Más de 8 mil 500 personas subsisten en uno de los municipios más pobres del país. Le corresponde el cuarto lugar en miseria, dice la Declaratoria de las Zonas de Atención Prioritaria para el año 2011; el lugar 14, según las estadísticas del Inegi. Aquí no hay trabajo, las siembras de autoconsumo se agotan, la dieta diaria puede llegar a ser una sopa instantánea o tortillas y frijoles. Los niños asisten a clases en muy precarias condiciones. La gente enferma y no existe ninguna garantía de acceder a los servicios de salud
Coicoyán de las Flores, Oaxaca. En uno de los montículos de la sierra mixteca, justo antes de entrar a las agencias municipales de esta comunidad, una estructura de metal y cemento se encuentra abandonada, tiene más de 1 año así. Sería el hospital de la zona. Más de 5 millones de pesos del presupuesto nacional se echan a perder entre varillas oxidadas, bardas reblandecidas, destruidas, tiradas y plafones enmohecidos.
Esto pasa en uno de los municipios más pobres del país, donde vive Florentino Hernández, quien reposa –casi sin moverse– en el colchón de una cama tubular, con la piel pegada al hueso y con la voz convertida en un murmullo. Han pasado unos 5 años desde que está en esa condición, los mismos en los que no ha podido dormir bien y apenas prueba alimento. El médico que lo ha atendido en un par de ocasiones, integrante de las llamadas Caravanas de Salud, asegura que el hombre de 73 años “no tiene nada”.
Son más de 300 metros cuadrados de una construcción que significaría el acceso a la atención médica de Florentino y otros 8 mil 500 indígenas. La obra que inició en 2010 significó la esperanza de cientos que ahora no pueden pagar 140 pesos para poder ir y regresar a Juxtlahuaca, el municipio urbanizado más cercano para poder ser atendidos. En 2011 paró la obra sin que se supiera el motivo. Todo se convirtió en escombros, parecidos a los que deja un huracán.
Desde este lugar se aprecian las casas de adobe y concreto de la primera agencia municipal, Santiago Tilapa, y los senderos por donde caminan los indígenas mixtecos. La sierra, enverdecida por las últimas lluvias de octubre, parece inagotable. No hay fin por donde quiera que se mire.
Este es el mismo municipio a donde llegó en helicóptero el expresidente Vicente Fox, el 20 de julio de 2005, poco antes de terminar su administración y heredarla a Felipe Calderón Hinojosa, ambas del Partido Acción Nacional.
Ese mismo año se afiliaron a miles de personas al Seguro Popular que no sabían qué hacer con la hoja de datos que se les había entregado al momento de la inscripción. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), las familias beneficiadas por este programa llegan a las 2 mil 106.
Entonces Fox prometió apoyos mediante mecanismos oficiales, como el Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo) y Oportunidades, a través de las secretarías de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa); y de Desarrollo Social (Sedesol). Llegaron para algunos. La pobreza parece insuperable.
En el Diario Oficial de la Federación, la Declaratoria de las Zonas de Atención Prioritaria para el año 2011 indica que Coicoyán de las Flores ocupa el cuarto lugar de marginación municipal, con un grado de rezago social “muy alto”. En tanto que el Inegi menciona que a nivel estatal es el tercero más marginado y el 14 a nivel nacional.
Dzahuindanda, sin presupuesto
En la escuela primaria bilingüe Dzahuindanda el Programa de Apoyo a la Gestión Escolar, de 7 mil pesos anuales, no ha llegado, y está a punto de concluir el primer semestre del ciclo. Aquí estudian 250 niños indígenas. Es la más grande de todo el municipio, ubicada en la agencia de Santiago Tilapa.
Los niños de esta escuela primaria estudian en aulas sin equipamiento adecuado, con ventanas sin cristales por donde entra el polvo, la lluvia, el frío, según la época del año. En el salón de primer grado una de las paredes se encuentra completamente enmohecida, otra es de tarimas de madera sobrepuestas y un plástico negro empolvado. El aula se tuvo que improvisar ya que no contaban con el presupuesto para mantenerla en buenas condiciones.
Los estudiantes tienen entre 6 y 7 años de edad y van a clases con lo mínimo para aprender: un cuaderno, lápiz y los libros de texto gratuito que otorga la Secretaría de Educación Pública. Son los pequeños que al terminar el horario de clases ayudarán a sus padres a cuidar el rebaño o a limpiar la milpa. Su desnutrición se refleja en los pintes que manchan sus rostros. Algunos usan la playera blanca con cuello azul que les ha dado la escuela para uniformarse, pantalón o falda de tela tipo mezclilla, y en su mayoría sandalias de hule o huaraches de correas plásticas. Con miradas perspicaces reciben a los visitantes. La lente de la cámara fotográfica los distrae, les genera risa, timidez, asombro, inquietud.
