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¿Biden toma el poder?

¿Biden toma el poder?

Las palabras con las que Joe Biden terminó su discurso de toma de posesión fueron “Que Dios bendiga nuestras tropas…”. Hubo un gran espectáculo. Se habló de “unidad y democracia”. Pero seamos claros: en Estados Unidos manda el complejo militar-industrial. Los demócratas han sido militaristas. Dejemos de personalizar todo en Biden y Trump y abordemos cuestiones de fondo.

El 6 de enero la Presidencia de ese país instigó el ataque al Congreso, para imponerse desde el Poder Ejecutivo. Trump, en su intento de golpe de Estado, esperaba el apoyo de los suyos, pero el Ejército dejó claro que no lo respaldaba y uno a uno su gente lo fue traicionando. Fue el factor definitivo. El Ejército con Obama estuvo activo, el país no tuvo un día de paz: guerras en Irak, Siria Afganistán, el ataque a Libia, el asesinato de civiles con drones en Yemen y en Paquistán.

El Capitolio se blindó, para la transición, con 25 mil guardias nacionales. Número cinco veces mayor que los militares desplegados en Irak y Afganistán. Este desarrollo ya lleva décadas, pero nunca como hoy en Estados Unidos se impone el aparato militar-policial y la Presidencia se apoya en medidas y políticas policiacas. En Estados Unidos el complejo militar-industrial que surgió después de la Segunda Guerra impuso gobiernos de guerra, burocracias militares e intereses corporativos privados. El presidente de Estados Unidos se hace acompañar día y noche del “maletín nuclear” con la que puede activar 925 cabezas nucleares como la de Hiroshima, pero 17 mil veces más potente. La amenaza, la fuerza, el chantaje y las imposiciones son el alma de la mal llamada “democracia americana”.

En el extranjero desarrollan una política agresiva e injerencista combinada con una creciente represión dentro del país, un gigantesco número de cárceles y presos, venta de armas, violencia, la promoción de la división en el seno de la sociedad con base en la raza, la religión, el género, para impedir la unidad del pueblo y las acciones que lo empoderen. Se sufren patéticos servicios de salud,  desempleo,  falta de vivienda y la inseguridad campean en el país. El sueño americano se ha vuelto pesadilla y el pueblo está enojado. En la crisis de 2028 Obama rescató a las corporaciones en lugar de rescatar al pueblo.

La “democracia americana” es antidemocrática y ha convertido a los partidos en cárteles que invierten miles de millones de dólares para ganar elecciones, desinformar y controlar los poderes militares y policiales de la Presidencia. El Congreso ha degenerado, las elecciones se han degradado, el sistema no logra unir a las facciones en pugna ni a la cúpula militar. Las divisiones se agudizan. Y nada hacen en beneficio del pueblo.

Hace falta una renovación profunda, pero Biden no plantea hacer los cambios que exige el pueblo para garantizar sus derechos y su empoderamiento. Seguirá la división, el control y la represión, ya que son los grandes intereses privados quienes controlan todo poder de decisión, y como síntoma de decadencia, en el gobierno priva la gerontocracia.

Pero atención, hay un movimiento de millones de estadunidenses que le apuesta a la renovación democrática, a una nueva Constitución y a darle al pueblo el poder de decisión. Lo han querido invisibilizar, pero sí que existe. Confiemos en el pueblo de Estados Unidos, no en su gobierno. Hay un pueblo, no todo son las cúpulas. El pueblo de Estados Unidos exige paz y no guerra.

Detrás de promesas y buenas palabras que Biden formuló en su toma de posesión, del dicho al hecho hay mucho trecho. Y pueden cambiar formas, pero no el fondo. Para México una administración demócrata no es sinónimo de mejor vecindad, sino de mayor intervención. Recordemos que fue Clinton quien comenzó a construir el muro en la frontera con la Operación Guardián. Él construyó 600 kilómetros de muro, más que los 480 kilómetros que logró Trump, con todo y sus habladurías. Obama ha sido el presidente que más migrantes ha expulsado: 2.6 millones. Él comenzó a retener a niñas y niños migrantes y a separarlos de sus familias. Recordemos que un demócrata, Truman, lanzó dos bombas atómicas contra la población civil japonesa ocasionando 200 mil muertos. Kennedy apoyó la invasión contra Cuba. Él y Johnson escalaron la guerra de Vietnam.

La administración demócrata de Obama y Hillary fue la que promovió la integración militar de México e introdujeron a todas las agencias de Estados Unidos a territorio mexicano, implementando una base militar disfrazada de “Academia de Formación Policial” en San Salvador Chachapa, Puebla, que inauguró el entonces embajador de Estados Unidos en México Anthony Wayne. Fueron demócratas los que apoyaron a diversos funcionarios narcos, como Genaro García Luna. Lanzaron las operaciones Rápido y Furioso y Recepción Abierta para armar a los narcos. La agencia antidrogas estadunidense (DEA, por su sigla en inglés) le recetó a Calderón la “guerra contra el narcotráfico” e impulsó la privatización energética con Peña. Los futuros ministros del presidente Joe Biden se plantaron ayer con firmeza ante los regímenes de China e Irán. Biden reconoce como presidente a Guaidó y el nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, califica a Maduro de “brutal dictador”. Por otro lado, apoyan con todo a Israel en su ocupación de Palestina y seguirá reconociendo a Jerusalén como capital de Israel.

