La recuperación del poderío económico y militar de Rusia lograda bajo el mandato de Vladimir Putin se ve comprometida hoy por la guerra económica que le imponen Estados Unidos y la Unión Europea. Esta confrontación obligará al poder ruso a cuestionar sus relaciones con el sistema oligárquico heredado de la era Yelsin, sistema que Putin reformó y controló en parte, pero en el que también se apoyó y que incluso preservó para sacar a Rusia del marasmo económico en que se hallaba. Frente a la agresión occidental, ese viejo sistema no basta. O Putin elimina el modelo oligárquico y abre una nueva fase innovadora de la economía rusa implicando a las fuerzas productivas, las diversas clases sociales –ricas en científicos y técnicos– con los dinámicos y prósperos mercados emergentes de Asia, o mantiene con el viejo sistema oligárquico un statu quo que lo llevaría a la derrota
James Petras/Red Voltaire/Ilustraciones: Manrique
Nueva York, Estados Unidos. El golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos y la Unión Europea en Ucrania por un lado, el intento de transformar a Ucrania de socio comercial histórico y estable de Rusia en uno más de la devastada economía de la Unión Europea, para que sirva además de plataforma de lanzamiento de misiles de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apuntando contra Rusia, así como las sanciones económicas posteriores lanzadas en contra de Rusia por el bloque (Estados Unidos-Unión Europea) por apoyar a la minoría étnica ucraniana de lengua rusa viviendo desde siglos en la región del Dombás y de Crimea, ilustran la peligrosa vulnerabilidad en la que se puede encontrar la economía y la seguridad del Estado ruso frente a la agresión occidental.
Para tener un panorama real y concreto de los esfuerzos necesarios que debe realizar Rusia para su viabilidad económica, para su seguridad en materia de defensa, para que Rusia pueda encontrar la solución a estos desafíos, se requiere entonces de un análisis crítico de las políticas y estructuras emergentes en Rusia después de la era postsoviética.
Saqueo como privatización
Durante el último cuarto de siglo, varios billones de dólares de valor de la propiedad pública estatal en todos los sectores de la economía rusa fueron transferidos ilegalmente o fueron violentamente incautados por grupos mafiosos o gansteriles oligarcas que actuaban a través de bandas armadas (grupos de poder), especialmente durante la fase del derrumbe del sistema comunista de la Unión Soviética a la fase de “transición al capitalismo” emergente, desapareciendo la Unión Soviética y apareciendo el nuevo Estado: la Federación de Repúblicas de Rusia.
De 1990 a 1999, más de 6 millones de ciudadanos rusos murieron prematuramente (o a fuego lento) a consecuencia del colapso catastrófico de la economía; la esperanza de vida para los hombres disminuyó de 67 años durante la era soviética a 55 años durante el periodo del presidente Boris Yeltsin. El producto interno bruto (PIB) de Rusia se redujo en 60 por ciento, una primicia histórica para un país que no estaba en guerra. Después de tomar violentamente el poder con el bombardeo del parlamento ruso, el régimen de Yelsin procedió a “priorizar” la privatización de la economía, la venta de la energía, de los recursos naturales, de la banca, los transportes y las comunicaciones a una décima parte o incluso menos que eso de su verdadero valor económico. Esto fue vendido por nada a los compinches bien conectados y otras entidades extranjeras.
En esa época era costumbre ver matones armados, organizados por los mismos oligarcas arribistas “completando” el programa de privatización mediante agresiones, asesinatos y otras formas de violencia. Cientos de miles de jubilados de edad avanzada fueron expulsados de sus casas y apartamentos en un vicioso comercio de superficies y terrenos por especuladores inmobiliarios violentos. Consultores y otros consejeros financieros académicos de Estados Unidos y de Europa “aconsejaban” a diversos oligarcas rivales y a los ministros del nuevo gobierno ruso cómo utilizar las mejores técnicas de mercado “eficientes” para saquear la economía, mientras les tocaban lucrativas y cuantiosas comisiones generando así enormes fortunas para la gente “bien relacionada”.
Mientras tanto, los niveles de vida se derrumbaron en esta nueva Rusia Federal, empobreciendo a las dos terceras partes de los hogares rusos: los suicidios se cuadruplicaron y las muertes por alcoholismo, adicción a las drogas, el VIH (sida) y las enfermedades venéreas se tornaron incontrolables. La sífilis y la tuberculosis alcanzaron proporciones epidémicas –enfermedades totalmente controladas durante la era soviética– y volvieron a aparecer con furia a consecuencia del cierre de clínicas y hospitales públicos que no teniendo fondos dejaron de funcionar.
Por supuesto, para los medios de comunicación occidentales, para la respetable prensa comercial haciendo uso del noble don de la libertad de expresión, celebraron el saqueo de Rusia como una buena transición hacia la democracia y “elecciones libres en una economía de libre mercado”. Ellos escribieron brillantes artículos donde alababan la inteligencia del nuevo poder político; el control de la economía por oligarcas mafiosos fue descrito como el reflejo de un aumento de la “democracia liberal”. El Estado ruso pasó así, de la noche a la mañana, del rol de superpotencia mundial al de Estado abyecto, convirtiéndose en un régimen cliente, penetrado por las agencias de inteligencia occidentales e incapaz de gobernarse y hacer respetar los acuerdos y sus intereses frente a las potencias occidentales. Estados Unidos y la Unión Europea desplazaron rápidamente la influencia rusa-soviética de Europa del Este y rápidamente se hicieron con el control de las exempresas estatales, los medios de comunicación y las instituciones financieras (tanto de Rusia como del bloque socialista de Europa del Este).