Miseria, problema básico
“El problema básico es la pobreza que tiene cada uno de los niños. Sus padres no tienen dinero para comer, comprar útiles. No tienen los elementos para desarrollarse favorablemente en el salón de clases”, dice la directora saliente Anabel Valdés Miguel.
Una de esas alumnas lleva por nombre Frígida. De cuerpo menudo, cabellos lacios y largos, recogidos con una liga; su rostro es moreno, pero está lleno de las huellas de la anemia, blanquizcas. Tímida, mira a los visitantes. Se retrae y oculta con su mano la protuberancia que destaca de su nariz, parece un tumor, pero su maestro y directora ignoran qué es lo que tiene.
En estas comunidades la mayoría de los niños son bilingües. Sólo un 13 por ciento habla sólo mixteco (o na’saavi) por lo que, dice la maestra, “se les está enseñando español para que puedan desenvolverse en otro contexto más adelante”.
“¡Cómo no va a existir desnutrición si todos los niños toman agua de la llave!”, dice el profesor Javier Hernández, encargado de enseñar a niños del tercer grado de primaria. “Apenas pudimos comprar un garrafón de agua y la bombilla. Yo busco que esta comunidad cambie, que no se encuentre en malas condiciones”.
Impetuoso, asegura que “hay que enseñarles a los niños y a sus padres que debe haber hábitos de higiene, por ahí estamos empezando. Sabemos que carecemos de materiales, pero hay que buscar la forma, sobre todo porque son niños que normalmente emigran con sus padres a otros lugares (donde buscan trabajo) y es necesario que sepan otras cosas”.
El maestro tiene en clase niños que han repetido el ciclo escolar más de una vez, no avanzan en su aprendizaje y él se lo atribuye a que “no vienen a clases al ciento por ciento, [y si asisten, lo hacen] sin materiales, sin ropa adecuada y hasta sin ingerir alimentos. A veces hay que ir por ellos monte arriba porque no todos los padres tienen el hábito de llevarlos a la escuela. La mayoría de ellos viven hacinados”.
El Inegi reporta que el 77.49 por ciento de la población de 15 años o más está sin educación primaria concluida.
Al área de dirección de esta escuela llegan los uniformes que envía la Secretaría de Educación Pública de Oaxaca, de los que se supone deberían enviar dos paquetes anualmente y hasta hoy sólo ha llegado uno para cada niño. Aun así, las autoridades del gobierno piden a la directora que firme los documentos que certifiquen que se han entregado completas las dotaciones. “No tengo la fe de que puedan llegar los demás uniformes. No voy a firmar algo que no es cierto”, afirma.
Además de las labores escolares, los maestros de Dzahuindanda tienen que ir a la casa de los niños para hablar con los padres y generar conciencia de enviarlos a clases. Pero no todos pueden, pues los pequeños apoyan en el trabajo de sobrevivencia de las familias, con el cuidado de chivos o trabajando en el campo.
Profesores sostienen la educación
Los profesores compran de su salario plumones, papel bond y los gises para poder impartir sus clases. A principios de este ciclo escolar llegó un poco de material; alcanzó para dar a cada maestro seis pliegos de papel, pegamento blanco y un par de plumones. A ellos apenas les alcanza su salario, ya que además tienen que gastar en el traslado al municipio más grande y cercano, que se encuentra a 3 horas de camino.
“En temporada de lluvias nos hemos quedado a medio cerro porque se derrumba y se destruye el camino, entonces hay que regresar a la comunidad, donde no hay un espacio adecuado para vivir”, relata Anabel Valdés. La escuela vuelve a ser su refugio.
“¿Así esperan que demos una buena calidad de educación, cuando no hay condiciones? Lo que ganamos se nos va en traslado, alimentación y apenas para mantener un poco a la familia. Podemos permanecer meses sin ir a nuestros hogares debido a los gastos que esto representa”. El Instituto que realiza los estudios sociodemográficos y económicos del país indica que hay 72 docentes en todo el municipio que atienden la educación primaria indígena.
La pobre educación
La maestra Teresa Pablo Vázquez atiende a alumnos del cuarto grado en un salón donde las ventanas no tienen cristales, las paredes resguardan la humedad y el techo está sostenido con tablitas de madera. “Los niños sienten frío y no hay una ventilación conforme al clima que hay en la comunidad. Esto es lo que pasa en todas las comunidades de la región: no hay apoyo de las autoridades para que los niños estén bien, más cómodos”, reclama.