No toma el poder Biden. Detrás están los militares y las grandes corporaciones. Y no esperemos nada bueno. México, hoy más que nunca, debe romper lazos de dependencia y resolver con soberanía nuestros propios problemas, sin estar sujetos al exterior y menos a un país vecino en decadencia. Impulsemos nuestra soberanía.

Hace 40 años Ronald Reagan y la británica Thatcher desataron el neoconservadurismo. Afirmando que no hay sociedad, sólo familias, valores familiares y derecho individual.

Ya Clinton hablaba del cambio, como aquí Fox, pero en reversa. Uno tras otro, los presidentes han ampliado su poderío policiaco. George W Bush colocó al país en estado de excepción tras el 11 de septiembre y negó las libertades tanto a nivel federal como estatal.

Un presidente tras otro ha perfeccionado el uso de poderes policiales. Tras el 11 de septiembre, el presidente George W. Bush declaró un estado de excepción para justificar la violación de libertades y practicar la tortura, guerras de agresión y las sanciones asesinas en el exterior.

Dentro de EU la norma de vida es la criminalización y encarcelamiento de millones de personas, los constantes asesinatos de la policía contra los afroamericanos y el maltrato a los migrantes, incluso familias y niños a los que se separa y se encierra en “perreras” dentro de verdaderos campos de concentración.

Mientras la economía de Estados Unidos se hunde en la crisis, y la pandemia de la Covid-19 se agudiza, y alcanza 400 mil defunciones y 24 millones de contagios, los sistemas de salud privatizados han agudizado la situación deplorable de la población vulnerable dado el desempleo y la pobreza. Se sufren grandes colas para obtener alimentos, se vive el desprecio a los ancianos, a los “sin techo”, a veteranos,  se margina a niñas, niños y mujeres, y muestran una sociedad inhumana que maltrata a los pueblos originarios, afroamericanos, ancianos, minorías puertorriqueñas, mexicanas, centro y latinoamericanas, asiáticos en un sistema excluyente.

Tanto los que votaron por Trump, como los que votaron por Biden o los abstencionistas no aguantan más; están furiosos. No confían en instituciones, que no garantizan los derechos elementales: servicios de salud, empleo, alimentación, vivienda, educación.

El fracaso del gobierno de Estados Unidos es estrepitoso. Los problemas estallan. Hoy ya nadie cree en ese sistema que enriquece a unos cuantos, ni confían en el American Way of Life. Existe una crisis de confianza en las instituciones y hay gran indignación.

La crisis de confianza en las instituciones del gobierno de Estados Unidos se explica porque a la mayoría de la población no le gusta el rumbo que lleva el país y no encuentra vías democráticas de expresar su sentir, voluntad y poder de decisión. Recordemos que 20 millones de personas protestaron más de 100 días tras el asesinato de George Floyd, y fueron violentamente reprimidas por la policía. Hay decenas de millones que simpatizaron con esta causa, que el sistema se encarga de encubrir con provocaciones. Esos millones también se manifiestan a favor de los migrantes y sus familias al grito de “ningún humano es ilegal” y demandan que la policía se contenga. Repudian presupuestos exorbitantes para las Fuerzas Armadas y exigen un cambio de rumbo, una nueva dirección que ponga en el centro la satisfacción de los derechos de cada persona. Y estos millones de estadunidenses de todos los colores, sectores, creencias, origen nacional, sexos y edades continuarán luchando por un cambio cada vez más organizados.

En Estados Unidos la gente consciente aspira a formar un gobierno democrático y  moderno, antiguerra y por el respeto a la soberanía de los pueblos del mundo.

Hace falta ya una Constitución nueva, moderna, que reemplace a la obsoleta, que fue un compromiso con la esclavitud y mantiene en pleno Siglo XXI el gobierno de la elite adueñada de las instituciones para favorecer a los mezquinos intereses privados por encima de los intereses del pueblo.

Para México una administración demócrata no es sinónimo de mejor vecindad, sino de mayor intervención.

En Estados Unidos, sólo un proyecto de cara a las soluciones actuales, de construcción de un proyecto nacional que se centre en el bienestar interno y externo, una Constitución del Siglo XXI que sustituya la esclavista de 1787, actual y enfocada en forjar el futuro y resolver los problemas de hoy. Sólo un proyecto que una a la gente podrá unir al país y convertirlo en un ejemplo. Se requiere poner en el centro la renovación democrática y el proceso de toma de decisiones políticas en manos del pueblo.