Balfate, Honduras. En el municipio de Balfate, una localidad de pescadores y pequeños agricultores en la costa caribeña de Honduras, los efectos del cambio climático ya se hacen sentir sobre su afamado paisaje y sus playas. El mar se acerca inexorable a las casas, mientras el ecosistema se deteriora.
“¿Qué cómo era antes? Recuerdo que había un cocal (plantación de palmeras de coco), luego venía la playa, había un bosque con monos aulladores. Hoy el cocal no existe y los monos se fueron”, dijo a Inter Press Service (IPS) el defensor del ambiente Hugo Galeano, con más de tres décadas de trabajar en la zona.
“Donde está la playa ahora, en lo que entonces era 200 metros tierra adentro, había un frondoso cocal y un hermoso bosque. Hoy la geografía es otra, el mar se ha tragado mucha vegetación y está cada vez más cerca de las casas. Los efectos del cambio climático son palpables”, acotó.
Galeano coordina en Honduras el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) de las Naciones Unidas y es uno de los mayores expertos en el país sobre cambio climático. Además, promueve en zonas de escasos recursos proyectos de mitigación, reforestación y de integración comunitaria con prácticas amigables a la naturaleza.
El municipio de Balfate, con una gran extensión territorial de 332 kilómetros cuadrados y algo más de 14 mil habitantes, es una de las localidades del caribeño departamento de Colón que integra el corredor costero en donde el impacto del cambio climático más ha alterado la forma de vida de sus habitantes.
También conforman ese corredor vulnerable comunidades como Río Coco, Lucinda, Río Esteban y Santa Fe. En ellas, el mar, cuentan pobladores, “está avanzando y los árboles se están cayendo de raíz, al no soportar la fuerza del agua, al haber desaparecido las barreras naturales de protección”.
Así relató a IPS la situación de Río Coco, Julián Jiménez, un pescador de 58 años, que asegura que antes su comunidad estaba a 350 metros del mar, pero ahora, “las casas están a la orilla de la playa”.
Río Coco pertenece al municipio de Balfate y está cada vez más a orillas del mar, en la parte central de la costa caribeña de este país centroamericano. Es un punto estratégico para comunicar por vía marítima con otras zonas costeras lejos de tierra firme como Plan Grande, por ejemplo.
Para llegar a Balfate hay que recorrer un trayecto por carretera, en las cercanías sin pavimentar, de casi ocho horas desde Tegucigalpa, aunque la distancia solo ronde los 300 kilómetros, y a Río Coco una más, con partes donde la presencia de mafias del tráfico de drogas resulta notoria.
Jiménez no tiene dudas de que “esto que vivimos es por el cambio climático, el calentamiento global y el derretimiento de los glaciares, pues el mar se altera, y así se lo decimos a la comunidad. Desde hace una década les hacemos conciencia, pero falta mucho”.
“También somos culpables nosotros, pues en vez de proteger destruimos. Mire hoy tenemos problemas de agua y hasta de pesca. Ya casi no hay pescado como robalo y también nos cuesta encontrar camarón”, detalló.
“Cuesta que la gente entienda, pero todo está relacionado. Esto es irreversible”, sentenció Jiménez, quien es coordinador de una asociación de juntas administradoras del agua en las zonas costeras de Balfate y del vecino municipio de Santa Fe.
Pero no solo el departamento de Colón afronta problemas en sus costas, sino los cuatro de los 18 del país con costas al Caribe, cuyo mar hace el papel de frontera oriental del país.
En el de Cortés, en el extremo norte de la costa atlántica de Honduras, las áreas de Omoa, la Barra del Motagua y Cuyamelito, que conforman la cuenca del río Motagua, cerca de la frontera con Guatemala, soporta fenómenos similares.
Estas zonas que integran en golfo de Honduras y donde los pescadores reportan también una merma sustantiva en las capturas y en los rendimientos pesqueros, explicó José Eduardo Peralta, del Proyecto Marino Costero de la Secretaría (ministerio) de Energía, Recursos Naturales, Ambiente y Minas, en diálogo con IPS.
“Aquí el nivel del mar ha tomado mayor área de playa que en otras zonas costeras y tierras productivas. En el caso de la pesca, hay problemas en la captura de langosta y medusa, ésta última con más de un año y medio de no pescarse, recién se informa de una captura hace un mes en la zona de la Mosquitia”, en el Caribe, dijo en su oficina en Tegucigalpa.
Peralta aseguró que existe preocupación en el gobierno por estos efectos del cambio climático, pues los mismos pueden alcanzar niveles dramáticos en pocos años.
El mar, dijo, está creciendo y “apropiándose de espacios terrestres, tenemos también la pérdida de biodiversidad asociada al cambio de temperatura del agua y a la acidificación de la misma”.
En coincidencia con la visión de Jiménez, Peralta aseguró que “las corrientes marinas están cambiando rápidamente, y la corriente no puede cambiar de la noche a la mañana. Los cambios deben ser entre 24 y 36 horas, pero ahora ya no es así. Esto se llama cambio climático”.
Honduras es considerado por organismos internacionales como uno de los países más vulnerables del mundo a los impactos climáticos, por estar en la ruta de los huracanes y por presiones internas que afectan sus humedales, como la deforestación y el cultivo de palma africana en extensiones sin control con un efecto directo en la escasez de agua.
El ecologista Galeano recordó que datos oficiales indican que en las zonas de humedales, hay aproximadamente dos hectáreas de cultivo de palma africana por una de mangle. Por ello, llama a poner atención a este tipo de cultivo, cuyo exceso tarde o temprano terminará impactando en los ecosistemas que interviene.
El 9 de marzo, el secretario de Ambiente, José Antonio Galdames, lanzó la Agenda Climática, que establece el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático del país, cuya aplicación recién comenzó a estructurarse.
Entre las medidas que se ejecutarán bajo la sombrilla de ese plan, Galdames destacó ahora a IPS un proyecto de gestión integral en la cuenca del río Motagua, que incluirá reforestación, manejo de sistemas agroforestales y diversificación de los medios de vida a nivel de sistemas productivos.
Tras el paso del devastador huracán y posterior tormenta tropical Mitch en 1998, que causó pérdidas económicas incalculables, más de 5 mil muertos y 8 mil desparecidos, la vulnerabilidad hondureña se puso a flor de piel y dos décadas después del meteoro, el impacto climático se siente especialmente en las zonas costeras del Caribe, ya entonces entre las más afectadas por la catástrofe.
Con 8.4 millones de habitantes, Honduras cuenta con el 66.5 por ciento de los hogares en situación de pobreza, según cifras de las Naciones Unidas.
Thelma Mejía/Inter Press Service