Los antiguos funcionarios comunistas y de izquierda e incluso ejecutivos nacionalistas fueron expulsados y sustituidos por políticos a favor de la OTAN (pro-OTAN), dóciles y serviles al “libre mercado”. Estados Unidos y la Unión Europea violaron todos los acuerdos históricos firmados por Gorbachov con Occidente: los regímenes de Europa del Este se convirtieron en miembros de la OTAN; Alemania Occiden tal anexó el Este y las bases militares de la OTAN se ampliaron hasta las fronteras con Rusia.
Los pro-OTAN implantaron think tanks suministrando propaganda e inteligencia antirusa en la sociedad. Y hubo cientos de organizaciones no gubernamentales (ONG), financiadas por Estados Unidos, operando dentro de Rusia con propaganda y otros medios de instrumentalización para crear y fomentar una nueva raza de políticos “serviles” neoliberales. En el Cáucaso soviético y el Extremo Oriente, Occidente fomentó movimientos sectarios separatistas y levantamientos armados, especialmente en Chechenia; Estados Unidos patrocinó dictadores lacayos útiles a su imperialismo. Un buen ejemplo es el payaso títere neoliberal y corrupto el expresidente Saakashvili, en la exrepública Soviética de Georgia.
De esta manera el Estado ruso fue colonizado y su gobernante putativo, es decir, el presidente de Rusia en aquella época Boris Yeltsin –a menudo completamente ebrio–, gobernaba por decreto y gracias a la corrupción ganaba la obediencia de los funcionarios públicos y administradores del país, desintegrando aún más al Estado y la sociedad rusa.
La década de Yeltsin es recordada por el pueblo ruso como un verdadero desastre; en cambio ese mismo periodo es para Estados Unidos, la Unión Europea, para los oligarcas rusos y sus seguidores la Edad de Oro…, del saqueo. Para la inmensa mayoría de rusos fue una Edad Oscura, cuando la ciencia y la cultura rusa fueron destrozadas; toda una clase de científicos, artistas e ingenieros de alto nivel y rango mundial murieron de inanición, a fuego lento, ya que sus paupérrimos ingresos de pensión los condujeron a la desesperación, precariedad, miseria y muerte.
Para Estados Unidos, la Unión Europea y los oligarcas esto fue la era de la presa fácil: el pillaje económico, cultural e intelectual, miles de millones de dólares de fortuna fueron a parar en los bolsillos de la mafia oligárquica; impunidad política, criminalidad desenfrenada y la sumisión del gobierno ruso a los dictados de Occidente. Los acuerdos internacionales con el Estado ruso se violaban incluso antes de que la tinta se secara… Era la época del mundo unipolar centrado en Estados Unidos, el Nuevo Orden Mundial, donde Washington podría influir e invadir a los adversarios nacionalistas y a los aliados de Rusia con toda impunidad.
La Época de Oro de la dominación del mundo se convirtió en el indiscutible modelo estándar occidental, dicho modelo serviría para juzgar a Rusia después de la era Yeltsin. Cada decisión de política interior y exterior (de Estados Unidos y la Unión Europea), adoptada durante los años de gobierno de Putin, es decir entre 2000 y 2014, ha sido diseñada especialmente por Washington para juzgar a Rusia, en función de si las nuevas políticas impulsadas por Putin se ajustaban o desviaban de la década Yeltsin, década de pillaje y manipulación de Rusia, sin que ésta dé signos de respuesta en su defensa.
La era Putin: la reconstrucción y la beligerancia de la OTAN
La primera y principal tarea del presidente Putin fue la de hacer terminar el colapso en el que Rusia se encontraba sumergida. Con el tiempo, el Estado y la economía rusa se fueron recuperando y una cierta apariencia de orden y legalidad llegó a todo el país. La economía se comenzó a recuperar y crecer; igual para el empleo, mejores salarios así como un mejor nivel de vida y de bienestar se fue generalizando, la tasa de mortalidad dejó de crecer.
Comercio, inversión y transacciones financieras con Occidente se normalizaron; se frenó el pillaje que fue denunciado como criminal y fue procesado ante la justicia. La recuperación de Rusia fue visto por Occidente (Unión Europea y Estados Unidos) con ambigüedad: muchas personas legítimas y honestas en negocios, las multinacionales comerciales legales dieron la bienvenida al restablecimiento de la ley, del orden y el fin del gansterismo en Rusia. En contraste, los políticos en Washington y Bruselas, así como los capitalistas buitres de Wall Street y la City de Londres rápidamente condenaron a Putin que lo calificaron de “dictador emergente lleno de autoritarismo” y “estatismo”, porque las nuevas autoridades rusas comenzaron a investigar a los oligarcas mafiosos por evasión de impuestos, lavado de dinero a gran escala, corrupción de funcionarios públicos e incluso por el asesinato de burócratas que se opusieron al antiguo orden legado por Yelsin.
