No hay que perder mucho tiempo en sintetizar lo que acontece en el mundo: el avance impresionante del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), primordialmente en el ámbito geoeconómico, es inversamente proporcional al declive militar de Estados Unidos en Eurasia (concomitante a las derrotas de sus aliados de Israel y Georgia), lo cual se refleja en el caos geofinanciero que busca su punto de equilibrio.
En realidad, la jugada geoeconómica está decidida: el G7 (sin ahorros y sobre-endeudado), a la baja; el BRIC (repleto de materias primas, ahorros y bajo endeudamiento), al alza.
En la presente coyuntura, las guerras son geofinancieras (la paliza propinada al euro por las plazas de Wall Street y la City) más que militares. Los barómetros del nuevo orden mundial deberán ser identificados más bien en las cotizaciones del oro y la plata, que se ha disparado, así como de la lucha sin cuartel que libran el dólar, el euro y el yuan chino.
Estados Unidos y Rusia, dotados del 95 por ciento del arsenal nuclear planetario, se encuentran prácticamente empatados en el ámbito geoestratégico cuando cada uno posee la capacidad de “destrucción mutua asegurada” (la famosa “doctrina MAD”, por sus siglas en inglés, de los geoestrategas estadunidenses de la Guerra Fría).
Pese a la exagerada dotación militar de Estados Unidos que implica el mayor gasto bélico (equivalente al del restante de los 191 países que conforman la Organización de las Naciones Unidas), lo cual corroe y amplifica su enorme cuan insostenible déficit fiscal, en forma curiosa, las añejas fuerzas del caduco orden mundial unipolar que todavía poseen hiperbólico poder en Washington (coaligadas a su alicaído socio británico y, más extensamente, a una Organización del Tratado del Atlántico Norte catatónica que busca su nueva misión en el incipiente nuevo orden mundial) parecen haberse consagrado a una “guerra global de guerrillas” al propiciar la desestabilización de las fronteras del BRIC.
Baste realizar un corte de caja en todo el mundo para percatarse del incendio geopolítico de la periferia incendiada del BRIC y hasta de los puntos marítimos de asfixia (choke points) de la afectación de la travesía del transporte global de mercancías de todo género desde el estrecho de Bab Al Mandab (entre compartido por Somalia y Yemen) hasta el estrecho de Malaca (en el sureste asiático).
Ante el asedio doblemente militar y guerrillero de la dupla anglosajona (Estados Unidos y Gran Bretaña), el BRIC ha respondido en forma timorata en lo militar y parece enfocarse más bien en consolidar el frente geoeconómico, así como alistarse a su emancipación geofinanciera donde predomina el orden especulativo anglosajón de las plazas de Wall Street y la City y, sobre todo, la unipolaridad del dólar, pese a su vacuidad consubstancial.
Tampoco hay que perder mucho tiempo en divagaciones estériles: el talón de Aquiles del BRIC se centra en el ámbito geofinanciero, donde corre el grave riesgo de ser balcanizado y vulcanizado como le está sucediendo al euro.
Ante todo habría que definir el tipo de asociación que representa el BRIC, que expresa más bien una laxa agrupación de cooperación geoeconómica. Quizá sea mejor definida por lo que no es: un bloque militar; hasta ahora, porque conforme evolucionen y se desarrollen los eventos el Grupo de Shanghai, al que pertenecen China y Rusia, pudiera en la lontananza atraer a India y luego a Brasil.
Mucho se ha criticado la tibieza del BRIC que, desde su primera cumbre formal el año pasado en Yekaterinburgo (Rusia) hasta la segunda celebrada en Brasilia, avanza a pasos de tortuga. Pareciera que su objetivo primordial consiste en no indisponer frontalmente a Estados Unidos, el país más bélico en la historia de la humanidad que, pese a su acelerada decadencia, no necesita pretextos para librar una tercera guerra mundial.
Llamaron poderosamente la atención dos situaciones en la cumbre de Brasilia: 1) La voz más altisonante de Brasil, el anfitrión, y la soltura, en forma asombrosa, de India, que solía preferir la soledad del silencio; y 2) Las reuniones, tanto al margen como antes y después de Brasilia, de varios de sus actores en Suramérica, lo cual, a nuestro entender, comienza a delinear la futura atracción seductora de nuevos miembros en su seno.
El capaz y visionario presidente brasileño Lula (que resalta todavía más cuando se contrasta a la patética mediocridad de Calderón, quien más que estadista se comporta lamentablemente como un rijoso de cantina) no se anduvo por las ramas y recalcó que la tarea fundamental del BRIC se centra en “crear un nuevo orden mundial” multipolar, lo cual es más que loable.
