Nicaragua fue el primer país centroamericano visitado oficialmente por el presidente Calderón en enero de 2007 para asistir a la toma de posesión de Daniel Ortega, circunstancia que, en su momento, revelaba una inicial política exterior latinoamericana seria y exenta de ideologías, que luego nuestra inclusión en la inconsulta Iniciativa Mérida, el reforzamiento de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y la participación de funcionarios de orientación panista en la política exterior parecieron distorsionar.
Y en el caso de Ortega, no obstante algunos zigzagueos ideológicos durante su campaña, destinados a bajar la guardia a sus enemigos políticos, logró hacer llegar el mensaje de que su gobierno estaría más en línea con las tendencias políticas progresistas prevalecientes en América Latina que con los derrotados gobiernos neoliberales que ya estaban abandonando el escenario regional. Cuatro años después de su asunción, en Nicaragua parece trabajarse más por los pobres y el pueblo llano –inclusive se habla de socialismo– que con los salvajes gobiernos neoliberales y cleptómanos (Violeta Barrios y Arnoldo Alemán dixit), que siguieron a la derrota del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Se observa un mayor progreso, crecimiento económico –más alto que el de México–, ausencia de los terribles apagones que tenían lugar antes del gobierno sandinista gracias a la ayuda de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), y un optimismo razonable del pueblo, no de la oligarquía, que ya quisiéramos para un domingo en México. Pero como yo mismo he sido crítico en estas páginas de Daniel Ortega (Contralínea, 12 de julio de 2009), no podría omitir, por honestidad intelectual y académica, esto que vi recientemente en Nicaragua, a tres años de mi paso como diplomático en ese país (2005-2007), porque son determinantes los proyectos de autonomía, desarrollo y alejamiento de la férula estadunidense que se cocinan en Centroamérica y que, en su momento, pronto habrán de alcanzarnos.
En tal virtud, debo mencionar que el pasado 11 de diciembre participé, invitado por el doctor Plinio Suárez, gerente del principal emporio televisivo, radial y periodístico de Nicaragua, Noticias CDNN-23, en una entrevista de una hora para discutir, entre otros, algunos temas relacionados con la política exterior de México hacia la subregión latinoamericana, y que interesan con razón a los nicaragüenses (y agregaría que también a los mexicanos). Ahí afirmé, entre otras cosas, que, analizada desde la academia, nuestra política exterior hacia América Latina en general, y Centroamérica en particular, es, por lo menos, errática; situación que fue reconocida y ampliada por el periodista televisivo.
Se puede discutir mi aseveración sobre la política exterior de México, pero si ésta es la percepción del comunicador más influyente de un país centroamericano, entonces sí que es un asunto grave para nuestra diplomacia. Un mes después, puedo reconfirmar mi aseveración, luego de las recientes reclamaciones de varios gobiernos centroamericanos por el mal trato a sus connacionales en territorio mexicano, pero también porque no fue muy afortunado –en términos del pretendido acercamiento que se pretende con Brasil para la firma de un tratado de libre comercio– que el presidente Calderón y la señora canciller no interrumpieran sus vacaciones para asistir a la toma de posesión de la señora Dilma Rousseff, el 1 de enero. “Si por la víspera se saca el día…”.
En estos términos, y ya que en el programa de televisión citado se coincidió en la política errática de México hacia la región, debo decir de dónde vino esta primera opinión mía: tres subsecretarios para América Latina ha tenido la cancillería mexicana en cuatro años del actual gobierno. Y los dos primeros fueron connotados panistas (Jerónimo Gutiérrez, también reciente exfuncionario de Gobernación que, según Wikileaks, expuso ante diplomáticos estadunidenses que tenía fundados temores de que el actual mandato presidencial concluyera sin éxito y sin seguimiento contra el narcotráfico; y también Salvador Beltrán del Río, actual director General del Instituto Nacional de Migración, a quien, por cierto, no le está yendo nada bien).