El ascenso de Putin al poder coincidió con el auge (demanda) de los productos básicos (materias primas) en todo el mundo. El espectacular aumento del precio del petróleo, del gas ruso y otros metales (2003-2013) permitió a la economía rusa crecer a un ritmo rápido, mientras que el Estado ruso aumentaba la regulación y control de su economía, entonces pudo comenzar a restaurar también sus Fuerzas Armadas.
El éxito de Putin para poner fin a las formas más salvajes de saqueo de la economía y el restablecimiento de la soberanía de Rusia lo hizo popular entre el electorado: fue entonces repetidamente elegido por una amplia y sólida mayoría popular en el país.
Como Rusia se fue distanciando de las políticas dominadoras y colonizadoras que Occidente le imponía, como Rusia fue cambiando a los funcionarios corruptos o vendidos y eliminando todas los vicios y prácticas corruptas de la era Yeltsin, Estados Unidos y la Unión Europea lanzaron una estrategia política hostil hacia la Rusia de Putin; dicha estrategia, diseñada con múltiples puntas de ataque, tenía como objetivo socavar la reputación y gobernanza del presidente Putin. Estados Unidos y la Unión Europea soñaban poder restaurar clones neoliberales al estilo Yeltsin, que fueran dóciles y obedientes al poder Occidental para poder continuar con el saqueo.
Organizaciones no gubernamentales rusas financiadas por fundaciones estadunidenses que actuaban en realidad de manera encubierta para la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadunidense, lograron generar protestas callejeras masivas, esto para reclutar y fundar organizaciones electorales de oposición. Partidos políticos ultraliberales apoyados por Occidente compitieron sin éxito contra otros partidos locales en las elecciones nacionales en Rusia.
El Centro Carnegie, un instituto financiado por Estados Unidos y conocido también por ser un antro de propaganda estadunidense, produjo una extensa cantidad de folletos, revistas y otras publicaciones donde describía la política de Putin como “demoniacas”, “autoritarias”, de “persecución” contra los buenos oligarcas opositores y que Putin estaba planeando el regreso a una “economía de orden y mando estilo soviético”.
Mientras Occidente trataba de restaurar la Edad de Oro (del saqueo) a través de otros sustitutos de manipulación interna, por otro lado proseguía con su agresiva política exterior destinada a eliminar a los aliados y socios comerciales de Rusia, especialmente en Oriente Medio.
Estados Unidos invadió Irak, asesinó a Sadam Husein y desmanteló el liderazgo del Partido Baas, poniendo en su lugar un régimen títere sectario favorecedor a Washington; así eliminaron un aliado tradicional clave nacionalista de Moscú en la región.
Estados Unidos decretó sanciones económicas contra Irán, un importante y lucrativo socio comercial petrolero de Rusia. Estados Unidos y la Unión Europea financiaron una insurgencia armada (terroristas islámicos) a gran escala para derrocar al presidente Bashar al-Assad en Siria, otro aliado importante de Rusia, y para privar a la Armada rusa de un puerto amigo en el Mar Mediterráneo. Estados Unidos y la Unión Europea bombardearon Libia, un importante socio petrolero y comercial de Rusia (y China), instalando allí un régimen cliente prooccidental de tendencia islamista radical (Libia está actualmente sumergida en un total caos y anarquía, los grupos de fundamentalistas islámicos terroristas han tomado el poder con el apoyo de la OTAN).
La presión estadunidense contra Rusia se hizo sentir en el Cáucaso y en el Mar Negro, cuando el régimen de Georgia, bajo la órbita de Washington, invadió por sorpresa Osetia del Sur en 2008, un protectorado de Rusia. El ataque nocturno de Georgia mató a decenas de fuerzas de paz rusas y a cientos de civiles. Este ataque fue repelido por una contraofensiva eficaz y aplastante por parte de Moscú.
En 2014, los ataques occidentales contra Rusia empezaron de nuevo, esta vez la estrategia era aislar, cercar y eventualmente socavar cualquier posibilidad de un Estado independiente ruso (mediante castigos económicos).
Estados Unidos financió entonces un golpe de Estado cívico-militar en Ucrania para derrocar al gobierno elegido del presidente Víktor Yanukovich, quien se había opuesto a la anexión (o incorporación) de Ucrania a la Unión Europea y su eventual afiliación como miembro de la OTAN.
Washington impuso un nuevo régimen (fascista-neonazi) títere en Kiev, régimen profundamente hostil a Rusia y a los ciudadanos de origen étnico ruso-ucraniano en la región Este del país, donde son históricamente mayoría, como en Crimea.
El no reconocimiento de Rusia a este golpe de Estado, el respaldo de Moscú a los ciudadanos rusos-ucranianos pero también ucrano-ucranianos que están a favor de un nuevo sistema político federalista y democrático (y que exigen eso al régimen fantoche de Kiev) en las regiones del Este de Ucrania y Crimea sirvió de pretexto a Occidente para imponer sanciones comerciales contra Rusia, en un intento de socavar su industria, principalmente en los sectores del petróleo (energía), los bancos, los sectores manufactureros y paralizar así su economía.
