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Tiempo de mujeres

Tiempo de mujeres

Tiempo de mujeres
FOTO: MARGARITO PÉREZ RETANA/CUARTOSCURO.COM

En México, vivimos tiempo de mujeres. Actualmente, ocuparán posiciones como la Presidencia de la República y la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Esto ayuda a la continuación de una larga lucha femenina y de la sociedad entera, en defensa de los derechos que aún no están garantizados.

La mujer ha sido desplazada y sometida por el colonialismo y en los días que corren, por el neocolonialismo. Sin embargo, la lucha de siglos de las mujeres comienza a dar frutos. Hoy, se crean condiciones para la conquista del pleno respeto de sus derechos. Es momento, en el cual la movilización social empujará para garantizar esos derechos que han sido escamoteados y resolver las tareas pendientes.

Antes de la invasión española en el Anáhuac las mujeres desempeñaban un papel importante en la sociedad. Podían ser sacerdotisas cihuatlamacasqui, en donde sus funciones eran: organizar los principales ritos, elaborar lienzos y atizar el fuego sagrado.

También, eran las parteras, curanderas, astrólogas, gobernantes. Asimismo, participaban en la agricultura, el comercio, la manufactura y había una asamblea de mujeres; eran reconocidas dentro de la sociedad. Las ancianas tenían funciones importantes, ya que eran sabias, maduras y serenas.

Las mujeres tenían una participación económica activa, pues intercambiaban en el tianguis productos elaborados o cosechados por ellas mismas. Además de la crianza de animales, producían textiles y trabajos de alfarería. Tenían muchos espacios de respeto y su posición en la época prehispánica era de gran dignidad. Su participación política fue destacada.

Respetando la dualidad, las mujeres tenían un papel destacado. En el gobierno de Tenochtitlan, a la par del Tlahtocan o Consejo Supremo, tenían un Consejo Supremo de mujeres: el Cihuatlahtocan. Era integrado por 14 mujeres electas por elección popular, según investigó el doctor Romero Vargas.

Y estaban encabezados por dos jefas, la cihuatlahtoan, vocera que ejecutaba los acuerdos del consejo, y una cihuacoatl, quien era la administradora.     Ambas encabezaban el gobierno de mujeres. Del Consejo, dependían las juezas de los tribunales de mujeres, quienes eran gobernadas independientes de los hombres (Romero Vargas, 2000).

A nivel religioso, había representaciones espirituales –que no diosas–. En el Omeyecan –lugar de la dualidad–, residía la energía suprema que llamaban Ometeotl, integrada por una dualidad mujer-hombre Omecihuatl y Ometecutli.

La situación de las mujeres cambió con la colonización. Comenzó con el genocidio contra mujeres, niñas, niños, y población en general; además de la violación masiva de mujeres y su sometimiento y explotación máxima. Las mujeres esclavizadas fueron las que más sufrieron.

En la colonia, se instruía a las mujeres de la élite y sólo en las labores de cocina, costura, repostería etcétera. El objetivo era que fuesen buenas “amas de casa”, y se dedicaran a asistir a la iglesia, donde podían participar en los coros de las cofradías religiosas.

También, en ocasiones, les enseñaban danza para acompañar al hombre en reuniones sociales, festejos y mitotes. No sólo en la vida familiar o en el trabajo se vivía el control masculino, sino también los espacios públicos.

El colonialismo extranjero ha sido un poder que somete a la mujer. Nunca se vivió la opresión el sexo femenino como en esta época de subordinación al imperio español. Ahí, encontramos el origen principal del actual sometimiento de la mujer en México que aún subsiste. Y el triunfo cabal del patriarcado opresor que trajo Europa.

Por ejemplo, en aquella época, la propiedad correspondía al marido. Las jovencitas ni siquiera podían escoger a su pareja: los padres podían imponer el matrimonio con un rico anciano o con un ser detestable. Si la mujer se negaba, era encerrada en un convento.

