Las ocurrencias ante un consumo interno lúgubre

Las ocurrencias ante un consumo interno lúgubre

Programas como el Buen Fin evidencian la creatividad del gabinete calderonista está agotada desde hace tiempo, si es que alguna vez tuvo esa virtud. Su talento para superar la crisis y el estancamiento económico que caracteriza a la era panista y el ciclo neoliberal priísta-panista es una especie de campo estéril ¿A quién se le ocurrió la genial idea de que con adelantar parte del aguinaldo se detonaría el consumo interno y la economía y se atenuará la pérdida de empleos que se registra hacia fin de año?
 
¿Fue a los Chicago Boys del gabinete? Las mayorías padecen las tropelías de sus terapias desacreditadas y la bancarrota mundial como para que hagan escarnio de éstas con sus chanzas.
 
¿La burla fue sugerida por los grandes empresarios para tratar de contrarrestar la reducción de sus ganancias? Con mayores salarios y prestaciones, mejores empleos formales y con precios menos abusivos podrían mejorar sus ventas y rentabilidad.
 
¿El pitorreo debe endosarse al presidente Felipe Calderón? Con que hiciera lo que nunca ha hecho se evitaría el espectáculo esperpéntico: arrojar a la basura las políticas económicas neoliberales e instrumentar medidas que privilegien el crecimiento, el empleo y el bienestar social sobre la inflación, el equilibrio fiscal y la acumulación privada de capital.
 
¿Cuál es la racionalidad que ilumina a ese plan “anticrisis”?
 
Su lógica es disparatada. La irracionalidad consumista que fomenta el gobierno y las grandes empresas, y que generalmente se observa en algunos sectores de la población durante las fiestas navideñas, será completamente inútil para evadir la difícil situación económica actual: la nueva declinación del crecimiento y el deslizamiento hacia una segunda recesión con un mayor desempleo abierto. Lo único que ocurrirá es la misma historia de cada año y que afecta la capacidad de consumo: las penurias de quienes se endeudan por encima de su capacidad de pago y que buscan compensar los decrecientes ingresos reales; la feroz cacería que de éstos realizan los bancos, las empresas que venden a crédito; y los abogados que contratan para obligarlos con métodos legales e ilegales, y con la complacencia gubernamental a que paguen los préstamos morosos; y el aumento de las carteras vencidas.
 
Sólo un pequeño número de empresas y una minoría de consumidores se beneficiaron con el Buen Fin. Para el resto de la población y los establecimientos fue una majadería.
 
La parafernalia oficial para publicitarlo fue grotesca y, de paso, mostró de nuevo la ordinariez que caracteriza a una casta. Calderón, su consorte, José Antonio Meade y Bruno Ferrari, se sumaron a los compradores del fin de semana “más barato del año”. Se fueron de shopping a Cancún. Calderón gastó una bagatela: 1 mil 160 pesos en frivolidades. Su pareja le obsequió un disco del Buki, y otro de los Beatles. Bruno Ferrari fue más generoso en su aporte al consumo, al crecimiento y el empleo: en la capital utilizó casi 14 mil pesos de su crédito del Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores para adquirir dos cámaras fotográficas, dos barcos a escala, una consola de juegos y otras minucias (con una percepción neta mensual de 125 mil pesos como jefe del Ejecutivo y con una de 148 mil como secretario de Economía, respectivamente, se pueden pagar esas fruslerías). Cada quien con sus exquisiteces. Se pueden ir de compras a cualquier lado porque tienen a su disposición el avión presidencial y uno del Estado Mayor Presidencial para los retoños del presidente.
 