Los estrategas imperialistas de Washington y Bruselas no respetaron y rompieron todos los acuerdos previos firmados con la administración rusa del gobierno de Putin; por otro lado trataron de convencer y convertir a los oligarcas aliados cercanos de Putin para que se pusieran en contra del presidente ruso y para ello amenazaron a dichos oligarcas con el congelamiento o la confiscación (pretextos no faltan cuando el dinero no es limpio o no declarado) de sus posesiones y otras fortunas personales colocadas en Occidente (generalmente fortunas invertidas en negocios en la Unión Europea), especialmente sus cuentas bancarias, sus lavados de dinero y otras propiedades ocultas o bajo nombres de terceros. En lo que respecta a las empresas petroleras estatales rusas, que participaban conjuntamente con otras empresas petroleras multinacionales como lo son Chevron, Exxon y Total, fueron repentinamente aisladas de los mercados de capitales occidentales.
El impacto acumulativo de esta ola de sanciones de la ofensiva occidental –que ya tiene 1 década con estos objetivos–, es decir, el punto culminante buscado por Estados Unidos y la Unión Europea era provocar una recesión en Rusia, socavar su moneda (el rublo se redujo 23 por ciento en 2014), aumentar el costo de las importaciones rusas y causar el mayor daño posible a los consumidores locales.
La industria rusa, que depende de equipos y piezas extranjeras, así como las empresas petroleras rusas que dependen de la tecnología importada para efectuar la explotación de pozos de las reservas del Ártico se vieron afectadas por este embargo-bloqueo y guerra económica llena de sanciones.
A pesar de los éxitos a corto plazo de la guerra económica lanzada por Estados Unidos y la Unión Europea contra la economía rusa, la administración de Putin ha seguido siendo muy popular entre el electorado ruso, con índices de aprobación superior al 80 por ciento.
Las agrupaciones políticas rusas de oposición al presidente Putin –es decir, los grupos o líderes políticos prooccidentales al interior de Rusia– han perdido toda credibilidad, y sus panfletos acaban en la basura de la historia.
Sin embargo, la política de sanciones occidentales y la política agresiva, es decir, el cerco militar que la OTAN está instrumentado en las fronteras de Rusia, ha puesto a la luz las vulnerabilidades de Moscú.
Las limitaciones de la restauración de Rusia
Después del saqueo de la economía rusa tanto por la oligarquía moscovita nacional como occidental y la degradación salvaje en la que se encontraba la sociedad rusa, el presidente Putin emprendió una estrategia compleja.
En primer lugar, hizo una diferencia entre oligarcas, aquellos oligarcas que son “políticos” (o que hacen política para sus propios intereses) y oligarcas que son “económicos”: en estos últimos encontró muchos oligarcas ricachones que estaban dispuestos a cooperar con su gobierno (con el nuevo gobierno de Putin) en la reconstrucción de la economía rusa, y estaban dispuestos a seguir complacientemente las directivas impuestas por el presidente Putin y meter la mano al bolsillo para ello.
Estos oligarcas “económicos” comprometidos con Putin conservaron su enorme poder económico y recibieron muchos beneficios y ganancias por su contribución a la reconstrucción de la economía rusa, pero a cambio de esto abdicaron a tener algún poder político. A todos ellos, Putin permitió que estos oligarcas “económicos” conservaran sus imperios empresariales dudosamente adquiridos.
Por el contrario, los oligarcas que buscaban el poder político y financiaban a los políticos de la era Yeltsin estuvieron en la mira de la administración de Putin: algunos fueron despojados de sus fortunas y otros fueron procesados por delitos que van desde lavado de dinero, evasión de impuestos y estafas hasta transferencia ilegal de fondos en el extranjero, incluso muchos fueron perseguidos por la justicia por el asesinato de sus rivales.
En segundo lugar, la estrategia económica-política de Putin a principios de su mandato fue la de profundizar la cooperación de Rusia con los Estados y las economías occidentales, sobre la base de un intercambio recíproco en los mercados comerciales y no sólo en beneficio de una parte, porque durante la era Yelsin la apropiación de los recursos rusos fue acaparada por Occidente. Putin buscaba asegurar una mayor integración política-militar con Estados Unidos y la Unión Europea para asegurar las fronteras y zonas de influencia de Rusia.
Con esta finalidad, el presidente Putin permitió la circulación sobre las rutas del territorio ruso de los suministros expedidos y destinados para las bases militares de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y la Unión Europea que participaban en la invasión y ocupación de Afganistán. Tampoco se opuso a las sanciones de la Unión Europea y Estados Unidos contra Irán. Putin tampoco hizo mayor cosa cuando Estados Unidos invadió y ocupó Irak, a pesar de los estrechos lazos económicos permanentes entre Moscú y Bagdad. Por otro lado se unió a las cinco potencias que supervisan las conversaciones de “paz” entre Palestina e Israel (y se puso por un buen tiempo del lado de Washington e Israel). Incluso dio ingenuamente luz verde a los bombardeos de la OTAN en Libia, suponiendo que sería un asunto limitado, una intervención “humanitaria”.
