“El presidente lo podía todo”. Es “el supremo árbitro de la nación”. “El motor de las relaciones es el poder institucional del presidente”. “Sobre los obreros, campesinos y patronos no podía haber más forma de trato que la imposición autoritaria del poder presidencial”. “El sistema les fue impuesto y no tuvieron más remedio que aceptarlo”. “Ese poder sin límites, acompañado del desprestigio de todos los demás poderes, comprendidos los institucionales, no dejaba otro camino que aceptarlo sin reservas u oponérsele sin reservas”
Arnaldo Córdova, La formación del poder político en México, 1972
El Presidente a la cabeza de todo y el partido […] contribuye a la reconstrucción del poder presidencial omnímodo […]. Lo que […] tiene que superarse es que el jefe del Ejecutivo no devenga en un mandatario como los que existieron en las épocas autoritarias del partido
José Luis Reyna (politólogo), El PRI de Peña: vuelta al pasado, 2013
No se trata de una vuelta al pasado ni […] de una copia del pasado; el pasado no se repite. Estamos presenciando la reproducción de un modo de dominación, el del presidencialismo autoritario
Arnaldo Córdova, El nuevo viejo PRI, 2013
La obstinación de algunos gobernantes por aparecer incesantemente ante los reflectores, aunque carezca de sentido, se asemeja al llamado trastorno obsesivo-compulsivo. ¿Qué objeto tiene remedar tradiciones ajenas cuando no se tiene nada relevante qué informar a la nación? Sobre todo cuando, quizá, lo único digno de tomarse en cuenta fue deliberadamente dejado de lado, aun cuando hasta el momento se reduzca a un simple y escenográfico ajuste de cuentas, en virtud de la escasa relevancia del resto del breve discurso emitido y los resultados mencionados en el mismo. Como si la vendetta hubiera sido un hecho fortuito, aislado. Apenas un fuga007A y atronador juego pirotécnico, cuya trascendencia se agotó en el acto mismo, sin daños “colaterales”, al reducirse a una simple anécdota y no a una “razón de Estado”, pletórica de mensajes inquietantes nada subliminales hacia diferentes lados, cuyos efectos político-legales serán dosificados según la reacción del amplio número de involucrados en el caso Elba o de otros casos parecidos y cuyas cabezas sean sacrificables, según las necesidades del Ejecutivo, bajo el principio de “que cambie todo para que no cambie nada”. Ante la escuálida sustancia publicitaria, la imitación de la costumbre estadunidense por la primera centena de días de gobierno se trastocó en una parodia, aderezada con un insulso espectáculo de imágenes presidenciales en el intento por desempolvar el rancio culto de la figura del Ejecutivo, típica de la era del régimen del partido “único” o “hegemónico” y el presidencialismo autoritario.
Pese a reconocer que el tiempo es breve para cumplir los compromisos asumidos, entre ellos los 95 incluidos en el Pacto por México –coincidencia numérica de las 95 tesis cismáticas del excomulgado Martín Lutero–, Enrique Peña Nieto dijo sentirse “satisfecho y optimista” por el avance de su gestión que busca “restablecer la rectoría del Estado”, “transformar a México” para convertirlo en un “país moderno, audaz, competitivo, triunfador y reposicionarlo [sic] como un actor con mayor responsabilidad global”, según sus propias palabras. Enrique Peña Nieto sólo destacó:
1) Su “nueva” política de seguridad, de la cual los delincuentes no se han enterado porque siguen actuando con el mismo ímpetu de siempre; plan que está condenado al fracaso porque, al igual que el calderonismo, no aborda las causas económicas que obligan a miles de personas a vivir como forajidos. Al obstinarse en mantener la “disciplina” fiscal y profundizar el modelo neoliberal, mantendrá intocados los factores antisociales que marginan y empobrecen a millones de mexicanos: el estancamiento económico; la escasa creación de empleos formales; el agravamiento de las condiciones del mercado de trabajo con la contrarreforma laboral; la pérdida del poder de compra de los salarios debido a su contención; la pésima calidad de los servicios públicos sociales; el alza arbitraria e impune de los precios de los bienes y servicios públicos; la regresividad impositiva fiscal (el impuesto al valor agregado a alimentos y medicinas) agudizará la pérdida en los ingresos de las mayorías y la inequitativa distribución del ingreso.