La oligarquía no necesita de esa pantomima

 
Más allá de esa minoría, la benevolencia del consumismo es ilusoria. Por principio, la parte adelantada del aguinaldo es únicamente para los burócratas. ¿Cuántos son? En junio pasado, Joel Ayala, capo de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, indicó que eran 250 mil y su salario promedio ascendía a 8 mil 500 pesos mensuales, equivalente a 21 por ciento de lo que gana Calderón (40.8 mil) o 26 por ciento comparado a un secretario de Estado de (32.8 mil), o 6.8 y 5.8 por ciento si se consideran las percepciones netas de Felipe, Ferrari o Meade (146 mil). Ellos apenas equivalen al 0.5 por ciento del total de los ocupados (46.8 millones) o el 0.9 por ciento de los asalariados subordinados (30.9 millones). La masa media de aguinaldos (40 días) es del orden de 3 mil millones de pesos. Nada relevante. El total nacional de trabajadores incorporados al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado es de 2.7 millones, el 5.8 por ciento de los ocupados y el 8.8 por ciento de los asalariados. Si todos recibieran igual salario y aguinaldo promedio, el monto de éste último sería de 30 mil millones de pesos. Estos pagos deben tomarse como un simple dato, dada la diversidad salarial existente a nivel federal, estatal, municipal y en las empresas paraestatales. El pago adelantado del aguinaldo no aumenta la cantidad de dinero gastado. Sólo la distribuye en el tiempo, en las partes en que sea dividido. Pero aun cuando todos gastaran en el mismo periodo esa compensación, ésta equivaldría al 16 por ciento de la facturación de las tarjetas de crédito, al 6 por ciento del crédito bancario al consumo, o al 0.3 por ciento del consumo privado de la economía.
 
En ese sentido, el programa poco sirvió para la desaceleración económica y el desempleo esperado. Sus efectos son más irrisorios si se consideran otros factores: la diferencia entre el dinero que se gaste y el que se destine al ahorro, al pago de otros adeudos u otros fines. La magnitud de los descuentos otorgados por las empresas participantes y que no hayan “inflado” antes los precios, como lo hacen en épocas de mayor demanda, aunque se habla que lo hicieron en 30 por ciento: el costo del crédito. El número de tarjetas de crédito en circulación suman 14 millones y la tasa media anual de interés aplicada es de 25-30 por ciento (los bancos Coppel, Paribas, Invex y Fácil son los peores: imponen más de 50 por ciento), 433-567 por ciento más de lo que pagan los títulos públicos (4.7 por ciento) y 700-900 por ciento más de lo que recibe la mayoría de los ahorradores bancarios (3 por ciento). La banca y las empresas que otorgan créditos han anulado los efectos anticíclicos de la política monetaria aplicada por el banco central (su tasa objetivo nominal es de 4.5 por ciento).
 
Los beneficios serán aún más exiguos si se considera que las importaciones aportan el 17 por ciento de la oferta total (35 por ciento del producto interno bruto) por lo que parte de los efectos multiplicadores del consumo se trasladarán hacia fuera y no a los productores locales. El 40 por ciento de los 30.9 millones de asalariados no recibe prestaciones como aguinaldos y el 46 por ciento no tiene contrato, y los que lo reciben su monto es a menudo menor al percibido por los burócratas; 2.8 millones de desocupados y 13.4 millones de “informales” no recibirán nada. De los 46.8 millones de ocupados (26.6 millones) el 57 por ciento del total está hundido en la miseria; apenas gana hasta tres veces el salario mínimo. Aunque percibieran un aguinaldo su fin de año será amargo. Los consumistas “invitados” a la fiesta son menos de los 4 millones de ocupados, el 8.5 por ciento que percibe más de cinco veces el salario mínimo. Los aguinaldos y el crédito sólo compensarán algo del poder de compra perdido por los salarios reales: 68 por ciento en los mínimos y 50 por ciento en los contractuales entre 1980 y 2011. Pero no hay que mezquinar la generosidad de Calderón. Durante su mandato ambos se recuperaron 0.3 por y 0.6 por ciento. Al menos eso indica en su Quinto informe de gobierno.
 
¿Quiénes serán los ganadores de un consumo que según mejoró 30-35 por ciento? Los bancos, los monopolios y los oligopolios entre las 178 mil empresas que participan en el programa. Éstas equivalen al 3.5 por ciento de las 5.1 millones unidades económicas registradas en el censo económico más reciente (2009), al 7.3 por ciento de las 2.4 millones contabilizadas.
 
Terminado el Buen Fin (y se haya pagado la totalidad del aguinaldo) se acelerará la caída económica. El banco central desinfla sus expectativas. A principios de año se estimó un crecimiento de 5 por ciento. En mayo, la tasa bajó a 3.8-4.8 por ciento. En noviembre, a 3.5-4 por ciento. Para 2012, la redujo de 3.5-4 a 3-4 por ciento. Y se crearán menos empleos. Su meta de 560 mil y 620 mil nuevos empleos en 2011 la abatió en 80 mil y 140 mil. Para 2012, había proyectado 700 mil empleos. Ahora habla de 600 mil. Sin embargo, el director del Banco de México, Agustín Carstens, está animado con “la solidez de los fundamentos y políticas macroeconómicas del país”.
 