Como resultado de esta colusión político y diplomático de Putin con la expansión militar de Washington y de la OTAN, el comercio de Rusia, la inversión y las finanzas con Occidente prosperaron. Empresas rusas levantaron préstamos en los mercados de capitales occidentales; los inversores extranjeros acudieron en masa a la bolsa de valores de Rusia y multinacionales formaron empresas mixtas con las empresas rusas. Las principales compañías de petróleo y gas florecieron. La economía rusa recuperó los niveles de vida de la era soviética; el gasto de los consumidores aumentó; el desempleo pasó de una cifra de dos dígitos a un sólo dígito; sueldos y salarios atrasados se pagaron y centros de investigación, universidades, escuelas e instituciones culturales comenzaron a recuperarse.
En el tercer lugar de la estrategia de Putin viene la recuperación del Estado (renacionalización) del sector energético –petróleo y gas– un sector importante y estratégico para Moscú. Por compra y recompra directa de acciones (y de empresas), a través de auditorías financieras y la confiscación de los activos de los oligarcas mafiosos, Moscú volvió a tomar nuevamente el control de manera estatal del petróleo y gas ruso, esto fue una operación realizada con gran éxito. Estos sectores renacionalizados formaron empresas conjuntas con los gigantes petroleros occidentales y llevaron cuantiosas exportaciones de petróleo ruso en el transcurso del periodo de alta demanda mundial. Con el aumento de los precios del petróleo en la década de Putin, Rusia conoció un aumento de las importaciones impulsada por los consumidores rusos, importaciones de productos agrícolas, de joyería de lujo y autos… Putin consolidó su posición política dentro de Rusia gracias al apoyo electoral popular y profundizó la “integración” de Rusia en los mercados occidentales.
La estrategia de expansión y de crecimiento económico de Putin estaba conectada exclusivamente hacia los mercados occidentales, es decir, la Unión Europea y Estados Unidos; no miraba hacia el Este: Asia (China), ni tampoco miraba hacia el Sur (América Latina).
Con este enfoque inicial del presidente ruso hacia Occidente, enfoque táctico y exitoso en un principio, Putin comenzó a exponer sin querer las vulnerabilidades estratégicas de Rusia.
Las primeras señales evidentes de agresividad occidental fueron cuando lanzaron una campaña de apoyo a los oligarcas corruptos rusos, es decir, una campaña antiPutin, y los medios de comunicación comerciales de Occidente comenzaron a demonizar el sistema judicial ruso que procesaba y condenaba en justicia a un oligarca mafioso y gansteril como lo es Mijaíl Jodorkovski.
La segunda señal de agresividad de Occidente fue el apoyo financiero y político de Estados Unidos y de la Unión Europea a los neoliberales de la era Yeltsin, que comenzaron a competir políticamente contra los candidatos del partido Rusia Unida, de Vladimir Putin… Se hizo evidente que el esfuerzo de Putin para restaurar la soberanía rusa entraba en conflicto con los planes de Occidente que buscaba mantener a Rusia como un Estado vasallo.
Occidente sigue añorando los años dorados de pillaje desenfrenado y de dominación de la economía rusa de la era Yeltsin, y por eso detesta la era Putin, de una Rusia independiente y dinámica; por tal razón trata de desprestigiar constantemente al presidente de Rusia.
En 2010, Estados Unidos apoyó y empujó a uno de los presidentes-clientes que controla, el presidente georgiano Saakashvili, para que invadiera militarmente Osetia del Sur, un protectorado (territorial) de Rusia. Ésta fue la primera indicación o señal importante de que la interacción de Putin con Occidente era también contraproducente. Las fronteras territoriales de Rusia, la de sus aliados y las zonas de influencia rusas se habían transformado en objetivos codiciados por Occidente. Estados Unidos y la Unión Europea condenaron la respuesta defensiva de Rusia, incluso después de que Moscú retirara sus tropas de Georgia luego de aplicarle una buena paliza.
La corta guerra de Rusia contra Georgia fue un ensayo militar de Occidente, una especie de ensayo bélico de varios disparos y bombas financiado, aprobado, planificado por Estados Unidos y la Unión Europea; a veces estos tipos de intervenciones militares reciben el nombre de “revoluciones de color” y otras veces de “intervenciones humanitarias” de la OTAN.
Yugoslavia, país en los Balcanes, fue desmantelada como República Federal por los bombardeos de la OTAN, y Ucrania ha experimentado estos últimos tiempos varias “revoluciones de color” para llegar hoy a una sangrienta guerra civil.
Washington y Bruselas han interpretado erróneamente las diversas medidas de conciliación propuestas por el presidente Putin como signos de debilidad de parte de Rusia y se han sentido con las manos libres y el permiso necesario para invadir (controlar) más territorios cerca de la frontera rusa o para derrocar a los gobiernos amigos de Rusia.
A mediados de la segunda década del nuevo siglo XXI, Estados Unidos y la Unión Europea tomaron una importante decisión estratégica para debilitar la seguridad de Rusia y su soberanía económica: tomar el control de Ucrania, expulsar a Rusia de su base naval del Mar Negro en Crimea y convertir a Ucrania en un puesto de avanzada militar de la OTAN; por otro lado intentar cortar los vínculos económicos del Este de Ucrania (región étnicamente rusófona) con Rusia, especialmente el mercado estratégico de armamento militar ruso para con Ucrania.
