Una característica de los yoremes mayos son sus casas. Las crónicas que nos legaron los jesuitas, orden de la Iglesia Católica que evangelizó el Noreste de México –entre ellas la parte norte de Sinaloa– señalan que los caseríos o núcleos de población estaban a las orillas de los ríos, arroyos u ojos de agua, donde tenían sus casas o enramadas, construidas de varas, barro, carrizos, petates y esteras. Muchas de ellas eran enramadas. Además, de sus casas tenían las sementeras, que eran las tierras propiamente de cultivo, donde sembraban maíz, frijol y calabaza, principalmente. Por lo regular, a la orilla de lo que hoy conocemos como Río Fuerte, uno de los ríos donde estaban asentados, junto con el Río Mayo en Sonora, el Río Sinaloa, en Guasave, y el Río Mocorito. En la construcción de sus viviendas jugaba un papel importante lo que la naturaleza les proporcionaba, así como las condiciones climáticas.
Este tipo de construcción persistió a todo lo largo del siglo XX y era común ver en las comunidades y reductos mayos casas de vara y lodo o barro. A la par de las casas de culata, de teja y adobe que los mestizos construían, sobre todo en los pueblos donde la cultura indígena y la mestiza estaban presentes o coexistían, como en Baca.
Estas casas se construían con vara blanca, horcones y latas. Se ponían los horcones como estructuras principales y, en menor grado, las latas. La vara se tejía (encontrada) en forma de pared y se amarraba con samo (mi papá lo menciona como bajahui). Después se ripeaba, enjarraba o se embarraba de lodo y tierra. Recuerdo una tierra de color rojizo, que era el propiamente barro. Estás casas eran frescas en tiempo de calor y térmicas en tiempo de frío.
En Baca había ese tipo de casas, tenían Elidio, Lidio, Arredondo, doña Ligia, Lencho Valenzuela, Tomás Valenzuela y Teresa Espinoza, Cruz Navarro, Man Valencia, la cocina de doña Fita Flores, Menchi Navarro, Ponciano Beltrán, Ponchito Gastélum, Pablo Gil. Pablo Gil y Tomás Valenzuela vivían en lo más bajo y cercano al río cuando en una gran creciente les tumbó sus casas, junto con la de Luis, Güicho, Gastélum. Dicen que esta crecida del río fue en 1991. Cuando Baca y El Embarcadero casi se juntaban sólo por el río con más de 1 kilómetro de ancho.
A raíz de esa crecida del río que les tumbó sus casas, construyeron sus nuevas viviendas donde actualmente están, a un lado de la iglesia, en la loma. Esa loma antes estaba llena de monte y los judíos en Semana Santa ahí sesteábamos, algunos hasta dormían. Recuerdo que había muchas plantas de papachi de coyote con frutitos, que es más diminuto que el papachi que conocemos. Las casas que construyeron ya no fueron como las que antes tenían, además que toda la loma se pobló.
Así, poco a poco se fue olvidando también esta forma de construir de casas de vara o lata y barro. La modernidad se fue imponiendo y ganando adeptos, aunque es común ver todavía en las comunidades yoremes a lo largo y ancho del Río Fuerte, en los municipios de El Fuerte y Ahome, y en alguna medida en Choix; pero más en el Valle de El Fuerte y también en el sur de Sonora, donde los núcleos indígenas son más fuertes este tipo de construcciones. Muchos asocian este tipo de viviendas a que viven en la pobreza y en la marginación, pero yo tendría mis dudas ya que son más ecológicas, fácil de construir por si son azotadas por las inclemencias del tiempo y además van con el entorno climático.
En Baca no creo que quede actualmente ninguna casa de este tipo, la mayoría son de cemento y ladrillo y muy pocas de adobe.
Guadalupe Espinoza Sauceda*
*Abogado y maestro en desarrollo rural; integrante del Centro de Orientación y Asesoría a Pueblos Indígenas, AC
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