La matanza de campesinos a manos de policías estatales en el vado de Aguas Blancas, Guerrero, aceleró los preparativos para la insurrección del EPR. Antes y después del hecho, la fuerza guerrillera realizó acciones armadas contra militares y policías. Aunque el número de milicianos crecía, las diferencias al interior del EPR se volvían irreconciliables
Sexta parte
Para 1995 la guerrilla en Guerrero no había aparecido públicamente. Pero la efervescencia social en la sierra ya mantenía en alerta a las autoridades locales y federales. El 28 de junio de 1995, alrededor de 400 efectivos de la Policía Estatal emboscaron a 40 campesinos inermes de la Organización Campesina de la Sierra del Sur que, en camionetas, se trasladaban a un mitin. Los hechos ocurrieron en el vado del río Aguas Blancas, municipio de Atoyac de Álvarez. Murieron 17 campesinos en el lugar y 23 resultaron heridos de gravedad.
—Entonces la guerrilla ya existía como EPR, ¿cómo recibieron la noticia?
—Nos marcó tremendamente a todas las estructuras que había en el estado de Guerrero. Fue un impacto muy fuerte. Nos golpeó mucho porque incluso a algunos de los muertos, ahora puedo decirlo, los conocimos personalmente. Nos dolió profundamente y nos hizo cambiar la situación. En ese momento tomé una decisión sin comentarlo con nadie [de sus superiores]. Era ya comandante del estado de Guerrero. Cuando supe de la masacre, no dudé: “hay que responder”.
El ánimo de la mayoría de los milicianos era el mismo: “responder”. Sin consultar a la “estructura nacional”, Jacobo ordenó de inmediato a dos columnas realizar ataques. Preparaba otras acciones cuando lo llamaron sus superiores para que se presentara en la Ciudad de México.
En el Distrito Federal, los integrantes de la comandancia nacional del EPR le preguntaron, a propósito de la masacre contra campesinos, “qué crees que haya qué hacer”. A bote pronto, Jacobo les habría respondido: “No es que haya que hacer algo, ya lo estoy haciendo”.
Los surcos entre las cejas de Jacobo se profundizan. Reproduce la conversación sostenida con sus superiores.
—Ya, mínimo, ahorita van a haber dos emboscadas –les habría informado.
—Oye, pero no nos consultaste.
—Es que no hacía falta consultar. ¿O sí?
—No… Pero debiste haber consultado.
—Es que es algo que no se consulta. Se tiene que hacer y ya. Incluso, rompí los contactos ahorita para que no haya chance de interrumpir las acciones. No tengo forma de cancelar ahorita eso.
—Pero por qué hiciste eso.
—Para que ellos [los milicianos de Guerrero] sean libres de hacer lo que demandaron y no estén pensando que se les va a parar. Ellos pueden hacerlo y no dependen de un jefe. Además, están muy indignados. Que lo hagan y yo me hago responsable.
—Bueno, está bien. Pero para otra vez no andes haciendo eso de dejar a la gente sin contacto…
Los medios de comunicación de la época no registraron alguna acción armada adjudicada a algún grupo guerrillero. Tampoco el PROCUP-PDLP reivindicó hecho alguno. Sin embargo, la prensa sí registró un “inusual” movimiento de tropas del Ejército realizado el 4 de julio de 1995 en la Sierra de Tepetixtla. También, el tiroteo en la Sierra de Atoyac contra un helicóptero de la Procuraduría General de la República, ocurrido el 3 de julio, y una emboscada contra efectivos de la Policía Judicial del Estado, el 7 de julio, en el paraje Ojo de Agua, en La Montaña, en el que murieron cinco policías.
Las autoridades casi no se refirieron a los hechos. Dijeron que, en el primer caso, se trató de un ataque de narcotraficantes. El segundo, de “gavilleros”.
Jacobo Silva señala que luego de la masacre destituyó a un comandante. Consideró que ante los hechos esa persona había tomado “una actitud indigna de un combatiente al que le han masacrado su población”. Se oponía a que se realizaran las emboscadas y culpaba de los hechos a las víctimas.
—Al año siguiente se presentó formalmente el EPR públicamente en Aguas Blancas –se le recuerda.
—Se habían hecho planes para la presentación pública desde que hubo una reunión para analizar el levantamiento del EZLN. Desde entonces comenzamos a hacer estimaciones para fijarnos un plazo para levantarnos y un programa de cómo sería. Fue cuando nos nombramos EPR, se designó el uniforme y nos propusimos levantarnos en 2 o 3 años. Me tocó participar como parte de la Dirección Central de lo que era la estructura partidaria, no de la militar. Cuando pasa lo de Aguas Blancas, se acelera todo. Y vemos la necesidad de estar listos ya en todos los estados. La mayoría propuso que en el aniversario de la masacre de Aguas Blancas sería el inicio de la guerra; que la declaración de guerra sería la Declaración de Aguas Blancas.
