El deporte, como pasión y como actividad humana capaz de generar unión, identidad, fraternidad y paz, tuvo en Nelson Mandela a su más grande promotor. Madiba fue un estadista que supo de la fuerza del juego y el deporte, capaz de cambiar toda una nación. Logró que su país, multirracial, superara sus prejuicios cuando se vio representado en una cancha donde negros y blancos eran un mismo equipo: Sudáfrica. Afuera, en las calles, también negros y blancos bailaban y se abrazaban, como si no fueran los mismos que habitaran meses atrás un país sumido en la violencia institucionalizada: la del Apartheid
“El deporte es capaz de cambiar al mundo”, sentenció, con pleno conocimiento de causa, Nelson Mandela. La calle –atestada de blancos sonrientes que abrazaban a negros desconocidos que festejaban la gloria del equipo emblema del régimen que los sometió– probaba la tesis del mandatario referente al impacto social, identitario, de la pasión deportiva.
Antaño los negros que bailaban y cantaban por la victoria de los Springboks (gacelas) en el Mundial de Rugby de 1995 tenían prohibido jugar el deporte de los rudos caballeros, incluso observarlo desde una grada. Si querían, su palco era la tierra detrás de los postes erigidos en los extremos de la cancha. Antaño quienes ahora gritaban eufóricos por la miel del triunfo, acudían a los juegos de rugby ilusionados con ver perder al local o a uno de sus jugadores partirse una pierna.
“En la década de 1980 gran parte de Sudáfrica estaba afectada por un grave estallido de violencia”, dice a Contralínea la doctora Hilda Varela, profesora-investigadora del Colegio de México (Colmex).
“Entre el momento de liberación de Nelson Mandela y de los otros presos políticos y la celebración de la primera elección democrática de Sudáfrica, el país vivió una etapa difícil de negociaciones no exentas de violencia y de represión gubernamental”, explica la doctora en ciencia política, especialista en temas africanos.
Agrega: “cuando Nelson Mandela asumió el poder, en 1994, la sudafricana era una sociedad que presentaba profundas fracturas que se expresaban incluso en el campo deportivo. El deporte puede crear esperanza donde antes sólo había desesperación. Es más poderoso que los gobiernos para derribar barreras raciales”.
La también directora del Centro de Estudios de Asia y África del Colmex considera que Madiba (“nombre que le corresponde a Mandela por su estatus social y de prestigio como miembro de la familia real Thembu, xhosa parlante”) se dio cuenta muy pronto de que el juego, el deporte tenía la fuerza como para trastocar la realidad política y social de una sociedad.
Boicot quebrantado
El deporte en Sudáfrica en tiempos del Apartheid fue reducido a práctica recreativa, apenas semiorganizada internamente por la comunidad (blanca) afrikáner. La nación, dividida por el color de piel, había sido expulsada de las federaciones y boicoteada en competencias internacionales. El aislamiento deportivo fue una de las tibias protestas que el resto del mundo levantó ante las políticas racistas y el encarcelamiento de dirigentes sociales como Mandela o Walter Sisulu.
La primera organización en excluir a Sudáfrica fue la Confederación Africana de Futbol (CAF) en 1957. El Comité Olímpico Internacional (COI) hizo lo mismo tras los juegos de Roma 1960 y la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) en 1976. Por su parte, las asociaciones de rugby y críquet impidieron al país segregacionista asistir a las primeras copas del mundo (1987 y 1975, respectivamente) aun siendo potencia en ambas disciplinas.
Tras la liberación de Nelson Mandela y el viraje político de Frederik de Klerk –último presidente miembro del Partido Nacional y poseedor, junto al primero, del Premio Nóbel de la Paz–, Sudáfrica volvió a ser aceptada en 1992 por la FIFA; jugó su primer mundial de críquet, y asistió después de 32 años a unos Juegos Olímpicos (Barcelona).
Mandela presenció la justa olímpica de ese año. En ella observó a catalanes y españoles palpitar por una misma delegación y comprobó el poder unificador del deporte a gran escala. Antes ya lo había vivido enterándose –no jugando, pues no le era permitido– de la pequeña libertad que el futbol y el rugby daba a los presos.
Símbolos de guerra y paz
“Con una visión política amplia, basada en la reconciliación de todos los sudafricanos, Mandela consideró que una forma de integrar a la población era a través del entonces odiado rugby”, asevera la doctora Varela, directora del Centro de Estudios de Asia y África del Colmex.
“Antes de la Copa Mundial de Rugby realizada en Sudáfrica –relata–, Mandela logró que se impartieran clases en los paupérrimos barrios obreros [negros] y que se difundieran ampliamente no sólo las reglas del rugby, sino la idea de que el equipo nacional, en cualquier deporte, representaba a toda la población sudafricana.”
Lo ocurrido el 16 de junio de 1995 ilustra el arduo afán del estadista de romper los enconos focalizados en ciertos iconos, como el escudo y el verde del uniforme de los Springbroks. La ira acumulada por décadas aún estaba caliente en la comunidad negra, y en el mitin de KwaZulu se reflejó. La gente no recibió al presidente Mandela con vítores ni aplausos desenfrenados. Desconcertados, en silencio, vieron subir a su líder al estrado. Algunos abucheos se escucharon.
“Un símbolo puede llevar a una guerra”, había dicho anteriormente Madiba a los dirigentes del Congreso Nacional Africano (CNA) al rebatir la propuesta de suprimir el nombre, los colores y el logo del equipo de rugby del que se enorgullecía la minoría blanca.
