La Habana, Cuba. Europa despidió el 2017 con tantos proyectos como desafíos, entre ellos la lucha contra la pobreza y explotación infantil, fenómenos que afectan a más de 30 millones de pequeños en el denominado Viejo Continente.
Centrados en análisis presupuestarios, la salida del Reino Unido, los gastos en defensa, las relaciones exteriores y las operaciones militares en Oriente Medio, entre otros aspectos, los 28 dejaron de lado a uno de los sectores más vulnerables de la sociedad y olvidaron los efectos negativos de sus acciones en una generación que crece en medio de conflictos y necesidades.
Otro año transcurrió sin avances significativos en la eliminación de esos flagelos, compromiso asumido en citas internacionales, pero relegado continuamente.
Para numerosos menores europeos, la llegada de 2018 no significa alegría, celebraciones y sueños, sino la continuidad de una realidad despiadada, de la que no pueden salir solos y que deja graves marcas físicas y sicológicas.
La violencia, los abusos sexuales, el trabajo forzado, el tráfico humano, la xenofobia, la discriminación, la migración obligatoria y la falta de acceso a la educación y la salud, son algunas de las problemáticas que enfrentan a diario quienes no tienen aún la edad suficiente para entender las ambiciones y diferendos políticos.
Pese al constante reclamo de organizaciones humanitarias, la inmovilidad de los gobiernos y la demora en el hallazgo de soluciones alargan la incertidumbre y padecimientos de los más chicos, muchas veces abandonados por sus tutores o maltratados por ellos mismos.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 152 millones de niños en el mundo –casi uno de cada 10– se ven obligados a trabajar para subsistir y una tercera parte de ellos no está incluida en sistemas escolares.
Dicha entidad alerta que alrededor de 22 mil pequeños mueren cada año por realizar labores no acordes a su edad y se desconoce la cifra exacta de lesionados o enfermos por tales motivos. Asimismo, advierte sobre la posibilidad de que 121 millones continúen siendo víctimas de ese fenómeno en 2025.
De acuerdo con la OIT, la mayor cantidad de menores en esa situación se encuentra en África, pero Europa no escapa a este fenómeno, pues 27 millones de sus niños continúan en riesgo de pobreza y cerca de 6 millones son obligados a trabajar.
Reportes recientes de la Organización de las Naciones Unidas indican que los índices de trabajo infantil varían desde el cinco hasta el 30 por ciento de la población menor de 15 años en varios países de la región.
Dichos informes señalan que en Estados como Bulgaria, Serbia, Turquía, Ucrania, Reino Unido, Grecia y Portugal, muchos pequeños están expuestos a esos peligros, en especial en aquellas naciones donde se han tomado medidas extremas de austeridad y donde existe gran cantidad de inmigrantes.
En Georgia, por ejemplo, trabaja el 29 por ciento de los niños entre 7 y 14 años; en Albania el 19 por ciento y en Italia cerca del 5.
Para la entidad no gubernamental Save the Children, una de las principales causas de ese flagelo es la pobreza, a su vez, origen y resultado de la desigualdad social.
De acuerdo con ese organismo, alrededor del 28 por ciento de los menores de 18 años residentes en países miembros de la Unión Europea viven en condiciones de miseria y escasez, indicador que en el Reino Unido alcanza el 19 por ciento, en Portugal y Polonia el 22, en Italia el 26, en España el 30 y en Rumania el 35.
“La pobreza es pluridimensional y una de las causas fundamentales de las violaciones de los derechos de los niños en Europa. Sus efectos sobre ellos no son a corto plazo, sino que pueden durar toda la vida y tener continuidad en generaciones futuras”, advirtió esa organización.
Pese a la tendencia a afirmar que en los territorios de menor desarrollo existe mayor peligro de una infancia marcada por la indigencia y la explotación, Save the Children asegura que en naciones como Italia y Francia, con altos niveles de Producto Interno Bruto, cerca de una quinta parte de los pequeños está también en riesgo. En el Reino Unido, unos 2 millones 300 mil pequeños viven en la miseria y dos tercios de ellos pertenecen a familias donde al menos un padre trabaja.
“La riqueza de un Estado no beneficia automáticamente a los más desfavorecidos, salvo que se (re)distribuya de manera equitativa. La pobreza infantil está relacionada con un apoyo económico insuficiente del sistema y con las condiciones laborales de los progenitores”, destaca esa entidad.
Por otra parte, manifiesta su preocupación por la situación de los chicos migrantes, quienes inician viajes altamente peligrosos, a los que muchas veces no sobreviven y, en caso de hacerlo, encuentran en el Viejo Continente más dificultades y amenazas.
“Durante el año pasado, más de 100 mil niños llegaron a Europa huyendo de la violencia y la pobreza extrema, de los cuales más de un tercio eran menores no acompañados o separados de sus familias. Sin embargo, arribar a nuestro continente no es garantía de una vida mejor”, apunta.
Tras el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea para disminuir el flujo de extranjeros, unos 60 mil refugiados quedaron atrapados en Grecia. De ellos, 20 mil son niños y al menos 2 mil 400 están solos. En los centros de recepción del país heleno los pequeños viven en condiciones deplorables en espera de las decisiones sobre sus solicitudes de asilo, añade.
Save the Children asegura que Bruselas dio la espalda a esos menores, algunos de los cuales sufren problemas mentales por los traumas experimentados, son obligados a buscar vías de tránsito más largas y arriesgadas, o caen en manos de contrabandistas.
En esos trayectos, sufren todo tipo de agresiones y muchos tienen que pagar con su trabajo o su cuerpo el costo del viaje. “En 2015, el mundo se estremeció al conocer que 10 mil niños desaparecieron al llegar a territorio europeo. Hoy las políticas nacionales y regionales son más restrictivas y los peligros para los pequeños son aún mayores”, afirmó Ester Asín, directora de Save the Children para la Unión Europea.
“Los chicos pagan un alto precio por la gran falta de solidaridad. Además, arriesgan sus vidas en el mar o el desierto en largas y peligrosas rutas. El miedo a ser devueltos a sus países o a un tercer Estado desconocido, les empuja muchas veces a la clandestinidad, lo cual dificulta las labores de las organizaciones humanitarias”, indicó.
Muchas son las voces que exigen el cumplimiento de las promesas hechas y los compromisos asumidos por los gobiernos durante incontables citas internacionales, pero la situación es cada vez más difícil para los más vulnerables y es fundamental que el 2018 no sea otro año perdido en la lucha por los derechos de la infancia.
Glenda Arcia/Prensa Latina
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 577 / del 12 al 17 de Febrero 2018