2) Su salinista “cruzada” contra el hambre –y otras medidas caritativas– a la que califica como el “piso básico de bienestar social” es tan sólida como el suelo de un pantano donde se hunden 80 millones de miserables y pobres. Sólo atiende a las manifestaciones de la exclusión social y se limita a atender a los primeros, cuyas carencias serán compensadas con unas cuantas monedas y obras públicas para que tengan una muerte sencilla, justa, eterna, silenciosa y agradecida con la caridad peñista. En cambio, los pobres seguirán abandonados a su suerte por no acreditarse como miserables consumados.
3) La reforma educativa de “calidad”, que nada novedoso ofrece a sus problemas nodales (castigo presupuestal, deterioro de la infraestructura y la calidad de la educación pública, cobertura limitada, privatización, intervención religiosa), sólo hace a un lado a Elba de la estructura corporativa y gansteril que caracteriza al sindicalismo y coloca a otra persona igual a ella que aceptó someterse a los dictados del Ejecutivo, sin los cambios que requiere la relación Estado-maestros-educandos.
4) La creación del Instituto Nacional del Emprendedor, sucedáneo a la falta de empleos estables y mejor remunerados.
El periodista Francisco Reséndiz, de El Universal, se tomó la molestia de hacer el recuento de sus actividades: 80 discursos y tres mensajes a la nación; 85 actos públicos; gira a 23 estados y visita a cuatro países; inauguración del inicio de cuatro obras; la emisión de varios programas, planes e iniciativas (ley de víctimas, contra el delito, desarrollo urbano, de vivienda, forestal, telecomunicaciones, además de las citadas previamente). En resumidas cuentas, en 100 días demostró que es un incansable viajero con iniciativas.
¿Valió la pena el festejo ante esos “logros”? ¿Cuánto costó a los mexicanos la renovación del culto a un incansable príncipe viajero y escenográfico, cuyas primeras actividades se reducen a los escarceos de lo que será su mandato?
Quizá por timidez, acaso por prudencia ante la suspicacia, Enrique Peña Nieto omitió señalar lo más relevante de sus acciones, postura compartida por sus súbditos y sus epígonos a sueldo que se encargaron de ocultarlas con sus apologías.
Por un lado, Peña Nieto omitió destacar la estrategia que emplea para recuperar la rectoría del Estado, reconstruir el poder presidencial para lograr un gobierno centrado en la fortaleza del Ejecutivo, en el escenario de lo que se ha llamado “gobiernos divididos”, renovar el vínculo estructural y orgánico con su partido y replantear las relaciones con los grupos dominantes y de poder; por otro, la manera en que avanza para convertir a México en un “país moderno, competitivo, triunfador”, con presencia internacional.
Para alguien como Peña Nieto, que dice que su “religión es el pragmatismo”, no “se identifica con algún dogma político”, no tiene “ideología”, que su “valor máximo [es] el éxito” y lo único que importa son “los resultados”(Carlos Puig, “Enrique Peña Nieto: la lógica pragmática”, Letras Libres, junio de 2012), la ruta que ha trazado para consolidar su gobierno, ampliar sus márgenes de gobernabilidad, legitimarse y “modernizar” a México, no deja de ser curiosa.
Su inodoro pragmatismo “centrista”, al estilo del manoseado principio de Deng Xiaoping (“lo importante no es el color del gato sino su pericia en cazar ratones”), no logra ocultar el dogma político que profesa, la ideología que abraza y e ilumina su camino y los resultados que espera obtener:
a) Reciclar el antiguo régimen presidencialista autoritario, dominado por un Ejecutivo fuerte que impone los cambios desde arriba, al margen de la sociedad, somete a los poderes Legislativo y Judicial, así como a las clases sociales; que emplea el poder político para tratar de ubicarse como el supremo árbitro que reproduce las formas de dominación y manipulación autoritarias y corporativas conocidas entre 1929 y 2000, como parte de la estrategia que aspira asegurar el retorno de las élites priístas y su partido al poder por un nuevo largo periodo.