Si un novio a quien amaba osaba rescatarla de su encierro, ambos eran buscados por la policía y castigados. Ella volvía al encierro, y él, a la cárcel. Desde el inicio de la invasión española, fueron sometidas, sujetas, ultrajadas y marginadas. Y el patriarcado impuesto por el colonialismo las separó de las principales funciones económicas, políticas y sociales.

A pesar de todo, la lucha de la mujer mexicana durante la colonia fue constante, tenaz, sutil y valiente. Y se efectuaba de mil modos. De hecho fue una mujer, quien se adelantó a Hidalgo, Morelos y Guerrero en la abolición de la esclavitud. Tecuixpo Ixkaxochitl, más conocida como Isabel Moctezuma, escribió en su testamento:

“Dispongo, pues sé que he de morir, que todos mis esclavos y esclavas naturales del país devengan personas libres, pues yo siempre los he considerado así”.

FOTO: ENRIQUE ORDÓÑEZ/CUARTOSCURO.COM

Las mujeres de conocimientos, activas, creativas, curiosas o rebeldes eran acusadas ante la Inquisición. Sufrían largos años en tétricas cárceles, torturas, o eran obligadas a vestir un sambenito para escarnio público. Algunas fueron quemadas vivas.

A pesar de que las mujeres de la Nueva España pocas veces podían acceder a la educación y a conocimientos vedados, hubo en muchas el interés. Buscaron la oportunidad de educarse y conocer todo tipo de literatura ya en épocas cercanas a la Independencia.

También, incluyeron las obras de la Ilustración. Éstos eran libros prohibidos por la siniestra inquisición española. Por ejemplo, allá, en Pátzcuaro, Gertrudis Bocanegra, inteligente y valiente, fue lectora de los principales autores. Comulgó con el pensamiento liberal de Voltaire y Rousseau.

El mejor ejemplo del afán femenino de conocimiento lo vislumbramos en Sor Juana Inés de la Cruz. Ella era una niña sencilla, quien vivió en Amecameca. De  igual manera, estuvo en Yecapixtla, Nepantla y en Panoaya, donde su abuelo tenía tierras. Allí, Juana aprendió náhuatl con los indios de la región que sembraban trigo y maíz en las tierras del abuelo.

A los tres años, aprendió a leer y escribir. Su hermana mayor le enseñó a escondidas de su mamá, quien era analfabeta como todas las mujeres de su época.

Juana se enamoró de la lectura y devoró la biblioteca de su abuelo, Pedro Ramírez. Al mismo tiempo, convivió con esclavos negros, peones indígenas y campesinos mestizos. Se dio cuenta de la discriminación existente, la cual siempre repudió. De muy niña, asistió a la modesta escuela rural “La Amiga” y pronto se distinguió por su aplicación.

En 1660, fue trasladada a la ciudad a vivir con unos parientes. Su afición al conocimiento la llevó a aprender todo el conocimiento de su época. Leyó los clásicos griegos y romanos, así como la teología.

Su afán por saber era tal que intentó convencer a su madre de que la enviase a la Universidad disfrazada de hombre, puesto que las mujeres no tenían acceso. Ella contaba que, al estudiar una lección, cortaba un pedazo de su propio cabello si no había aprendido correctamente, pues no le parecía bien que la cabeza estuviese cubierta de hermosuras si carecía de ideas. Así, se forjó a sí misma esta extraordinaria mujer poeta, astrónoma, música, gastrónoma y filósofa.

En el momento clave, la mujer mexicana jugó un papel determinante en la lucha por la independencia de México. Muchas fueron las grandes heroínas: Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Gertrudis Bocanegra.

Hubo otras impulsoras de la soberanía nacional: Carmen Camacho, María Josefa Huerta y Escalante, Rafaela López Aguado de López Rayón, María Josefa Martínez Navarrete, María Josefa Natera, María Ubalda Sánchez, Mariana Rodríguez del Toro, Ana Villegas y muchas otras patriotas. Ellas se entregaron a la lucha por la liberación.