Este golpe fue financiado por Occidente, mientras que las bandas armadas de extrema derecha y grupos de choque neonazis las proporcionaron los radicales de Ucrania (en colaboración con los servicios secretos occidentales). La junta (gobernante neofascista) de Kiev organizó una guerra de conquista dirigida para eliminar a los antigolpistas, a los federalistas, a las fuerzas prodemocracia en la región Sureste (y Este de Ucrania), en la rica región del Dombás, con su mayoría étnica rusa y sus lazos (económicos) con la industria pesada a Rusia.
Cuando Putin reconoció finalmente el grave peligro para la seguridad nacional de Rusia, su gobierno respondió con la anexión de Crimea después de un referéndum popular, y comenzó a ofrecer corredores y otras líneas de ayuda y de suministros para los federalistas asediados en el Este de Ucrania que se oponen al régimen neofascista de Kiev.
Entonces Occidente comenzó a aprovecharse de las vulnerabilidades de la economía rusa, vulnerabilidades que resultan del modelo de desarrollo económico de Putin, e impuso a Moscú una amplia lista de sanciones económicas destinadas a paralizar la economía de Rusia.
Repensar el enfoque estratégico de Putin
La agresividad militar de Occidente y las sanciones contra Rusia han puesto a la vista varias vulnerabilidades o puntos débiles de la estrategia económica y política de Putin.
Estos incluyen:
1. Su dependencia exclusiva en los mercados occidentales conducida por los “oligarcas económicos” para promover su estrategia de crecimiento económico de Rusia.
2. Su aceptación de la mayoría de las privatizaciones de la era Yeltsin.
3. Su decisión de centrarse en el comercio con Occidente, ignorando el mercado de China.
4. Su aceptación de adoptar principalmente una estrategia de exportación de gas y petróleo en lugar de desarrollar una economía diversificada.
5. Su dependencia hacia sus aliados los oligarcas barones ladrones –sin experiencia real en el desarrollo de la industria, que no cuentan con verdaderas habilidades financieras ni técnicas, con escasa experiencia tecnológica, sin conocimientos en conceptos de marketing– para poder restaurar, renovar, innovar y ejecutar un sector manufacturero de avanzada. A diferencia de los chinos, los oligarcas rusos han sido totalmente dependientes de los mercados occidentales, sea para las finanzas (colocar sus millones en bancos en Occidente), sea para la tecnología, y han hecho muy poco para desarrollar el mercado interior nacional ruso; nada han hecho para llevar a cabo la autofinanciación mediante la reinversión de sus utilidades o mejorar la productividad a través de la tecnología rusa y la investigación.
Frente a las sanciones occidentales, el punto más débil de Putin para poder dar una respuesta contundente curiosamente son los oligarcas-aliados, y este punto débil incapacita a Rusia en la formulación de una respuesta eficaz a la agresión occidental.
Estos oligarcas-aliados presionan a Putin para que ceda y acepte lo que Washington está exigiendo; al mismo tiempo suplican a los bancos occidentales para que sus cuentas y propiedades estén libres o exentas de las sanciones occidentales. Están desesperados por proteger sus bienes en Londres y Nueva York. En una palabra, están apurados y desesperados porque el presidente Putin llegue rápidamente a un acuerdo con la Junta de Kiev y abandone a los luchadores federalistas rusos-ucranianos que exigen libertad y democracia en el Sureste y Este de Ucrania. Y presionan a Putin para ello.
Esto pone en relieve la contradicción dentro de la estrategia de Putin de trabajar con los oligarcas “económicos”, que estuvieron de acuerdo desde un principio en no oponerse a Putin en Rusia, mientras que iban transfiriendo sus riquezas masivamente a los bancos occidentales, invirtiendo sus millones en bienes raíces de lujo en Londres, París y Manhattan y creando vínculos, amistades y lealtades (con grupos de poder) fuera de Rusia.
En efecto, estos “oligarcas económicos” están hoy en día estrechamente vinculados a los enemigos políticos actuals de Rusia (los banqueros y otros grupos de poder occidentales que están lanzando las sanciones económicas contra Rusia actualmente).
Fue un éxito táctico de Putin en un principio el de aprovechar la “ayuda” de los oligarcas en su proyecto de crecimiento a través de la estabilidad, pero paradójicamente esto se ha convertido hoy en una debilidad estratégica en la defensa del país contra las represalias económicas occidentales agobiantes.
La decisión de Putin de aceptar las privatizaciones (gansteriles) de la era Yeltsin proporcionó una cierta estabilidad en el corto plazo, pero también provocó la huida masiva de capital privado ruso al extranjero en lugar de que estos fondos permanecieran en el país para ser invertidos en proyectos destinados a asegurar una mayor autosuficiencia.
Hoy en día la capacidad del gobierno ruso para movilizar y convertir su economía en un motor de crecimiento para soportar la presión imperial de las sanciones económicas impuestas abusivamente a Rusia es mucho más débil porque la totalidad de la economía ya no está bajo un mayor control estatal.
