La Revolución del Jazmín del paradigma tunecino sigue expandiendo su aroma a los cuatro rincones del mundo árabe, de 360 millones de habitantes (de 25 países, si se agregan la República Árabe Democrática Saharaui, Yibuti y las islas Comoros), que ya derrocó la satrapía de Bin, Ali Baba, gracias al apoyo del ejército (ver Bajo la Lupa, 2 y 6 de febrero de 2011), mientras ejerce considerable presión en Yemen, Jordania, Sudán (de por sí, balcanizado) y, más que nadie, Egipto, donde se gesta la “revuelta de las pirámides” de los famélicos jóvenes desempleados.
Entre sus factores múltiples, su principal detonador en Túnez fue el alza de los alimentos y la gasolina, que han desestabilizado todo el Medio Oriente y han obligado a que Ben Shalom Bernanke, gobernador de la vilipendiada Reserva Federal de Estados Unidos fuera obligado a desmentir que sus políticas monetaristas “sean las culpables por el alza global de los precios de los alimentos a niveles récord que hayan ayudado a desencadenar la revuelta política en Egipto” (Richard Blackden y Harry Wilson, The Daily Telegraph, 3 de febrero de 2011).
No hay que perder de vista que la hiperinflación del precio del trigo, cuyo principal importador mundial es Egipto, ha tenido un alza estratosférica en fechas recientes.
La gerontocracia militarista del autócrata Hosni Mubarak, de 82 años de edad y 36 años en el poder (si se contabilizan sus seis años previos como vicepresidente del asesinado Anuar Sadat), en lugar de ceder a las legítimas demandas de la juvenil “revuelta de las pirámides” –pese a la triple presión internacional, regional y local–, se ha agazapado y, en su fuga hacia delante, pretende conservar el poder mediante disfuncionales medidas cosméticas de pedicurista y se ha atrincherado con el pase del bastón de mando al vicepresidente general Omar Suleiman, todavía mandamás de los siniestros cuan temibles mukhabarat (servicios secretos), consagrados a la tortura y al espionaje de los ciudadanos.
Estados Unidos, aparentemente tomado por sorpresa, ha ido ajustando la mira conforme se despliega la revuelta y ha pasado a la fase de control de daños que, piensa, puede ser manejada con el general Omar Suleiman, de 75 años de edad.
Está en juego el caduco eje geoestratégico de Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel-Egipto.
El derrocamiento de la satrapía tunecina no comporta los alcances geoestratégicos de Egipto: corazón poblacional del mundo árabe (25 por ciento del total), vínculo entre África y Asia, poseedor del superestratégico Canal de Suez (donde transita el 5 por ciento del petróleo global) y, más que nada, piedra de toque de la arquitectura geopolítica de Estados Unidos en el Medio Oriente (junto a Israel).
No fue gratuito que el supremo líder de la teocracia jomeinista de Irán, el Ayatolá Ali Jamenei, haya descrito que la “revuelta de las pirámides” represente “un movimiento islámico” que puede desembocar en “una derrota severa a las políticas de Estados Unidos en la región”. Aunque sea muy discutible, a juicio del supremo líder persa, la revolución iraní de 1979, que derrocó al Sha, sirvió como “papel modelo” para Túnez y Egipto. Lo cierto es que si la “revuelta de las pirámides” se transforma en una revolución jomeinista, entonces el eje Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel entrará en pánico geopolítico.
Más allá de la naturaleza cleptocrática del autócrata Mubarak –cuya fortuna alcanzaría 70 mil millones de dólares, según filtraciones del rotativo británico The Guardian (4 de febrero de 2011)–, el mayor punto geopolítico de tensión en estos momentos se encuentra en la frontera que tiene Egipto con sus vecinos: Franja de Gaza (11 kilómetros cuadrados), Israel (266 kilómetros cuadrados), Libia (1 mil 115 kilómetros cuadrados) y Sudán (1 mil 273 kilómetros cuadrados).
La suma de la Revolución del Jazmín del paradigma tunecino y de la “revuelta de las pirámides” puede ser bidireccional respectivamente con Libia y Sudán.
Tampoco se puede soslayar que la balcanización de Sudán, que se acaba de escindir en su parte Sur (inmensamente rica en petróleo), puede también contagiar Egipto y su minoría de coptos cristianos (10 por ciento de la población). Pero nada se parece a la intensa compactación en su frontera con la Franja de Gaza, la mayor cárcel viviente del planeta, asediada intensamente por el ejército israelí.
