Carl Bernstein y Bob Woodward fueron los reporteros estadunidenses que rindieron honores con su trabajo periodístico a la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América (edición bilingüe Luciana y Andrés Botas), y que tras los resultados de su periodismo de investigación para exhibir la corrupción política antidemocrática de Nixon que provocó su renuncia ante la advertencia del Congreso de llevarlo a juicio político, escribieron su fabuloso libro: Los hombres del presidente (editorial Euros, 1974). Luego, para mostrarnos la corrupción política durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, los investigadores Adriana Amezcua y Juan E Pardiñas publicaron su libro Todos los gobernadores del presidente: cuando el dedo de uno aplasta el voto popular (Grijalbo, 1997); y que fueron los precursores de los Duartes, Padrés, Flavino Ríos, Granier, Jesús Reyna, Juan Sabines, Luis Armando Reynoso, Jorge Torres y etcétera. Al respecto hay que consultar el reportaje de Jacobo García: “La corrupción de los gobernadores golpea a México y cerca a Peña Nieto” (El País, 12 de abril de 2017).
De entonces para acá, la corrupción política y económica se ha enraizado en el sistema-régimen presidencialista que abandonó el liberalismo económico para sentar las bases del neoliberalismo económico y su radicalismo depredador que ha empobrecido, como nunca antes, a los mexicanos (¡más de 60 millones, desde la hambruna a todas las modalidades de la pobreza!). Y aumentando el autoritarismo político. O sea, disminuyendo el liberalismo político, hasta llegar a un golpismo militar con el pretexto de combatir la sangrienta inseguridad que sigue aumentando; y donde el desafío del narcotráfico a los gobiernos ha pasado a competir por el poder del Estado al infiltrarse como narcopoder, donde funcionarios y delincuentes son la nueva delincuencia organizada a la sombra de la impunidad, cuyas complicidades llegan hasta la presidencia de la República.
Los desgobernadores del calderonismo como del peñismo se han caracterizado por su corrupción política, y sobre todo económica. Todos o casi todos contribuyeron a la campaña electoral de Peña, como socios-cómplices; y hay funcionarios directamente involucrados en los sobornos de Petrobras y Odebrecht, por haber recibido más de 10 millones de dólares. Los hombres-funcionarios del peñismo, encabezados por sus desgobernadores (rateros), han llevado las corrupciones económicas y políticas a tal grado, que el malestar social tendrá resultados más allá de la próxima elección-presidencial. Por lo que con Víctor Hugo, se escucha el “ronco son de las revueltas” que se perfilan como un choque popular y la consecuente represión militar, donde el pueblo puede romper el sitio del autoritarismo y los candados de la corrupción.
Ninguna duda hay de que al Duarte más ratero (salvo que al esculcar al Duarte chihuahuense resulte peor), le permitieron huir; y hasta le prestaron un helicóptero para hacerlo y por más de seis meses anduvo de aquí para allá en uno de los aviones de la empresa de los Mansur veracruzanos, en su triángulo-pantano de corrupción: Chiapas-Belice-Guatemala y en las narices de la Procuraduría General de la República (PGR), hasta que la Interpol entró en acción policiaca. En ese medio año Duarte la siguió gozando de lo lindo como lo hizo cuando fue desgobernador veracruzano; y que según cuentan las malas lenguas es el millonario número uno del priismo-peñista con 80 mil millones de pesos. ¿Embarró Duarte con el excremento de su corrupción a la élite peñista que lo protegió aun sabiendo que robaba a manos llenas y sin antifaz, cumpliendo con aquello de que “el alumno supera al maestro”, como discípulo que fue de Herrera y quien también está en la mira.
Parece que Duarte de Ochoa es ya el más ratero del poder público desde Alemán a la fecha (1946-2017), donde presidentes municipales, gobernadores y presidentes de la República se han enriquecido junto con sus grupos-pandillas, haciendo de la divisa de Hank González: “un político pobre es un pobre político”, la vía para robar el dinero del pueblo. Y hasta crearon capos como Yarrington, para consolidar la narcopolítica; donde los funcionarios –sobre todo federales– sin exculpar a los de las 32 entidades, se han enriquecido. Pero, al parecer, Duarte, su familia, su pandilla y sus cómplices-socios, llevaron a cabo como realidad el cuento aquel de los “40 ladrones”; que si es investigado de acuerdo a la ley y suelta lengua, comprobaremos que diseñó y ejecutó la más lograda red de delincuencia organizada desde el gobierno, para acumular una fortuna de más de 200 mil millones de pesos entre todos ellos.
Los mexicanos nos preguntamos si ese excremento duartista embarró al peñismo, como indican los datos y rumores, desde que se supo de las contribuciones de Duarte a la campaña electoral de Peña y desde que éste estuvo involucrado con Yarrington, Humberto Moreira y los desgobernadores del PRI, PAN, Panal y PVEM. Y como “el que parte y comparte, se queda con la mayor parte”, Duarte embarró de corrupción al gobierno federal a tal grado que lo dejaron robar como nunca antes lo hizo un desgobernador; aprovechándose del cargo para echarse a la bolsa las partidas federales y los ingresos estatales. Con ellos compró ranchos, mansiones, casas en México y el extranjero y atesoró efectivo en pesos, dólares y euros; creando empresas fantasma con dinero público.
Por esta razón, Duarte es una fosa séptica de excremento de corrupción; un delincuente que debe purgar cadena perpetua en la cárcel y su ficha ingresar al Diccionario de los asesinos de René Reouven, y al Diccionario del crimen de Oliver Cyriax.
Álvaro Cepeda Neri
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: CONTRAPODER]
Contralínea 542 / del 05 al 11 de Junio de 2017