Putin pasará por momentos difíciles, tratando de convencer a los propietarios privados de las principales industrias rusas de que deben hacer sacrificios (están demasiado acostumbrados a recibir favores, subvenciones y contratos gubernamentales). Además, como sus contrapartes financieras [socios o asociados] en Occidente hacen presión, apuran los rusos para los pagos de deudas y niegan al mismo tiempo nuevos créditos, las élites privadas rusas amenazan con declararse en quiebra o despedir trabajadores para reducir gastos o simplemente recortar la producción.
La creciente ola de intervenciones militares occidentales en las fronteras de Rusia, la larga lista de promesas incumplidas de Estados Unidos y la Unión Europea sobre la no incorporación de los países de Europa del Este al bloque militar de la OTAN, el bombardeo y destrucción de Yugoslavia en la década de 1990, todo esto debió haber demostrado y servido de ejemplo al presidente Putin para darse cuenta de que ninguna cantidad de concesiones unilaterales hechas a favor de Occidente iba a permitir que Rusia fuese aceptada o considerada como un buen socio. Washington y Bruselas han estado siempre firmes en su estrategia para rodearla militarmente y mantener a Rusia como un Estado-cliente.
En lugar de seguir desarrollando exclusivamente relaciones con Occidente (esencialmente la Unión Europea y Estados Unidos) y de ofrecer apoyo indirectamente a las guerras estadunidenses de la OTAN, Rusia habría estado en una posición mucho mejor para resistir hoy las sanciones y amenazas militares actuales si hubiese diversificado y orientado su economía también hacia los mercados de Asia, especialmente hacia China, con su dinámico crecimiento económico y la expansión del mercado interno, la capacidad de inversión y la creciente competencia técnica.
Es evidente que la política exterior de China no ha tenido los mismos problemas. China no ha tenido agresiones militares cerca de sus fronteras y sus aliados tampoco han sido atacados, ni invadidos, ni implicados en guerras, como lo han sido los aliados de Rusia.
A pesar de que Rusia ha reaccionado ahora para aumentar los lazos económicos con Asia frente a las crecientes amenazas de la OTAN, una gran cantidad de tiempo y de resultados se han perdido en los últimos 15 años. Tomará otra década para reorientar la economía rusa, con sus principales industrias todavía controladas en gran parte por los oligarcas mediocres y cleptócratas, vestigios de la época de Yeltsin.
Con el cierre de los mercados occidentales, Putin ha tenido que “volverse” hacia China y también hacia otros países de Asia y América Latina para encontrar nuevos mercados y socios económicos. Pero su estrategia de crecimiento sigue dependiendo, sobre todo, de las exportaciones de petróleo y gas, y hoy la mayor parte de los líderes empresariales de Rusia, mánagers, ejecutivos, dueños no son verdaderos empresarios capaces de desarrollar nuevos productos innovadores y competitivos, de implantar nueva tecnología e insumos de Rusia y la capacidad para identificar nuevos mercados rentables. Esta generación de líderes empresariales rusos no construyó sus imperios o conglomerados económicos de “abajo hacia arriba”, sino que se apoderaron y saquearon los activos del sector público estatal y su riqueza creció gracias a contratos con el Estado y la protección de éste.
Moscú les pide ahora encontrar nuevos mercados alternativos en el extranjero para innovar, competir y sustituir su dependencia de la maquinaria alemana.
La mayor parte de la “casta capitalista industrial” de Rusia no es de verdaderos empresarios. Son más bien como una banda de compinches coleccionistas adinerados que no saben qué hacer con sus millones, orientados y seducidos exclusivamente por Occidente. Sus orígenes son a menudo el sector mafioso-gansteril, como “señores de la guerra”, “fuertes en negocios por la fuerza” y que desde un principio supieron muy bien cómo eliminar a sus rivales de los sorteos de bienes públicos y estatales de la década de 1990.
Si bien estos oligarcas han tratado de ganar respetabilidad después de consolidar sus imperios económicos gracias a los servicios de agencias de relaciones públicas contratadas para pulir sus imágenes y dotarse de consultores económicos para asesorarlos sobre las inversiones, nunca demostraron ninguna capacidad para hacer crecer sus empresas o transformarlas en empresas competitivas.
En vez de ello se mantuvieron totalmente dependientes del capital, la tecnología y las importaciones provenientes de Occidente y de las subvenciones de la administración de Putin, que ellos controlaban o beneficiaban.
Los llamados “capitalistas” rentistas rusos contrastan agudamente con los empresarios públicos y privados chinos dinámicos, que pidieron prestada la tecnología del extranjero (Estados Unidos, Japón, Taiwán y Alemania) adaptando y mejorando la tecnología, y ahora están produciendo equipamiento altamente competitivo y avanzado. Cuando las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea entraron en vigor, la industria rusa resultó incapaz de sustituir la importación extranjera por la producción local y el presidente Putin tuvo que concertar acuerdos comerciales de importación con China y con otras fuentes para obtener los insumos que Rusia necesita.
