Luego de cinco años de crisis económico-financiera mundial, el panorama sigue siendo incierto. Nada indica que en el corto plazo las economías occidentales, especialmente la estadunidenses y las europeas, se recuperen de la recesión más grande desde 1929. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, tan prestos a imponer recetas a naciones deudoras, incapaces de prever y contener el desastre
Cira Rodríguez César/Prensa Latina
A finales de agosto se cumplió un lustro de la crisis económica y financiera desatada en 2007, con dimensión planetaria que resquebrajó los cimientos del sistema capitalista y cuyas consecuencias aun están envueltas en la incertidumbre, pues no se sabe hasta cuándo acabarán.
Lo que comenzó con el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos provocó un efecto dominó en la economía mundial, y dio origen a una complicada situación cuyo final sigue siendo incierto.
Según un viejo refrán, recordar es volver a vivir. Pues bien, en agosto de 2007 estalló una serie de descalabros económicos, financieros e inmobiliarios en las naciones más desarrolladas, que completaron episodios comenzados y no concluidos.
Todo derivó muy pronto en una tormenta financiera perfecta, que hizo tambalear las estructuras de los sistemas financieros estadunidenses y europeos.
Desde su arranque, reconocidos economistas calificaron la actual crisis como la más profunda desde la ocurrida en la década de 1930 del pasado siglo, pues se trataba de una recesión global marcada por un elevadísimo grado de desarrollo del mercado financiero internacional, en el que operan las llamadas grandes burbujas, por encima del producto interno bruto mundial real.
Informaciones sobre despidos masivos, cierre de empresas, aumento de la pobreza, quiebra de bancos y elevadas deudas fiscales recorrieron el mundo, pero cinco años después esas mismas noticias se repiten a diario.
Lo que para muchos fue una crisis financiera o inmobiliaria, para otros era una impactante crisis económica global, a la que nadie escapa ni escapará, porque se trata de un conflicto que compromete a las finanzas internacionales y a la economía real.
Por eso los que no supieron o quisieron predecirla ni atajarla y mucho menos presentar propuestas para su solución –el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial– todavía buscan hasta la cuerda más delgada para agarrarse y pretender una salvación.
Con el colapso de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, comenzó la inflexión de la actual crisis, ya que la caída del gigante financiero no sólo hirió casi de muerte el modelo de banca de inversión como negocio específico e individual, sino que propició el cierre de los mercados de financiamiento.
Ese factor, en mayor o menor medida, ha estado presente a lo largo del último quinquenio y ha provocado una feroz desconfianza entre las entidades financieras que aún perdura.
Cinco años después, Estados Unidos no acaba de encontrar el camino a la recuperación, Alemania se esfuerza a la cabeza de la Eurozona para evitar el hundimiento y no perder a la moneda única, el resto de la Unión Europea quiere escapar de un efecto dominó si desaparece el euro y Japón ve caer su producción industrial y con ella las exportaciones.
Dentro de la zona euro, Grecia, Irlanda, Portugal, España y Chipre han pedido rescates para sus economías o sus sistemas bancarios.
Tales ayudas poco han solucionado esos complejos escenarios económicos, pues por ejemplo, Grecia espera por sus acreedores internacionales para completar un paquete de 130 mil millones de euros, marcada por cinco años de recesión, con una caída del 17.5 por ciento del producto interno bruto (PIB) y un desempleo del 23 por ciento.
España aprobó su tercera reforma financiera, ante las exigencias de Europa, para desbloquear el rescate de hasta 100 mil millones de euros, con los cuales pretende sanear el deteriorado sector bancario.
El PIB de Italia se contrajo un 1.9 por ciento en el segundo trimestre del presente año, con lo que acumula ya cuatro trimestres consecutivos en negativo, retroceso que ha provocado la disminución del valor añadido en los tres grandes sectores de la economía: agricultura, industria y servicios.
En Francia, el gobierno de François Hollande afronta el aumento del desempleo y un deterioro de la economía, en tanto el Reino Unido cayó en una segunda recesión sin dar señales aun de recuperación, luego de que el producto interno bruto retrocediera durante el segundo trimestre de este año.
Con la llegada del quinto aniversario de la crisis económica global no son pocos los que coinciden en afirmar que tras la crisis hipotecaria, inmobiliaria y crediticia sobrevinieron la recesión y la crisis de deuda soberana, fruto precisamente del elevado endeudamiento en que incurrieron los Estados para mitigar los efectos del bache económico.
Como un huracán de gran intensidad, la crisis ha derribado gobiernos, grandes bancos y sembrado el caos, sobre todo en Occidente, mientras las entidades financieras traspasan los riesgos hasta el punto de que no hay manera de saber el valor total de los activos tóxicos y quiénes están expuestos a ellos.
Lo ocurrido en agosto de 2008 contagió y colapsó a los mercados financieros y obligó al Banco Central Europeo, la Reserva Federal de Estados Unidos y otros bancos centrales a tomar medidas extraordinarias.
Tal es la magnitud del fenómeno económico global que hoy es un vendaval que arrasó con los gobiernos de Atenas, Roma y París, financieras hipotecarias como Fannie Mae y Freddie Mac, el banco de inversión Bear Sterns y el gigante de Wall Street, Lehman Brothers.
Además, llevó a la quiebra a las economías de Grecia, Portugal e Irlanda, y puso en entredicho la capacidad de España e incluso Italia para formar parte de la zona del euro.
Según los analistas, la crisis financiera (de confianza y de crédito) que arrancó en agosto de 2008, provocó una recesión tras otra en el mundo desarrollado y frenó el crecimiento en mercados emergentes, como Brasil o China, pero sobre todo puso en jaque la supervivencia de la moneda única europea y en evidencia la falta de un proyecto común europeo.
Aún hoy expertos, centros de investigaciones, instituciones y líderes políticos son incapaces de prever cuánto durará la crisis en general y, en particular, si la integración monetaria perdurará en la Eurozona.
En lo que sí coinciden todos es en que las consecuencias serán largas y severas para Europa y el resto de la economía mundial, con efectos nefastos para las menos desarrolladas.
Sin embargo, para regiones como América Latina, sin escapar de sus efectos, estos cinco años de crisis le han favorecido pues continúa con buen financiamiento internacional y términos de intercambio muy positivos, que para el caso europeo funcionan al revés.
Además, en sus países no hay desbalances macroeconómicos ni debilidades en sus sistemas bancarios, a pesar de que continúa siendo la zona del planeta con más desigualdad.
No obstante, el contagio es inevitable y aunque Europa no se recuperara rápidamente y Estados Unidos siguiera estancado, además de otros impredecibles acontecimientos, como la inestabilidad del precio del petróleo por las tensiones en Oriente Medio, la región puede afrontar el futuro con más optimismo que los países ricos.
Y como vaticinan los observadores, a no ser que ocurra algo extraordinario y desfavorable para Latinoamérica, la recuperación de sus economías será mucho más rápida y menos mala.
Fuente: Contralínea 305 / Octubre de 2012