A nuestro juicio, el verdadero barómetro de la geopolítica egipcia se reflejará en la Franja de Gaza, gobernada por el grupo islámico palestino Hamas. En los 11 kilómetros cuadrados de la trasfrontera de Egipto y Gaza, se pueden reflejar las consecuencias del nuevo orden medio oriental.
Cabe recordar que entre los múltiples agravios que impactaron en el inconsciente colectivo de los famélicos jóvenes desempleados, quienes gestaron la “revuelta de las pirámides”, se encuentra que no solamente el sátrapa Mubarak se haya cruzado tácitamente los brazos durante la guerra cruel de Israel en contra de los palestinos de Gaza, sino que, también, siga participando en su cerco antihumano.
Durante las jornadas de alta estrategia de la relevante conferencia Herzilya (Israel), el presidente Shimon Peres urgió a realizar la paz entre su país y los palestinos de la pro estadunidense y pro egipcia Autoridad Nacional Palestina para desvincular su destino de los múltiples líos regionales (Túnez, Egipto, Sudán, Líbano, contencioso nuclear iraní).
Un efecto paradójico de la “revuelta de las pirámides” que tiene asustados a los geoestrategas israelíes por sus implicaciones podría desembocar benéficamente en avances en las negociaciones de Israel, a punto de quedarse totalmente aislado, con los palestinos y Siria.
No se puede pasar por alto que antes de la Revolución del Jazmín y la “revuelta de las pirámides”, el Medio Oriente estaba pasando por una dinámica irresistible como consecuencia de las dos derrotas militares de Estados Unidos, tanto en Irak como en Afganistán, al unísono de las otras dos catástrofes del ejército israelí en sus guerras contra la guerrilla libanesa-chiíta de Hezbolá y la otra guerrilla sunnita palestina de Hamas (ambas, aliadas de Siria e Irán), lo cual, en su conjunto, provocó una nueva correlación de fuerzas que ya habíamos advertido hace más de un año en Radar Geopolítico (Contralínea, 1, 11 y 20 de diciembre de 2009): ascenso de la sunnita Turquía (miembro tanto de la Organización del Tratado del Atlántico Norte como del G20 y aliado estrecho de Estados Unidos) y la chiíta Irán; declive de Egipto y Arabia Saudita; Israel, cada vez más aislado.
Si Estados Unidos perdiese el control de Egipto, se le vendría abajo toda la arquitectura geoestratégica que ha construido en la región, sobre todo, la paz financiada (literal) entre Egipto e Israel en 1979.
La caída de Egipto –superlativo aliado de Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel y mayor potencia militar del mundo árabe (décimo lugar en la lista mundial)– provocaría un “efecto dominó” con sus aliados árabes, lo cual cimbraría mayúsculamente a las seis petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo, que no hace mucho pretendía lanzar su divisa común el “Gulfo”, lo que evidentemente empujaría el precio del barril del petróleo a la estratósfera.
En forma expedita, pudiéramos señalar que los “aliados” de Egipto en la región sufrirán severas consecuencias y, quizá, hasta humillantes defenestraciones, mientras que los socios de Turquía e Irán emergerían más consolidados.
Se trata del advenimiento de un nuevo orden regional que propulsa al eje Turquía-Irán-Siria, en demérito del declive del eje Egipto-Arabia Saudita, lo cual dejaría totalmente aislado a Israel, quien no supo aprovechar el tiempo histórico que le favoreció en la fase unipolar (de 1989, fecha de la caída del muro del Berlín, a 2000, fecha técnica de la derrota de Estados Unidos en Irak) para limar asperezas con todos sus vecinos. Mucho peor: la guerra de Israel contra los palestinos de Gaza llevó a la ruptura de su relación estratégica con Turquía.
En retrospectiva, se aprecia que las reverberaciones metatemporales de la guerra de Israel en Gaza resultaron en un gravísimo error estratégico: alejó a Turquía, quien se acercó compensatoriamente a Irán, y contribuyó, como uno de tantos factores (pero no el menor), a estimular la “revuelta de las pirámides”.
Las reverberaciones de la Revolución del Jazmín y de la “revuelta de las pirámides” no se quedan confinadas exclusivamente al mundo árabe, ya cruzaron el Mar Mediterráneo para alcanzar en el Mar Adriático a Albania, el único país europeo islámico sunnita no árabe.
Las libertarias reverberaciones juveniles del mundo árabe son susceptibles de contagiar la Unión Europea, Rusia, India y China, que abrigan en su seno importantes minorías tanto árabes como islámicas no árabes, pero ése es otro tema. Esto apenas comienza.