Javier Lozano, secretario del Trabajo, señaló que hasta octubre se crearon 726 mil nuevos empleos y espera que en noviembre lleguen a 800 mil. También estima que al final de año sean arrojados a la calle 200 mil trabajadores, por lo que en 2011 se habrán generado un total de 600 mil. Con el Buen Fin, Lozano aspira a que los próximos desempleados sólo sean 150 mil ¿De qué servirá esas 5 mil plazas que logren conservarse si la tasa de desempleo abierto pasó de 4.9 a 5.7 por ciento entre septiembre y diciembre de 2011 y si los desempleados se incrementaron de 2 millones 998 mil a 3 millones 89 mil entre septiembre de 2011 y 2012? Aspiración pírrica si se recuerda que cada año se requieren 1.2 millones de nuevas plazas y con el calderonismo se han generado 500 mil. ¿Esos datos le servirán al presidente para explicarse la incontenible delincuencia?
 
En la década de 270 (antes de nuestra era), el griego Pirro, rey de Epiro, dijo después de su memorable victoria sobre los romanos (que le dejó como saldos grandes pérdidas humanas y materiales): “Otra victoria como ésta y pierdo la guerra”. Otros afirman que fue: “Otra victoria como ésta y volveré solo a casa”. Los panistas volverán solos a casa en 2012.
 
Con alto índices de desempleo, subempleo e informalidad; con los salarios pagados (que son los peores del mundo); cuando 52 millones de los 112 millones de mexicanos son pobres y miserables, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social; cuando México cae del lugar quincuagésimo primero al quincuagésimo séptimo en el índice de desarrollo humano elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo entre 2001 y 2011; cuando la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos señala en su documento Perspectivas de desarrollo global 2012 la desigualdad en la distribución del ingreso existente en México, ¿acaso los calderonistas y los empresarios esperaban un mercado interno boyante?
 
¿Se les olvidó que la productividad, la competitividad y la rentabilidad descansan en los salarios de hambre, la eliminación de las prestaciones sociales y la “flexibilidad” laboral? ¿Que la estrategia neoliberal empleada para el control de la inflación y el equilibrio fiscal depende del castigo de los salarios, el consumo y la inversión productiva que condenan al país al estancamiento crónico con más desempleo y montones de muertos de hambre, de delincuentes y marginados?
 
¿Acaso no subordinaron a la economía al mercado estadunidense donde se coloca el 88 por ciento de las exportaciones? Ahora tienen que padecer los costos de su ciclo económico, que amenaza con una segunda recesión para 2012 y, con ésta, la segunda mexicana.
 
Los neoliberales tuvieron su última oportunidad para mejorar las expectativas económicas en el último año del calderonismo, aunque sea por razones electorales. Para evitar la derrota en las urnas. Las ventas y las ganancias dependen del consumo. Y eso sólo es posible con el aumento de los salarios reales, o al menos con una mayor masa salarial asociada a más empleos formales, con más gasto público productivo que impulse a la actividad privada. No obstante, impusieron un programa económico que mantendrá por sexto año consecutivo el castigo de los salarios, del consumo y la inversión productiva. Apostaron por otro año de crecimiento mediocre, más desempleo, miseria y descontento.
 
¿En dónde quieren encontrar los consumidores que no existen en México? Estados Unidos se cae. A pesar de la sobreexplotación que se somete a los asalariados mexicanos la competitividad no mejora. De acuerdo con el Ranking Global de Competitividad para el Crecimiento del Foro Económico Mundial, en 2001, México se ubicó en lugar cuadragésimo segundo de 59. En 2011, en el quincuagésimo segundo de 142. El indicador considera la capacidad de las naciones para proveer altos niveles de prosperidad a sus ciudadanos.
 
En un mundo capitalista sobre el que se cierne una gran depresión que durará la mayor parte de este decenio, ¿dónde encontrarán a los consumidores? Si alguien sabe, favor de avisar.
 
*Economista