Escenarios en 2012 para la reforma política

Escenarios en 2012 para la reforma política

…sólo quien frente a todo esto pueda decir a pesar de todo, ése tiene la vocación política…

Max Weber


Si algo he aprendido en estos años es que el poder se conjuga sólo en tiempo presente, pues en pasado es nostalgia y en futuro, especulación. Por esa razón, hablar con anticipación de los escenarios que tendrá que prever la Reforma Política para 2012 no deja de arriesgar a la especulación una buena parte del análisis, pues los acontecimientos no son predictibles de antemano. A pesar de todo y con el riesgo inherente del error, valdría la pena arriesgar a un abanico de alternativas entre lo que hasta hoy es visible y probable.

El primer escenario sería el óptimo para el partido ganador de la Presidencia, que consistiría en ganar la mayoría del Senado y de la Cámara de Diputados. Un escenario de esta naturaleza es el que se percibe entre ciertos núcleos priistas nostálgicos del antiguo régimen y que ignoran que, si bien en el siglo XX éste fue su atributo, hoy día no sólo hay un nuevo siglo, sino que ignorar la pluralidad, como hace el Partido de la Revolución Democrática (PRD), a nivel de la ciudad de México, es equivalente al suicidio, pues la unanimidad, como decía mi abuela, sólo la tienen los tarugos.

El escenario pésimo es el del partido que pierda la Presidencia, quede en minoría en el Senado y en la Cámara de Diputados. En este caso están los partiditos que no buscan otra cosa que quedar aunque sea con una cuota mínima para negociar con quien puedan; pero en el caso de los partidos nacionales, eso representaría en sí mismo el desastre, pues no sólo agotaría su capacidad de negociación frente al nuevo régimen, sino sería incapaz de generar espacios para los grupos y tribus que buscan coexistir a cambio de su cuota de poder.

Dentro de estos dos extremos, encontraríamos seis escenarios intermedios que habría que reseñar a continuación:

Para el caso del partido que gane la Presidencia, además del escenario que denominamos óptimo, cabría la posibilidad de ganar el Senado pero perder la mayoría en la Cámara de Diputados, en cuyo caso ganaría la posibilidad de negociar en los tres primeros años con la oposición, permitiéndole mantener el mandato bajo una alianza que posibilitara formar mayoría en la Cámara Baja y que no tendría que ser necesariamente con un solo partido o grupos de partidos afines o no a su ideología. Sin embargo, para el caso del presidente Zedillo, a partir de 1997 significó el declive de su partido y el inicio de la debacle de aquel priismo.

En otro escenario, el partido que gane la Presidencia pierde el Senado, pero gana la mayoría entre los diputados. En este caso, el presidente tendría tan sólo una ventaja de mantener negociaciones asimétricas con la oposición durante los primeros tres años de su gestión, pero podría perderla, lo que sin duda causaría un revés para su partido y su gestión en el último trayecto de su mandato.

El último escenario para quien gane la Presidencia sería perder ambas cámaras, con lo cual se mantendría la tendencia a la ingobernabilidad, que ha sido la tónica del pasado inmediato y del actual régimen; sólo que en estas condiciones, el país se mantendría por tercera ocasión en medio de una imposibilidad de lograr acuerdos y tomar decisiones, con lo que los enfrentamientos entre los poderes locales, regionales y nacionales impedirían generar una visión de futuro para la nación.

Veamos ahora el panorama que aguardaría a los opositores. Para comenzar, el partido que perdiera la Presidencia tendría un panorama saludable sólo si perdiendo la Presidencia pudiera atribuirse ganar el Senado y la mayoría de los escaños de diputados. El peso de esta opción significaría un triunfo para las fracciones del partido que, carentes de un liderazgo único que les diera unidad de mando y de propósito, podría derivar en la indisciplina de sus fracciones y en una ausencia de liderazgo en la dirección, con lo que la situación ganada de inicio podría derivar en fracturas posteriores.

Otro panorama sería que, perdiendo la Presidencia, ganara la de Cámara de Diputados y quedaran en minoría en el Senado. El panorama sería saludable mientras se mantenga la unidad partidista. Si los protagonismos arribaran, tendríamos como resultante que las fracciones de manera oportunista podrían poner fin a la propia organización.