Lo cotidiano, dice, es que lleguen a la escuela sin comer. No ponen atención porque tienen hambre, y se quieren regresar a sus casas. Son de familias numerosas, en las que hay de ocho a 10 integrantes en cada una. No cumplen con las tareas porque sus padres no se dan abasto para atenderlos, explica.
Hay más de 30 niños cursando el tercer grado; sus edades van desde los 10 hasta los 14 años. Los inscriben ya tarde a la escuela.
Otro de los problemas que identifica la profesora es que, como hay una rotación continua de maestros y no todos hablan la lengua na’saavi, la comunicación con los niños puede ser deficiente y, en consecuencia, el aprendizaje. Hay niños que deben iniciar el preescolar y los padres no los llevan, por eso llegan a sobrepasar la edad que corresponde al grado en el que están.
La piel de los pequeños luce reseca; sus pies, llenos de tierra, son cubiertos por sandalias de hule o huaraches de suela de llanta. Grandes piedras son los escalones por los que bajan a una plancha de cemento que sirve como cancha de basquetbol o centro de ceremonias cívicas. “En los medios de comunicación dicen que se han entregado vales, útiles y desayunos escolares. Aquí eso no es cierto, basta ver las condiciones de los pequeños”, comenta la profesora que imparte el cuarto grado a menores de 10 a 16 años.
En la más reciente base de datos del Consejo Nacional de Población llamada Estimación de la mortalidad infantil para México, las entidades federativas y los municipios 2005, se indica que en Coicoyán de las Flores el índice de mortandad infantil es de 51.21 por ciento.
Campo de subsistencia
Se toca con las manos el rostro. Poco a poco su vista se ha ido perdiendo. Una protuberancia sobresale de su ojo derecho; de ésta brota la pus, que provoca una comezón que no cesa desde hace un par de años. Ha visitado a varios doctores desde que inició la molestia. Florencia López Vega, de 75 años de edad, no encuentra remedio. Vive con su esposo y su hermana, quienes también rebasan los 70.
Después de las consultas médicas nadie ha encontrado una cura; su vista se ha deteriorado. Le han recetado inyecciones y pomadas y nada remedia su mal. Cada cita implica para la familia el traslado a Juxtlahuaca, por 140 pesos por persona (mínimo); casi siempre va acompañada de su esposo. A lo del transporte se le debe sumar la consulta, que llega a costar hasta 300 pesos, y el medicamento.
Paga su atención con lo poco que llega a vender en su tienda, la misma que es su casa pintada al frente con un anuncio de cerveza. Vende pan de agua, refresco y sopas instantáneas (éstas se han convertido en la dieta cotidiana de los indígenas de la zona: su costo es de 7 pesos y con eso alcanza para matar el hambre del día). Su esposo, Francisco Enríquez, es un campesino que subsiste y mantiene a su familia con lo poco que le da la milpa. En ocasiones se alquila como jornalero. De sus tierras obtiene maíz y frijol para comer; la carne la prueban de vez en cuando. No hay dinero.
Francisco es uno de los 32 campesinos de Santiago Tilapa que forman parte del padrón de beneficiarios del Programa de Apoyos Directos al Campo, de acuerdo con el listado Ciclo primavera-verano 2012, actualizado por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación al 7 de noviembre de 2012.
Cada año recibe 2 mil 500 pesos del Procampo, mismos que utiliza para la compra de fertilizante. No hay otra entrada económica para él y su esposa, su hermana, cuatro nietos que lo visitan casi diario y sus cuatro hijas, quienes llevan una vida similar a la de sus padres, porque no hay trabajo.
El sitio de internet www.subsidiosalcampo.org.mx presupuesta que en 15 años –de 1994 a 2009– se habían asignado 26 millones 363 mil 528 pesos en este municipio mediante el principal programa de apoyo al campo. En el último año evaluado, la dotación de recursos públicos fue de apenas 3 millones 209 mil 592 pesos.
Cerro del Aire, siniestrado
El temblor de 6.8 grados del 20 de marzo de 2012, que atemorizó a mucha gente en el país, fue devsatador para algunas viviendas de la comunidad Cerro del Aire.
Tenorio Hernández se encontraba dentro de su casa, construida con adobe, en compañía de su esposa y sus cinco hijos. Apenas alcanzaron a salir cuando una de las paredes se vino abajo. El miedo los hizo buscar refugio en otros hogares, y ahora viven separados, hacinados con los familiares que les dieron cobijo. Otras dos casas fueron afectadas y los que vivían ahí decidieron abandonarlas.