El politólogo Arnaldo Córdova ha definido con claridad las características que identificaron al viejo presidencialismo priísta: 1) la apariencia de la alianza institucionalizada entre el gobierno y los grupos de poder; 2) la existencia de un presidente con poderes institucionales y metaconstitucionales extraordinarios los cuales emplea para garantizar la estabilidad política (concesiones y castigos); 3) el presidente como árbitro supremo a cuya representatividad todos los grupos someten sus diferencias y a través de él legitiman sus intereses; 4) la glorificación del poder presidencial que lo “podía todo”; 5) la relación personal, el compadrazgo y el servilismo como formas de dependencia y de control.
b) Su convencimiento de que la radicalización del proyecto neoliberal de nación, con algunos ajustes para mejorar su funcionamiento, es la única alternativa para garantizar la “modernización” de la nación, pese a su quiebra a escala mundial, su naturaleza socialmente excluyente (que sólo ha beneficiado a la oligarquía, el 1 por ciento de la población, y a un 19 por ciento más) y que su integración desigual y subordinada a la economía global sólo asegura su condición desacreditada de paria en el escenario internacional. Que esa estrategia económica sólo comprometerá la estabilidad y el futuro del país, ya que agravará los conflictos sociopolíticos.
Es cierto que el actual escenario político de la nación es diferente al del pasado, debido a la emergencia de otras fuerzas políticas dentro del sistema de partidos y que participan en las Cámaras de Diputados y?Senadores, y al de otros grupos que actúan con mayor libertad que el viejo régimen presidencialista priísta.
Sin embargo, diversas decisiones adaptadas por Peña Nieto pretenden reproducir la antigua estructura de dominación. Entre éstas sobresalen:
-La distancia que toma con los grupos de poder con la detención de Elba Esther Gordillo, como advertencia de lo que le puede suceder a aquellos que no acepten someterse al presidente.
-Los cambios en la ley de telecomunicaciones que acota, sin destruirlo, el poder económico y político de varios de los principales representantes de la oligarquía. Según la periodista Jesusa Cervantes, de Proceso, en enero pasado Enrique Peña Nieto se reunió con Elba Esther Gordillo y le exigió su renuncia, y al oponerse, hoy Elba paga los costos; con Carlos Romero Deschamps, quien le dijo: “Conmigo no vas a batallar”; con Ricardo Salinas Pliego, quien dijo: “Estoy a tus órdenes”; con Emilio Azcárraga, quien quiso pasarse de listo bajo el argumento de que eran amigos y que él lo había llevado a la Presidencia, a lo que Peña respondió: “No, tú me vendiste una estrategia de campaña y no te debo nada”; y con Carlos Slim tuvo un ríspido encuentro.
-Las concesiones a la misma oligarquía con la contrarreforma laboral y la reprivatización disfrazada del sector energético y la reforma a las comunicaciones, entre otras se impondrán y que le abrirán espacio a otros empresarios como forma de replantear los equilibrios entre los verdaderos grupos de poder.
-La cooptación de opositores (Mario Di Costanzo, Emilio Zebadúa, Rosario Robles, Manuel Espino, René Arce, Víctor Hugo Círigo, el acercamiento con Miguel Ángel Mancera o Graco Ramírez) con el objeto de debilitar a la oposición panista, perredista y otras organizaciones que existen fuera del sistema de partidos.
-El Pacto por México, el arreglo cupular entre los tres principales partidos políticos y el Ejecutivo para legitimarse e imponer sus reformas, al otorgarles algunas concesiones controladas por el Ejecutivo.
-El Ejecutivo generoso y protector que utiliza la política social como forma de control de la población de bajo ingresos que, eventualmente, le garantizarán su credibilidad y los votos necesarios para ampliar los triunfos electorales estatales a su partido y su permanencia futura en la Presidencia de la República.
-Los cambios en el funcionamiento de la administración y las instituciones para someterlas a su dominio (la electoral, de acceso a la información, etcétera). El Poder Judicial siempre ha mostrado su alegría por mantener su condición de siervo generosamente remunerado y beneficiado.
-La eliminación del fuero a los legisladores y el mantenimiento de la impunidad del Ejecutivo.
-La sustitución de la “sana distancia” entre Peña Nieto y su partido por el “insano sometimiento” de antaño: acepta arrojar a la basura los resabios del viejo “nacionalismo revolucionario” para abrazar abiertamente la ideología neoliberal de la derecha y que defiende el mexiquense; reafirma su lealtad y el control del jefe; se compromete a llevar a buen término de sus iniciativas en el Legislativo; admite el retorno del “dedo mágico” que erigirá a los candidatos a los puestos de elección popular.
*Economista
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Fuente: Contralínea 327 / Marzo 2013