Aquel 16 de junio era la víspera del partido en el que el conjunto sudafricano –con solamente un negro en sus filas– buscaría derrotar a Francia para llegar a la final del campeonato mundial de la especialidad. La euforia aún no había alcanzado a todos y por ello el mandatario decidió presentarse en KwaZulu… con una gorra verde con el emblema de los “enemigos” de aquella multitud.
Mandela desafió el descontento popular al mostrarla aún más con la mano en lo alto. Entre abucheos, afirmó: “Esta gorra honra a nuestros muchachos que enfrentarán a Francia mañana”. La desaprobación por aquel “nuestros” arreció. A ello contestó poniéndose la gorra con fuerza mientras solicitaba quebrantar la costumbre de aplaudir al rival: “Pido a todos que los apoyen mañana porque ellos representan nuestro orgullo. Ellos son su orgullo”, recalcó con autoridad. Los pitos siguieron, pero ya combinados con aplausos.
El equipo anfitrión venció, pasó al juego final y, previo a éste, el coro en favor de Mandela fue unánime en el estadio Ellis Park. “¡Nelson!… ¡Nelson!”, fue el grito aprobatorio de la grada llena en un 95 por ciento por blancos. Con apenas 1 año en la presidencia y a partir de un acontecimiento deportivo, Madiba había marcado una huella política y social que persiste hasta estos días.
Cuando la selección de rugby ganó “el campeonato mundial, los sudafricanos independientemente del color de la piel, consideraron que realmente fue un triunfo de todos. Ese hecho significó un enorme triunfo político. Fue un paso decisivo en favor de la reconciliación nacional. La reconciliación no es una tarea fácil después de más de 3 siglos de explotación basada en el color de la piel, pero fue un aporte fundamental: demostró que los habitantes de Sudáfrica, independientemente del color de la piel, eran capaces de unirse”, asienta la doctora por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
“Un equipo, una nación”
El uso del deporte como vehículo social persistió tras la Copa del Mundo de rugby de 1995. En los 5 años en los que Nelson Mandela fue presidente de Sudáfrica, los avances en distintas disciplinas fueron notables.
En 1996, como anfitriona, Sudáfrica celebró su regreso a la Copa Africana de Naciones convirtiéndose en campeona. El resultado provocó una embriaguez plurirracial similar a la vivida meses atrás.
En agosto de ese año, la FIFA ubicó a la selección en el lugar 16, el mejor en su historia. También se promovió la creación de la Liga Premier de Futbol y en los Juegos Olímpicos de Atlanta la nueva bandera de la “nación arcoíris” ondeó en lo más alto en tres ocasiones. El país minero volvió a sentir el oro después de 46 años y cosechó en total cinco preseas.
En 1997 la selección de futbol, conformada en su mayoría por jugadores negros, provocó la tercera explosión sociodeportiva en el gobierno de Mandela. Blancos y negros repitieron el baile al son de su equipo al clasificar por vez primera a un mundial de futbol.
Al cerrar el año, los bafana bafana (muchachos) debutaron en la Copa Confederaciones de Arabia Saudita representando al continente africano tras la conquista de la Copa Africana de Naciones. Aunque fue eliminada en la fase de grupos, logró un histórico empate contra el subcampeón de Europa, República Checa.
En el penúltimo año de la administración de Madiba, el representativo de futbol bordó por segunda vez consecutiva un gran torneo continental. Tras la Copa Africana de Naciones llegó a su primera Copa del Mundo como subcampeón de África. En Francia 1998 se quedaron en la primera ronda, cayendo únicamente ante la selección anfitriona, pero festejaron sus primeros goles anotados y puntos conseguidos.
En 1999 Sudáfrica tuvo su mejor participación en un mundial de críquet –el cuarto evento de representaciones nacionales con mayor audiencia en el mundo tras la copa de futbol, los Juegos Olímpicos y el campeonato de rugby– al lograr el tercer puesto en la competencia con Lance Klusener galardonado con el trofeo al mejor jugador del torneo.
En el primer gobierno a cargo del CNA también fueron impulsados el ciclismo, el atletismo, la natación, el beisbol y se desarrollaron –aún exclusivamente en las clases altas– el polo, el tenis y el golf. Cada victoria se publicitó como una oportunidad para unir las razas otrora antagonistas pero ahora englobadas en los equipos nacionales. De ahí el eslogan de los Sprinbroks masivamente reproducido: “one team, one country” (un equipo, una nación).
El verdadero arquitecto
Sudáfrica ha sido sede de tres de los cuatro grandes eventos deportivos de naciones: en 1995 albergó la Copa del Mundo de Rugby, en 2003 el mundial de críquet y, finalmente, la Copa FIFA en 2010. En todos estuvo la mano de Madiba, aun como expresidente.
En 2004 la salud de Nelson Mandela presentaba un deterioro tal que viajar fuera de su país implicaba un grave riesgo. No obstante el mandato de los médicos, en un par de ocasiones rompió las prescripciones médicas para viajar a Trinidad y Tobago y a Zúrich, Suiza, en busca de la sede de la fase final del Mundial de futbol. Con su figura bastó.
“La Copa Mundial de Futbol fue considerada por una gran parte de la población africana como un gran triunfo y como un regalo de Mandela para la población negra de Sudáfrica”, apunta la investigadora Hilda Varela.
Un par de años antes de la justa de 2010, el organismo rector del futbol profesional le entregó una réplica de la dorada copa, con vivos verdes curiosamente, a Madiba “por ser el verdadero arquitecto del primer mundial de futbol en canchas africanas”.
Nelson Mandela demostró ser no sólo uno de los estadistas más importantes del siglo XX, sino uno de los más eficaces y apasionados promotores del deporte y del juego, lejos de las concepciones mercantilistas y cerca del espíritu fraterno y amistoso de los pueblos.
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Fuente: Contralínea 343 / julio 2013