En la Independencia, combatieron desde todos los ámbitos, no sólo como enfermeras y cocineras, sino también como dirigentes e ideólogas, combatientes armadas, organizadoras, espías, propagandistas y estrategas en el apoyo logístico.

En los rumbos del país, sostuvieron la lucha por la Independencia, no sólo contra los invasores españoles, sino también contra los estadunidenses e invasores franceses. Luego, en la revolución mexicana, también ha sido el alma, la base y el motor de luchas cruciales.

Fueron varias las valientes que tomaron las armas para atacar a los realistas; una de ellas era Altagracia Mercado de Huichapan, Hidalgo. Ella tuvo su propia compañía y la financió con sus recursos, los cuales empleó para comprar abasto, armas y equipo.

El 24 julio de 1819, fue derrotada por los españoles. Valientemente, se quedó luchando hasta el final, la atraparon. Y el capitán realista ordenó: “A los hombres fusilenlos”.

Sin embargo, ella fue detenida y llevada a la Ciudad de México, donde la condenaron a trabajos hasta que la liberó el triunfo de la Independencia. Por eso, es conocida como la heroína de Huichapan.

Otra mujer destacada fue Manuela Medina de Taxco. Creó su propia compañía y acompañó a José María Morelos a Oaxaca y Acapulco. La Suprema Junta de Zitácuaro la nombró capitana y ganó siete batallas.

De ella, Morelos dijo: “Ojalá que la décima parte de los americanos tuviesen los mismos sentimientos, pues ya hubiéramos ganado la guerra”. “La capitana” luchó desde los inicios de la insurgencia y nunca se indultó. Murió en 1822, en Texcoco, a causa de las heridas de lanza que recibió de los realistas durante los combates.

María Fermina de Rivera fue una insurgente en la Revolución de Independencia, originaria de Tlatizapan, lugar que se convertiría en capital de la Revolución Zapatista. De Rivera se unió a la lucha de Morelos junto a su esposo, José María Riveras. Al morir éste, encabezó su grupo armado y se unió a Vicente Guerrero

Ella luchó con hambres terribles. Recorrió caminos pedregosos, climas ingratos… A veces, cogía el fusil de un muerto y sostenía el fuego al lado de su marido. El 21 de febrero de 1821, murió en combate, en la Hacienda de Chichihualco, hoy Guerrero.

Antonia Nava de Catalán, la Generala, batalló por la Independencia al lado de Morelos y Bravo. Era un motor de la lucha; avitualló a la tropa; cooperó en la administración de los ejércitos, y atendió a los heridos.

Participó junto a Nicolás, su esposo, en la lucha hasta el triunfo. En octubre de 1814, se agotaron las provisiones de la tropa de Nicolás Bravo, en la Sierra de Xaliaca o Tlacotepec. Eran sitiados por los realistas en San Juan Coscomatepec.

El general mandó diezmar a sus soldados para que los demás comieran de su carne. La Generala se presentó ante Bravo, acompañada de varias mujeres, y le dijo: “Venimos porque queremos servir de alimento, repartan nuestros cuerpos en raciones a los soldados!” Esto levantó la moral de las tropas. Aun muertos de hambre, se animaron a luchar y a vencer.

Mujeres y hombres cantaban La Tlayuda durante el sitio; esta canción dice “Cogerás la jaula, pero a los pájaros no”. De forma increíble y sigilosa, lograron romper el sitio.

Cuando a Antonia Nava de Catalán Morelos le dieron el pésame por la muerte de su esposo, ella dijo: “Mi marido murió cumpliendo su deber y vengo a traer a mis cuatro hijos, el chiquito de tambor para apoyar”.

Es hora de reconocer el papel que han jugado las mujeres a lo largo de nuestra historia. Ha llegado el momento de luchar por garantizar sus derechos; en primer lugar, el de la vida abatiendo los feminicidios. Este siglo XXI será recordado como el siglo de las mujeres, en el que se logrará equidad y justicia.

Pablo Moctezuma/Primera parte*

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social