El problema fue que ninguno tenía aceptables antecedentes diplomáticos y seguramente no fueron seleccionados por la cancillería, lo que parece no sucedió con el ahora nuevo subsecretario Rubén Beltrán, diplomático de carrera y curtido cónsul de México en diversas representaciones en Estados Unidos. A él hay que concederle, por lo menos, el beneficio de la duda, y celebrar que la política exterior de México, que padecía de tortícolis, tiene unos dos años que ha empezado a volverse hacia América Latina luego de que la crisis financiera, económica y ahora civilizacional en Estados Unidos exhibiera nuestra inverosímil dependencia económica, política y ahora quizás militar con ese país.
En este sentido, a inicios de 2010 tuvo lugar en Cancún la participación de Calderón en la reunión del Grupo de Río, que dará paso a la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), por más que los dogmáticos compañeros panistas del presidente lo criticaron “por abrazar a Chávez y a Evo Morales”. Posición similar formuló a sus jefes en Washington el embajador Carlos Pascual, cuando informó, mezquinamente, que la reunión de Cancún había sido un “fracaso dramático” para el presidente de México. Claro, la Celac excluye con razón a Estados Unidos. La posición del Partido Acción Nacional (PAN) y de la embajada fue dada a conocer por Wikileaks el pasado 3 de diciembre.
Retomo la argumentación de que comenzamos mal el año al no haber asistido (el presidente Felipe calderón) a Brasilia y sí haber enviado a un subsecretario como representante oficial a la toma de posesión de la presidenta del país más acreditado y autónomo de Latinoamérica, el verdadero rival geopolítico de Washington en la región, pues el funcionario Rubén Beltrán no es, siquiera, el máximo escalafón burocrático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, circunstancia que cualquier cancillería que se respete valora. Es un grave error diplomático y revela una lamentable miopía política o una distorsión ideológica panista, a menos que se desee enviar este pésimo mensaje al Palacio del Planalto, sede del gobierno brasileño.
Y a nuestra percepción de la política exterior errática de México, con la que coincidió el prestigiado editorialista nicaragüense Plinio Suárez, se sumó la opinión que él tiene de Fox: “Había realizado una mejor política exterior en Centroamérica que el propio presidente Calderón. Su presidente no ha sido tan bonancioso con esta región y tiene aún muchos pendientes, como el Plan Puebla Panamá, el desarrollo de la zona mesoamericana o los buses que no han llegado a Nicaragua” (sic). Y aclaro que al entrevistador se le olvidó mencionar que Vicente Fox se comprometió, públicamente en Nicaragua y frente a la Plaza de la Revolución, a coordinar un esfuerzo para restaurar la Catedral de Nicaragua, destruida por el terremoto de 1974. Fue una de sus acostumbradas habladurías.
Desde luego que debí corregir, en honor a la verdad, que la estulticia foxista superó todos los límites (Castañeda dixit); pero el asunto no es sólo si esta negativa percepción sobre el presidente Calderón es, en parte, resultado de una embajada mexicana en Managua que no sólo no ha hecho su trabajo de relaciones públicas, sino que, además, queja de los nicaragüenses, se convirtió también en inexpugnable y ridícula fortaleza para los mismos, al rodearse recientemente de grandes muros (la “moda” de la seguridad), al estilo de la representación estadunidense.
Hay que plantearse cómo el principal comunicador nicaragüense estima que Calderón tiene muchos débitos con esa región, lo que desde luego no demerita su trabajo periodístico; pero tampoco a la cancillería mexicana le conviene ignorar aquella socorrida frase del ya fallecido político mexicano Reyes Heroles: “En política, lo que parece es”.
En estos términos de percepción (y el presidente Calderón otorga mucha importancia a este tema), no quisiera entonces forzar, por ejemplo, una explicación de la conducta poco diplomática del presidente nicaragüense Daniel Ortega, cuando recientemente dijo en la Organización de Estados Americanos que México “estaba infestado de narcos”, básicamente porque un mandatario no puede ni debe señalar públicamente los defectos de un país con el que se tienen, teóricamente, buenas relaciones. Pero es bien cierto también que opiniones como éstas difícilmente son cuestionadas por la opinión pública de un país, en este caso los nicaragüenses, si antes la nación acusada cuenta con tan mal ambiente en los medios o cuando sólo se escuchan de ella asuntos tan graves como el caso de los 72 emigrantes centroamericanos asesinados en Tamaulipas, el clímax de nuestra reputación en esta región.
