Cuestionada una subsecretaria de la presente administración acerca de qué fue primero si la Independencia o la Revolución, muy segura, contestó: “Desde luego que la Revolución y luego nos independizamos” (sic). La anécdota muestra claramente el nivel cultural e histórico de los actuales funcionarios. Algo que no se difunde, pues únicamente se insiste en el pésimo sistema escolar actual, cuestión, sin duda, que debemos mejorar.
Pero no se crea que en las aulas se eleva la conciencia si tenemos mentores que no saben dónde están parados, igual en las escuelas públicas que en las privadas. Y ello porque el sistema, en general, no tiene el menor interés en la preparación de fondo, en la consolidación de los valores, en el descubrimiento de lo que ocurre y lo que nos espera en el futuro.
Vivimos en lo inmediato, en la ilusión de lo efímero (Lipovetsky), en el crisol de las apariencias (Maffesoli), en la vida líquida (Bauman) que se nos escapa de las manos, en la exaltación de lo que tenemos actualmente y en el patriotismo sin sentido, algo que acabamos de constatar con la selección mexicana de futbol.
En su libro Contra las patrias, Fernando Savater trae varias citas: “El patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones”, José Luis Borges; “La patria está dondequiera que uno esté bien”, Séneca, y “Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón”, Schopenhauer.
El festejo propuesto, sin convencimiento ni deseos, de la Independencia y la Revolución, fechas donde la rebeldía fue colectiva, resultó improvisado, sin obra perdurable, buscando el espectáculo y dejándole a la televisión, nuevamente, el papel de cohesionador social, algo que alucina hace tiempo a los funcionarios y políticos.
Luego que Cuauhtémoc Cárdenas –en la administración de Vicente Fox y en plena campaña de Andrés Manuel López Obrador– aceptara y renunciara a organizar los fastos, aquella papa caliente nadie la logró asir. Ni siquiera un supuesto historiador que tiene obsesión por desenterrar huesos, el cual dijo tiempo atrás: “Benito Juárez era de derecha” (Julio Hernández, 3 de agosto), el señor Juan Manuel Villalpando. Quizá porque el esposo de otra Margarita iba a misa, aunque metió en orden a la iglesia, algo que ahora ni siquiera se intenta.
De las obras anunciadas, ninguna está en operación. Ni la estela de luz ni el Parque Bicentenario, ni el remozamiento de Bellas Artes, ni mejores expectativas para las nuevas generaciones.
Eso sí, nos llegó a nuestro domicilio una bandera mexicana con partes del himno nacional; nos llamaron por teléfono constantemente para darnos mensajes de Felipe Calderón y advertirnos que no asistiéramos a las plazas públicas y viéramos los sucesos por televisión y se contrató a un australiano para que hiciera un show como en otros foros deportivos.
Es decir, estamos ante organizadores que tratan de impresionar a los ciudadanos, exaltarles la fe o el patrioterismo y buscar que estén lo más alejados no sólo de las plazas públicas –contradicción con los movimientos aludidos–, sino incluso de la autoridad y entre los habitantes. El espectáculo a distancia para un mejor control de los auditorios.
En la sociedad, afortunadamente, se trataron de rescatar aspectos olvidados o poco estudiados de ambos acontecimientos. Unos, poniendo el acento en personajes y momentos de importancia que no fueron destacados; otros, siguiendo los ejemplos de Jorge Ibargüengoitia en Los pasos de López y Vicente Leñero en El martirio de Morelos, dando a conocer que los héroes son de carne y hueso y no meros figurines de aparador. Algunos más, reconociendo a mujeres valiosas, comunidades que se la jugaron en serio y momentos de fracaso que posibilitaron rectificaciones importantes.
Hubo más, desde publicaciones varias hasta cómics, series como las de TV UNAM, donde el sicoanálisis tuvo importancia, hasta obras de teatro y musicales relajientos y serios.
Frente a ello, encontramos la abominable “Sha la la”, hoy desaparecida; la frustrante serie radio-televisiva, Aburramos México, y los libros que regaló la federación, millones que ni siquiera llegaron a su destino.
Hubo, es necesario señalarlo, algunos intelectuales que repiten: no es por medio de la violencia que se hacen los cambios necesarios. Aunque los estallidos se dan, forzosamente, debido a la sordera de los que manejan el poder; no porque alguien quiera ser héroe o víctima. Debido a esto último, varios presagiaban que este 2010 venía otra sacudida grande. Pero las conmociones no tienen horario ni fecha en el calendario, al decir de la canción. Son producto de situaciones diversas y encontradas.
¿Se trata entonces de no conmemorar? No. Hay que hacerlo pero sin caer en los juegos de espejos; ni irse a la cargada ni aislarse desconsoladamente. Por lo tanto, necesitamos exigir rendición de cuentas, tanto monetaria como políticamente acerca de este oneroso e inútil acontecimiento.
La historia siempre es un proceso de aprendizaje, en el cual se descubren cuestiones que muchos intentan borrar y, a la vez, engaños que se han exaltado para hacernos más vulnerables ante lo superficial, lo anecdótico.
La celebración (bi) centenaria era una ocasión propicia, más que para fuegos artificiales, para intentar escudriñar el pasado, ver el presente y proyectar el futuro. No se hizo. Alguien, espero, cierto día lo reclamará.
Un solo ejemplo: México tiene el bono demográfico mayor en su historia, es decir, hay más jóvenes que gente madura. A los chavos se les ofrecen, en la realidad, tres opciones: emigrar, la informalidad o incorporarse a donde se gana más dinero, el narcotráfico. Frente a eso, nada se dijo en los foros y pachangas de este año. Olvido lamentable.