“Quiero hacer otra casa pero no sé cómo podría tener un apoyo”, comenta. Él es otro campesino que subsiste de su milpa y del platanar. En su agencia no hay oportunidad de dedicarse a otra cosa y por el momento no puede “emigrar en busca de más trabajo”, comenta.
Los estudios sociodemográficos del Inegi muestran que en este municipio hay cerca de 1 mil 370 viviendas y que el promedio de habitantes por cada una es de 6.2 personas.
Presupuesto inalcanzable
Victoriano, agente municipal de Cerro del Aire, explica que el presupuesto anual es de 249 mil pesos. Cada mes, dice, reciben 9 mil pesos que no alcanzan para cubrir todas las necesidades de la agencia.
Las dos aulas escolares, que apenas se construyeron en 2012, costaron 100 mil pesos. Aún hace falta una casa de salud, un comedor para los niños, una cancha de basquetbol y teme que el presupuesto del Ramo 28 no sea suficiente para concluir las obras antes de que deje la administración.
Y es que la casa de salud es un pequeño cuarto de tabique, en la que apenas hay frascos de jarabe, paracetamol, medicamentos a punto de caducar, una báscula y una cama desvencijada. Aquí tampoco hay médico que atienda a la población, aunque el Inegi reporta ciento por ciento de cobertura.
Anda en muletas por los caminos empedrados y enlodados de la sierra mixteca. Perdió su pie derecho por una enfermedad desconocida aún para él. Dolores intensos comenzaron a minarle la vida y el trabajo. Una hinchazón en progreso, granos y sangrado lo obligaron a pedir ayuda a la presidencia municipal para poder ir a un hospital en Huajuapan de León, a unas 6 horas de camino. En marzo de este año le amputaron el pie.
Dedicado al campo, desde niño emigró a otros estados para trabajar en ellos, ahora ya no puede ganar los 50 pesos diarios que obtenía de la cosecha en otras tierras. Pablo tiene 34 años, vive en una casa hecha con retablos de madera. Por las rendijas atraviesa el aire; en invierno, las bajas temperaturas invaden la casa. En un espacio de 3 por 4 metros, aproximadamente, tienen todo: cocina, retablos de madera sobre los que duermen, cobijas, algunos trastos y dos asientos de auto viejos. Éstas son todas sus pertenencias.
Es padre de cuatro niños que cada mes reciben su beca del Programa Oportunidades, que utilizan para solventar por pocos días los gastos de alimentación de la familia. Él debería de continuar con atención médica, sin embargo, por no contar con recursos para su transportación, perdió la primera cita que tenía programada después de la operación.
—Debería acudir con un acompañante que le ayude.
—No hay dinero para dos.
Vive de lo poco que puede hacer en el campo tras su recuperación. Su familia lo apoya con lo que puede: maíz, frijol, hierbas; no hay mucho más qué dar. Su personalidad se volvió más tímida, dicen. Habla mixteco, el español apenas lo pronuncia.
El “apoyo gubernamental”
Adán Herón Cortés se encuentra al frente del Centro de Asesoría y Apoyo a las Comunidades indígenas, proyecto originado para ayudar a las agencias a que bajaran los recursos públicos. “Sabíamos que había recursos por ahí que no se les estaban dando a las agencias de los municipios de Coicoyán de las Flores, San Martín Peras, Juxtlahuaca”.
Explica que en Coicoyán de las Flores los agentes se han organizado desde 2011 para controlar al presidente municipal, y ahora tienen acceso a sus recursos sin ningún problema. “Hace más de 5 años las agencias se venían organizando, pero no habían podido entrar al municipio porque estaban los caciques. Lo lograron y ahora ellos controlan y ejecutan las obras”.
El municipio de Coicoyán es uno de los más atrasados en cuestión educativa, señala. “Los jóvenes no pueden terminar ni la secundaria y mientras estemos así de atrasados no vamos a poder avanzar. Hay comunidades ya muy viejas que no han progresado porque la mayoría de los jóvenes se van. Además no hay médico.
“No hay oportunidades para esta gente. Últimamente han entrado algunos programas, pero creo que la gente no los sabe utilizar, pues hace falta asesoría con las universidades, para que les pudiera dar seguimiento a su problema”, detalla.
Herón Cortés expone que al Centro han llegado casos de violencia, pues en la mayoría de las comunidades existe el problema del alcoholismo. “Hemos tratado de canalizar la problemática, de conciliar a las partes. Son comunidades muy pequeñas y ahí conviven, no pueden vivir enfrentadas”, concluye. (Fotografías: José Luis Santillán, integrante de Regeneración Radio)
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Fuente: Contralínea 317 / enero 2013