Y hablando de los emigrantes, no es, por cierto, un descubrimiento decir que así como el gran test de la política exterior de Estados Unidos con América Latina es el asunto migratorio, en el que desde luego está reprobado, lo mismo puede decirse, por lo menos en este momento, de México con Centroamérica. En días pasados, hubo una discusión con las cancillerías salvadoreña, guatemalteca y hondureña en torno al secuestro de inmigrantes centroamericanos en Oaxaca. Como estaban las cosas, poco faltó para que también Nicaragua se uniera a este reclamo. Y tampoco ayudó que, en su Instituto de Migración, México hubiera tenido a alguien como Cecilia Romero, viva imagen de la pésima burocracia panista en algunos mandos del país.
Si la política exterior de México no escapa al estrecho cerco político e ideológico del PAN y Washington, vía Iniciativa Mérida, la ASPAN o el México 2030, Proyecto de Gran Visión, denunciado por Contralínea, y no asume un verdadero contenido independiente y de Estado, difícilmente conseguirá posicionarse para el desarrollo de México y sus vecinos centroamericanos que, como se observa, empiezan a impacientarse y a reclamar diplomáticamente.
Comento, por cierto, que intenté también satisfacer el interés nicaragüense por la política de México hacia Suramérica. Plantee, antes del desaguisado con Brasil del 1 de enero en curso, que discutida la posibilidad de un tratado de libre comercio con ese país, no deja de representar un acercamiento que puede mejorarse con aquella nación y que supera “a los antibrasileñistas mexicanos y a los antimexicanistas brasileños”. Y que también, con el tiempo, podría existir una posibilidad, compartida por diplomáticos mexicanos: que en el mediano plazo, México y Brasil se pudieran convertir en una especie de eje pivotal para integrar América Latina de forma similar a la que en su momento articularon Francia y Alemania para crear la Unión Europea. ¿Audacia? Desde luego que sí, siempre y cuando no se antepongan criterios estrechos y se sume también a otros países de peso en la región.
La Celac está arrancando y México está adentro. Ahí pudiera estar el germen de este planteamiento. No tenemos ya derecho a dar palos de ciego y nuestra tortícolis no debe prevalecer, máxime porque nuestro país cuenta con un amplio abanico de orientaciones geopolíticas, además de que podemos aprender del ejemplo de muchos países latinoamericanos que esquivaron razonablemente su dependencia estadunidense en estos momentos de crisis, gracias a sus previos esfuerzos integracionistas y diversificatorios, lo cual no ha podido hacer México.
Y por cierto, como se mencionó también en CDNN-23 Noticias de Managua: aprendiendo que ningún esfuerzo integracionista tendrá resultados si no se apela al acercamiento entre los pueblos y la sociedad civil, a la cooperación y no a la competencia; a la solidaridad efectiva y no discursiva que supere el mero comercialismo, del tipo que han propuesto y ejercen, así sean todavía un factor de opinión y no de decisión, pero unidos siempre, tratando de hablar con una sola voz.
México tiene entonces un pendiente no sólo con Centroamérica, sino con toda la subregión latinoamericana. “En virtud de la herencia histórica e identidad cultural mexicanas, y porque el país comparte retos y aspiraciones con América Latina y el Caribe, la región será siempre prioritaria para México, donde buscará ser un actor central. Es necesario fortalecer, de manera responsable, los espacios de interlocución que corresponden a la pertenencia regional y peso específico en el continente que tiene el país”. Éstos corresponden a los documentos del Plan Nacional de Desarrollo del actual gobierno, publicados en la página de internet de la Presidencia. Corresponde a los mexicanos urgir que sea efectivamente aplicada dicha directiva para que se revierta la pésima percepción que ahora existe de México en Nicaragua, Guatemala, Honduras, El Salvador, etcétera. Porque la directriz de “más México en el mundo y más mundo en México”, con que se inició este gobierno, apenas si se siente.
*Exdiplomático; catedrático de América Latina Hoy en la Universidad Nacional Autónoma de México