Por último, perder la Presidencia pero obtener la mayoría del Senado, aunque se perdiera la cámara baja. En este caso, el partido tendría la capacidad negociadora dentro de los primeros tres años, pero nada podría asegurarle su continuidad después de este periodo.

De los escenarios anteriores, habría que considerar que si bien ubican el juego de posiciones a nivel partidista, poco nos dicen de los actores concretos; en este sentido partiría de la condición que hoy tienen todos los precandidatos.

Comencemos por el Partido Revolucionario Institucional a quien se le considera el partido que ascenderá de nuevo al poder y donde se perfilan ya los suspirantes. Dentro de esta lista se habla de al menos tres personas: Enrique Peña Nieto, Fidel Herrera –quien se destapó de manera grotesca en el pasado carnaval del puerto– y Manlio Fabio Beltrones. En los dos primeros casos, son dos gobernadores de entidades importantes, pero para 2011, cuando se lleguen los tiempos, no lo serán y hay que recordar que la plataforma de lanzamiento fuera de las instituciones representa ir a contracorriente, pues sus sucesores no querrán condenarse a seis años de sumisión ante su antecesor. En el caso de Beltrones, carece de apoyo en su propio estado, por lo que el control que ejerce en el Senado sobre la minoría priista podría eclipsarse. Además, en el caso de que una alianza interna opositora lo colocara en la imposibilidad de seguir hablando de un solo rebaño partidista, significaría el retiro de su posición, o bien, que los jalones entre los entretelones conducirían a una desbandada en el Senado y en la Cámara de Diputados.

Respecto del Partido Acción Nacional (PAN), si es que quiere salvarse a sí mismo, tendrá que tener algo más que sana distancia con el presidente y su grupo íntimo, por lo que al igual que con Fox, el candidato del PAN no surgió de la decisión del presidente, sino de quien controlaba las bases: ése fue el caso de Felipe, que desde el poder ya no podrá plantearse el liderazgo de su partido, además de que, como nunca, en el PAN no se visualiza a un sujeto con capacidad para convencer a un electorado de la continuidad de estos grupos empresariales.

Quizá el caso más patético lo constituya el PRD: una mancuerna que tendrá que destruirse a más tardar en noviembre del próximo año y que es la que forman Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Ante la sucesión ya no importará el antecedente de la derrota inmediata de 2006, sino que dominará el ego de cada actor, lo que se puede traducir en ruptura. A todo esto, la nueva franquicia que hoy busca Cuauhtémoc para colocar la candidatura de su hijo Lázaro pondría fin a toda opción de unidad.

La caballada está anoréxica. Aun habiendo pasto, la sola idea de ceder termina en preferir el todo o nada, y en el peor de los casos, asumir la división como la condición que pondría fin a la actual clase política que en su miopía no reconoce proyectos trascendentes, sino a los hombres del momento y no a los del movimiento.

En el último caso, los candidatos echarían por la borda los anteriores escenarios y lo peor sería el caso de la proliferación de partidos y de independientes, donde el electorado tendría que escoger entre 30 o 40 fórmulas, con lo que la atomización de la política impediría definir a un ganador. Sería entonces el momento en que los aventureros de la política emergerían como hongos y el riesgo mayor sería de un Savonarola, que en su frenesí arrastrara a las instituciones.

En el fondo, toda legislación busca encuadrar escenarios posibles, pero los hombres de hoy no poseen más visión que la de negociar por lo inmediato. En esa situación encontramos un secretario de Gobernación que comprometió las alianzas regionales a cambio de la miscelánea fiscal, lo que dio como resultado su renuncia al PAN, que no lo coloca como un actor neutral, sino como un sujeto incapaz de hacer válidas sus propuestas, aun con los miembros de su propio partido.

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*Catedrático de la UAM Iztapalapa experto en seguridad nacional y fuerzas armadas; doctor en sociología por la UNAM, y especialista en América Latina por la Universidad de Pittsburgh

Fuente: Contralínea 172 – 07 marzo 2010 – www.contralinea.com.mx