El mayor defecto estratégico en la economía de Putin fue su decisión de concentrarse mayoritariamente en las exportaciones de gas y petróleo hacia el mercado de Occidente como su “motor de crecimiento”. Esto dio lugar a la dependencia rusa de los altos precios de las exportaciones de materias primas y de productos energéticos hacia los mercados occidentales. Teniendo eso en la mente, Estados Unidos y la Unión Europea explotaron la vulnerabilidad de Rusia favoreciendo la caída del precio del petróleo y su dependencia de la tecnología occidental para la extracción de petróleo, así como la paralización de creación de empresas mixtas (rusas con occidentales).
La política de Putin se ha basado en una visión de integración económica con Occidente junto con una mayor cooperación de relaciones políticas con las potencias de la OTAN. Estos proyectos de Putin se han desmoronado ante la marcha de los acontecimientos.
La cooperación de Estados Unidos y la Unión Europea fue, por su lado, táctica y calculadora, dependiendo de las concesiones asimétricas hechas unilateralmente por parte de Rusia hacia ellos –especialmente la constante disposición de Rusia a sacrificar a sus aliados tradicionales en los Balcanes, Oriente Medio, Norte de África y especialmente en el Cáucaso– únicamente para seguir manteniendo buenas relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea.
En cuanto Rusia comenzó a hacer valer sus propios intereses, Occidente se volvió hostil y se dispuso a empezar una confrontación. Desde que Rusia se opuso al régimen golpista en Kiev, el objetivo principal de Occidente ha sido el derrocamiento de Putin en Rusia.
La ofensiva occidental en curso contra Rusia actualmente no es una fase pasajera, o algo que se va a terminar pronto. No. Es el comienzo de una prolongada e intensificada confrontación económica y política.
Aunque Rusia es vulnerable, lo cierto es que dispone de los medios, de los recursos y de la capacidad para resistir, defender y promover su seguridad nacional así como su economía.
¿Qué se debe hacer?
En primer lugar y ante todo, Rusia debe diversificar su economía; debe industrializar sus propias materias primas e inyectar grandes inversiones para sustituir las importaciones occidentales con productos manufacturados locales. Si bien el intercambio comercial firmado recientemente con China es un paso positivo, no deben repetirse los mismos errores cometidos con Occidente, es decir, convertirse en un simple proveedor de energía (gas y petróleo), porque sería repetir el mismo patrón commercial que ha hecho con Estados Unidos y la Unión Europea.
En segundo lugar, Rusia debe volver a nacionalizar su sistema bancario, el comercio exterior y las industrias estratégicas del país, eliminando todas las lealtades político-económicas dudosas de cierta clase social, poniendo fin al comportamiento rentista de la clase actual con graves signos de disfunción “capitalista” privada. El gobierno de Putin debe pasar de la era de los oligarcas a la era de los tecnócratas; pasar de la era de pensionistas a la era de los empresarios (modernos, innovadores y buenos administradores creativos); pasar de los especuladores que ganan su dinero en Rusia, pero lo invierten o lo gastan en Occidente, para crear en lo adelante empresas coparticipativas entre trabajadores-técnicos e inversores. En una palabra, debe profundizar el carácter nacional, público, y productivo de la economía.
Sobre los oligarcas que permanecen en Rusia no podemos creer que sus simples declaraciones de lealtad hacia la administración del presidente Putin basten para verlos como verdaderos y legítimos agentes económicos de los intereses rusos en el país. Por lo general, los oligarcas han dejado de invertir en Rusia, transfirieron su riqueza y con ello han puesto en tela de juicio la autoridad legítima del Estado ruso en el extranjero, bajo la presión de las sanciones económicas occidentales.
Rusia necesita una nueva revolución económica y política en la que el gobierno reconozca a Occidente como una grave amenaza imperial y pueda apoyarse sobre una clase obrera rusa organizada y capacitada, no en una banda de dudosos oligarcas.
La administración de Putin demostró tener la capacidad para sacar a Rusia del abismo donde estaba sumergida en la década de 1990 y ha sabido también inculcar la dignidad y la autoestima entre los rusos, tanto al interior del país como en el extranjero. También se ha enfrentado inteligentemente a la agresión de Occidente en Ucrania. A la luz de estos hechos, el presidente Putin tiene todo el interés de avanzar y comenzar a desmantelar el Estado cleptómano que todavía subsiste de la era Yeltsin en la economía rusa y debe comenzar a reindustrializar, diversificar y desarrollar la economía nacional rusa con alta tecnología para gozar de una economía diversificada.
Pero, sobre todo, Rusia necesita crear nuevas formas democráticas populares para sustentar la transición a un Estado seguro, antiimperialista y soberano.
El presidente Putin cuenta con el respaldo de la gran mayoría del pueblo ruso; cuenta con extraordinarios científicos y profesionales; tiene aliados en China y entre los países del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica); y, sobre todo, tiene la voluntad y cuenta con el poder, con la bendición de la población (y la aprobación ética y moral) de “hacer lo correcto”.
La pregunta sigue siendo si Putin tendrá éxito en esta nueva misión histórica o si, por miedo o indecisión, capitulará ante las amenazas agresivas de un Occidente decadente y peligroso.
James Petras/Red Voltaire/Ilustraciones: Manrique
Contralínea 417 / del 22 al 27 de Diciembre 2014