Quien se soltó en forma inesperada, mucho más que sus otros tres asociados, fue nada menos que el primer ministro indio Manmohan Singh, que reclamó una mayor cooperación en los ámbitos de seguridad alimentaria y de energía (dos vulnerabilidades notorias de India).
Sin mucho ruido, en fechas recientes, el primer Singh ha descolgado acuerdos estratégicos tanto con Rusia (en los rubros militar y energético nuclear) como con Estados Unidos (en la venta de combustible nuclear), lo cual refleja la complejidad del mundo multipolar y sus traslapes inesperados, así como sus yuxtaposiciones creativas.
Esta vez se notó en Brasilia que India había avanzado un paso, pero uno sólo, más vigoroso, a diferencia de los tres miembros del BRIC, quienes estuvieron más cortos en declaraciones a su costumbre.
En cuanto a nuestro barómetro preferido –las geofinanzas, las cuales, por cierto, naufragan en el desorden mundial provocado por la dupla anglosajona–, India se sumó con mayor convicción que antes al esquema del pago de los intercambios comerciales en el seno del BRIC, mediante sus propias divisas y con el apuntalamiento de swaps cuatripartitas al estilo del que realizan Brasil y Argentina.
Todavía el cuatripartita BRIC no se atreve a desarrollar nuestro consejo de lanzar la indivisa “divisa BRIC”, antes de que la dupla financiera anglosajona triture una a una sus respectivas divisas.
La idea lanzada por el primer indio es sencillamente seductora: “crecimiento incluyente” en lo económico y lo social, que lo diferencia nítidamente del crecimiento parasitario y egoísta del caduco modelo neoliberal anglosajón que vive a expensas de los demás.
A Singh no se le escapó que el cuatripartita BRIC “incluye a dos de los mayores productores” (léase, Rusia y Brasil) y a “dos de los principales consumidores” (léase, China e India) del mundo. Así de fácil.
También, en el rubro de los productos agrícolas, los países del BRIC representan a los mayores productores y consumidores (nota: Brasil es el principal productor del mundo en soya, carne y jugo de naranja), por lo que Singh conminó juiciosamente a crear “una arquitectura de seguridad alimentaria”.
Para finalizar, el primer indio lanzó una frase impronunciable que marca la zona donde se libra la guerra financiera global que marcará al siglo XXI: “Evitar la complacencia para las reformas financieras” con “mayor regulación y supervisión” cuando la “inclusión financiera será el mayor determinante del éxito” de la recuperación multipolar en el seno del G20, del que forma parte intrínseca el BRIC en forma yuxtapuesta.
Cada uno del cuatripartita BRIC, y a su muy personal estilo, manejó tanto sus reuniones “al margen” como sus visitas antes y después de la cumbre.
Lula se reunió “al margen” de la cumbre con el canciller turco Ahmet Davutoglu para lanzar una solución diplomática a la desactivación del contencioso nuclear iraní (ver Bajo la Lupa, La Jornada, 18 de abril de 2010).
India impulsó el IBSA (India, Brasil y Sud-África: tres gigantes del Océano Atlántico-Sur y del Océano Índico), que también mereció la presencia del presidente surafricano Jacob Zuma. ¿Formarán Sud-África y Turquía parte del BRIC?
Los chinos no pierden su tiempo. El presidente chino Hu Jintao, más allá de su visita a Chile (de quien depende sustancialmente de su cobre), celebró un espectacular acuerdo petrolero con Venezuela a cambio de créditos blandos por 20 mil millones de dólares. No es poca cosa. Cabe señalar, a contrario sensu de la vulgar desinformación de los multimedia israelí-anglosajones, que Venezuela desplazó espectacularmente, gracias a sus hidrocarburos, a Argentina del segundo lugar geoeconómico de Suramérica que ostenta una nueva reclasificación (1. Brasil; 2. Venezuela; 3. Argentina; 4. Colombia; 5. Chile, y 6. Perú, para citar a los más conspicuos: ver Geoeconomía Mensual, El Financiero, 19 de abril de 2010).
Por último, quizá la visita más sorprendente de todas y con enormes alcances geoestratégicos en la zona entre la Antártida y Las Malvinas, por primera vez desde el establecimiento de relaciones hace 125 años (¡super-sic!) entre Rusia y Argentina, un presidente ruso se apersonó en Buenos Aires a firmar relevantes acuerdos, en especial, en materia nuclear. ¿Una “nueva Rusia” para “una nueva Latinoamérica”?
Aunque se les ericen los cabellos a los exorcistas neoliberales fundamentalistas tanto globales como tropicales, ¿formará algún día Argentina parte del BRIC, al unísono de Irán y Venezuela?
Una cosa es segura: Suramérica cesó de ser el “patio trasero” de la unipolaridad estadunidense, que tendrá que competir ahora con el BRIC, mientras el nuevo orden multipolar asienta inexorablemente sus reales.