro El edén subvertido. La colonización de Topolobampo, 1886-1896, de Sergio Ortega Noriega. Porfirio Díaz otorgó concesiones a extranjeros y adecuó las leyes para tal fin. Owen fue apoyado por el gobierno de Estados Unidos porque lo que perseguían era que la economía mexicana quedara firmemente subordinada a los intereses estadunidenses. A dicha política se le conoció como la “penetración pacífica”, es decir, no por la vía armada.

El líder de la colonización del norte de Sinaloa, Albert Kimsey Owen, fundó The Credit Foncier Company, con ideas cooperativistas para proveer vestido, educación, salud, alimento y utensilios para el trabajo agrícola a los colonos, así como colocar acciones para financiar el proyecto. Sus ideas eran de corte utópico porque creía que el socialismo podía establecerse de manera legal y armoniosa, no como creían Marx y Engels: a través de una revolución violenta que tomara el Estado, encabezada por la clase obrera para establecer la dictadura del proletariado.

La idea de Owen era conectar el sur de Estados Unidos con el Pacífico para unir los mercados y comerciar las materias primas del Oriente. Para ello se aprovecharía la extraordinaria ubicación de la bahía de Ohuira, en Topolobampo, para construir un puerto de altura conectado a Texas por el ferrocarril The Great Southern.

La primera etapa de la colonización transcurrió sin problemas y en paz desde su llegada en 1886 y hasta 1890, cuando llega Cristhian Hoffman con una visión más empresarial y de negocios, fundando la sociedad The Kansas Sinaloa Invesment Company y empezó a disputarle el liderazgo a Owen, provocando la división de los colonos en un bando o en otro, peleándose por las tierras y por el canal Tastes. El proyecto colonizador fue un fracaso, pero marcó el rumbo para el desarrollo de la región norte de Sinaloa.

Fernando Palomares siempre se identificó como un indio yoreme (o mayo). Los mayos sufren el tercer ciclo de despojos de sus tierras y bienes, como la tierra y el agua del Río Fuerte, el más caudaloso del Estado. Los revolucionarios indígenas luchan por revertir esta situación, poner un alto al despojo y hacer que se respete su cosmovisión. Podemos decir que la vida y el acontecer corrían en dos vías, como en el resto del país: por un lado la visión blanca y, por la otra, la visión india, la cual era despreciada. Se impone la primera, pero sin lograr derrotar la otra, como actualmente perdura.

Desde que leyó el periódico Regeneración de los magonistas o del Partido Liberal Mexicano (PLM), Palomares se suscribió y se convirtió en corresponsal, entablando una entrañable amistad con los hermanos Flores Magón, sobre todo con Ricardo y Enrique, uniéndose a la causa y convirtiéndose en un agitador social. En su fuga a la frontera se unió a una logia de Cananea, donde fue nombrado Caballero por la Logia 6. En dicha logia había varios agitadores del movimiento obrero y revolucionario, entre ellos los líderes de la huelga de Cananea de 1906, Manuel M Diéguez y Esteban Baca Calderón. Los masones salvaron a Palomares del peligro en más de una ocasión. Hay que tener en cuenta que la masonería siempre ha estado ligada a los liberales o a las ideas libertarias.

Lomnitz refiere en su excelente obra, una de las más completas sobre el magonismo, que en una ocasión Palomares le pidió una opinión sobre los masones a Ricardo Flores Magón –en ese tiempo ya estaba exiliado en California–. Éste contestó irónicamente que “Porfirio Díaz es masón y no es nada bueno”. Dentro de los anarquistas o liberales precursores de la Revolución Mexicana se desconfiaba de los masones, aunque hubiera muchos simpatizantes y militantes masones.

La participación política en esos años era a través de los clubes, sociedades mutualistas, asociaciones literarias. En un censo de 1893 se contabilizaron más de 200 templos masónicos en el país. Había templos masónicos en Los Mochis, algunos que perduran hasta nuestros días, como en El Fuerte, Sinaloa, donde durante un tiempo funcionó la logia Ignacio Ramírez 18 afiliada al rito escocés.

En esos tiempos, a fines del siglo XIX y principios del XX, las poblaciones importantes eran El Fuerte, sede de los potentados con poder económico y político del norte de Sinaloa, junto con Ahome, y estratégicamente por el comercio, aduanas y medios de comunicación: Topolobampo (puerto) y San Blas (cruce de ferrocarriles), donde había presencia de fuerzas militares. Los Mochis apenas despuntaba en los albores del siglo XX bajo la mano de Francis Jhonston otro inmigrante estadunidense contemporáneo de Owen.

He escuchado comentarios, sobre todo en el medio académico en la ciudad de México, que a Topolobampo durante algún tiempo se le conoció como “la Rusia chiquita”, seguramente por las ideas que Albert Kimsey Owen.

Una nueva visión del progreso y desarrollo transcurría en la vida de los yoremes mayos en sus diferentes comunidades, pero sobre todo las asentadas en ambos márgenes del Río Fuerte. Es en esas fechas cuando se configuran las nuevas formas de producción y se acentúa el despojo de las ricas tierras de las comunidades indias y dueñas primigenias de ese territorio del septentrión sinaloense.

En esa sociedad blanca, inspirada en la estadunidense y europea, coexistía también el segmento mestizo y, por supuesto, el otro extremo: la sociedad yoreme mayo. Todavía persiste esa fisonomía en la sociedad sinaloense. Incluso en Los Mochis, Topolobampo que se erigen como centro políticos y mercantiles, en detrimento de El Fuerte y San Blas. Aún perduran algunos apellidos de los colonizadores como: Jackson, Jordan, Hays, Scally, Chapman, entre otros, de la mano de los apellidos de origen español como: Ibarra, Vega, Almada, Sarmiento, Ruelas, Ochoa, Orrantia, Beltrán, Balderrama, Burboa, y entre los indígenas perduran: Bacasegua, Cellel Iy, Cianuqui, Buitimea, Aqui, Moroyoqui, Anguamea, Osamea, entre otros.

Fernando Palomares había recibido educación en las escuelas socialistas de Sinaloa. Dominaba varias artes y oficios, además de hablar, mayo, yaqui, inglés y español, aunado a que era un excelente bailarín y buen cantante. En 1912 le confió a Ethel Duffy Turner (quien fuera esposa de John Kennet Turner), que cuando Francisco I Madero mandó a Juan Sarabia y Jesús Flores Magón a conferenciar con Ricardo en Los Ángeles, para aceptar un alto puesto en la administración de Madero (nada menos que la Vicepresidencia de la República) a cambio de que dejara la lucha, Sarabia le había ofrecido un puesto a él también con la condición de que abandonara a Ricardo y a sus ideas.

Ricardo permaneció firme en sus ideas hasta su muerte. Y con él, Fernando Palomares, un indígena yoreme sinaloense, un hombre de una sola pieza.

Guadalupe Espinoza Sauceda*

*Abogado y maestro en desarrollo rural; integrante del Centro de Orientación y Asesoría a Pueblos Indígenas, AC

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