Jacobo explica que Aguas Blancas reunía las características para hacer la presentación pública del EPR: el lugar se había convertido en noticia de nivel nacional e internacional; la guerrilla contaba con presencia “importante” en la región, y era un lugar emblemático para exigir justicia al régimen. Los propios milicianos se sentían ofendidos por lo que ahí había ocurrido. Pero la presentación no consistió sólo en un acto público: también se planeó y desarrolló un combate en otra zona de manera simultánea. El objetivo fue impactar de manera doble: política y militarmente.
—Lo que se hizo –explica Jacobo Silva– fue concentrar a columnas que estaban en entrenamiento y otras que estaban ya explorando bajo un solo mando. Y se analizó toda la cuestión: quién iba a estar al mando de esa tropa, cómo se iba a organizar, quién iba a estar al mando de la emboscada que se iba a realizar y además se realizó. Me propuse para estar en Aguas Blancas y propuse a quienes iban a ser los mandos intermedios, con base en la estructura, y me tocó hacer el plan de cómo se iba a realizar esa presentación.
—¿En la decisión de que la presentación pública fuera en Aguas Blancas pesó que la estructura más grande fuera la del estado de Guerrero?
—Sí fue una de las razones; pero también porque el evento que había preparado la gente de ahí era una reivindicación muy sentida por la población y porque era comprensible para el resto del país. Una respuesta a una masacre es algo fácilmente comprensible.
En efecto, el 28 de junio de 1996 más de 100 integrantes del EPR (según reportes de la prensa; un número mucho menor reconoció el gobierno federal: 38) se presentaron en el mismo lugar donde había ocurrido la masacre; rindieron honores a la bandera de México y, entre vítores y aplausos de la población, leyeron el Manifiesto de Aguas Blancas. Antes de retirarse, dispararon 17 salvas en memoria de los caídos. La irrupción de los rebeldes en un acto de masas, público y en el que había representantes de los medios de comunicación asombró al país no sólo por la cantidad de hombres y mujeres armados con fusiles de asalto AK-47 y AR-15, sino por la organización y precisión del despliegue realizado.
—¿Y el enfrentamiento militar sí se realizó?
—Sí. Fue en la carretera entre Chilpancingo y Zumpango. Ahí fue.
En efecto, el diario La Jornada publicó el 29 de junio una pequeña nota: “Choque armado de judiciales y miembros del EPR”. Firmada por Maribel Gutiérrez y basada en información de la Policía Judicial del Estado, detallaba que en el enfrentamiento habían participado 20 integrantes guerrilleros y habían resultado heridos tres agentes y un civil. Los hechos ocurrieron cerca de Zumpango del Río, “sobre la carretera federal México-Acapulco, a 10 kilómetros de Chilpancingo”.
El 5 de febrero de 1997, una columna del EPR tomó la cabecera municipal de Tecoanapa, en la región de la Costa Chica de Guerrero. En la plaza principal, los guerrilleros realizaron un acto de propaganda que incluyó un discurso y la entrega de cientos de volantes que invitaban a la lucha. Las decenas de personas presentes no sólo recibieron la información, sino que vitorearon a los rebeldes, se tomaron fotos con ellos y les aplaudieron. Un video, incorporado al documental Mirando hacia dentro: la militarización de Guerrero –producido por Promedios de Comunicación Comunitaria, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan y la Organización del Pueblo Indígena Me’ phaa– muestra al Comandante Antonio, de paliacate verde, al frente de la incursión.
“…Acabando nuestra propaganda nos iremos y no pasará nada”, tranquilizaba, al principio, Antonio. Después, amas de casa, niños y jóvenes se arremolinaban a los guerrilleros para tomar los volantes, saludarlos y hacerles preguntas.
En el video se pueden escuchar, nítidas, las palabras de Antonio: “Recuerden lo que pasó aquí durante nuestra presencia: no hubo ningún acto de violencia contra ustedes; venimos a dar a conocer nuestra posición política, a presentarnos; que vean ustedes que aquí, en Guerrero, hay gente que lucha por un cambio revolucionario; que este gobierno ya no va a poder seguir como hasta ahorita, que ya basta de que esté asesinando a nuestra gente”.
Pero las diferencias entre el Comité de Guerrero y la Comandancia General parecían cada vez más irreconciliables. Ya había “dos epeerres”
⇒ Parte VI: Jacobo Silva Nogales: Aguas Blancas, el epicentro de una revolución
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Fuente: Contralínea 331 / abril 2013